Los Sorias de Alberto Laiseca o la reedición de un festival de torturas
No recuerdo con exactitud cuándo fue la primera vez que escuché hablar de Los Sorias. Lo que sí sé es que, desde el primer momento, supe que era una novela legendaria escrita por un argentino, Alberto Laiseca, que me sonaba a un discípulo de Pynchon o quizá de John Barth. Lo siguiente que supe fue que quería conocer más de este autor, principalmente de su novela, porque no era cualquier cosa. Si bien es cierto que Alberto Laiseca, nacido en Rosario en 1941 y muerto en Buenos Aires en 2016, fue un escritor boyante, con más de doce novelas publicadas y una serie de cuentos que siguen, de una u otra manera, un estilo particularísimo que lo convirtió en un autor de referencia para la literatura no solo argentina, sino hispanoamericana, yo deseaba entrar en su mente y en sus escritos por la inmensa puerta llamada Los Sorias.
Ahora no sé si elegí la manera correcta de hacerlo.
Hay otras maneras de encontrarse con Laiseca, sí, seguro. Yo recomendaría empezar con Aventuras de un novelista atonal, publicada en el 82, porque tiene una estructura más sencilla, es muchísimo más corta y su “realismo delirante” parece más controlado. Y digo “parece” porque en Laiseca no hay control. El delirio es su leitmotiv o, mejor aún, su propósito en la literatura. Entonces, me desdigo. No hay ninguna otra manera de encontrarse con Laiseca más que por medio del delirio. Escoja una novela, un grupo de cuentos, y lo encontraréis. Quizás exagero. Es posible. Pero si uno es terco y no puede dejar de deslumbrarse por esas novelas ambiciosas, monstruosas y eternas, hallará las puertas (o mejor dicho las murallas) del estilo, del proyecto literario, de la obra de Laiseca en Los Sorias.
Hay que decir algunas cosas sobre esta novela, que en realidad es una reedición. Los Sorias se convirtió en una novela legendaria por muchos motivos. Para empezar, el escritor tardó diez años en escribir el inmenso mamotreto (o tocho, elija usted) de 1400 páginas que comenzó a circular como manuscrito por los ojos de otros escritores punteros de la literatura argentina (Piglia, Aira). Pasaron otros dieciséis años para que se publicara, en una editorial independiente, con poquísimos ejemplares, y pocos más después en una reedición también de culto. Ahora está publicada por la editorial independiente española Barrett, lo cual es de elogiar, pues una publicación de este calibre no es poca cosa para una independiente (¿por qué Penguin u otra de las editoriales “chonchas” no se atrevieron a hacerse con esta novela?, habría que preguntarles; muy caro el asunto, esa debe ser la razón, quizás) que va haciéndose nombre con libros de Alejandra Costamagna o la sorpresa editorial que significó Panza de burro de Andrea Abreu. La tirada de esta edición consta de 2000 ejemplares (no 500, como se anunció en algunos medios1). Aunque, si de algo pudiera quejarme es de la cantidad ínfima de ejemplares (esperemos la tirada se venda y haya más reimpresiones), porque por lo demás, tanto la hermosa portada como el texto del libro, es un trabajo impecable.
Hasta ahora he mencionado un solo motivo: el tiempo de escritura. O dos motivos: el tiempo de escritura y el tiempo para publicarse. ¿Hay otro? ¿Qué tal su contenido? El más obvio. Para eso estamos aquí. Bastaría decir, a manera de sinopsis, que Los Sorias retrata no una historia familiar, como yo pensé durante años sin acercarme del todo a la novela, teniéndola en una cutre edición digital esperándome a que me quemara los ojos en ella, ni tampoco es una de esas novelas que recorre a través de los siglos a personajes extravagantes, imposibles, ignotos. Es más, ese “plural” en Sorias es justamente perfecto, pues la historia de esta novela va sobre los habitantes de varios países ficticios, entre ellos uno llamado Soria. Luego entonces, los sorias son los habitantes de esta nación ficticia, que llevan un mismo apellido: Soria. Y digo esto de lo plural porque en realidad, los personajes no importan demasiado, al menos en un nivel psicológico profundo. A Laiseca no le ha importado sumergirse en los detalles de sus mentes, aunque estemos hablando de los horrores de personajes psicológicamente erráticos.
