Tierra Adentro
Ilustración por Mariana Martinez

Los dos personajes de los que escribo se revolcarían en su tumba al imaginarse en un mismo texto, compartiendo y peleando por el espacio en la página. Uno era un arzobispo que defendía la ortodoxia católica y fue excomulgado por fundar un seminario en defensa del tradicionalismo, después del Concilio Vaticano II, el otro era un filósofo marxista que en sus más de sesenta libros indagó en la lógica de la dialéctica, la vida cotidiana y la producción del espacio social en la era del capitalismo.

Seguramente ambos me reclamarían por incluirlos en un solo ensayo y pedirían que se separen sus legados, completamente disímiles e incompatibles. Se burlarían de mi confusión, de saber que lo único que comparten es un apellido común y el origen nacional. Exigirían que jamás se les asocie al uno con el otro y que se deje en claro que su vida y obra son únicas y no comparten nada más que el equívoco. Pero como buena psicoanalista, decido trabajar con el equívoco, el acto fallido, el lapsus, y mostrar que, quizás, en el fondo, este desencuentro nos puede revelar algo contradictorio: cómo en la modernidad las doctrinas religiosas y filosóficas combatieron o abrazaron sus dogmas cuando se enfrentaron con un mundo cambiante. Por eso, abracemos el contrasentido para iluminar las formas del pensamiento.

Hay datos biográficos que los hermanan, que no pueden negar. En principio, el hecho de que los dos Lefebvre nacieron en el seno de una familia católica en Francia; Marcel en el norte del país, en Tourcoing, casi frontera con Bélgica y Henri en Hagetmau, Landes, en el sudoeste de Francia. Henri Lefebvre nació el 16 junio 1901 y era apenas cuatro años mayor que Marcel Lefebvre, quien nació el 29 de noviembre de 1905. Desde muy jóvenes, ambos recibieron una educación católica y vivieron siendo niños los estragos de la Primera Guerra Mundial, pero la base que comparten los llevó después a caminos completamente diferentes. Lo que sigue es un ensayo en el que especulo y juego con los equívocos desde mi visión sumamente parcial y sin pretender agotar la complejidad de ninguno de los Lefebvre.

Marcel

Al terminar la Primera Guerra Mundial, Marcel Lefebvre estudió filosofía y teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y rápidamente fue ordenado sacerdote en 1929. Se unió a la Congregación del Espíritu Santo, siguiendo los pasos de su hermano mayor que era misionero, y en 1932 lo mandaron a Gabon, en la costa atlántica de África central, en donde permaneció durante toda la Segunda Guerra Mundial.

Poco después, volvió a dirigir un seminario en Francia, pero regresó a África en 1948, donde fue nombrado “Delegado Apostólico” (enviado directo y portavoz del papa) para toda el África francófona, y después arzobispo de Dakar, Senegal, en 1955. Pasó treinta años en la labor de la evangelización de los países africanos de habla francesa hasta que regresó en 1962 a Tulle, Francia, donde el papa Juan XXIII creó un arzobispado para él.

Como en los años sesenta fungía también como superior general de los Padres Espiritanos, lo llamaron a formar parte de la Comisión Preparatoria del Concilio Vaticano II, en donde se opuso fervientemente a las ideas más liberales. Lefebvre denigraba las “nuevas ideas” de la reforma de la iglesia como “heréticas”, “satánicas” y “anti-cristianas”, en contra de lo cual él y los católicos tradicionales querían mantener la fe en la tradición: “Nosotros decidimos pues conservar nuestra fe y no podemos engañarnos cuando nos atenemos a lo que la Iglesia enseñó durante dos mil años. La crisis es profunda, está sabiamente organizada y dirigida hasta el punto de que en verdad se puede creer que su autor no es un hombre, sino el mismo Satanás. Ahora bien, Satanás hizo algo magistral cuando logró hacer desobedecer a los católicos en nombre de la obediencia”.1

En nombre de la obediencia al Concilio Vaticano II es que Marcel critica las ideas de los obispos liberales que querían reformar a la iglesia: reconciliar al catolicismo con otras religiones (el principio ecuménico), cambiar la misa para que se diera en lenguas vernáculas y no en latín (democratizar las prácticas rituales), y promover la hermandad del papa y los obispos para liderar la iglesia católica.

