Tierra Adentro
‘Borges y México’, Miguel Capistrán, Lumen (2012).

Hace dos años, el 25 de septiembre de 2012, murió Miguel Capistrán (Córdoba, Veracruz, 1939). Aunque su salud se había deteriorado en los últimos años por la diabetes que padeció desde 1985, Capistrán tenía varios planes en puerta: de no haber muerto, a la semana siguiente habría pronunciado su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua que iba a versar sobre publicaciones culturales mexicanas, luego seguiría escribiendo una biografía novelada de su paisano Jorge Cuesta, para la que había recibido la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte, y, finalmente, estaba preparando materiales para un coloquio sobre la obra de Gabriel Zaid con motivo de sus 80 años de vida, que se cumplieron en enero pasado.

No me gustaría decir que fuimos amigos a pesar de que nos conocimos desde hace muchos años, más bien, reconozco en Capistrán a uno de mis maestros literarios. Él fue quien realmente me enseñó a investigar, a acudir a las fuentes originales, a tomarle el gusto a esos papeles que pocos valoran: las horas pasadas en archivos y bibliotecas siempre rendían sus frutos al encontrar algún detalle o documento que servía para completar una investigación literaria, como es el caso de los varios documentos que encontró en artículos después reunidos en su libro Los Contemporáneos por sí mismos (Conaculta, 1994).

Pero también me contagió su gusto y pasión por algunos escritores tutelares, en particular por Jorge Luis Borges, a quien Capistrán trajo a México dos de las tres veces que el argentino vino a nuestro país. Además de lo que cuenta en el prólogo de su libro Borges y México (1998; Debate, 2012), Capistrán contaba una serie de anécdotas que ilustraban el humor y genialidad de Borges. Recuerdo sobre todo una: en uno de esos viajes, Borges le pidió a Capistrán que lo llevara a conocer la Catedral Metropolitana, fueron y Borges se sentó en una de las bancas a escuchar los muros de la vieja construcción, allí estaba cuando un joven lo reconoció y se le acercó a pedirle que le dedicara el libro que traía, excusándose de que no era uno del propio Borges sino de, ¡oh, sorpresa!, Cortázar a lo que Borges contestó amablemente: “Ha sido un buen alumno”.

Generalmente a los investigadores literarios no se les reconoce los aportes que hacen a la literatura mexicana y el valor que sus hallazgos tienen en los anales de nuestra literatura. Creo que ese fue el caso de Capistrán, quien, a mi parecer, contaba con el mayor prodigio para un investigador: una memoria sorprendente que recordaba cada detalle y datos de publicaciones, artículos o páginas leídas que en el momento menos pensado iban a ser utilizados. Todo lo que hizo e investigó particularmente por la generación de Contemporáneos es sorprendente y sólo hasta sus últimos años de vida, cuando la muerte lo rondaba y lo tomó por sorpresa, se le había empezado a reconocer. Algo tarde pero nunca lo suficiente si quedamos aquí sus discípulos y amigos encargados de hacer justicia a sus aportaciones.