¿Latinoamérica? Memoria y cuerpos racializados en la colonialidad
Silencio, obviedad y olvido. Latinoamérica surge como expresión del aparato colonizador que sostiene el proyecto de la modernidad. Silencio. La colonialidad es la base de la modernidad. Por la distancia temporal, es mejor obviarlo. Sin colonialidad no existiría la noción de Latinoamérica, pues previo a la época hispánica, los habitantes originarios mostraban amplias diferencias culturales y temporales entre sí. Silencio y total olvido.
Aproximarnos a una noción de “lo latinoamericano” parece conservar una generalidad homogénea que solo alude al proceso historiográfico que “resulta” en una conformación geopolítica. La conquista “ha sido uno de los movimientos telúricos más fuertes, sin embargo, su lugar en la creación del orden capitalista moderno fue silenciado y los efectos de este ejercicio de dominación, también fueron negados en la historia y en la sociedad” (Maldonado, 2017, pág. 71). Reducción máxima de los procesos y ocultamiento de las bases del proyecto de modernidad que hoy vemos avasallante, a pesar de que tenía siglos anunciándose. Es decir, en tanto que las narrativas de lo colonial se vacían de sus encarnaduras materiales sociohistóricas y se disneyfican como un producto de consumo, por ejemplo, en la visión patrimonial o incluso en la industria turística; accedemos a una memoria que no contempla la búsqueda de las condiciones de posibilidad para proponer disrupciones; sino que se regodea en una supuesta mímesis realista del hecho que se vuelve verdad, a fuerza de repetición en múltiples dispositivos.
Hacia finales del siglo XV, la necesidad y promesa de encontrar nuevos proveedores y mercados, llevó a superar los miedos sobre un mundo rodeado de peligros, dragones y relatos. Hoy, la economía se centra en los relatos ficcionales del mundo digital para lograr una expansión que sostenga el proyecto iniciado hace siglos y que apenas ha logrado modificarse.
Colonialidad y cuerpos racializados
Como se ha insistido, no se pretende establecer una genealogía latinoamericana que deje de fuera muchas de las nociones particulares y regionales; sin embargo, se parte de una reflexión generalizada sobre algunos de los procesos coloniales que han derivado en formas de racialización de los cuerpos en la zona.
El asesinato de George Floyd, las manifestaciones sociales y digitales posteriores han generado reacciones en “Latinoamérica” y, sobre todo en México, donde se ha puesto en el centro la pregunta sobre las propias formas de racismo. Aunque quisiera hacer una revisión amplia, voy a centrarme en todas aquellas expresiones que suponen que en México existe “menos racismo” que en Estados Unidos.
No voy a recuperar las cifras de las encuestas de CONAPRED que ponen en evidencia cuantitativa el gran problema del racismo en el país, pues me parece más significativo rescatar un par de frases que aún escuchamos en la calle y lo vuelven evidente: “¡Ah, cómo eres indio! ¡Traes el nopal en la cara! y una que seguro recordarán por su aparición en un filme mexicano de 2002, “Si te gusta el frijol”, estas son expresiones de los ecos que, aunque parecen exagerados, encierran una forma de racialidad atravesada por el colonialismo.
Cierto que, en México, como en otras partes de Latinoamérica, la discriminación racial está vinculada a la de clase porque, evidentemente, a pesar de todos los cambios tecnológicos y la corrección política que se pretende en los efímeros discursos de las redes sociales, seguimos ante una misma lógica “como te ven, te tratan”. Y es que, en el fondo, ¿cuál sería la diferencia entre la segmentación por castas o la segmentación socioeconómica de las empresas de marketing?, ¿cuáles son los beneficios de este formato de estado institucionalizado y global?, si la posibilidad de apertura a la competencia invisibiliza la desigualdad en las condiciones de la competencia misma.
La colonialidad, de acuerdo con Aníbal Quijano, uno de los precursores de los estudios decoloniales, se refiere a la “dominación producida en el plano mental, aquella que se ha ocupado de constituir a la generalidad de los sujetos que son parte de una comunidad con una racionalidad y que son incorporados al interior de una subjetividad dominada para reproducirla de manera inconsciente en la práctica de las acciones cotidianas.”(Romero, 2014, pág. 2)Esto es, cuando en las sociedades se gestan frases como “su pareja es rubix, sus hijxs les saldrán bien bonitxs”, o “se fue a estudiar a Europa/EU, esas Universidades sí son buenas”, se pone en evidencia una forma naturalizada en la que la racionalidad-racialidad europea-sajona resulta en lo “deseable” y, por tanto, en lo que se persigue. La búsqueda, entonces, no es por la reivindicación de las diferencias, sino por la aceptación desde la hegemonía.