Henri

A causa de una enfermedad que le impidió seguir estudiando en el liceo local, los padres de Henri Lefebvre lo enviaron a Aix-en-Provence a estudiar derecho y filosofía con el célebre profesor Maurice Blondel, un filósofo católico, al que a veces se le consideraba un “pensador peligroso del modernismo católico”. En los seminarios de Blondel, Henri estudió a San Agustín y más tarde descubrió a Jansenio, a Pascal y a el janseísmo del siglo XVII y, según puntualiza, sus “relaciones con el cristianismo fueron complejas y heréticas desde el principio”.2 No aparece en vano aquí la palabra “herejía”, aunque, aclara, su uso “comporta una manera demasiado fácil de reducir las ideas a paradojas. Reconozco, sin embargo, haber mantenido desde el principio ciertos lazos con la herejía”.

Para Henri, lo atractivo de la herejía radica en su rechazo del dogma, que contiene una “llamada afectiva a la convicción, a la entrega absoluta, sin reticencias intelectuales”. Aunque hay un abismo entre la teología y la política, ve que en ambos los “resortes afectivos puestos en movimiento son análogos”. Pero el llamado que el hereje Henri escuchó fue el de la política y así decidió estudiar filosofía en la Sorbona y unirse al grupo Philosophies, asociado con los surrealistas y dadaístas, para después afiliarse brevemente al Partido Comunista en 1928.

Primera tesis: En términos medievales, Marcel es un tomista categórico y Henri un seguidor de San Agustín y sus paradojas.

Marcel

Han pasado ya casi sesenta años desde el inicio del Concilio Vaticano II, en 1962, y muchos no hemos presenciado ya sino las consecuencias del mismo, por lo que vale la pena recordar qué estaba en juego en ese momento. Lo que se pretendía era una actualización (el famoso “aggiornamento”) de la Iglesia, renovando los elementos de la disciplina eclesiástica para ajustarla a las necesidades de los tiempos, a la vez que buscaban acercarse con otras religiones y con la ideología de los gobiernos democráticos que detentaban el poder en Europa en ese momento.

En vez de la visión de una Iglesia Católica jerárquica, gobernada por el Papa, y que era una entidad claramente separada por sus prácticas y estructura vertical, el Concilio acabó por promover la visión de la iglesia como “comunión”, para aproximarse también a las religiones no católicas y a los no creyentes.

Otra de las modificaciones más visibles fue en estructura y forma de la misa, que ahora debía enfatizar la liturgia de la palabra y concebirla como banquete, con la participación activa del pueblo, por lo que la misa se comienza a dar por primera vez en lengua vernácula (y no en latín, que era la lengua sagrada, estable y universal).

A su vez, la formación de los seminaristas se modifica radicalmente y ahora deben “conocer la filosofía moderna y el progreso de la ciencia, la psicología y la sociología”. En contra de esta ala “liberal” y “modernizadora” de la iglesia que triunfó parcialmente en el Concilio Vaticano II, es que Marcel Lefebvre reaccionó sin clemencia. Para Marcel, los católicos no estaban sino sucumbiendo a las exigencias del blasfemo Lutero, que en su tiempo propuso lo que la Iglesia se disponía a aceptar.

Para Marcel queda claro que la revolución tiene su origen en el “orgullo de nuestros tiempos modernos”, que se creen erróneamente tiempos nuevos, en donde ya no se escucha la palabra de Cristo, sino que se escucha a la palabra del mundo. Para él, esta actualización, este “aggiornamento se condena a sí mismo”.

En su Carta abierta a los católicos perplejos condena abiertamente el sueño de los liberales, que es casar a la Iglesia con la revolución, que es una unión adúltera de la que no pueden nacer sino bastardos. Lo dice así, con esta contundencia: “el rito de la misa nueva es un rito bastardo, los sacramentos son sacramentos bastardos, ya no sabemos si son sacramentos que dan la gracia o no la dan. Los sacerdotes que salen de los seminarios son sacerdotes bastardos pues no saben lo que son”.

