Lo lingüístico es político (Putsktu’u: Ja putsk jëts ja tu’u)
No elegimos la lengua con la que entramos a narrar el mundo, cuando podemos decir algo al respecto hemos tomado ya los caminos gramaticales a recorrer, el ordenamiento básico de los constituyentes de la oración, las distintas maneras en las que se retiene el aire en la cavidad oral para producir los sonidos, las maneras en las que puedo clasificar sustantivos (dos en español, cinco en mixteco, catorce en jacalteco) y las palabras para nombrar los conjuntos de referentes en el mundo, la palabra “carne” en español me basta para referir a la carne viva humana como a la carne de un animal que ingiero mientras que en mixe (lengua de la familia lingüística mixe-zoque), o en inglés, necesito dos elementos: ne’kx/tsu’utsy, flesh/meat respectivamente.
No creo que esta imposibilidad de elegir se relacione de algún modo con el hecho de que no estamos conscientes de cómo funciona el andamiaje oculto de una lengua que es la gramática. Aún así, deseo relacionarlas. La imposibilidad de elegir una lengua es al menos una reminiscencia de la incapacidad de saber cómo funciona su gramática por el mero hecho de hablarla. No necesitamos saber que el español tiene un sistema de alineamiento nominativo-acusativo para utilizar tal mecanismo en nuestras interacciones lingüísticas cotidianas. Como escribía José Saramago: “Mi cerebro sabe de mí, yo no sé nada de él”, podríamos decir también “Mi gramática me narra a mí, no puedo narrar nada de ella”. A modo de contrapunto, y a diferencia de los sistemas de comunicación de otras especies, el lenguaje humano tiene como una de sus características principales la capacidad de hablar sobre sí mismo, un sistema de signos que puede comunicar las características del signo mismo, función metalingüística como la que estoy ejerciendo ahora mismo con el nombre con el que lo bautizó Roman Jakobson. No es necesario saber del funcionamiento interno de una lengua pero, si quiero, puedo utilizarla para hablar de eso mismo.
No hace falta reflexionar sobre la estructura de la lengua que empapa casi todas nuestras interacciones cotidianas y el discurso interno del pensamiento que no es necesario oralizar. No podemos elegir el sistema de signos particular con la que haremos estas tareas fundamentales, no es posible elegir cuál de todas las lenguas existentes vamos a aprender, desarrollar o adquirir (según su teoría de adquisición del lenguaje favorita). Sin embargo, cuando ya hemos adquirido una lengua no elegida, esta lengua llega a nosotros atravesada de hechos, implicaciones y comportamientos sociales más complejos que la gramática misma.
De las aproximadamente siete mil lenguas que se hablan en el mundo, según datos proporcionados por Joseph Lo Bianco en el libro Voices From Phnom Penh. Fevelopment And Language: Global Influences And Local Effects, aproximadamente el 0.2% de la población mundial habla casi la mitad de ellas. Esta proporción se relaciona, o la relaciono aquí, con el hecho de que los pueblos en los que casi la mitad de la diversidad lingüística del mundo está depositada, son pueblos que quedaron encapsulados dentro de países, Estados-nación, que les niegan casi siempre la capacidad de autodeterminación. Las lenguas que hablan estos pueblos, que no alcanzaron a constituirse en países independientes por diversos motivos, se enfrentan a la ideología de Estados-nación únicos y homogéneos en los que la diversidad de lenguas ha sido tratada casi siempre como una amenaza. Un Estado, un país, una bandera, un himno, una sola lengua.
Existen aproximadamente 200 países en el mundo y en la mayoría de ellos el Estado utiliza y valida, de alguna u otra manera, el uso de una sola lengua. Son 200 lenguas de Estado y un poco más si consideramos los pocos Estados que validan más de una lengua, el resto de los siete mil idiomas existentes no están respaldados por un “Estado y por un ejército propio”, parafraseando ahora al filólogo Max Weinreich. El resto de las siete mil lenguas existe contra el Estado y a pesar de él. El lingüista Michael Launey habla de cómo toda lengua que no sea la lengua de Estado se convierte, en el contexto actual, en una lengua en riesgo de desaparición; el problema, decía él, es “la existencia de países multilingües con Estados y gobiernos monolingües”.