Me explico, Los Sorias retrata la guerra fría entre tres naciones: Soria, La Tecnocracia y la Unión Soviética. Las tres son dictaduras que toman influencia de Estados que han existido en la historia del mundo durante el siglo XX (y podríamos decir que también en el XXI). El Mundo de Soria y Tecnocracia no es el mismo que el nuestro, pero se le parece en lo geopolítico, así como en lo burocrático y en la tremenda violencia ejercida en cada país. Por momentos, se siente que las formas de gobierno de estas naciones se parecen a la dictadura nazi, a la soviética, a la rusa, a la de Libia, a la argentina, mexicana, o cualquiera que se nos pueda ocurrir. Lo diferente es que en este mundo hay magia y tecnologías superiores a las que conocemos. Aunque hay armas nucleares, también hay bombas de tiempo, astrales, ataques psíquicos y espirituales, vudú y torturas imposibles. Porque en el mundo de Los Sorias lo que abundan son los horrores y la risa estupidizante del sinsentido que, sin embargo, sí lo tiene. Y también los personajes que son más bien tipos que representan la barbarie, el jolgorio, la violencia, el sadismo o la cultura. El Soriator como gobernante de Soria y el Monitor como gobernante la Tecnocracia, además de los gobernantes de países en la periferia, otros Sorias e Isekas que serán músicos, bufones, víctimas, prostitutas, amantes, generales, combatientes y sufrientes (esto más que nada) de las políticas salvajes de los gobiernos dictatoriales.
Es decir, en Los Sorias el lector encontrará la historia de una rencilla entre naciones por causas absurdas que provocan acciones igual de absurdas. Porque la imaginación de Laiseca está puesta para los horrores principalmente, pues la galería de torturas que abundan durante gran parte de la novela es inmensa. No hay suplicio imaginable que no esté dentro de la novela, aunque hay preferencia por la decapitación, la castración y la extirpación de los senos, además de otras linduras.
Durante varias páginas me preguntaba si valía la pena seguir leyendo este catálogo de horrores. ¿Su objetivo era ese, terminaría en algún momento? ¿Por qué leer algo que nunca he hallado estéticamente agradable? Se podría argumentar que ahí está la obra del Marqués de Sade, de Masoch, la literatura de horror, el gore, y un larguísimo etcétera. Las experiencias estéticas no dependen solamente de la belleza, pero mi argumentación, muy personal, se deriva en el placer intelectual provocado cuando un lector, en el caso de la literatura, halla un complejo cuya trama, prosa, historia, profundidad, originalidad, intertextualidad, y un largo etcétera, se combinan para crear una experiencia calculada, o incluso sorpresiva. Eureka, decimos cuando frente a nosotros está algo que no se esperaba crear o encontrar. Incluso en lo feo y en lo grotesco puede existir ese placer estético que asombra y que atrae. En estos horrores, como si se tratara de un pináculo de lo siniestro, ¿existía también ese tremendo misterio que me alejaba y atraía por igual? Debía encontrarlo pese a las, sí, exageradas descripciones de tortura, en busca de una lectura que me diera algo. Y al finalizar la novela, descubrí que no lo encontraba.
Y aquí es el momento en el que la lectura se vuelve pesada. Porque hay que decirlo. Leer una novela de más de mil páginas no es una experiencia del todo sencilla o grata, a menos que se trate de una saga de fantasía, o de una obra cuya intencionalidad está enmarcada en el disfrute de una narración de largo alcance. Pero no es solo eso, sino la pregunta de “hacia dónde va todo esto.” Porque, hablando de fantasía, se podría pensar en una saga de Brandon Sanderson, pues el worldbuilding está presente tanto en la psicología de la sociedad (que no tanto de los personajes), como en su historia, o en su tecnología y en su sistema de magia; aquí ciencia y magia conviven sin ningún tipo de empacho. Los Sorias, sin embargo, no tiene la intención de ser una narrativa sencilla (o poseerla), pues estas peculiaridades de la tecnología de una u otra nación, o de la magia utilizada para hacer zombis, entrar al astral, a los registros akáshicos o lanzar “mudras”, no tiene una estructura del todo fácil de entender. Porque la intención de Laiseca no es crear un mundo lógico, sino uno demente. Hay magia porque este es un mundo de locos. ¿O no?