Y denuncia al ilusionismo liberal “¡que asocia palabras contradictorias con la convicción de estar expresando una verdad! A estos soñadores adúlteros, obsesionados por la idea de casar la Iglesia y la revolución, debemos el caos del mundo cristiano que abre las puertas al comunismo”.

En el núcleo de los argumentos defensivos de Marcel siempre hubo una condena del comunismo que es para él “el error más monstruoso que haya salido del espíritu de Satanás”, y critica a la Iglesia su falta de resistencia oficial y que no hayan condenado al comunismo en el Concilio Vaticano II.

Henri

Escribo mucho, mucho más de lo que publico, pero no me considero escritor. No trabajo la lengua; las palabras no son mi materia prima”, dice Henri Lefebvre frente al magnetófono que grabó sus palabras, y que se pueden leer en Les temps des méprises (Tiempos equívocos). Pero en un periodo de más de sesenta años el filósofo escribió más de sesenta libros y un número mayor de ensayos, artículos y conferencias sobre una amplia variedad de temas, ¿evidencia incontrovertible para considerarlo como “escritor”?

Cada día, a las siete de la mañana, en su apartamento de París, Lefebvre se levantaba y preparaba una taza de café y comenzaba a escribir. Escribía durante cuatro o cinco horas seguidas, hasta el mediodía. Después descansaba y daba clases y conferencias. Sus cajones estaban atiborrados de borradores, esquemas y textos incompletos. Pero para él, la escritura tiene que ver con el juego de palabras que niega rotundamente, afirmando la contundencia y seriedad de los conceptos: “No juego con las palabras; y si llego a hacerlo, es al margen y por otros motivos. Tampoco fantaseo con los conceptos, a mi juicio son cosa seria, lo que me redime además de caer en la seriedad solemne”.3

Además, la escritura para él tiene un objetivo muy claro que siempre tiene en mente cuando publica un texto: “convencer y vencer; este objetivo me hace olvidar el medio, el lenguaje del que me sirvo para actuar, y que manejo siempre pensando en el contrincante a vencer…Escribo pues, con y por convicción comprometiéndome, diría que a muerte, sin sostener por ello una teoría literaria o filosófica sobre el compromiso”.4

La convicción de Henri, entonces, es que la escritura convence y vence a través de la seriedad de los conceptos que elabora a fuerza de comprometerse con su causa, siéndole fiel al aparato conceptual que es el arma con la cual se enfrenta con sus enemigos, que cambian a lo largo del camino. En el fondo, dice, “no he sido otra cosa que un escritor político”.

Se describe a sí mismo como “un montón de contradicciones, nudo de conflictos, nudo gordiano… me veo de forma casi nietzscheana como un caos subjetivo; mejor o peor dicho, como una mezcla de flujos sin identidad; un caos de impulsos, imágenes, necesidades y deseos, tendencias que jamás he reprimido, que aún hoy dejo nacer y proyectarse. Siempre he salvaguardado la espontaneidad, no sin riesgos, lo cual es ya un principio teórico”.5

La lucidez de la prolífica obra de Henri está en su persistente trabajo y su compromiso con las contradicciones que nota consistentemente en la realidad y en el pensamiento, que es en el fondo lo que constituye su visión política, su teoría (dialéctica) de la contradicción. Frecuentemente, su obra se divide, un tanto arbitrariamente, en su etapa marxista, su trabajo con la vida cotidiana, y su interés en el espacio, la arquitectura y el urbanismo. Pero para el filósofo tal división resulta un tanto arbitraria y hay que considerar que en realidad hay un “fluido único que recorre el conjunto”, que es su deseo de “restituir la teoría de Marx en toda su integridad y amplitud, intentando al mismo tiempo su aggiornamento después de un siglo de grandes cambios; el materialismo histórico y el dialéctico tan potentes en el plano teórico no se pueden sostener dogmáticamente”.6

Es decir, Lefebvre siempre toma como punto de referencia el pensamiento de Marx y el marxismo no como un sistema cerrado y dogmático, sino como teorías que es necesario actualizar, debatir y reconsiderar a la luz de las nuevas circunstancias históricas y sociales, las mutables series de contradicciones y conflictos.

