Tierra Adentro

Cierto día le pregunté a un abuelo, preocupado, sobre la pérdida del idioma a causa del racismo imperante en las ciudades. Me contestó: «La lengua es como tu cobija, la piel que te protege; en donde quiera que vayas la puedes llevar contigo: si hace frío, te dará calor, si te toca dormir en el piso, será tu almohada, si no la lavas, se ensuciará; depende de ti si la mantienes limpia o no; si se rompe, debes cocerla. Duran­ te mucho tiempo nos llamaron mbo we’è xtátsó xká —«gente de la cobija vieja»—; a muchos nos dio pena ser pobres y dejamos de usar el gabán, ahora no tenemos esa cobija que nos distingue como mè’phàà».

Nuestro idioma es la piel por la que conocemos y nombramos el mundo, cubre un territorio en el que construimos la memoria y la identidad. En la historia de cada cultura indígena hay una historia de racismo que ha configurado el ser de sus hablantes. Para fomentar un país multilingüe primero tenemos que resolver, atender y reconocer el racismo imperante en México, dejar atrás el concepto de pueblos indígenas como si éste fuera homogéneo, sin respeto por las diferencias sustanciales entre cada cultura.

En la actualidad se habla mucho sobre los derechos de los pueblos indígenas. Desde las políticas públicas se ha construido una retórica demagógica sobre el reconocimiento de los indígenas como sujetos de derecho, pero ¿desde dónde, bajo qué mecanismos jurídicos se da dicho reconocimiento? El discurso difiere de las prácticas, los pueblos indígenas siguen viéndose como sujetos sin historia, sin capacidad de articular un sistema de pensamiento propio, del cual se derive una educación basada en la lengua y cultura, que garantice una vida digna para las nuevas generaciones.

En México conviven sesenta y ocho pueblos originarios, lo que nos convierte en un país multicultural. Sin embargo conocemos poco de su historia debido a la hegemonía del idioma español en el pensamiento y forma de vida. En el trasfondo hay un racismo heredado de la Colonia que se reinterpreta en cada relación de poder. Se siguen marcando diferencias clasistas y racistas, como la palabra «indígena» para denominar a los pueblos que no hablan castellano; la diferencia se basa en la forma de hablar, vestir y del color de piel. La palabra «originario» denota un esencialismo que estatifica cómo debe vestir, vivir y hablar cada integrante de una cultura.

Cada cultura interpreta el mundo de acuerdo a los problemas y necesidades que enfrenta: sistematiza esos conocimientos para hacer de ellos una experiencia que tiene que transmitir a las nuevas generaciones, los transforma en idioma, en discursos que tienen la finalidad de educar y mantener viva la memoria. Si tomamos en cuenta que a través de la lengua conocemos y nombramos el mundo, y que al nombrar nos adentramos en la diversidad de pensamientos y formas de vida, se vuelve un asunto fundamental nombrarnos y nombrar al mundo tal como nosotros lo concebimos; en este sentido no somos pueblos indígenas, originarios ni patas rajadas. Cada cultura tiene su manera de nombrarse y está expresada en su idioma, fundamentada en su experiencia del saber.

En la colonización de las culturas mexicanas hubo un encuentro para nombrar desde la clase: la élite española, acostumbrada a interpretar el mundo a partir de la pureza genealógica y de títulos de propiedad, dialogó bajo sus términos con la cultura hegemónica del momento, los nahuas; la primera los obligó a crear títulos de propiedad para demostrar su linaje, por tanto, a nombrar y conocer a las otras culturas desde la historia náhuatl y el español. Para ilustrar, un ejemplo: la historia fundacional del pueblo mè’phàà de Mañuwìín/ Malinaltepec, Guerrero. Los ancianos cuentan que lo fundó una familia llamada Temilitzin, que vino de las faldas del volcán la Malinche, ubicado entre los estados de Puebla y Tlaxcala. Por lo tanto, se deduce que somos de origen náhuatl, pero no es así, hablamos el mè’phàà, una lengua muy distinta al náhuatl. La historia nos dice que llegó la élite náhuatl. Refundaron la narrativa de la historia a partir de su visión y, así, el nombre de los verdaderos fundadores del pueblo fue borrada de la memoria.

