LEGOM: el dramaturgo enfermo que esperaba esta sociedad enferma
LEGOM era un hombre delgado, con la cara ya chupada por la enfermedad. Condición que lo hacía ver más joven, como un gran niño travieso. Tenía esa sonrisa pícara que denotaba inteligencia, sagacidad. Su teatro era fiel a él: de entrada, podías creer que era una gran broma, con títulos como Odio a los putos mexicanos, Las chicas del tres y media floppies o Sensacional de maricones, pero cuando te acercabas te dabas cuenta que en realidad era una broma que se burlaba de ti, de tus cimientos y creencias.
Nació con un nombre larguísimo, Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, él mismo decidió crear un acrónimo con el que fue conocido en los escenarios y fuera de él, LEGOM. Detalle que nos habla de sus juegos, de su habilidad con las palabras, de sus juegos con ellas, de sus calambures. Los diálogos de sus obras están poblados de frases chispeantes, ingeniosas y de un humor cruel, porque si una cosa tenía clara era que “los mejores dramaturgos escriben contra el público”.
Era dueño de una mirada crítica hacia el mundo en su conjunto, que acaba por escupirnos en un sarcasmo lleno de inteligencia. Tal vez una de sus obras más famosas es Civilización, donde a través de la sátira, muestra el proceso de creación de un edificio de cristal en un municipio colonial del centro del país. La obra tiene como personajes principales a un empresario y a su primo, el presidente municipal que, en contubernio, buscan levantar esta gran obra de la civilización y así sacar grandes beneficios, uno de ellos, una propiedad sin poner un solo pesos y el otro, el camino libre rumbo a la gubernatura. Pese a todo, los dos personajes carroñeros, no acaban de caer mal, pese a lo bajo de sus dichos, porque, en el fondo son más bien simplones. Por el contrario, el ingeniero idealista, que intenta detener la construcción de la torre de cristal “que apunta hacia Dios”, en su misma pureza y rectitud hace que simpaticemos un poco con él.
Así, sus obras están llenas de pesimismo y no están atadas a un tiempo definido, sino a los vaivenes del ser humano. “Hay gente que escribe para hacer amigos, yo lo hago para hacer enemigos”, afirmaba. Sus personajes no son grandes héroes, más bien son seres neuróticos, mediocres, como es el caso de Demetrius o la caducidad. En ella un vendedor de Sears, que tiene por sueño dorado ser conductor del Metro, se enfrasca en una relación aburrida con una compañera que también vende lavadoras como él, para acabar casándose y teniendo un hijo, producto de una infidelidad. La mitología de Demetrius, con todos esos pequeños sueños de un mexicano más, que busca ir a una playa o un mejor trabajo, son pasados a cuchillo por LEGOM pero no con las ganas de hacer una burla para sacarnos carcajadas, sino para restregarnos en la cara nuestra propia vida anodina.
La sonrisa que te saca está más cercana al llanto que a la risa explosiva. En Odio a los putos mexicanos hace una declaración de intenciones donde incluye ya una grosería dentro del título como una manera de dejar claro que no quiere congraciarse con nadie. Ante la pregunta de si no es agresivo el título, responde: “Agresivo que te quieran acotar el uso del lenguaje, agresivo que te quieran censurar la obra porque a alguien no le gustó el título. El autor lo es por su palabra, si se la quitan, le niegan lo poco que tiene, lo poco que es”.
En la obra la repetición constante del título hace que se convierta en una cantinela que le va quitando la agresividad, porque, hay otras cosas que son aún más agresivas, como el racismo que destilan y gozan los personajes.
En Chato McKenzie, por ejemplo, conjunto de tres obras que pueden servir tanto por su cuenta como una gran obra en sí misma, hace una parodia del género policiaco en el que los clichés le sirven para pitorrearse, una vez más, de la sociedad mexicana.
Hosco, con maneras poco amables que lo hacían irse quedando solo, su obsesión era el teatro. Escribió muchas obras, algunas montadas, otras publicadas y muchas de ellas inéditas. “El teatro siempre te va a regresar más de lo que tú le das -decía- Es una inversión de vida rentable, al menos la mejor que yo he tenido en mi vida”.