Tierra Adentro

¿Qué valor le daría usted al hecho de que el Sol y la Luna parezcan del mismo tamaño? Es muy probable que ninguno, pues qué tiene de especial esa coincidencia. La familiaridad siempre nos ha dicho que se trata de algo inevitable, como que el sol salga de día y la luna de noche.

Si a pesar de todo le pido a usted que formule una explicación, quizás dirá que no es más que un fenómeno óptico común o conjeture, intentando ir más a fondo, que existe una necesaria proporción entre las fuerzas que crearon la Tierra a partir del Sol y las que crearon la Luna a partir de la Tierra.

Se sorprenderá al saber que ni estas explicaciones ni ninguna que podamos dar —por el momento— son ciertas, y que todo se debe a que un azar cósmico (o un divino misterio)  dio a la Luna un diámetro 389 veces menor al del Sol y la colocó 400 veces más cerca de nosotros. Hasta donde sabemos esta coincidencia (que hace que cuando ambos astros están en posición propicia podamos ver eclipses perfectos) se da probablemente en unos cuantos planetas del universo o quizás, sólo en la Tierra.

Nuestro asombro no acaba aquí. Consideremos ahora que tal coincidencia fue quizás decisiva para que los primeros grupos humanos gestaran cosmogonías completas en torno a la imagen de una pareja divina creadora y de una dualidad día/noche─luz/oscuridad asociada con lo masculino y femenino como semejantes.

Nuestro planeta no sólo sería escenario de las extraordinarias casualidades que propiciaron la aparición de la vida en general y de la vida consciente humana en él, sino también de un fortuito evento cósmico que contribuyó a que esa vida consciente se estructurara en culturas como las nuestras.