Lo mismo ocurre con el nombre. Nuestra cultura es conocida como tlapaneca, término de origen náhuatl. La raíz de la palabra tiene dos posibles interpretaciones: la primera acepción es que tla viene de tlalli­tierra, pan­locativo de lugar, neco­sucio, en donde la raíz de la palabra neco viene de la palabra chichimeco, que significa «perro sucio» o «perro pintado»; la segunda acepción es tlapan­espalda, neco­sucio, que tiene el significado de «espalda sucia» o «espalda quemada», términos que evolucionaron de manera peyorativa para referirse a los tlapanecos y que derivaron en las denominaciones de «los de cara pintada», «los de cara sucia», «los de cara chimeca».

La racialidad se construyó en las relaciones de poder, desde el nombrar se marcaron diferencias que fueron minando en cada cuerpo hasta hacerse hueso, se naturalizó la pobreza y la exclusión. Actualmente, las políticas enfocadas al desarrollo de los pueblos indígenas son programas asistencialistas e integracionistas, mantienen una relación de poder, desde un estado paternalista y racista.

Recientemente se realizó el Primer Congreso Internacional de Fomento a la Lectura en Lenguas Indígenas, en la ciudad de Oaxaca. Se abordó el tema «indígena» por parte de diferentes especialistas, se discutió sobre la importancia de preservarlas; sin embargo hubo poca participación de los hablantes. Antes de realizar este tipo de eventos es necesario realizar trabajos previos con las comunidades. Muchos estudiosos de origen indígena de distintas disciplinas no pueden trabajar en sus comunidades por la falta de recursos, se ven obligados a emigrar. Es necesario generar empleos para estos especialistas, para que sean ellos los que se encarguen de enseñar la escritura, lectura y pensamiento. Mientras se sigue discutiendo la preservación de las lenguas en coloquios o foros académicos y no en las comunidades, las lenguas pierden hablantes porque no hay apoyo para resolver el problema.

La necesidad de revitalizar nuestros idiomas obedece a un impulso vital de respeto. El reconocimiento de los aportes teóricos de los pueblos indígenas apuntan a la eticidad de las reciprocidades y solidaridades comunitarias que a la vez dan fundamentos para proponer una interculturalidad que permita superar la crisis de significados que actualmente vive el mundo.

Para esto, hay que atender el problema del racismo y la restitución de los derechos básicos a los pueblos: educación, gobierno, economía, saber.

Nuestro idioma nos protege del mundo, es la piel que nos distingue y da voz. La enseñanza del abuelo de asumir el idioma como nuestra cobija y piel no es casual, es profundamente filosófica. En el pensamiento mè’phàà, la palabra xtátso­cobija, comparte raíz con la palabra xtá­piel y tiene sus propias características de acuerdo al uso: 1. La función de la piel es cubrir y cuidar aquello de lo que forma parte, como la relación carne y piel. La raíz de la palabra xtá­piel relacionada con: xtátsó­cobija, xtáyaa­tallo de árbol, xtìín­ropa, xtíya­panal­ropa de agua, xtá ga’un­matriz­cuero que alimenta. Todas estas palabras refieren al cuidado: la ropa nos protege de la intemperie, la cobija nos protege del frío, el panal protege la miel, la matriz protege al feto y lo alimenta. 2. La palabra xtá­piel también denota la característica de la personalidad, el ser de acuerdo con el actuar, por ejemplo: a) Phú xtámbìyá’ a’dià ye’- ¿Es una piel llorona tu hijo? / ¿Es muy llorón tu hijo?

La palabra xtá­piel nos recuerda que el sentido de nuestro estar en el mundo es la de hacernos responsables del lugar donde vivimos. México es un cuerpo con sesenta y nueve partes: cada una de ellas son sus culturas. Todos tenemos que cuidar ese cuerpo del que somos parte, sin una de ellas nos condenamos a morir.

 

Lenguas de nuestra piel