Homologación global y la diversidad blanqueada
Uno de los pensadores latinoamericanos que indagó ampliamente sobre la “blanquitud” es Bolívar Echeverría, quien ya exponía cómo los procesos de “asimilación racial” que posibilitan la obtención de derechos, no siempre implican modificaciones en las estructuras simbólicas, sino que presuponen una adaptación a los modelos hegemónicos para lograr su inclusión.
Ser blanco, no significa solo un color de piel o una supuesta carga genética hereditaria, sino una cadena de significados vaciados en modos de vida. CONAPRED y la agencia 11.11, hacia 2010, expusieron un video enmarcado en la campaña “Racismo en México”; el material es muy recomendable para revisitar, no como condena, sino como una evidencia de la expresión social de nuestro país. En dicho documento visual se observa cómo lxs participantes consideran que “moralmente” identifican que la raza blanca es poseedora de valores éticos, por lo que, cuando se pregunta a lxs participantes por su identificación racial, suelen dudar; es decir, ante el proceso de mestizaje, lo que queda difuminado no es solo la pertenencia identitaria, sino las condiciones que la acompañan.
Podemos condenar lo que somos, porque la contradicción ha conformado nuestros cuerpos, mientras que pensamos en la promesa de un proyecto de modernidad que se plantea como posibilidad de un futuro que siempre está por venir y en el que nuestra diferencia se desintegrará, para incorporarnos a lo que se nos había negado. La modernidad eurocéntrica se preserva a través de la configuración de dispositivos que naturalizan las relaciones de poder y las ocultan a través de la repetición favorecida por la noción actual de espectáculo y su correlación con la visión de público como dimensión colectiva
Desde los centros hegemónicos, “lo latinoamericano” es apenas esa curiosidad lejana y llena de una magia irracional, digna del buen salvaje. Intento o copia kitsch que se observa con la extrañeza de la lejanía y con la que se puede ser condescendiente, siempre recordando que son muestras de una periferia “en desgracia”. Otredad que puede asimilarse a un modelo que, cada vez, parece menos deseable.
Latinoamérica, entonces, aparece como el canal satelital con telenovelas, la música con ritmos “tropicales”, los tragos fuertes que envilecen a las mentes más instrumentales, la gala de premios cargada de cuerpos estereotipados, la extrañeza, el ruido, el chirriante color que exagera. En fin, la estética de una fiesta permanente que solo expone la flojera y desidia de los cuerpos que, ante el jolgorio, “deciden” morir por una supuesta exhibición abierta a la felicidad no laboral.
Algunas de las cuestiones que se presentan como centrales en este texto, son parte de los debates derivados de los estudios postcoloniales y decoloniales que han sido cuestionados por una atemporalidad; es decir, se considera que la supuesta lejanía temporal del acontecimiento no ha generado vínculos con los modos de vida actuales. Por lo que, silenciar, obviar y olvidar, se vuelven los elementos medulares de las formas de discriminación, en los países colonializados.
El triunfo de la colonialidad es justo la asimilación silenciosa e incuestionable de los sistemas simbólicos que la conforman; mientras que el concepto de la identidad latinoamericana, entonces, aparece como inventario de elementos y acontecimientos vaciados que disneyfican, con propósitos económicos, la fuerza de las narrativas de la memoria.
Bibliografía
Lipovetsky, G. y. (2016). La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico(2a ed.). Barcelona: Anagrama.
Maldonado, H. (2017). ¿Qué significa ser tocado por la colonialidad? . En M. C. González, Decolonialidad y Psicoanálisis (págs. 71-76). CDMX: Ediciones Navarra. Obtenido de Maldonado, H. (2017). ¿Qué significa ser tocado por la colonialidad? En M. C. González, Decolonialidad y Psicoanálisis (págs. 71-76). Ciudad de México: Ediciones Navarra.
Romero, J. R. (2014).La noción de patrimonio como colonialidad festiva, Obtenido de http://www.academia.edu/14964901/La_noci%C3%B3n_de_patrimonio_como_colonialidad_festiva