Llegar al área
La selección nacional de futbol es, en el imaginario colectivo, una representación de lo que los mexicanos piensan de sí mismos, además de un monstruo del marketing y un sistema que promueve, al mismo tiempo, la desigualdad y la cooperación. Así es como Samuel Martínez examina el contexto social de un deporte que refleja nuestras pasiones y frustraciones.
Este es un adelanto del número 193 de la revista Tierra Adentro, de venta en toda la República Mexicana en Librerías Educal.
Cinco imágenes extraídas del océano audiovisual
Primera imagen: en una breve conferencia de prensa que se convirtió en noticia nacional, Miguel El Piojo Herrera, técnico de la selección nacional de futbol varonil, con la Brazuca a su lado derecho, un pequeño monitor a su lado izquierdo y un retablo de logotipos estratégicamente colocados al fondo, reveló ante más de ochenta medios de comunicaciónla lista de los veintitrés jugadores convocados para representar a México y “dar resultados seguros” en la gran fiesta mundialista de Brasil.
Segunda imagen: escoltado por los futbolistas Héctor Moreno y Javier Chicharito Hernández, el vocalista de Moderatto (grupo pop que vive de parodiarse a símismo), asumiendo el rol de un aficionado incondicional de la selección mayor, avanza por un oscuro pasillo tocando su guitarra mientras entona con voz chillona los siguientes versos: Desde lejos vine tras de ti / cual perfil verás que puedo / esta vez no te me escaparás / si te he jugado mal / lo siento. // He esperado tanto tiempo este momento / he entrenado tanto cada movimiento / estoy listo para rematar / sólo hay que esperar el centro //. Como un crack reparto el juego / no lo dejo para luego / voy a llegar hasta el área / y la llenaré de fuego //. No voy a parar / y sé que al final / voy a ganar / no voy a parar / y sé que al final / voy a ganar.
Tercera imagen: como parte del Tour Copa Mundial de la fifa (patrocinado por la empresa Coca-Cola), Enrique Peña Nieto acogió en la residencia oficial de Los Pinos a la copa fifa (que representa a dos figuras humanas sosteniendo el planeta), se acercó a ella, la acarició y levantó (para beneplácito de los fotógrafos) por algunos segundos. En presencia del embajador de Brasil, deseó éxito a esa nación sudamericana y, luego de reconocer que México “pasó un proceso difícil para llegar a Brasil”, expresó sus deseos de que la copa “regrese a nuestro país de la mano de la selección nacional de futbol”.
Cuarta imagen: Antonio Vázquez Alba, el barbudo personaje del antiguo barrio de Santa María la Ribera, conocido como el Brujo Mayor, predijo en una rueda de prensa que, aunque será goleada por Brasil, la selección mexicana de futbol alcanzará los cuartos de final del mundial de 2014. Luego de afirmar que El Piojo integró un “verdadero equipo, sin estrellas y con mucha armonía”, de inferir que según sus cálculos astrológicos “hay un setenta por ciento de posibilidades de que México llegue al quinto partido” y de prometer que combatirá estoicamente la energía negativa que le envíen los brujos de otras selecciones a “los nuestros”, el Brujo Mayor manipuló frente a los reporteros un amuleto llamado “mil manos” para que la portería azteca evite recibir goles.
Quinta imagen: con el objetivo de conectar a los consumidores mexicanos con la marca P&G, Eugenio Derbez aparece en varios spots (de los productos Oral B, Ariel, Salvo y Gillete, entre otros) actuando como un coach que habla sarcásticamente a los aficionados de hueso colorado: el fan trainer, personaje que mediante juegos del lenguaje explica y reparte puntillosos consejos para lograr que estos seguidores se conviertanen el fan número uno y queden #MásQueListos para gozar del mundial.
Las cinco imágenes son una pequeña pero clara evidencia de la versatilidad temática, la elasticidad simbólica, la ramificada emotividad y la porosidad metonímica del equipo de todos: ese emblemático grupo conformado por atletas profesionales cuya disposición estética, raigambre cultural, vigoroso dinamismo económico, formidable poder de persuasión y eficiente capacidad de interpelación política, desborda las añejas teorías aristocráticas del pan y circo, las miradas simplistas y los sospechosismos anacrónicos y prejuiciados, las elucubraciones mecánicas y las explicaciones maniqueas.
En periodos como el actual, donde se eleva la fiebre futbolera y se acumula incontenible la ansiedad de los homo soccers, vale la pena preguntarnos: ¿qué es exactamente la selección mexicana de futbol?
