Leer El laberinto de la soledad de Octavio Paz en nuestros tiempos
¿Cómo leer a Octavio Paz en pleno 2022? ¿Cómo entender sus ideas después de tanto movimiento social e inclusive una pandemia? ¿Qué tiene que decirnos todavía nuestro único Premio Nobel de literatura? Una figura que sigue rodeada de polémica, que vivo o muerto ha dado de qué hablar aún en nuestros días. Un referente ineludible dentro de la tradición de las letras mexicanas, no solamente lo que atañe a la poesía o al ensayo (par de géneros en el que Paz fuese más prolífico), sino en la manera en la que entendemos nuestra tradición, pues sin él sería casi imposible concebir incluso apoyos vitales para la creación literaria que subsisten hoy en día como lo es el ex Fonca que ahora es el Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales.
Octavio Paz no es un escritor cualquiera. Sobre él flota una aurora casi celestial, parecida a la que ostentan los santos de bulto que están en los retablos centrales de las iglesias. Intimida y es algo que parece agradar y hace sentir incluso a sus discípulos o a los que aún cuidan y resguardan su legado. Cierto es que Octavio Paz y su figura no es simple en lo absoluto o algo que pueda resultar irrelevante a la hora de acercarse. Sintamos simpatía por él o no, estemos o no de acuerdo con él, sus ideas son importantísimas, y leerlo con suma atención en nuestro tiempo me parece algo totalmente necesario y fundamental para todas, todos y todes.
El laberinto de la soledad, una de sus obras más importantes y de cuya entraña se desprenden muchos trabajos posteriores, no solo de Paz, sino de muchos y muchas, sigue vigente para entender nuestra realidad como mexicanos, en sus páginas el que su autor explora y revisa lo que él considera que es la idiosincrasia nacional por lo menos hasta sus días. Actualmente, sigue siendo un libro que flota dentro de nuestro imaginario colectivo del lector mexicano, no una obra muerta y polvorienta, olvidada por el paso de los 70 años que han transcurrido desde su publicación.
“Desde 1950, año de su primera edición, El laberinto de la soledad es sin duda una obra magistral del ensayo en lengua española y un texto ineludible para comprender la esencia de la individualidad mexicana” dice la contraportada del libro aún nuevo, que está desde hace un par de años en uno de mis libreros en donde descansa la biografía que adquirí para una tentativa tesis de maestría que aún no empiezo y cuyo tema principal son los ensayos políticos de Octavio Paz. Y aunque durante algunos seminarios en la universidad leyera algunas partes, es la primera vez que me enfrento a su lectura total, atenta y pendiente a lo que Octavio tiene para decirme sobre él, sobre ellos y quizá también sobre mí.
Desde el primer ensayo de este libro “El pachuco y otros extremos” deja ver el ensayista que por causas azarosas y de vida es capaz de ver y de reconocer al mexicano desde lo lejos, desde la mirada del exterior para así hacer una comparación empapada de la objetividad de quien se aleja para mirar la realidad más allá del aire contaminado de un entorno compartido, es un inicio en el que deja ver algo coyuntural para entonces, e inclusive al hombre moderno que quiso ser. Paz usa la imagen del pachuco como una gran metáfora del mexicano, ambos adolescentes, recién llegados conscientemente a la tierra, buscando apropiarse de su vida, rehuyendo de los roles establecidos dice: “a los pueblos en trance de crecimiento les ocurre algo parecido”, comparando lo que le sucede a los pachucos con los estadounidenses y a los mexicanos con sus propios orígenes e historia.
Empieza a esbozar sus propios conceptos sobre “la mexicanidad” como algo que se encuentra en trance, que muta y es fluctuante, pero también sobre la soledad, uno de los ejes que conducen todo el libro, “en todos lados el hombre está solo”, aunque este sentimiento lo entiendan y lo enfrenten de diferentes maneras los mexicanos y los estadounidenses. “La soledad del mexicano es de las aguas estancadas, y la del norteamericano es la del espejo”. Y cuando se refiere a los pachucos, dice que “han perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias” pero se sienten y se reconocen como “parte de algo más vivo y concreto que la abstracta moralidad del American way of life”.
