Los caprichos de la lengua. El idioma materno de Fabio Morábito.
Titulo: El idioma materno
Autor: Fabio Morábito
Editorial: Sexto Piso
Lugar y Año: México, 2014
La guía de estas pequeñas estampas, casi “ensayínimos” —si es que alguien ya ha acuñado el término— son los devaneos del autor, consecuencia de ese ocio contemplativo que tanta falta le hace a nuestro acelerado ritmo de vida actual. Estas prosas se antojan producto de la observación pausada, de las conversaciones con amigos de costumbres exóticas —como aquel que subraya libros obsesivamente en el texto “La vanidad de subrayar”— o de lecturas y libros a las que Fabio Morábito ha vuelto una y otra vez (“Gregorio Samsa”, “La hoguera”, entre otros) aunque sólo fuera con la pura intención de leer más a detalle en un futuro indeterminado (“Ana Karenina”). En ocasiones, el recuerdo abre la puerta a la especulación imaginativa, como en el texto “Coctel de bienvenida” donde la fantasía infantil se desata y contagia los deseos adultos.
Los deliciosos devaneos de Fabio Morábito ponen de relieve su perspectiva íntima sobre la escritura, ese ejercicio metódico y disciplinado que también encuentra su origen en un estado de inocencia, como lo llamaría Edgar Bayley. Algunas consideraciones y preocupaciones lingüísticas salen frecuentemente a la luz, casi siempre ligadas a la materia inasible de la poesía, que como dice el autor “en cierto modo lleva esta sordera vigilante de los traductores simultáneos y de los correctores a su grado más refinado”. Morábito afirma que la poesía es “huidiza y engañosa”, se esfuerza por recordarnos que “en rigor, las letras de una palabra no existen, porque el fonema es una abstracción”. Aunque ya otros autores hayan indagado en estos terrenos, lo interesante es la manera en Fabio Morábito logra presentar esos problemas del lenguaje como asuntos de la vida cotidiana. Hay en El idioma materno un tono autobiográfico que impone una voz personal y sincera a todos los textos que componen el libro, de manera que lo anecdótico siempre está presente. Como si estuviéramos manteniendo una agradable conversación con un amigo, nos enteramos que su esposa habla un idioma lejano y lo usa todavía para comunicarse con su hermana. También nos cuenta que cree haber perdido algo de capacidad auditiva y nos declara que su primer amor fue un niño hermoso de facciones delicadas y femeninas durante sus primeros años de escuela. Pero estas vivencias le sirven para decir, por ejemplo, que la escritura probablemente fue inventada por los sordos, conjetura tan paradójica como divertida. O bien, indagar en la relación entre traición y escritura.
En la más rica tradición ensayística de Montaigne, los textos de El idioma materno tampoco dejan de ser narraciones. Algunos son protagonizados por el autor/narrador a manera de confesión, otros son absolutamente ficcionales como en “El Gran Políglota” donde imagina un hombre que supera los doscientos años, conoce miles de lenguas, pero poco a poco se le caen a pedazos porque ha olvidado la primigenia, la original. En ese cuento Morábito construye un personaje monstruoso y trágico; logra que lo absurdo se convierta en el eje de su tragedia: habla tantas lenguas que en el fondo no puede conocer ninguna. Paradójico como la criatura de Frankenstein, que resulta más humano que su propio creador, su personaje le sirve para ensayar dónde se encuentra la vida palpitante de la lengua y concluye: en la práctica. En “El último hablante” al autor se le antoja crear un personaje en cuya voz reside la memoria histórica de su pueblo. Sin embargo, para la desgracia de los lingüistas, este hombre, además de un poco sordo, es tartamudo. Así, el narrador se pregunta qué idioma es el que recuerda, el que habló su comunidad o el propio, contagiado de pausas.
A través de la yuxtaposición de recuerdos, o bien de conceptos, incluso figuras, Fabio Morábito nos ofrece una tercera ruta semántica, una relación precisa, pero que habíamos pasado desapercibida. Así, en “Ladrón y centinela”, primero encontramos que el mecanismo detrás de su escritura tiene la disciplina y precisión del reloj despertador que lo levanta todos los días puntualmente a las 5:30AM. Luego hace un puente natural hacia la condición de los ladrones y los centinelas. Un ladrón, afirma Fabio, se parece a su enemigo el centinela en el acto de la vigilancia minuciosa: uno para robar y el otro para evitar el atraco. Pero el escritor, en su oficio, “en cierto modo los fusiona porque protege y roba (…) soy el que protege, pero también el que acecha, el que le cuida la espalda a los otros y el que escribe a sus espaldas, la cabeza siempre inclinada a la escritura, como sólo la escritura es capaz de inclinar una cabeza”. La comparación aparentemente disímil entre el ladrón y el centinela le sirve para precisar su poética, el hábito madrugador para hilvanar las palabras poco antes del amanecer, como quien vigila el sueño de los demás.
Quizás el mayor logro de esta antología de prosas libres es, paradójicamente, la regla a la que Morábito se ciñe con respecto a la extensión. Los textos no rebasan los dos mil caracteres, a petición del periódico El Clarín de Buenos Aires, donde originalmente se publicaron en entregas mensuales. Consciente de tener esta limitante elige regularmente un solo tema, que incluso puede repetirse en otros textos, pero siempre tomándolo de diferentes aristas. En la brevedad está contenida su visión de la escritura, la vocación literaria, la lectura, la oralidad, los bloqueos artísticos, ponderaciones sobre los sordos y los mudos, todo impreso con el sello de la buena prosa, sin ser conclusivo, abriendo la discusión para contagiarnos a los lectores su gusto por la indagación, como si el verdadero hilo conductor de este libro fuera la incertidumbre, antídoto contra la repetición. Con un estilo de vaivenes, indagaciones, preguntas retóricas, fantasías desmesuradas y arrebatos fabuladores, los ochenta y cuatro textos que forman El idioma materno ofrecen hallazgos placenteros mientras despiertan la capacidad imaginativa del lector. Sin duda, uno de los mejores libros que abre un brillante resquicio en el mundanal ruido de las mesas de novedades.