Segunda tesis: Henri busca actualizar la teoría (marxista) a la luz de los cambios de su siglo y Marcel defiende la continuidad inamovible de la tradición (católica) pese a los cambios de siglos.

Marcel

No es posible fundir principios contradictorios, eso es evidente; no se puede reunir la verdad y el error para hacer de ellos una sola cosa. Esto sólo sería posible adoptando errores y rechazando parcial o totalmente la verdad. El ecumenismo se condena por sí mismo”, proclama Marcel Lefebvre en su continua denuncia del católico liberal, al cual lo caracteriza “la contradicción, una contradicción viva”.7

Marcel se opone al “nuevo” principio ecuménico de la iglesia católica, a su acercamiento a otras religiones, porque dice que queda claro que la verdad es una cosa y el resto cae en el error y esto emana en realidad de que “no puede haber contradicciones en la obra de Dios”.8 Para Marcel habría que regresar a las verdades fundamentales y esenciales de la religión católica, que es la única religión verdadera, en contra de la visión ecuménica que se pone en plan de igualdad con las otras religiones y por lo tanto acepta sus errores y laiciza a todos los Estados. El aggiornamento sería la adaptación al espíritu liberal que pone al hombre en el lugar de Dios, “racionalizando nuestra liturgia”.

A su vez, en relación a la formación de los sacerdotes en los seminarios, Marcel dice que “los modernistas obtuvieron lo que querían y aún más. En lo que se refiere a la enseñanza en los seminarios, hoy se enseña antropología y psicoanálisis, Marx, en reemplazo de santo Tomas de Aquino. Se rechazan los principios de la filosofía tomista en provecho de sistemas inciertos que reconocen ellos mismos su ineptitud, para dar cuenta de la economía del universo, puesto que preconizan ante todo la filosofía del absurdo”.

La respuesta contestataria del arzobispo de Tulle fue la fundación de su propio seminario de formación sacerdotal, bajo el auspicio del obispo de Friburgo, François Charrière. Marcel Lefebvre funda el 1 de noviembre de 1970 en Écône, Suiza, la “Fraternidad Sacerdotal San Pío X”, atendiendo la petición de seminaristas franceses que no querían estudiar bajo el nuevo sistema introducido después del Concilio Vaticano II.

Desde el principio, Marcel y el claustro de profesores del seminario rechazan el nuevo rito romano para la misa y todas las reformas impuestas. Por continuar con la Fraternidad y funcionar en oposición a la nueva doctrina canónica de la iglesia, el papa Pablo VI le prohíbe a partir de 1976 celebrar los sacramentos, pero Marcel todavía sostiene que él está siguiendo la tradición de la “verdadera” Iglesia, no la que había aceptado las ideas perniciosas del Concilio Vaticano II.

En 1988 Marcel consagró a cuatro sacerdotes de la Hermandad como obispos, pues había declarado que el único modelo de la iglesia a seguir era el de Pío X y Pío XII, es decir, los papas que preceden los años del Concilio Vaticano II que comenzó bajo el mandato de Juan XXIII y Pablo VI. El Vaticano, entonces liderado por Juan Pablo II, consideró que el acto de consagrar obispos sin mandato pontificio expreso representaba un acto cismático, por lo que declaró que Marcel Lefebvre y los cuatro ordenados debían ser excomulgados automáticamente.

El decreto de la Congregación para los Obispos dice que “Marcel Lefebvre, arzobispo emérito de Tulle, habiendo (pese a la admonición formal del pasado 17 de junio y a las repetidas intervenciones para que desistiera de su intento) cumplido un acto de naturaleza cismática mediante la consagración episcopal de cuatro presbíteros, sin mandato pontificio y contra la voluntad del Sumo Pontífice, incurrió en la pena prevista por el canon 1364, párrafo 1 [‘El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae’] y por el canon 1382 [‘El obispo que confiere a alguien la consagración episcopal sin mandato pontificio, así como el que recibe de él la consagración, incurren en excomunión latae sententiae’] del código de derecho canónico”.