Leer, ya lo decía un párrafo antes, una novela de esta magnitud puede resultar un ejercicio tedioso. No es que la prosa vuelva complicada la lectura, como en el caso de Joyce o en algunas obras de Cartarescu. Aquí no hay lirismos, una prosa recargada, tecnicismos ni nada parecido. No hay flujo de consciencia. La estructura de la novela, sin embargo, sí representa un desafío, pero no por la manera intrincada en la que está construida Los Sorias, sino por ese aparente descuido. Por un momento se habla de los sindicatos de la Unión Soviética, y en otro momento de los bufones de la Tecnocracia, en otro apartado se discute cómo en una nación el yogurt se ha convertido en ambrosía y en otra es una sustancia prohibida, y en uno más las diferentes técnicas de emasculación. Máquinas y hombres desquiciados, espías, magos y un escritor que bebe del Amadís de Gaula o de Solszhenytsin, lo mismo que música de Wagner y Mozart, y pinturas y arte y cultura y… de nuevo tortura.
¿Cuál es el propósito de esta novela? ¿Cuál es la estética? Quizá el absurdo, pero no como en el teatro, pues aquí no hay onirismo. Delirio, uno que habla directamente de la realidad… es posible. Porque esta historia no está alejada de las actuales dictaduras. Uno puede descubrir en Los Sorias mentes de líderes en cualquier parte del mundo, sean históricos o contemporáneos. ¿Qué tan alejada está la Tecnocracia de los Estados Unidos bajo Trump? ¿Los Sorias es una novela sobre la desmesura, sobre el exceso, y esto es justo lo que encontré, casi gritando “¡Eureka!”, al descubrir la intención de Alberto Laiseca. La desmesura por la desmesura tanto como el arte por el arte. Y también otra cosa, y aquí es donde hallé solaz: la imaginación.
Lo que hace Laiseca en Los Sorias, y realmente en gran parte de su obra, es extremar la imaginación y hacer que cosas aparentemente contrarias convivan: la magia y la ciencia, la dictadura y la ternura, la tortura y el humor. Porque en los artefactos, en la inmensidad de todo lo que ocurre aquí los límites terminan por llegar a lo pantagruélico. Y es Rabelais precisamente uno de los maestros de Laiseca para concebir lo inconcebible, e incluso para darle forma a algo que, a pesar de todos los artefactos, tecnologías y de ese aparato de nombres e inconsistencias, la realidad se abra camino hasta el lector. Soria, la Tecnocracia o la Unión Soviética, ¿son meras fantasías? Qué tan lejos estamos de ese punto cuando aquí afuera, en nuestro propio mundo laiseciano, Elon Musk levanta la mano como si realizara un saludo nazi en el día en el que asume funciones por segunda ocasión Donald Trump. Quizá las risas, el humor y la imaginación de Laiseca se hallen en esta novela llena, ya lo he dicho, de horrores, para contrarrestar el delirio de su mundo, uno que se parece demasiado al nuestro. ¿Qué tan distinta es Soria de Europa, de una dictadura latinoamericana, del Estados Unidos bajo el segundo mandato de Trump?
¿Vale entonces dedicarle días y días a esta novela inmensa? Yo diría que por supuesto lo vale. También añadiría algunas cláusulas que me parecen importantes para disfrutar la lectura de esta inmensidad: hacerlo por partes, descansar la lectura e ir a otra cosa, tener paciencia y… más paciencia, y reírse también, un poco al menos, de una novela que expresa una búsqueda dentro de todo ese delirio, que es el arte también, y la narrativa, a pesar de que el arco del escritor, Personaje Iseka, o de los dictadores o de cualquier otro personaje, nos lleven a desilusiones. Aquí no hay una gran profundización de ellos, pero sí lo hay de las obras, de la sociedad, del plural, de Fuenteovejuna y también de una sola mente, la de un autor que podría ser catalogado de genial, pero también de absoluto timador.
Por momentos, Los Sorias se convierte en eso, en una especie de burla hacia el lector, como si Los Sorias hubiera antecedido esa broma que no se acaba, y de la que, tal vez, es acusado justamente Foster Wallace. ¿De qué acusaremos a Alberto Laiseca? Al menos de incontinente, de desmesurado, y sí, también de delirante.
