Línea de sombra: Sergio Pitol ante los jóvenes
En 2009, José Homero compiló los textos que componen el libro Línea de sombra. Ensayos sobre Sergio Pitol, editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Hoy, a manera de homenaje, decidimos agrupar aquí los ensayos de los autores más jóvenes de aquel libro, acompañados de esta breve introducción.
I
Joseph Conrad, marino acostumbrado a otear el horizonte, consideró que así como la infancia paradisíaca termina y debemos acceder a un jardín secreto, de igual modo la dorada cancela del jardín se cierra un día e ingresamos a esa etapa esplendorosa de la inconsciencia y la vitalidad pujante: «esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y toda introspección» (La línea de sombra). La esencia de la juventud es la capacidad de pensar que la vida depara acontecimientos; el mundo como escenario de prodigios. Y un día ese tiempo en que nada aún se ha desarrollado, ese tiempo en que todo permanece como una posibilidad, cesa. Se agota el tiempo, se advierte que el sol recorre a trancos la esfera de los cielos y la sombra aparece. La línea de sombra advirtiéndonos que «habrá de dejar tras de nosotros la región de nuestra primera juventud» (Conrad, ibid.).
La línea de sombra significa, también, el momento en que se encuentran la madurez de un escritor y la juventud de sus lectores.
Añadiría: nada más grato para un escritor, especialmente si es un autor colmado de todos los reconocimientos a que un escritor puede aspirar —premio Herralde de Novela, Premio Nacional de Lingüística y Literatura, Premio Cervantes—, cuya recepción crítica es unánime, cuya jovialidad y don de gentes destacan a un autor carismático, que encontrarse con sus lectores y descubrir que tales son jóvenes; jóvenes que encuentran en la voz de Sergio, en sus lecciones, una guía, una línea en la sombra.
Nada más grato para un escritor que descubrir que sus lectores son jóvenes. Hay una permanencia asegurada, demostración y asentimiento de la vitalidad de una narrativa que, como en el universo asimétrico, no envejece, sino que, al contrario, es cada día más joven. Éste es el testimonio con que un grupo de autores aborda a Sergio Pitol. Y al hacerlo nos confían un secreto: la indeclinable juventud del maestro. Para ellos Pitol es su contemporáneo. Y de ese modo descubrimos que una obra es también aquello que se potencia como promesa. Una obra es aquello por venir. Tiempo puro. La juventud recuperada a través de la alquimia de la Forma.
II
Señales. Sí, muchas señales y apropiaciones. Leer a Sergio Pitol es adictivo. Leer a Sergio Pitol puede provocar una influenza, que, como el docto ranchero de Guanajuato reveló, es el término específico para influencia. Hay en estos ensayos un cariz fragmentario que se antoja, al modo en que preconizaban los románticos, Moritz especialmente, una emulación de la forma estética objeto del comentario. ¿O acaso exhibiéndose declaran más allá de la deuda reconocida del discipulado en las frías aulas de la Facultad de Letras de Xalapa una confesión indeleble: la imitación como rito de paso para encontrar la voz propia? Alejandro García Abreu y Rafael Toriz eligen el mosaico como forma de composición. El uno para proponer en «Fragmentos de una realidad permeada por la niebla» cuyo hilo conductor es la memoria: «Su obra de madurez [de Sergio Pitol] constituye un monumento literario dedicado al trabajo de la memoria. El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena conforman una Trilogía de la Memoria».
El joven ensayista Toriz —alumno de Sergio—, por su parte, se apropia, con seductora malicia, no sólo de la estética fragmentada, sino de los apuntes del diario, de la autobiografía aleve, para ofrecernos una lectura que revela más del propio ensayista que del autor. Por momentos Toriz, con sus constantes guiños, casi tics nerviosos, pareciera querer personificar a Pitol y así nos cuenta que está en Barcelona, en Buenos Aires, en México, yendo a ninguna parte, como si a través del viaje y de la escritura histérica persiguiera apropiarse de la esencia de la obra a que rinde tribu-to. Homenaje y apropiación, en Pitol estos jóvenes encuentran un modelo desde el cual entonar, encontrar la propia canción.
