Tierra Adentro

En estos tiempos aciagos, en los que la incertidumbre, la desconfianza, el hartazgo y el odio se han adueñado de México. En los que la lejanía entre el pueblo y el siniestro gobierno es más latente que nunca, es conveniente recordar que hay algo en lo que este país siempre ha estado de acuerdo; un objetivo único y colectivo que nos ha unido por décadas y que invariablemente demuestra que cuando la sociedad mexicana supera sus diferencias no hay demanda que se le niegue. Más allá de la democracia, de la justicia, de la educación y de la lucha por construir un gobierno digno, más allá de los diferentes intereses e ideologías en juego, hay algo que todos los mexicanos queremos: y eso es que nos bailen la pelusa.

No importa la raza, el credo, la condición económica ni la religión. No importa si es por aquí, por allá, por delante o por detrás, todos queremos que nos bailen la pelusa, y de preferencia que la bailen suavecito y rico, rico, rico, rico, rico. 

Somos un país de contrastes y divisiones. Una sociedad en la que el progreso se ha visto detenido y estancado por riñas y diferencias añejas, pero que a pesar de todo ha sabido unirse y olvidar los conflictos cuando las circunstancias así lo requieren —y muy especialmente cuando las circunstancias requieren que se baile la pelusa—. Es lo mismo si se es de izquierda o de derecha, liberal o conservador, corrupto u honesto, no hay persona, institución o poder que se resista a bailar la pelusa cuando el pueblo unido se lo ordena.

Allá por el sureste se baila la pelusa, también en todo el norte se goza la pelusa. Incluso los medios de comunicación, los chicos de la radio, te ponen la pelusa. ¿No es obvio que ni la historia, ni los símbolos patrios ni los discursos gastados y llenos de lugares de comunes nos lograrán unir de la misma manera?

Vivimos en una época de corrupción e impunidad, en una era en la que el mexicano de a pie tiene cada vez menos razones para sonreír, pero en la que a pesar de todo existen personas que ponen buena cara. Casos como el de Violeta, que baila en la placeta, en los parques y en las banquetas, y que a pesar de los escándalos y de la subida del dólar nunca pierde la chaveta. Está Chatita, simpática y bonita, que saca la lengüita y en su baile siempre grita y que, sin importar el precio del petróleo, no se cansa de bailar.

¿Será que ha llegado la hora de unirnos nuevamente como nación, alzar las manos y pedir a coro que nos bailen la pelusa?, ¿será que en esta simulación de democracia la única manera de que nos escuchen, es exigiendo que la bailen suavecito?, ¿hemos olvidado que además de estar obligado a guardar y hacer guardar la constitución y las leyes que de ella emanen, y a desempeñar leal y patrióticamente el cargo de presidente de la república mirando en todo por el bien y la prosperidad de la unión, nuestro primer mandatario está también obligado a bailar la pelusa, y que si así no lo hiciere, como nación se lo podemos demandar?

El gobierno y el presidente se quejan de que no aplaudimos, pero eso es porque aún no han cumplido con nuestra principal demanda, ésa que en el fondo todos queremos: que nos bailen la pelusa. Pelusa por aquí, pelusa por allá. Pelusa por delante y pelusa por detrás.