Resulta irónico que el derecho canónico que defiende acérrimamente Marcel (y un Papa, digámoslo, bastante conservador) es el que finalmente lo condena “automáticamente” a la excomunión, por no modernizarse, por desafiar la autoridad que tanto defendía ante la democratización liberal.

Henri

El marxismo pertenece a un mundo ya pasado, pero designa el mundo que nos acoge”.9 El mundo actual es inconcebible si se deja de lado el marxismo, su historia y las problemáticas que analiza. Es posible caer en dos crasos errores, según Henri: venerar a Marx dogmáticamente y considerar que el marxismo ya no tiene nada que decirnos, que ha muerto.

Sobre todo al principio de su actividad política en la década de 1930, Lefebvre rescata la obra de juventud de Marx y la traduce junto con Norbert Guterman. Ya desde entonces se propone cuestionar las interpretaciones institucionalizadas del marxismo, en particular en el marco del estalinismo, que devienen ideología oficial y rechazan cualquier pensamiento crítico. En concreto, lo que le interesa del pensamiento de Marx son dos hilos conductores: la teoría de la alienación y la del Estado. A ambos temas le dedica tomos enteros que van desde su visión del materialismo dialéctico en obras como El materialismo dialéctico (1939) y Lógica formal. Lógica dialéctica (1947), hasta los cuatro volúmenes sobre el Estado, De l’Etat, publicados entre 1976 y 1978.

Partiendo también del marxismo, como brújula interna, Lefebvre se aventura a indagar filosóficamente acerca de asuntos “triviales” que parecerían ser material de la sociología o de la literatura. En 1946 publica el primero de tres tomos de su Critique de la vie quotidienne (Crítica de la vida cotidiana) a los que les sigue el segundo tomo en 1962 y el tercero en 1981.10 Lefebvre mismo confiesa que descubrió el concepto de la cotidianeidad porque la vida cotidiana se abatió pesadamente sobre él, como sobre tantos muchachos, “al haber embarazado a una chica en el curso de un enloquecido amor romántico. A continuación matrimonio, familia, vida de familia, la profesión y todo lo demás. ¡La prosa del mundo!”11

Esa “prosa del mundo” es lo que aborda filosóficamente, a nivel de conceptos, desde la lente del marxismo pero no sin incluir también su propia experiencia y vivencias entre la metamorfosis de lo cotidiano por el amor y la monotonía de lo cotidiano. La filosofía que solo se ocupa de lo trascendental, el espíritu, la metafísica y piensa que está por encima de lo cotidiano se equivoca, y la crítica de la vida cotidiana nos obliga a analizar lo ordinario para poder transformarlo, en lugar de evadirnos de lo que nos toca habitar y vivir.

En el primer tomo la vida le parece rica, pero el segundo tomo contiene ya una crítica más aguda de lo cotidiano que en el capitalismo es resultado del mundo de la mercancía, de la alienación y de las cadenas de equivalencias, ficticias o reales, que arrastra la uniformidad bajo las diferencias aparentes de las cosas. Lo más interesante del tercer tomo es la introducción al concepto del “ritmanálisis”, que trata de forma pluridisciplinaria los ritmos diferenciados del tiempo.

Marcel

Marcel habla de la tradición como el “depósito de la fe transmitido por el magisterio siglo tras siglo” y que tiene “un carácter intemporal, se adapta a todos los tiempos y a todos los lugares”. Para el teólogo Hans Küng, la excomunión de Lefebvre “ese obcecado de la Edad Media, que admira el pasado régimen de Francia y el actual de Pinochet” no se trata de una tragedia de la Iglesia Católica, sino más bien del “fracaso del aggionamento papal y curial”.12

No sorprende, entonces, que la ultraderecha del Frente Nacional Francés haya apoyado incondicionalmente a Marcel Lefebvre pues, para él, ellos han sabido salvaguardar, “ frente al comunismo ateo y el materialismo decadente, la herencia de los más sagrados valores occidentales”. Hacia el final de su vida, empecinado y excomulgado pero con el poder de su Fraternidad transnacional y sus “cruzadas eucarísticas”, Marcel apoyaba a figuras de la extrema derecha como Jean-Marie Le Pen y abogaba por la restauración de la monarquía francesa. En sus últimos días, lo multaron por un delito de apología del racismo. Y sin embargo, su comunidad, ahora cismática, ganaba seguidores en todo el mundo.