El futbol espectáculo
Como toda práctica atlético-lúdica dotada de significados y sentidos, el futbol es producto de un contexto sociocultural específico, cuyo génesis no se debe soslayar ni evadir, ya que también es producto del capitalismo, el parlamentarismo y la revolución industrial que se dieron en Inglaterra. El futbol es un deporte colectivo que nació impregnado de un discurso higienista burgués, con un énfasis disciplinario y educativo, aires morales caballerescos y netamente masculinos. Un deporte que forma parte, por un lado, de una gran gama de prácticas atléticas, recreativas y de ocio con las que se buscó fomentar la salud y el rendimiento corporal, además de educar en la competencia y el deseo de triunfo, y con el que, por otro lado, fue posible abrir un espacio de relajamiento apto para el descontrol controlado de los ciudadanos.
Si bien es cierto, también, que en tanto producto moderno el futbol comparte las características (reglamentación, organización burocrática, énfasis en la estadística y el récord, secularización, autocontrol y disminución de la violencia) de muchos otros deportes surgidos en el siglo xix, es importante recordar que en el futbol subyace una misma noción mecánica-segmentada del cuerpo y un mismo tipo específico de racionalidad medio-fin (con la que se busca medir el rendimiento y la eficiencia corporal matemáticamente), sin que por ello haya perdido su espíritu festivo.
La dimensión lúdica y festiva del futbol (asociada a la cuota de incertidumbre y azar) está dada por varias de sus características estructurales. Aquí sólo destacamos las más significativas: el hecho de que es un deporte que se practica en un espacio abierto; que se juega con un balón cuya forma redonda dificulta el control, promueve el súbito cambio de dirección y el movimiento constante; el hecho de ser un deporte que —salvo el portero— se practica sólo con las extremidades inferiores (las más difíciles de manipular), lo que promueve una producción masiva de errores, sorpresas e imprecisiones; y que se trata de un deporte en el que numéricamente intervienen jugadores en condiciones ambientales, anímicas y físicas diversas, lo cual agrega cierta dosis de complejidad y aparente caos a cada encuentro.
El futbol suscita el antagonismo, la confrontación reglamentada y la oposición binaria entre los participantes y, al mismo tiempo, la sociabilidad y la cooperación, estimula el intercambio de información y la comunicación; exige la concreción de acuerdos mínimos y promueve la emergencia de inteligencia colectiva en cada uno de los dos equipos que contienden.
Aun cuando son muchos los diversos significantes asociados al futbol, es indispensable señalar que este deporte se materializa o expresa, al menos, en cuatro formatos: el futbol espontáneo (la cascarita donde lo que gobierna es el aspecto lúdico), el futbol escolar (donde lo que importa es la salud y la transmisión pedagógica de valores), el futbol comunitario (donde lo central es la recreación, la convivencia y la competencia organizada) y ese sistema estructurado que produce emociones y facilita el descontrol controlado de los consumidores que se conoce como futbol espectáculo (donde lo que impera es la lógica del negocio y lo central es la producción de entretenimiento).
Controlado y gestionado por la fifa, el estandarizado y predecible (aunque imprevisto) futbol espectáculo es un sistema en el que los atletas tratan de obtener la victoria y convencer retóricamente al público (a partir de estadísticas) sobre quién es más fuerte, rápido, valiente, eficiente, habilidoso, exitoso, memorable, heroico, poético, ejemplar y digno de elogios. Un sistema en el que hay productores, gestores, mediadores, mercancías y consumidores especializados, y en el que la densa razón simbólica, que opera en la dimensión semiótico-cultural del espectáculo, convive en tensión sobrepasando por instantes los ímpetus siempre instrumentales de la criticada racionalidad económica que tutela el juego.
Una orgÍa comercial, nacionalista y patriarcal
En el horizonte de nuestra turbulenta época globalizada una de las actividades con las que se busca entretener, impactar, romper cíclicamente la cotidianidad, suscitar el fervor colectivo y estimular el consumo en diversos sectores de la población son los grandes eventos deportivos creados instrumentalmente para satisfacer (ya sea en vivo o en directo, por vía mediática) diferentes tipos de necesidades psíquico-emotivas, socioculturales, económicas y políticas.