El Estado-nación por excelencia, Francia, tiene, además del francés, otras doce lenguas más que se hablan en su territorio. Esta diversidad no es algo que escuchemos frecuentemente; la clave de esta especie de negación velada pero persistente, tal vez está en la respuesta que la Academia Francesa dio hace seis años a la petición de incluir a las lenguas regionales de Francia en la Constitución: “nos negamos porque incluirlas atenta contra la identidad nacional”.
Esta respuesta no podía ser más elocuente. Explica que la mera existencia de lenguas distintas de las que los Estados validan son una afrenta a su existencia como naciones homogéneas. La diversidad lingüística interna de los países destruye la idea de que están constituidos por naciones únicas, con un pasado glorioso compartido, con una sola lengua y pone en evidencia el hecho de que al crearse, los Estados crearon naciones homogéneas ficticias a golpe de ideología y de símbolos que son narrados en una lengua única. La existencia de lenguas distintas cuestiona la equivalencia: un Estado-nación. El resto de las siete mil lenguas que no son las 200 y algo más que los Estados legitiman, subsisten encapsuladas dentro de los países en una relación tensa y subversiva. A muchas de ellas se les llama “lenguas indígenas”.
La creación del Estado mexicano no ha sido la excepción. En 1820, aproximadamente el 70% de la población mexicana hablaba una lengua distinta del español, después de 300 años de Colonia. 200 años después, en la actualidad sólo el 6.5% de la población habla una lengua distinta del español. ¿Cómo pudo el Estado mexicano disminuir tanto la proporción de hablantes de estas lenguas? Al parecer, al igual que la Academia Francesa, determinó que la existencia de la diversidad lingüística atentaba contra la recién creada “identidad nacional” y se dio a la tarea de castellanizar con todas las implicaciones que se pueden derivar. Los castigos corporales, sicológicos y simbólicos acompañaron el proceso y tuvieron como resultado una disminución más que significativa de los hablantes de lenguas distintas a la lengua de Estado. No haré aquí una lista de esos castigos que, en varios casos, siguen aplicándose. Hacer homogéneo lo diverso impacta los actos de habla de todos, de los niños que son alfabetizados y escolarizados en una lengua que nunca antes nadie les enseñó y de la población que habla español y que no puede acceder a un multilingüísmo aparentemente dado, cercano. Es elocuente que en uno de los onces países con más lenguas en el mundo sea monolingüe en español.
No es de extrañarse que justo ahora, en el epílogo de las creaciones de los Estados-nación y de la división política del mundo como lo conocemos, es decir, por países, las lenguas están desapareciendo a un ritmo nunca antes visto. El Catálogo de Lenguas Amenazadas reporta que en promedio muere una lengua cada tres meses y la UNESCO calcula que, de seguir las tendencias actuales, la mitad de las lenguas del mundo habrá desaparecido en los próximos cien años. Tal vez, y sólo tal vez, esto no sería tan grave si detrás de esa desaparición no existieran violaciones a los derechos humanos de los hablantes y si la pérdida de una lengua no fuera un proceso violento.
En un contexto así, todo acto lingüístico se convierte en un acto político. Los dados verbales están cargados aun cuando no estemos conscientes de eso, cuando elegimos pedir un boleto en el metro o escribir la reseña de un libro. De esto podemos estar muy conscientes cuando interactuamos en lenguas que el Estado no ha elegido como legítimas. En ese caso, los actos de habla están envueltos en una red de significaciones que van siempre más allá de los significados lingüísticos.
