Tierra Adentro

Titulo: Casablanca la bella

Autor: Fernando Vallejo

Editorial: Alfaguara

Lugar y Año: México, 2013

La aparición de nueva novela de Fernando Vallejo (Medellín, Colombia, 1942) siempre pone al descubierto las opiniones viscerales de sus críticos pues, al parecer, les resulta molesto leer una vez más toda esa serie de cosas que el novelista colombiano detesta de este mundo. En el caso de quienes leemos puntualmente la obra de Vallejo, una nueva novela suya es una grata sorpresa ya que nos permite volver a deleitarnos con su corrosiva prosa. De esa manera, en Vallejo no hay al menos un mínimo de puntos en común en los cuales unos y otros, críticos y seguidores, podamos coincidir. Por otra parte, como puede notarse, mientras unos reducen una obra a unas cuantas opiniones, los otros centramos nuestra atención en algo más profundo dentro de su narrativa.

Hace unas cuantas semanas, intercambié un par de comentarios por Facebook, esa gran ágora de los debates estériles, con un escritor colombiano afincado en México que se dice amigo de Vallejo, justamente a propósito del autor de Casablanca la bella. En uno de esos comentarios, quiso minimizar La virgen de los sicarios (1994) calificándola simplemente con el despectivo “novelita”, es decir, reduciendo su calidad literaria al número de páginas, como quien le dice a otro “tontito” o “listillo” para evidenciar sus limitaciones. En otro comentario, el supuesto novelista reconoció que no la había leído, pero que “dicen” (¿quiénes?) que era una buena novela. Eso me confirmó que más que opiniones razonadas, los críticos de Vallejo sólo tienen comentarios viscerales y extraliterarios sobre su obra. Así, nadie en su sano juicio se atrevería a calificar en el mismo sentido despectivo las “novelitas” de Thomas Bernhard, pues el austriaco también las escribía muy cortas y no por eso su calidad literaria se ve demeritada en obras de títulos también muy cortos como , El origen, El sótano, El aliento o El frío. Desde luego, a lo largo de toda la narrativa de Vallejo persisten sus temas fijos, pero en esas novelas de apenas un ciento de páginas ya está su estilo propio que las hace fácilmente distinguibles de otras obras que se escriben en la actualidad.

Aunque Vallejo tiene más de cuarenta años viviendo en México, todas sus historias las ubica en su natal Medellín, de la misma manera en que Bernhard desde su casa en medio del bosque, en Ohlsdorf, recordaba vehementemente en cada una de sus obras a su maldecida Salzburgo: ambos como testigos de lo que fueron y el horror en lo que se convirtieron al paso de los años. Por supuesto, en Casablanca la bella Vallejo vuelve al paradisiaco recuerdo de la infancia, el padre querido contra la madre aborrecida, los abuelos entrañables, la Muerte como única compañera, la crítica feroz a la humanidad y sobre todo a la Iglesia Católica (si en El desbarrancadero el centro de todos sus ataques era Juan Pablo II, en ésta son los papas Benedicto XVI y Francisco) y siempre su fidelidad y único amor a los animales. Aún me parece difícil entender que esos sean los temas que tanto irritan a sus detractores.

Durante su reconstrucción, Casablanca es todo lo contrario a lo “bella” que refiere el título de la novela, Casablanca la bella sólo lo es porque el narrador así la imagina, la proyecta: cómo la quiere, dónde estarán las fuentes, las plantas, los pasillos por donde correrá el aire de un lado al otro de la casa, las esculturas en esos jardines que le permitirán ver el cielo antes de que en algún terreno aledaño se levante un edificio que le tapará el sol. Sus únicas acompañantes en medio de semejante desastre son las ratas, con las que dialoga en sus largas noches de insomnio. Casablanca es, pues, el oasis mental de un solitario en el árido ambiente de Medellín, aún con los rescoldos del narcotráfico, los sicarios y la droga. También Casablanca es el último refugio de un solitario, como en otras novelas de Vallejo han sido la finca de Santa Anita, que marcó toda su infancia, y “Casaloca” a donde va a cuidar y tratar de curar a su hermano Aníbal en la etapa terminal de sida, como lo cuenta en El desbarrancadero (2001).

Las novelas de Vallejo son todo un torrente de libertades literarias que ha producido obras muy particulares. En Casablanca la bella, como en sus otras novelas, Vallejo encuentra una estructura a sus necesidades pero sobre todo a su antojo, que va y viene sobre un sinfín de temas, lo cual ha hecho que tenga un estilo propio, distintivo e inigualable. Aderezado con un mordaz sentido del humor, utiliza las frases hechas de la Iglesia para burlarse de ellas, desliza correcciones a nuestro maltrecho idioma, este español tan infestado de cordialidades, y su ironía arrasa con todos y con todo. Y por si fuera poco escrito con un ritmo frenético en el que se permite interlocuciones con el lector, diálogos con los albañiles de la obra y las ya mencionadas ratas, en ese tono iracundo que hacen insuficientes sus 185 páginas.

En un mundo actual lleno de vacuidades, opiniones inofensivas, de la homogeneización a la que somete todo lo políticamente correcto, de gente que quiere quedar bien con la demás gente (para ese cometido sirven muy bien las llamadas “redes sociales”), novelas como Casablanca la bella, y todas las demás de Vallejo que conforman su sólida y deslumbrante obra narrativa, buscan hacer reaccionar al pasivo lector, irritarle sí, molestarle sí, o incluso si sólo es arrancarle una carcajada, pero que de alguna forma reaccione, que desestabilice todas esas ideas adoptadas. Como si se tratara de una terapia de choque, la narrativa de Vallejo es revitalizadora porque confronta al lector.