Los grandes eventos deportivos son acontecimientos patrocinados que suelen ofertarse discursiva y mercadológicamente —en el marco de la sociedad de hiperconsumo y dentro de la cultura de masas— como sucesos trascendentales, fantásticos, memorables e imperdibles; sucesos que, según el dictado de la retórica comercial, deben consumirse “en vivo” (asistiendo físicamente al lugar donde se llevan a cabo), o al menos “en directo” (a través de los distintos medios de información y comunicación).
En el contexto de la sociedad de entretenimiento los eventos deportivos son acontecimientos que funcionan como una arena pública para la producción de incontables discursos en tensión, verdaderos soportes para el negocio que se diferencian por tres cosas: están dotados de una poderosa imagen específica, generan emociones compartidas y su desenlace es incierto. Son rituales laicos, auténticos hechos sociales que se planifican y promocionan con mucha anticipación para generar expectativas y atraer la atención de diferentes grupos.
Entre los grandes eventos deportivos, la copa mundial de la fifa compite con las olimpiadas por el primer lugar de los mega eventos contemporáneos, definidos como sucesos de gran escala que, además de convocar a un extenso número de atletas, jueces y técnicos especializados de varios países, de atraer a decenas de miles de turistas y recibir una cobertura mediática internacional, impactan en la economía local y afectan la composición urbana de la ciudad o el país sede.
Es tal la relevancia que han alcanzado los mega eventos deportivos —por el simple hecho de ser fenómenos comerciales de entretenimiento que prometen el disfrute y momentos festivos de celebración intercultural—, que deberían ser mejor apreciados en tanto sucesos reveladores de la orientación actual de las sociedades y del interés concreto de muchas ciudades, naciones o grupos por beneficiarse del mercado global.
Ritual celebratorio apto para la exposición de guerreros asalariados que, desde su condición de “embajadores deportivos” (tapizados de marcas), apuntalan identidades y estimulan la reyerta entre discursos nacionalistas, la copa del mundo plantea la competencia, el enfrentamiento (simulado) y la rivalidad entre equipos que representan simbólicamente a Estados-naciones; dramatiza partido a partido la pertenencia a una nación y enfatiza las diferencias entre ellas abriendo un espacio para la comparación estereotipada y para la manifestación pública (a nivel metafórico) del deseo de anulación, desaparición o aniquilación simbólica (ganar y perder deportivamente equivalen a matar y morir simbólicamente) del otro, del rival deportivo.
Partiendo de que una nación es, para sus ciudadanos, una comunidad imaginada de sentimiento, que el nacionalismo es un sistema simbólico de interpretación y una fuente de capital afectivo, y que las identidades nacionalistas que este mismo sistema promueve sirven a los Estados para generar cohesión socio-semiótica entre los heterogéneos miembros de una comunidad nacional concreta, es vital admitir que el mundial es un mega evento. A pesar de formar parte de la industria del entretenimiento y de su dimensión festiva, es un espacio privilegiado para el despliegue de interpelaciones nacionalistas, pues funciona como una orgía que rompe barreras sociales y colabora en la reproducción de narrativas, sensibilidades estéticas y emociones nacionalistas que cumplen una evidente función política y cultural, además de favorecer la reproducción de un orden de género.
Un factor crucial en esta orgía y juego patriótico masculino es la industria de la información deportiva, gran máquina discursiva y mediadora que, además de transformar el acontecimiento deportivo en noticia y de tener la función de maximizar el espectáculo, presenta románticamente a las naciones como un valor en sí mismo: a los jugadores como hombres comprometidos moralmente con su país, al mundial como una prueba de virilidad, a los aficionados como patriotas apasionados y a sus identidades seleccionistas como elementos centrales en las narraciones épicas a partir de las cuales muchos de ellos se perciben e imaginan como miembros de una nación.
Y si bien como mega evento el mundial de futbol supone mucho artificio, obvias negociaciones económicas y políticas, planificación y producción coordinadas, estrategias mercadológicas y persuasivas que verticalmente comunican un sentido hegemónico, por ser un sistema de rivalidades entre representativos nacionales que se disputan la obtención del reconocimiento internacional, por generar expectativas y tensión psíquica en los aficionados ante la incertidumbre de los resultados deportivos —además de generar rendimientos económicos y servir para que los países se proyecten y ganen capital simbólico como destinos turísticos— funciona también como un complejo sistema de referencias simbólicas híbridas que posibilita formas negociadas de recepción, lecturas desviadas, interpretaciones heterogéneas, protestas políticas, movimientos sociales y cuotas diferenciales de azar, emoción, gozo y legítimo disfrute.
