Madre pone un huevo
Madre pone un huevo
y no sangra.
Alguien le besa la frente sudorosa
diciendo que el amor
es una herida ovalada.
No, madre pone un huevo
y su pareja pasa su pico cerca del ojo
y los sonidos son nasales,
al despedirse como la arena
cuando la pareja dice
que el amor es tomar vuelo,
buscar alimento por semanas,
guardarlo en su organismo
como una promesa
y regresar.
Madre coloca un huevo
en la punta de un peñasco
para después construir una cárcel
hecha de barro, miedo y ramas.
Madre sabe que no podrá dejar el huevo.
Tiene pesadillas donde la mano
de otra madre lo toma y lo golpea
contra el borde de la mesa
hasta que aparece sangre.
Porque en la muerte sí.
Luego lo vacía
en otro recipiente de barro,
lo bate con plumas y sal,
como si fuera un navío destrozado
lo pone sobre el fuego y agrega aceite
crea un sonido
similar al de la ola que se deshace
al llegar a la orilla.
Lo coloca en la mesa,
que es el centro de la casa,
que es el centro del mundo,
la memoria de un peñasco
para que sus hijas coman
y digan entre bocados
que soñaron
con la desaparición de la costa.
Madre sabe y se repite que no debe abandonar el huevo.