La “Fraternidad Sacerdotal San Pío X” hoy tiene presencia en todo el mundo y cuenta con Seminarios en los cinco continentes. Marcel mismo fundó seis de los Seminarios que operan en Estados Unidos, Alemania, Argentina, Francia y Australia. Pese a que en vida le negaron, en 1977, el acceso a Marcel Lefebvre a México, justo después de que el Papa le prohibiera administrar los sacramentos, hay hoy en el país una Casa de Distrito de la Fraternidad.13

Después del breve periodo en el que el cardenal Ratzinger fue el papa Benedicto XVI y perdonó a los cuatro obispos ordenados de la excomunión, la Fraternidad hoy es sumamente crítica del Papa Francisco y su búsqueda de la unión ecuménica, contra lo cual, dicen, habría que promover “el regreso de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, que alguna vez tuvieron la desgracia de abandonar”.14

Tercera tesis: para Henri importa sobre todo diferenciar los ritmos del tiempo que se producen socialmente, mientras que para Marcel solo hay un tiempo, el eterno, que se conserva siempre mejor en pretérito.

Henri

El interés de Henri por los problemas agrarios a los que se dedicó como investigador durante muchos años lo llevó a considerar la producción del espacio y el fenómeno urbano, la cual es posiblemente su contribución más importante en la filosofía contemporánea, y la que produjo resonancias en otras disciplinas como la geografía, la historia, la sociología o incluso la arquitectura.

Sus indagaciones más ricas reflexionan acerca de la problemática del espacio como eje a través del cual analiza la complejidad del mundo moderno. El resultado de sus reflexiones es un conjunto de seis textos El derecho a la ciudad (1968), De lo rural a lo urbano (1970), La revolución urbana (1970), El pensamiento marxista y la ciudad (1972), Espacio y política (1972) y, finalmente, uno de sus mejores libros, La producción del espacio (1974).15

Lefebvre desarrolla a lo largo de estos años el marco teórico del materialismo dialéctico a la luz de las nuevas contradicciones y conflictos sociales suscitados por el capitalismo, las formaciones ideológicas y de conocimiento científico, el proceso de urbanización acelerado del siglo XX y las nuevas formas en que ahora se puede ver la alienación.

Los saberes y las ciencias fragmentaron durante siglos el espacio en virtud de postulados metodológicos simplificados, la práctica en la sociedad pero el modo de producción capitalista inventó la planificación espacial e hizo del espacio un regulador homogéneo. Por consiguiente, el espacio es tanto homogéneo como fragmentado: el espacio uniforme de las carreteras, autopistas, comunicaciones, los medios de comunicación y el espacio resquebrajado, vendido por lotes pequeñísimos, como parcelas individuales.

Para Henri era necesario ir más allá del esquema según el cual el espacio vacío preexiste a aquello que lo ocupa y hay que distinguir entre el espacio físico, mental y, sobre todo, social. “El espacio (social) es un producto (social)16 dice Henri en su libro cumbre, La producción del espacio.

Si se considera al espacio como un producto social, entonces hay que examinar la forma en que cada sociedad produce su propio espacio, con ciertas prácticas espaciales, representaciones del espacio y espacios de representación. Así analiza entonces el espacio de fines del siglo XX que le tocó presenciar bajo la revolución del capital: “Expresa una estrecha asociación en el espacio percibido entre la realidad cotidiana (el uso del tiempo) y la realidad urbana (las rutas y redes que se ligan a los lugares de trabajo, de vida ‘privada’, de ocio). Sin duda, esta asociación es sorprendente pues incluye la separación más extrema entre los lugares que vincula”.17

Este espacio del capitalismo que se debate entre la velocidad de las telecomunicaciones y el internet y la parcelación obsesiva de las propiedades para obtener ganancias es en el que vivimos. Hoy, la influencia de La producción del espacio está en autores tan diversos como David Harvey, Fredric Jameson, Doreen Massey o Edward Soja.