Las crónicas de padres que deciden hablar español a su hijo para evitar que adquiera una lengua discriminada se revelan más que elocuentes. Pocas relaciones me parecen más personales que aquellas que se establecen entre padres e hijos en los primeros años de infancia, esas relaciones están atravesadas de hechos lingüísticos y negarse a realizarlos en la lengua que te atraviesa el pensamiento y la vida, tu lengua materna, para evitar que tu hijo la adquiera, me parece de una violencia aguda. Por contraste, es difícil que este hecho, frecuente en lenguas indígenas, ocurra en el caso del español, aún no conozco a nadie que en la ciudad de México decida controlar el natural impulso de hablarle a su hijo en español y hacerlo más bien en un precario ruso para evitar que aprenda la lengua materna de los padres. El español como lengua no es el problema y esto es evidente cuando nos enfrentamos a casos de hispanoparlantes en Estados Unidos que deciden no interactuar con sus hijos en su lengua materna para hacerlo en un inglés precario. Se evidencia así que la lengua del Estado allá no es el español y el español se erige entonces como una lengua a pesar del Estado. No hablar en tu lengua materna para evitar la discriminación puede privar de los detalles, los giros sutiles y las argumentaciones elaboradas; se erigen mares de silencios y se privilegian actos de lengua pragmáticos. Las relaciones personales mediadas por el uso del lenguaje están entonces profundamente politizadas.
Llevando esta premisa hacia otros terrenos, la propia investigación científica se ve alcanzada. A diferencia del gran número de estudios gramaticales que se realizan en las lenguas de Estado, las gramáticas de lenguas distintas son escasas, por decirlo de algún modo. Saber que el sistema de alineamiento del maya es ergativo-absolutivo parece ser, digamos, más complicado.
Las maneras en las que se ejerce la función poética en las lenguas del mundo también tampoco son inmunes: hablantes de lenguas indígenas escriben en sus propios idiomas experimentando con géneros propios de la tradición occidental, novelas en maya, teatro en náhuatl, libros de poemas en zapoteco, ensayos en mixe. Los mecanismos son también parecidos, instauraciones de premios, encuentros, presentaciones de libros. Sin embargo, todo eso se realiza por medio en una categoría distinta y exclusiva llamada literatura indígena. Literatura que se opone a la que se hace en español. Premios literarios distintos para lenguas no validadas por el Estado, convocatorias especiales creadas para todas las lenguas discriminadas sin importar que tras la categoría se oculte una diversidad de once familias de lenguas tan distintas entre sí como el chino y el inglés, con mecanismos gramaticales y poéticos tan distintos que no soportan ninguna agrupación. Las antologías de literatura mexicana sólo incluyen a Netzahualcóyotl, Axayácatl u otras creaciones correspondientes a la época prehispánica a las que sería difícil aplicar el término “literario”. La no validación del Estado se naturaliza y perpetúa la distinción entre lenguas indígenas y el español hasta límites insostenibles, absurdos. Esto sucede cuando se habla de creación literaria escrita en géneros propios de Occidente como un ejercicio intercultural, aunque ciertamente no es la única manera de ejercer poética en las distintas lenguas mexicanas. La tradición oral y sus mecanismos quedan lejos aún y en esta distinción binaria, lenguas indígenas y español, se pierden posibilidades como experimentar en español con géneros y mecanismos propios de lenguas como el zapoteco o el maya: si novelas en mixteco, entonces libanas en español. El quehacer literario en tanto lingüístico es político. La función poética y sus posibilidades de experimentación en ambientes multilingües están insospechadamente condicionadas por una distinción política: lenguas de Estado, lenguas a pesar del Estado.
En una charla ya legendaria en TED Talks, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichi advertía sobre los peligros de una sola historia; me parece que la existencia de lenguas que han sobrevivido a los Estados-nación conjuran el peligro de una sola historia en el mundo, de un solo camino gramatical predeterminado con cuál narrarnos y de una sola poética posible. Podemos hablar de diversidad de lenguas como de mecanismos poéticos, podemos hablar de hipérbaton o de difrasismos, de ensayos o de parangones. Por fortuna, aún.
Quiero ahora ir más lejos, el discurrir interno de mi pensamiento también se encuentra atravesado por la valoración política de las lenguas que intervienen y la experiencia que he tenido con ellas. Si pienso en español cuando hago operaciones matemáticas es porque en esa lengua y, no en la que hablaba, me enseñaron a hacerlas, si las reflexiones sobre el pasado y los estados de ánimo transcurren en mixe es por las experiencias que las asociaron a esa lengua. Me pregunto sobre el discurso interno de algunos niños que ahora pueden tomar clases en la lengua que hablan y que pueden leer un libro de nanociencias y nanotecnologías en mixe. Para mí pensar en mixe esos temas supone todavía un esfuerzo considerable.
