Las relaciones personales, confianza y privacidad tecnológica
Las relaciones personales, de por sí complejas, se han reconfigurado a lo largo de los últimos años en gran medida gracias a la tecnología. Y en este mundo cada vez más interconectado ya no se antoja tan sencillo identificar dónde está el punto de quiebre entre confianza y privacidad. Fernando Bustos Gorozpe y María José Ramírez reflexionan al respecto.
El acoso de las fantasías
Fernando Bustos Gorozpe
Al inicio de Gone Girl (David Fincher, 2014), se observa a Amy (Rosamund Pike) recostada mientras, con voz en off, su esposo Nick (Ben Affleck) se hace preguntas elementales sobre ella: «¿Qué estás pensando? ¿Cómo te sientes? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro?». Los cuestionamientos, de alguna forma, terminan por relacionarse con la trama de otra cinta, Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999). Aquí, el conflicto se destapa en una plática que sostiene la pareja integrada por Bill (Tom Cruise) y Alice (Nicole Kidman). Mientras fuman, ella decide confesarle una fantasía. Le recuerda a su esposo unas vacaciones pasadas y le menciona que, entonces, en el lobby del hotel había un hombre uniformado que le gustó y que, si él le hubiera propuesto una aventura, ella habría dejado todo por irse con él aunque sólo fuera algo casual. Bill por supuesto se muestra confundido y se queda en silencio. Algo se disloca.
A lo que asistimos el resto de la cinta es a una pesadilla de Bill, en la que todo el tiempo se imagina a Alice cogiendo con ese sujeto, a quien ni siquiera recuerda, pero a quien le ha puesto incluso un rostro ficticio: el acoso de la fantasía (de su esposa). Lo terrible de la pesadilla que invade a Bill es que nada de lo que piensa es real. Alice nunca habló con aquel hombre. No engañó a Bill. Las imágenes que invaden su pensamiento no son verdaderas: la fantasía es siempre una mentira primordial.
Ambas películas sirven como referente para dialogar y problematizar, desde las relaciones de pareja, la importancia de la confianza y de la privacidad, que se han vuelto un eje causal de conflictos, cada vez más común en la actualidad. La desconfianza, la vigilancia de los movimientos (stalkear) de aquel con quien compartimos nuestra vida, ha estado ahí en diferentes generaciones. Sin embargo, el hecho de que las relaciones actuales estén mediadas, y hasta cierto punto validadas, a través de redes sociales ha vuelto todo más frágil. La confianza y la privacidad ya no sólo se juegan en lo real sino también en ese desdoble del espacio que es la realidad virtual: likes, comentarios, interacciones y más devienen ahora también en abismo para la seguridad de la exclusividad del amor y del deseo.
Gone Girl y Eyes Wide Shut tienen que ver con aquello a lo que no podemos acceder de nuestra pareja: sus deseos, sus fantasías, sus secretos: ¿Qué es lo que piensa esa persona con la que comparto la cama por las noches? ¿Con qué sueña? ¿Con qué fantasea? ¿Me lo cuenta todo? Nunca podremos acceder por completo al otro que tenemos junto y el mensaje de este par de cintas es claro: a veces es mejor no hacerlo.
La confianza al interior de una relación se construye, nunca es mera cuestión individual. La privacidad debe respetarse. Cuando se quiebra esto, se entra, al igual que Bill, al acoso de las fantasías, un mundo plagado por fantasmas que es capaz de engullir a cualquier amor, incluso el propio.
La vida secreta privada del Catedrático
(fragmento)
María José Ramírez
Para hablar de los límites de la privacidad y de la confianza, baste un cuento en el que una mujer dependiente y con temor al abandono se encuentra en una relación con un hombre celópata y narcisista. La dinámica de esta pareja nos permite ver que, cuando de privacidad se trata, el respeto al derecho ajeno es la paz.
El Catedrático le decía que no debía tuitear tanto. Decía que era adicta a las redes sociales y que por eso no terminaba la tesis, entonces ella se sentía culpable, porque ambas cosas eran, en cierta medida, verdad. Apenas sospechaba de la vigilancia que el Catedrático mantenía sobre su actividad en internet. Si tuiteaba o posteaba algo, él le hacía comentarios negativos al respecto. Si se conectaba a Facebook durante las pocas horas que pasaban separados, igual. También le decía que nadie debía enterarse de sus problemas de pareja, ni siquiera —o sobre todo— sus mejores amigos. El Catedrático parafraseaba a Arjona Gabo y decía: «Todos tenemos una vida pública, una privada y una secreta». El problema era que ella confundía privacidad con intimidad, y le entregaba la primera a un tercero que temía ver modificada su impecable vida pública.
Un día, el Catedrático, no conforme con el noventa y ocho por ciento del tiempo que ella le dedicaba, con las ofertas laborales que rechazaba para ayudarle con su trabajo, con el abandono en el que tenía a sus amigos (por no hablar de sí misma) y con su casi total ausencia en las redes, entró «accidentalmente» a su cuenta de Facebook y «accidentalmente» leyó sus mensajes privados, entre los que se encontraba una conversación que había tenido con uno de sus ex novios, ése al que ella, «tramposamente », llamaba su «amigo». El Catedrático nombró el hallazgo como «El monstruo»: un chat en el que ella y su ex trataban de ponerse de acuerdo para tomar un café y fallaban. «Ya no puedo confiar en ti. Ya no te amo», dijo el Catedrático y se fue, azotando la puerta. Ella se sintió devastada, rara, enojada, culpable por haberle ocultado a su pareja una nimiedad.
Días después, ella ligó con una chica y se metieron a un cuarto a lamerse las heridas: las dos estaban tristes a causa de una ruptura. Cuando alguien les abrió la puerta y las vio teniendo sexo, a ella no se le ocurrió considerar que en la fiesta había amigas del Catedrático que podrían hacerle saber qué estaba y qué no estaba haciendo después de que él la hubiera cortado. Pero los agentes del patriarcado no conocen el descanso y el Catedrático tenía santo y seña del momento íntimo y privado que ella había compartido con alguien más. Su vida privada no era suya, se anulaba fuera de su alcance, bajo el escrutinio público.
Movido por los celos, una de las muestras de violencia más normalizadas, el Catedrático la buscó para reiniciar el círculo vicioso. Guardando la distancia de quien procura no asustar a la presa y después de cuestionarla largamente, le hizo sentir que le otorgaba el perdón. Entonces, por un tiempo, ella volvió a fingirse amparada bajo el manto tibio de la aceptación: quien cela, ama.