Cuarta tesis: Marcel creó su propio espacio (cisma de por medio), producto social de la resistencia al cambio en las prácticas eclesiásticas que se mal-modernizaron y Henri nos legó formas de leer las contradicciones de las producciones espaciales en general.

Henri y Marcel

Henri Lefebvre considera a la contradicción como el núcleo y el principio fundamental que anuda su visión filosófica marxista: “las contradicciones mudan; y no dispongo de otros medios para seguir el hilo que me guía en el laberinto, para concretar la contradicción que emerge como esencial, la más dolorosa”.18 A Marcel Lefebvre lo guía la certeza opuesta, desde el púlpito en el que todavía oficiaba misas en latín: “No es posible fundir principios contradictorios, eso es evidente; no se puede reunir la verdad y el error para hacer de ellos una sola cosa”.19

Ambos defendieron acérrimamente, hasta la excomunión o hasta la marginación, sus principios: el de la pureza de la tradición y la fe inmodificable y eterna, y el de las contradicciones de la dialéctica entre lo concebido y lo vivido que guía una visión crítica de la realidad. Se les puede considerar a ambos como síntomas de dos posturas que emergieron en el siglo XX y que entraron en conflicto al pensar cuestiones elementales como el tiempo, el espacio, el lenguaje y lo cotidiano.

Estoy segura de que los dos Lefebvre me condenan y que se van a aparecer en mis pesadillas por atreverme a contrastarlos en este pequeño experimento. Pero me queda este consuelo, cortesía de Lenin: “La unidad (coincidencia, identidad, equivalencia) de los contrarios es condicional, temporal, transitoria, relativa. La lucha de los contrarios, mutuamente excluyentes, es absoluta, como es absoluto el desarrollo, el movimiento”. Así pues, que sea esta unidad producto de un equívoco y de una serie de coincidencias (des)afortunadas pero que sigan en movimiento y en lucha los principios que conforman nuestra realidad, porque la verdadera riqueza está en las formas de pensarla.


Marcel Lefebvre murió hace treinta años, el 25 de Marzo de 1991. Henri Lefebvre murió casi tres meses después, el 28 de junio de 1991, hace también treinta años.


P.D. El día en que revisé este texto, 15 de Marzo de 2021, encontré el obituario de un tal Marcel Henri Lefebvre, que murió en Marzo 15 de 2009 en Marintown, Ontario, Canadá. ¿Será acaso Marcel Henri Lefebvre la síntesis de este texto?


1 Marcel Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos, https://www.fsspx-sudamerica.org/sites/sspx/files/cartaabierta_1.pdf

2 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, Trad. José Francisco Ivars y Juan Isturiz Izco, Barcelona, Editorial Kairós, 1976, p. 26.

3 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p. 7.

4 Mi énfasis. Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p. 7.

5 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p. 9.

6 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p. 9.

7 Marcel Lefebvre, “‘Soy yo, el acusado, quien tendría que juzgaros’. Comentarios de los Documentos Pontificios que condenan los errores modernos”, https://www.fsspx-sudamerica.org/sites/sspx/files/actasmagisterio_0.pdf

8 Marcel Lefebvre, El misterio de nuestro Señor Jesucristo, https://www.fsspx-sudamerica.org/sites/sspx/files/misterionsjc.pdf

9 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p.183.

10 Hasta la fecha, no se han traducido al español estos volúmenes fundamentales de la obra de Lefebvre.

11 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p. 207.

12 Hans Kung, “El cisma de Lefebvre”, El país https://elpais.com/diario/1988/07/15/opinion/584920809_850215.html

15 Todos estos libros están traducidos al español en diversas ediciones, hay que destacar la labor de Mario Gaviria, alumno y después amigo de Lefebvre, en la difusión de la obra del autor francés en español.

16 Henri Lefebvre, La producción del espacio, trad. Emilio Martínez Gutiérrez, Madrid, Capitán Swing Libros, 2013, p.97.

17 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos p.236.

18 Henri Lefebvre, Tiempos equívocos, p.10.

19 Marcel Lefebvre, Carta abierta a los católicos perplejos. https://www.fsspx-sudamerica.org/sites/sspx/files/cartaabierta_1.pdf