Las morsas contra Poe
Tusk (Smith, 2014) hubiera sido grande: un hombre es secuestrado por un viejo marinero loco que lo intenta convertir quirúrgicamente en una morsa.
Las razones del viejo son rarísimas y a la vez, entrañables. Durante una expedición en su juventud, naufragó en una isla donde una morsa le brindó compañía, amistad y, al final, alimento. El marinero sobrevivió canibalizando a su dientón amigo —al cual llamó Mr. Tusk— y la culpa lo corroyó tanto que buscó revivir a la morsa en seres humanos. Tusk es la historia de un asesino serial que intenta responder la pregunta que nos ha invadido desde que empezamos a caminar sobre la Tierra: “¿Es el hombre, en el fondo de su corazón, una morsa?”.
A Tusk le falta algo tan fundamental pero tan simple que a veces pasa desapercibido: unidad de efecto.
Poe, en La filosofía de la composición, resume así el concepto: “Prefiero empezar con la consideración de un efecto. Teniendo la originalidad siempre en el horizonte, en primer lugar, me pregunto: ‘De los innumerables efectos o impresiones de los cuales el corazón, el intelecto o el espíritu son susceptibles, ¿cuál de ellos, en esta ocasión, escogeré?’. Después de elegir una novela [una forma], primero, y, segundo, un efecto, considero si acaso éste último será mejor logrado por medio de los hechos o del tono —por hechos cotidianos y un tono particular o, a la inversa, a través de hechos insólitos y un tono igual de notable—”.
Poe aboga, en el cuento o en el poema, por enfrentar al lector a una sola cosa. Si acaso el escritor quisiera, en la brevedad, proponer una plétora de efectos, el resultado sería la insuficiencia de todos ellos (“El que mucho abarca poco aprieta”, ¿no?).
Cuando el escritor estadounidense habla de la consideración de un efecto en una narración breve, se refiere a una economía de la lectura y a que es mejor apostar a la sencillez que a la saturación.
Una película, por su duración, se acerca más a la lógica del cuento que a la de la novela (ése es el lugar de la serie televisiva). Pensado así, el consejo de Poe puede ser aplicado a la mayoría de los filmes.
Tusk son dos películas, pero no en el buen sentido de tener profundidad y diferentes planos de interpretación, sino en el negativo: son dos películas simplemente pegadas. Una dura hasta que el protagonista completa su metamorfosis morsística; ésta es un thriller, cercano a la lógica del torture porn de Hostel. La segunda se extiende hasta el final y parece ser una comedia negra.
La tragedia de Tusk es doble: primero, en su saturación, pierde fuerza; segundo, ninguna de las películas que la conforman termina de funcionar.
El consejo de Poe sobre la unidad de efecto debe ser tomado con ligereza. No es una regla ni un requisito indispensable para que una narración breve funcione. La variedad de efectos en el espectador puede funcionar; por ejemplo, en Audition (Miike, 1999), también hay dos películas: una de amor y otra de torture porn. Ambas tienen sus distintos efectos, aunque la magia de Miike fue hacer la primera parte aburridísima, sosa, y la segunda impactante y asquerosa. En conjunto, las dos películas logran hacer una y, de algún modo, la multiplicidad de efectos se sintetiza.
En Tusk, la síntesis es imposible porque Smith ni siquiera tuvo claro que quería hacer con cada mitad. Ambas oscilan entre una comedia negra y un thriller; la segunda quiere contrapuntear con gore (que está bastante bien). El final (malísimo) es una especie de epifanía de a gratis y el malo, Howard Howe, termina siendo justificado por una “infancia terrible”, por lo que la importancia de la morsa queda desplazados en una sentencia del tipo “Soy asesino porque sufro mucho”.
“¿Es el hombre, en lo profundo de su corazón, una morsa?”. La pregunta nada más así; igual y alguien más la venga a contestar.