El gran símbolo laico de nuestros días
La selección nacional está conformada por veintitrés hombres adultos que por haber nacido (la mayoría de ellos) dentro del espacio territorial de la República Mexicana comparten primitivos lazos de sangre con la comunidad nacional imaginada, con esa suma de fragmentos que integra la totalidad social que llamamos México.
Si bien el tri es un equipo de jugadores profesionales de elite que laboran como empleados nativos dentro de la industria del futbol espectáculo y que son propuestos como prototipos, son elegidos de un universo no mayor a quinientos futbolistas y son convocados verticalmente por una organización privada de origen civil y sin fines de lucro (la Federación Mexicana de Futbol). Por las virtudes de una operación metonímica que genera paralelismo y verosimilitud entre este equipo y la nación, la selección (aun cuando no depende del Estado ni es un bien público) se ha erigido para muchos mexicanos en un relevante y denso símbolo nacional.
Paradójico símbolo laico proveniente de la industria del entretenimiento, el representativo nacional es un artefacto cultural que hace posible el despliegue de hipérboles sumarias; es una tecnología para la convivencia y la producción de conversaciones; una entidad significante que por haber sido investida con los colores de la bandera, con el nombre de nuestro país, y por proyectarse profusamente a nivel mediático, adquiere un poder simbólico inusitado que lo volvió un ambiguo elemento productor de communitas, un lugar común desde el que se mide el éxito y se sanciona el fracaso, un artefacto que a ojos de muchos ciudadanos (y para escándalo de muchos intelectuales) hace más inteligible al país.
Sentimentalmente articulado al nacionalismo, el tri estimula como pocos artefactos imaginaciones, pasiones y narrativas que repercuten en los relatos con los que nos percibimos localmente y nos proyectamos a nivel internacional. Es un símbolo que concretiza la imagen idealizada de nuestro país, la imagen deformada, exagerada. La selección es fuente de orgullo patriótico, elemento nodal para la autoestima nacional y clave en la renovación de la axiológica nacional neoliberal asociada al éxito económico, a la idea de triunfo como única meta, a la eficiencia laboral y a la productividad.
Es muy importante reconocer que, por pertenecer al ámbito privado y a la industria del deporte espectáculo, este equipo se maneja desde la racionalidad económica y la lógica comercial como una marca. Por lo mismo, se oferta en el competido campo del ocio y el entretenimiento como una “mercancía simbólica”: un influyente “producto” con el que se busca emocionar y divertir a quienes lo consumen.
Al igual que otras selecciones, el combinado nacional tiene una gran rentabilidad simbólica, una tecnología que suscita la emotividad comunitaria vía la imagen; enmarcado en el gran texto de la cultura mexicana, el tri es un símbolo poroso y maleable que lo mismo se asocia al himno y la bandera, que a héroes patrios y a arquetipos como la virgen de Guadalupe, pero también a jabones y refrescos, bancos y teléfonos, automóviles y aerolíneas, payasos, supermodelos en tanga y políticos. Pero la fuerza del tri no radica en que cumpla funciones comerciales, políticas o de entretenimiento, sino en su función pedagógica. La selección educa la sensibilidad, que civiliza (a su manera) y provee un modelo ejemplar de competitividad, a la vez que genera experiencias estéticas que favorecen la reelaboración y actualización del imaginario nacional.
A pesar de su uso instrumental por parte de políticos y empresarios (por ejemplo cuando se le hace aparecer como un símbolo público del Estado-nación, cuando en realidad pertenece al ámbito privado y comercial), a este símbolo y a los jugadores que lo conforman, los exigentes aficionados mexicanos —haciendo un proselitismo laico y renovando cíclicamente su esperanza— le reclaman buenos resultados: demandan que sea un equipo exitoso, que contribuya a aliviar el pesimismo, que sea un digno representativo, que sostenga la ilusión, que se comporte a la altura, “que llegue hasta el área y la llene de fuego”, que ayude a romper el círculo de la tragedia y el pesimismo, que satisfaga los anhelos históricos de un país desigual, injusto y empobrecido,pero ávido de reconocimiento, de redención, de actos heroicos y de alegrías.
Todo aquello que no se atreven a demandarle abiertamente a los partidos políticos se lo exigen indirectamente, en sus conversaciones y especulaciones, a la selección mexicana de futbol: ese símbolo laico polifónico, abierto, sostenido para fomentar el consumo y la diversión, vertical en su producción, pero afortunadamente heterogéneo todavía en su consumo.