Tierra Adentro
Marcel Proust

Titulo: Contra Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana

Autor: Marcel Proust

Traductor: Amelia Gamoneda

Editorial: Tusquets

Lugar y Año: México, 2013

Edición y prólogo: Antoni Marí y Manel Pla

Titulo: Proust

Autor: Samuel Beckett

Traductor: Juan de Sola

Editorial: Tusquets

Lugar y Año: México, 2013

En 1904 se conmemoró el centenario del nacimiento del escritor Charles-Augustin Sainte-Beuve. Como es de esperarse, hubieron grandes homenajes y elogios por doquier que a Marcel Proust le parecieron desproporcionados y entonces empezó a pensar “en lo que [Sainte-Beuve] ha pecado a mi juicio como crítico y como persona”. A partir de entonces se propone escribir en un libro sus ideas “acerca de lo que deben ser la crítica y el arte”. Sainte-Beuve fue el creador del “método biográfico” pues creía que existe una congruencia armoniosa entre vida personal y obra: “¿Cuáles eran sus vicios [del escritor], sus flaquezas? Ninguna de las respuestas a estas preguntas es ociosa al juzgar al autor de un libro y al libro mismo”, estipulaba. En el libro que empezó a tener en mente, Proust contrapone a la fría inteligencia el recuerdo involuntario (que la famosa madalena mojada en el té puede desatar), gracias al cual todo el secreto de un pensamiento se liberará.

Durante unas vacaciones en la costa bretona en 1895, Proust había aventurado una novelita, Jean Santeuil, que quedó inédita. Según Edmund White (en Proust, Mondadori, 2001), Jean Santeuil “está escrito a trancas y barrancas, abunda en cóleras y entusiasmos efímeros, contiene varios bosquejos de una misma escena y en sus cientos de páginas no se desarrolla un tema ni hay incidente que produzca secuela. Los personajes desfilan como comparsas pero no cobran densidad ni perduran en la imaginación”. Esa novela fallida fue un paso necesario para que Proust concibiera mejor el estilo y el tono de En busca del tiempo perdido: son opuestos, radicalmente distintos, lo que hace tener una mejor perspectiva de la evolución en la escritura de Proust y del valor de la segunda novela.

A principios de 1908, Proust empezó a concebir su libro contra Sainte-Beuve. En una carta del 5 de mayo de ese año a Louis d’Albufera, le cuenta sobre el proyecto: “Un estudio sobre la nobleza, una novela parisina, un ensayo sobre Sainte-Beuve y Flaubert, un ensayo sobre las mujeres, un ensayo sobre la homosexualidad (difícil de publicar), un estudio sobre las vidrieras, un estudio sobre las piedras sepulcrales, un estudio sobre la novela”. ¿Cómo meter todos esos temas en una sola novela? ¿En una novela o en un ensayo? Y en diciembre de 1908 en otra carta, esta vez a su amigo Georges de Lauris, Proust le reitera: “Voy a escribir algo sobre Sainte-Beuve. Tengo más o menos dos artículos en mente (artículos de revista): uno es un ensayo de forma clásica, el ensayo al estilo de Taine de menor envergadura; el otro comenzaría con la historia de una mañana: mamá vendría a mi cama y yo le hablaría del texto que quiero escribir sobre Sainte-Beuve, y desarrollaría la idea para ella”. Proust tiene claro el género que quiere escribir (“es una auténtica novela, y en algunas partes una novela extremadamente impúdica”, le escribe en una carta al editor del Mercure de France) y tiene las ideas en mente pero, aunado a los ataques de asma que lo postran todo el día en cama, serán circunstancias ajenas las que lo harán desistir.

Finalmente, a principios de 1909, Proust empieza a escribir propiamente el libro contra Sainte-Beuve y entonces propone unos adelantos para el Mercure de France y para Le Figaro, pero los editores se los rechazan (él cree que es porque la novela les pareció “indecente”). A partir de 1910, empieza a olvidarse de ese libro y emprende la escritura de En busca del tiempo perdido, en el que retomará muchas de las páginas de Contra Sainte-Beuve: en éste ya le llama Combray al pueblito paterno de Illiers, donde pasaba algunas temporadas durante su infancia; el memorable inicio de los problemas para dormir del Marcel de En busca… aparece bosquejado en las primeras páginas del libro contra Sainte-Beuve; mezcla el ensayo con la novela, “una de las principales corrientes del siglo XX: fusionar la autobiografía y la ficción” (White) y ya hace su aparición el estilo detallado y serpenteante característico de En busca del tiempo perdido que sus conocidos llamaban burlonamente “proustificar” (proustifier).