Karla Olvera encarna, como fan de Enrique Vila-Matas y como bookjockey (bj), una citalibros, la denominaría yo, prójima del pinchadiscos (dj), que mezcla no melodías, ritmos o ruidos sino que acumula capas: una lasaña textual. Sin embargo, su crónica elige, en lugar del remix, el sampleo y los loops, imbricar una lectura personal, o mejor aún, una escucha solitaria, en una experiencia colectiva. Si la metalepsis es la figura retórica que signa, cifra y determina los climas de estos ensayos, en la crónica de Olvera, quien busca a Pitol a través del laberinto retórico de Vi-la-Matas —véase la apropiación del paragrama, recurso caro a Vila-Matas, usado en clave burlesca—, la ficción del relato termina contaminando, invadiendo la prosaica, grosera realidad de un viaje en metrobús convertido en el tranvía recuperado de aquella ilusión de Buñuel.
¿Por dónde abordamos a Pitol? ¿Tomamos esta dirección, por aquí, camino a Coatepec y nos desviamos hacia Briones para encontrarnos a Sergio, convertido en una suerte de Winnie Pooh con la mano metida en un tarro rebosante de galletas de animalitos? ¿O mejor paseamos entre los ordenados parterres de la bibliografía crítica de Ivy Compton Burnett aceptando que los escritores mexicanos suelen ejercer el cosmopolitismo apropiándose de figuras marginales? Uno se preguntaría: ¿tiene caso ensayar en torno a estos autores o basta con el tag? Lichtenberg apostrofó: quien pueda escribir aforismos no debería quebrarse la cabeza con ensayos. Enmendemos: quien sea capaz de etiquetar con tags, desista de desarrollar un entimema.
Si nos atenemos al tag configurado en remembranza de la nube —enjambre, diría yo, es la imagen que asemeja—, la palabra más frecuente es [memoria]: «Su obra de madurez constituye un monumento literario dedicado al trabajo de la memoria» (García Abreu); otro tema recurrente: la [mezcla], la [hibridez]. Agreguemos el [Mal], el [esperpento], la [excentricidad]; la [realidad]; los [límites]… Es claro que los tags sólo indican frecuencia; la estadística resalta el tamaño de un tema, no su importancia. La estadística, corrijo, señala que no hay tema, sólo lecturas, diseños de la frecuencia: habrá días en que un tema adquiera mayor rele-vancia que otro. Elijamos la descripción.
El ensayo más singular, en un conjunto de ensayos que ilustran ejemplarmente las posibilidades del ensayo contemporáneo, es «De perros que saben todo sobre viajes literarios». La ensayista laureada y compositora de lánguidas melodías, Elisa Corona, parte de una hipótesis: en ocasiones los perros son capaces de percibir cuándo regresarán sus amos. Siguiendo al presunto autor del libro, el biólogo Sheldrake, Corona refiere que los perros poseen una fa-cultad telepática que los une con su amo, regularmente una persona querida. Imposible no evocar a Sacho y de ahí que una circunstancia curiosa e insólita sirva de pretexto para iluminar una de las zonas más visibles y al mismo tiempo menos visitadas de la persona y obra de Sergio Pitol. Y señalo ambas instancias, ya que Sacho no sólo es el perro de un escritor sino un perro literario, convertido en personaje, inmortalizado por Pitol, su fiel amo.
Ambos parecen compartir sueños, en especial aquellos angustiosos; ambos parecen coincidir en esa zona de sombra donde los contrarios se entreveran y es posible soñar la realidad. Sacho deviene así un guardián mitológico, espíritu protector de su distraído amo: «Su actitud vigilante me hace pensar que es él quien cuida del escritor, a veces en el sueño, a veces en la vigilia, quien lo guía y protege de extraviarse en uno de sus juegos entre la realidad y la ficción» (Corona).
Tal se da vuelta a un tejido para revelar un cabo oculto y extraordinario, un hilo de oro de irisada verberación, Corona propone a Sacho como el verdadero guardián que protege las andanzas de Sergio Pitol. Testimonio extraordinario de una arista insospechada de la literatura —los perros y sus amos—, este ensayo es también un homenaje conmovedor a esa criatura mágica a la que todos los lectores y amigos de Sergio hemos querido.
III
Si la literatura se cumple como un desarraigo y como la escisión de la infancia, entendida aquí no como el Paraíso Perdido sino como el Edén subvertido que la Revolución revela infierno pleno, el libro último de Pitol es una recuperación de la libertad del creador. Lo que importa en las derivas de cada uno de estos jóvenes escritores es ahondar, penetrar en las capas del texto Pitol y proponer lecturas contextuales o lecturas en clave hermenéutica para definir cuál es la singularidad de una obra. Sea que se trasciendan los límites, que se anule el tiempo, que se conjure el Mal o que se acceda a un posmodernismo excéntrico, lo que resulta fehaciente para nuestros lectores de Sergio es la vitalidad de su obra, su contemporaneidad. La Forma permanece en el tiempo.