El uso de las lenguas, cualquiera de ellas, no es un acto aséptico en este contexto. Lo lingüístico es profundamente personal y cómo ya lo dijeron las mujeres del Women’s Liberation Movement de los años sesenta: lo personal es político. Se repite como un mantra del feminismo y explica que los comportamientos cotidianos, personales no escapan a la configuración de las relaciones de poder. En ese sentido, hablar una lengua es político, escribirla es político, ensayar en ella también.
Putsktu’u: Ja putsk jëts ja tu’u
Yeny jënmä’äny ëjts tëë npiky. Tsyää te’n ëjts tu’uk ää majtsk ää n’ukmatya’aky, ja njënmä’äny n’ukyaky. Ku n’ukkäjpxë’n, ku n’ukmatyääjkë’n, majtsk ëjts ja jujky’äjtë’n n’akyo’oyy, ja jujky’äjtë’n te’ep ojts tsyo’nta’aky ku ja nputsk ojts y’akpiky ta ojts nääjxjetpy y’aknëtäjy, jëts ja jujky’äjtë’n te’ep ojts jam akäts y’etjotp n’akyujy. Majtsk ja jënmä’äny, majtsk ja ää ayuujk, majtsk ja xontääjkë’n, majtsk ja jotmay.
Atom, ayuujk jä’äy, ejtp te’n n’anä’änyë’n: “jamyats ja mputsk, ke xjatyëkeyy mää ja mputsk tëë tyany”. Ejtp yë putsk y’aknëjënpity, ejtp yë putsk y’akjamyetsy. Ku ëjts ja nnan ntajotmayy, ku ëjts yuuj xpääty, ku ëjts ja n’änmëjä’än y’amutsk, ja ää ayuujk te’ep ojts ëjts jayeen n’akyujy, ja te’n jënpëtsëmp, ja te’n jajp n’ääjotp mujxp.
Ku atom ntääk nye’kxjotp ntsënä’äyë’n, ja putsk ja mëjk’äjtë’n t’akjä’tp, tu’u ja putsk wyä’äny, putsktu’u te’ep jam x’aknijkxyë’m aya’aky mää ja et näxwi’nyët te’ep ak’ejx’äjtp ku nkaxi’ijkyë’m, ku ja nween wya’kxyë’m. Ku yää njä’äjtyë’m, ku nkaxi’ijkyë’m jëts ja pustk y’akpëjkn, jëts ja putskpatu’u y’akjatyëkeeny. Ey te’n ja putsk y’akpëjkn, ka’t ja jakam tyany. Nääjxjetpy ja tyany, mää te’n jatëkoojk njënpetä’änyë’n ku ja o’ojkë’n jyä’ätt. Tu’u yë putsk, putsktu’u, putskpatu’u. Putsktu’u te’ep yää x’akjä’äjtyë’m, putsktu’u te’ep tëkäm x’akjënpijtyë’n, putsktu’u te’ep nääjxjetpy
“Ejx mtu’u” te’n ja ää ayuujk pyetsimy ku pën y’anpiky jëts jä’äy tpakexy. Ejx mtu’u, ejx. Ku ëjts ojts mäjkmäjtsk n’akapety, ojts ejts ja ntu’u n’ijxy. Jakam ijty ja tu’u nyats’ejx. “Jënpetänp ëjts, ja’y ëjts pojë’n n’ëts’ëjxpëkä’än” nëm ojts ëjts nnaywä’äny. Ka’t ëjts ojts pën xnëëjm jënë’n ëjts ja njujky’äjtë’n ijty tyëkätsä’än, jënë’n ëjts ja njënmä’äny wyejtsjënpetä’än. Ku pën tsyoony, tekatsy ja y’änmëjä’än tmëjënpity. Ku pën ja tyu’u t’ijxy, jam wään ja jënmä’äny t’aktany, jam wään ja y’änmëjä’än tyaxy.
