Más extraño que la nostalgia
Lugar y Año: Estados Unidos, 2016
Productora: Netflix / 21 Laps Entertainment
We can be heroes
just for one day
DAVID BOWIE
Stranger Things se estrenó el 15 de julio en Netflix, y en menos de un mes el furor nos absorbió: encontramos videos en toda la red y comentarios sobre la serie: el rap de Dr. Chorizo, el olvido de Barb, el video sobre cómo se creó la tipografía de la serie, el fan art, la selección musical, los videos caseros de los jóvenes actores, las claves del éxito, la entrevista al Demogorgon, la reaparición de Winona y nuestro fulminante enamoramiento por las interpretaciones de Millie Brown, quien da vida a Eleven, y Gaten Matarazzo, quien interpreta a Dustin.
No es necesario conocer todas las referencias del cine norteamericano de los años ochenta para saber que Stranger Things es más que la serie del momento. Para quienes nacimos en los noventa, la década anterior nos llegó a través de videos musicales rockeros y estrellas pop que nos hacían saltar como si estuviéramos en una sesión de gimnasia. Vimos E.T., Los cazafantasmas, Regreso al futuro, Laberinto, La guerra de las galaxias, las películas de Jackie Chan y toda la oferta de los sábados en canal 5. Es por eso que cuando mencionan la nostalgia o enlistan todas las películas homenajeadas me siento un poco ajena. Sin embargo, el trabajo artístico que hacen los hermanos Duffer para revivir esa década resulta envolvente y brillante: resume todo lo que he creído que fueron los ochenta, pero su genialidad no para ahí.
En noviembre de 1983 Will Bayers desaparece en un tranquilo pueblito de Indiana. Joyce Bayers, su padre, acude con el alguacil Hopper, pero el jefe siente hastío de ocuparse en algo que considera el berrinche de un niño y su madre desquiciada. Por varias razones, el cuadrante donde se quedó el último rastro de Will los conduce a un laboratorio subterráneo que realiza experimentos paranormales. Gracias a eso hallan a Eleven, una niña con poderes telekinéticos que los ayudará a localizar a Will.
El misterio de la serie se vive en tres niveles, como en un juego de mesa: los niños, los adolescentes y los adultos se enfrentan a lo desconocido que los envuelve poco a poco. La familia y los amigos están buscando a un niño que se encuentra con vida en un lugar desconocido, peligroso e inaccesible. Joyce, su madre, entra en una tensión delirante, sustentada y acrecentada por una conexión de señales luminosas con las que intercambia mensajes, y hace contacto con Will. No obstante, el clímax de la angustia reaparece cuando se pierde la conexión. Samanta Schweblin nombró como «distancia de rescate» al fino hilo que mantiene a un padre cercano a su hijo; cuando éste se rompe, el padre de Will pierde el equilibro emocional y experimenta la más profunda desesperación. Por su parte, Joyce Bayers se encuentra en un vaivén intermitente que la aísla del mundo y, por momentos, presiente la locura.
Otro gran acierto de Stranger Things es el casting, y la evolución brutal de los personajes durante apenas ocho capítulos. Desde el inicio somos atraídos por la simpatía que despiertan los niños y su capacidad para enfrentar obstáculos; con la expresividad y fragilidad de Eleven; en cambio, despreciamos la frialdad del comisario Jim Hooper. Todos los personajes adquieren tal profundidad que los tópicos del primer capítulo, y cómo los percibíamos en 1980, colapsan.
Hace tiempo que los finales felices fueron desdeñados por los creadores de obras literarias, cinematográficas, teatrales, etc.; en su lugar, dieron paso al patetismo de la vida común y el destino de quien comete un error o es una víctima. Los finales felices, además de ser sospechosamente irreales, perdieron verosimilitud e interés popular. Sin embargo, pese a los sutiles guiños de final abierto —que se presentan en el último capítulo de la serie— y toda la intensidad dramática que nos deja Stranger Things, las cosas parecen arreglarse. Con todo, en aquel pequeño pueblo de Indiana, la gente parece estar abandonada a su suerte. Es por eso que no había más opción que huir y enfrentarse al peligro: ser héroes de sí mismos por un día.