En “Máscaras mexicanas”, el segundo ensayo de esta colección, Paz hace una reflexión ya no al mexicano per se, sino a sus maneras de ser y de sentir, enfocándose en sus sentimientos y en su hermetismo, conociéndolo como una característica natural: “El hermetismo es un recurso de nuestro recelo y desconfianza. Muestra que instintivamente consideramos peligroso el medio que nos rodea. Esta reacción se justifica si se piensa en lo que ha sido nuestra historia y el carácter de la sociedad que hemos creado”, en este texto también expone la postura de abrirse como sinónimo de “rajarse”, algo que solo es permitido a la mujer (pues nosotras nacemos “rajadas”) y que deja ver buena parte del imaginario machista mexicano, no solamente en los tiempos de Paz, sino incluso actualmente, es decir, la mujer tiene permitido abrirse y mostrar vulnerabilidad porque es solamente un objeto que cumple una función en todo en la vida del hombre. Es aquí donde la lucidez de Paz pierde puntos en vigencia y gana en machismo, pues esa idea le acompañará no solamente a lo largo de todo el segundo ensayo, sino en el total del libro, la concepción y la integración de las mujeres a las reflexiones que integran El laberinto de la soledad es casi nula, salvo Sor Juana y la Malinche, el ensayista no reconoce mayor aporte más allá de ser objetos: “la mujer siempre ha sido para el hombre lo otro, su contrario y complemento. Si una parte de nuestro ser anhela fundirse a ella, otra, no menos imperiosamente, la aparta y excluye. La mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo mas siempre diferente. Al convertirla en objeto, en ser aparte y al someterla a todas las deformaciones que su interés, su vanidad, su angustia y su mismo amor le dictan, el hombre la convierte en instrumento. Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa”.
Y aunque está haciendo una descripción muy cercana a la realidad de muchas mexicanas, se le nota cómodo, pues jamás hace una crítica al sistema patriarcal, ni siquiera un esfuerzo por disimular que estas ideas le acomodan y que él es parte de ellas al no incluirlas como parte de la creación, sino asumir un papel pasivo dentro del desarrollo de la historia y de la conformación del pensamiento mexicano, pero quizá eso hubiera significado tener que quitarse la máscara y mostrarse expuesto, pues “el mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad”, dice Octavio al respecto de las máscaras que usamos para vivir.
“Todos Santos. Día de Muertos”, el tercero de los ensayos de este laberinto, revisa el papel que ocupa la fiesta para los mexicanos, uno de los pocos acontecimientos en los que los hombres machos y aguantadores que no se saben rajar, como nos dejó claro en su texto anterior, animados por el alcohol pueden quitarse la máscara sin ser juzgados como llorones o rajones. También habla de la relación que tenemos con la muerte y sus rituales gozosos que por supuesto también incluyen fiesta, comida y alcohol. Desde la óptica de Paz, vida, muerta y fiesta son las mismas cosas: “Dime cómo mueres y te diré quién eres”, no obstante, aclara la indiferencia del mexicano tanto por la vida misma como por su propia muerte, y también ejemplifica con el tratamiento que José Gorostiza y Xavier Villaurrutia que le dan al tema a través de los poemas “Muerte sin fin”, en el caso del primero y de “Nostalgia de la Muerte”, del segundo.
Seguimos con “Los hijos de la Malinche”, y volvemos a ver el tema del hermetismo como una característica fundamental del carácter mexicano, lo retoma y ensaya sobre su posible origen, lo compara con el de otras partes del mundo como en Oriente, en este ensayo la figura de la Malinche, o la chingada es una pieza central. Paz reflexiona entorno a la tradición de Cuauhtémoc y de Doña Marina como personajes que se abrieron a la Conquista Española y que cedieron no solamente su cuerpo sino también a su pueblo; todos somos hijos de la chingada, de la mujer violada. Si alguien en esos tiempos aún sigue sin entender el verdadero significado de la expresión, convendría darle un ojo a estas reflexiones en torno a la palabra y al verbo chingar, en estos días en los que se ha puesto en la mesa y en la coyuntura mediática lo normalizado que tenemos la violación a mujeres, pues desde tiempos de la conquista es algo muy común aceptarnos chingadas, transgredidas, y es triste admitir que en esto Octavio no se equivoca.