Ojts te’n ëjts ja ntu’u npiky, ojts te’n ëjts ja ntu’u n’ijxy. Tëkatsy ja akäts ja jujky’äjtë’n t’akyo’oty: tëkatsy jëts tu’uky. Ku ëjts ojts Nëwemp njä’äty, jayeen ojts ëjts kajaa ja nween jëts ja n’ää n’akwa’kxy, jantsy tëkatsyyoo tukë’y kyaxi’iky, jemyyoo tukë’y. Aya’aky ja jotmay ojts n’änmëjä’änjotp tyëjkyë’n, aya’aky ja nputsk jatëkoojk xmëkäjpxn: “men” nëm wyä’äny. “Awejx” nëm ëjts nja’atsey. Awejxp ëjts ja nputsk jam tëkäm. Aya’aky ëjts te’n ja nputsk jatëkoojk nnëjënpity. Ku ja käjp y’aknëjënpity, ja tu’u yääjxëp nayte’n. Käjpxp yë putsk, wääp yë putsk. Käjpxp yë tu’u, wääp yë tu’u. Ja putsk jam tëkäm, ja tu’u jam jakam. Wääp tu’uk, wääp jatu’uk.
“Ejx jäw” te’n ja jä’äy y’anä’äny ku pën mää nyijkxy. Ejxp jä’wëp ëjts te’n ojts ntsoony ku ja tu’u ojts jakam npiky. Tsyäm ëjts kë’m nnay’amtey: ¿tëë ejts te’n n’ijxy njäwa? ¿Tëë ëjts jatu’uk et näxwyi’nyët n’ijxya? ¿Tëë ëjts jatu’uk jotmay ok jotkujk’äjtë’n njäwa? Aya’aky ëjts kë’m nnay’atsoojënpity. May yë tu’u xem yäm kyaxi’iky ku n’anä’äjk’äjtë’n, may ja tu’u y’akjëpiky jëts te’n ja jujky’äjtë’n y’ak’ejx’aty. Ku ijty jekyëp ja mëjä’äy, kuwän ja’ nayte’n tsyoont, nëjkxtëp japye’kxyjoojty, ëtsmëtuntëp, ejxtëp jäwëp ja’ nayte’n. Tsyäm wenktsoo ja tu’u y’ak’ejxn, timy jakam tsyäm nnijkxyë’n.
“Tiyäjtë’n, kutujkë’n jëts tityu’unë’n”, te’n ëjts nnan ejtp xtukjamyetsy ku ëjts mää nnijkxy, ku ëjts mää njëtity. “Ke xjatyëkey” te’n wyä’äny “te’n tëkëëk ja’ ey’äjtë’n nyawyä’kxy”. Te’nëk ëjts te’n npanëjkxt jëts nimääëk ëjts ja’ ntu’u kya’atukt. Tysäm, ku ëjts te’n ja nnë’ë ntu’u njëpiky jëts tëkäm njënpejtn, njamyejtspy ëjts ja’ nnan y’ää
Tiyääjtë’n: jëts ka’t ëjts ja’ njënmä’äny n’aktetst, n’akmä’ätt.
Kutujkë’n: jëts ëjts kë’m n’ixyët pën ka’pxy ey ëjts ja njënmä’äny npëta’aky.
Tityu’unë’n: jëts ëjts kë’m ja’ njënmä’äny nwejts’eyët pën jaa ëjts tëë n’akmä’äty.
Te’n ëjts ja’ nnan ää ayuujk tyäky jëts te’n ëjts ja’a n’änmëjä’änjetpy n’aktany.Tëkëëk ja tu’u ja jënmä’äny npiky ku ëjts ojts ntsoony, tëkëëk ja tu’u npiky ku tsyäm jatëkoojk tëkäm ja nputsk nnëjënpity. Tso’np ëjts, jënpejtp ëjts. Nmëmëteepy ëjts ja nputsk, nnëjënpijtpy ëjts ja nkäjp, jëts jä’ätänp näjty ja xëë ku ëjts jatëkoojk nnääjxtëkët, tam ja nputsk ojts nyääjxtëk ku ëjts ojts nkaxi’iky.