Después de la muerte de Proust (en 1922), varios editores se han quebrado la cabeza para ordenar los manuscritos de Jean Santeuil y Contra Sainte-Beuve, lo cual lleva a preguntarse qué tan viable es publicar los inéditos, sobre todo cuando se tiene la obra en la que esos dos se consolidaron. Bernard de Fallois publicó en 1954 la primera edición de Contra Sainte-Beuve, editando a su antojo los cuadernos de Proust que le dejó revisar la sobrina del autor; lamentablemente, después esos cuadernos se perdieron y por eso esa edición quedó como la única referencia. En 1971, apareció la edición de la Pléiade que “descarta los fragmentos narrativos y sólo incluye los estrictamente ensayísticos”, lo cual se contradice con la intención que Proust manifestó varias veces en su correspondencia. Tuvo que ser la edición alemana de 1997 la que pusiera en orden las dos anteriores tomando en cuenta, también, la edición del eminente proustianista Jean-Yves Tadié de En busca…, y fijar (en el sentido filológico del término) así la edición más decorosa de Contra Sainte-Beuve; en esta edición se basa la que ahora se ha publicado en lengua española editada por Marí y Pla. El ensayo contra Sainte-Beuve retoma el método del diálogo socrático: él y su madre hablan de la obra y teoría del célebre crítico francés una mañana después de que el protagonista no ha podido conciliar el sueño. Es así como la “auténtica novela” se convierte en una novela de ideas, es decir, la mezcla de géneros que se proponía desde que tenía el proyecto en mente y que tanto le valora White: “cuando se acabe el libro, se verá (eso quisiera) que toda la novela no es más que una puesta en práctica de los principios del arte expresados en esta última parte”, dice en la carta al editor del Mercure de France.

El principal alegato de Proust en contra del método de Sainte-Beuve es que la vida no puede explicar la obra. Lo paradójico del caso es que muchos de los estudiosos de la obra de Proust han tenido que sumergirse en su vida para dilucidar En busca del tiempo perdido: que si el demandante beso de buenas noches a la madre realmente se lo exigía; que si el barón de Charlus tiene rasgos del conde Robert de Montesquiou; que si madame Lamaire es la tiránica madame Verdurin; que si madame Strauss es la duquesa de Guermantes; que si Odette es la trasposición femenina de Reynaldo Hanh, a quien le hace las mismas escenas de celos; que si Albertine es, a su vez, la de su chofer, Alfred Agostinelli, etcétera… En congruencia con esa idea de Proust (contraria a la de Sainte-Beuve), Derwent May dedica su libro Proust (FCE, 1986) a marcar la diferencia entre Marcel, el personaje-narrador de En busca del tiempo perdido, y Marcel Proust el autor, que aunque se llamen igual son dos entidades distintas.

Por su parte, Samuel Beckett publicó en 1931 uno de los primeros ensayos sobre la obra cumbre de Proust. Beckett se ofreció a escribir ese ensayo cuando una editoral buscaba quién lo hiciera. Según Beckett, los personajes de En busca del tiempo perdido están regidos por el tiempo, “son víctimas como lo son también esos organismos inferiores que sólo tienen conciencia de dos dimensiones y de pronto se ven confrontados con el misterio de la altura: son víctimas y prisioneros”. La vida está regida por el tedio y el sufrimiento, como en un péndulo, se va de una a la otra y lo único que nos puede salvar de esa vida es la “salvación casual y efímera”: la memoria involuntaria que tanto repetirá Proust en su novela, sólo allí, dice Beckett, “existe una impresión real y una única forma adecuada de evocación”.

Como se ve, en las escrituras fallidas, primero, de Jean Santeuil y luego en la frustrada de Contra Sainte-Beuve en realidad está el germen de Por el camino de Swann (y de todo En busca del tiempo perdido), que empezó a circular hace cien años, un 14 de noviembre de 1913.