“Conquista y Colonia” y “De la independencia a la Revolución”, son los ensayos subsecuentes, en los que el autor nos da un recorrido de historia mexicana muy a su manera, empezando desde la caída del Imperio Azteca hasta las quejas zapatistas, analizando sobre todo sus fallas, concentrándose en las cosas que no salieron como tenían que salir, haciendo la crítica a la falta de ideales tanto de parte de los caudillos como de los liberales. Vencidos y vencedores, son puestos en la misma balanza, también el papel de la iglesia y la sociedad como factores determinantes en el progreso mexicano y también en la historia de las ideas. La mayoría de estos personajes tenía las mejores intenciones pero pésimos desempeños a la hora de tomar el poder, llenos de contradicciones, de falta de criterio propio, pero sobre todo de imitación a los modelos extranjeros, retrocesos a mejores épocas, fantasías de gobernantes, pero preponderantemente la idea nostálgica de que todo tiempo pasado fue mejor. Pienso en este par de ensayos, ahora como una ideal lectura complementaria, como una suerte de apunte o comentario que bien podrían ser parte de todos esos libros de texto, llenos de fechas, lugares, datos y estadísticas históricas pero no de una reflexión que ayude a preparatorianos y universitarios a entender nuestra historia pero sobre todo de reflexionar en torno a ella, algo a lo que invita el ensayista, pues él mismo realiza su propia interpretación. Quizás así la historia deja de ser algo que memoricemos y nada más.
Este laberinto de historia y de pensamiento nos lleva a “La intelligentsia mexicana”, ensayo en el que ya no solamente el poder es analizado, sino también los protagonistas que forman parte de la cultura mexicana, y cómo todos los sucesos repercutieron en ella. En este texto, Paz analiza la figura de José Vasconcelos y sus aportes a la educación, y lo llama “el fundador de la educación moderna en México” y reconoce su obra personal, aunque refiere que su pensamiento no creó “escuela” en México, y sus ideas se perdieron o por lo menos se disolvieron.
En este ensayo, las grandes críticas a los intelectuales mexicanos de aquel siglo que siguen vigentes y bien pueden aplicarse a los de éste, y una de ellas es que: “La intelligentsia mexicana, en su conjunto, no ha podido o no ha sabido utilizar las armas propias del intelectual: la crítica, el examen, el juicio”, no dudo que en eso Paz no se equivoque, aquella tibieza sigue siendo propia de intelectuales y escritores contemporáneos, también su actitud servil y cortesana ante el poder.
Nombra a Samuel Ramos y retoma la idea de la máscara, el hermetismo y la búsqueda de la identidad al decir que: “el mexicano es un ser que cuando se expresa se oculta; sus palabras y gestos son casi siempre máscaras”.
En “Nuestros días”, el penúltimo de los pasajes del laberinto, el ensayista dice algo que también está subrayado en mi ejemplar: “ser uno mismo es, siempre, llegar a ser ese otro que somos y que llevamos escondido en nuestro interior, más que nada como promesa o posibilidad de ser”, algo que a lo mejor mi psicóloga en una de nuestras tantas sesiones me diría, quizás no con tanta elocuencia pero sí con esa firmeza y que resuena por supuesto aún. Lo que considera sus días ya no son los nuestros desde hace algunas décadas, y me surge la idea de conseguir una máquina del tiempo o por lo menos tabla Ouija para interrogarle y pedirle actualizar nuestros días, pues este título quizá tenía sentido entonces pero dejó de tenerlo ahora, que ya ni siquiera existe la Unión Soviética ni tantas otras cosas que entiende por su realidad.
La aparente puerta de salida del laberinto, es un apéndice que se agrega en la segunda edición de 1959, con un tono menos académico, inclinado más en la prosa poética, en el que se nota el aliento del poeta es su exaltación por temas como el amor como preocupación, algo que explorara posteriormente en La llama doble: “el lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar a la soledad con pena. Las penas de amor son penas de soledad. Comunión y soledad, deseo y amor se oponen y complementan. Y el poder redentor de la soledad transparenta una oscura, pero viva, noción de culpa: el hombre solo […]
La soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación. Es un castigo, pero también una promesa del fin de nuestro exilio. Toda vida está habitada por esta dialéctica.
Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos”
En este apartado se erigirá la idea paciana de la soledad como condición inherente al hombre, como enfermedad que tiene pocas curas, la soledad como algo que asfixia y nos inmoviliza.
Concluyo mi lectura pensando y creyendo que seguimos siendo hijos e hijas de la soledad, y creo que eso no ha cambiado a pesar de todo, y que en este libro Octavio dictó su gran herencia, no solamente para su círculo más inmediato y para sus colaboradores qué siguen haciendo lo de entonces, sino para nosotros los que ahora seguimos buscando la salida del laberinto. Otra, no la misma de siempre.
Será nuestra la tarea de corregir y aumentar estas ideas.