Las malas y el arte de la resistencia
He aquí un caso extraño: el nacimiento de Las malas parece coincidir con el de su autora, la argentina Camila Sosa Villada. Esto se debe a que la historia que contiene este libro comenzó a fraguarse, mucho antes de ser un texto publicable, en las confesiones esporádicas de una adolescente atrapada en otro cuerpo y bajo otro nombre. La cuna de estos escritos fue también el primer refugio y cascarón de dicha adolescente: una habitación pobre, pequeña, donde ella podía vestirse de mujer y escribir sin temor a la recriminación. No se imaginaba entonces que, un día, su rostro alegre y maquillado sería famoso y reconocido en ámbitos como la actuación, la escritura, la dramaturgia y la música.
Sin embargo, su padre la marcó prematuramente con una predicción brutal: “Un día van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja”. Ese hombre prometió que el único futuro posible para su hija transgénero sería la prostitución. En efecto, mucho antes del reconocimiento y los galardones, la última apuesta de su padre pendió como una condena sobre los hombros de la muchacha hasta que se cumplió. Poco tiempo después, Camila Sosa Villada trabajó como prostituta en las llamadas “zonas rojas” de su ciudad. Fue así como conoció a las travestis que la adoptaron como una hija y a las que rinde homenaje en Las malas, su texto más conocido.
Pues bien, Las malas fue publicado en 2019 y recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2020. La obra acompaña a un grupo de travestis que acude cada noche al Parque Sarmiento (ubicado en la región capital de Córdoba, Argentina) en busca de clientes. Cada integrante del grupo vive acogida por una figura admirable y maternal: “la mujer más amada sobre la tierra, la bien querida, la inolvidable Tía Encarna, madre de todos los monstruos”. Curiosamente, la primera escena de la novela nos sitúa frente a una estatua de Dante, como si se anunciara una especie de descenso al infierno (y, en efecto, eso es lo que nos espera como lectores). A lo largo del libro, se nos presenta un mosaico de pasados tristes, tiernos, violentos, brutales, todos mediados por la experiencia de la protagonista (llamada precisamente Camila). Es evidente que la historia tiene tintes autobiográficos, pues está atravesada por la misma metamorfosis que la escritora experimentó: el sacrificio de la seguridad y la aceptación social por el privilegio de amar y reinventar su propia piel.
A pesar de la carencia de diálogos, la prosa de Sosa Villada es fluida y vívida. Está repleta de elementos poéticos que contrastan con la crueldad de ciertos pasajes y desafían las ideas comúnmente aceptadas (quizás incluso institucionalizadas) de la belleza. Se nos dice, por ejemplo, que “a pesar de sus moretones y su mejilla cortada, La Tía Encarna era la ferocidad de la belleza. No la belleza entera, sino una fracción doliente e inolvidable”. En definitiva, la convivencia de la hermosura y la crudeza es uno de los hilos conductores de esta novela y esto solo se ve fortalecido por los rasgos de realismo mágico que entreteje la autora con la trama: una Virgen de piedra que llora, una sordomuda que se convierte en ave, una “lobizona” con lágrimas azules, una curación que parece exorcismo, una tierna madre de 178 años capaz de amamantar con senos postizos. Así, la obra parece danzar en la línea divisoria entre el artificio literario y el testimonio, entre la ficción y la memoria. Es como si los afectos y la magia cobraran mayor fuerza en las zonas marginales de la sociedad, en las esquinas más dolorosas del mundo. Por eso, Camila Sosa Villada reitera constantemente el esplendor que se esconde en la resistencia, la milagrosa sororidad de las condenadas y el terrible peligro que acompaña la conquista y aceptación de la identidad propia.
Cabe destacar que la prosa poética no cancela la crudeza de la realidad retratada. Las travestis que viven entre las páginas de Las malas (así como las que visitan las “zonas rojas” de la verdadera Córdoba) son mujeres obligadas a vivir en una lucha eterna. La autora hace un excelente trabajo denunciando las deficiencias del sistema que las obliga a inyectar sus cuerpos con materiales baratos, a cargar armas improvisadas en sus bolsillos, a volverse expertas en cuidados y curaciones que ellas mismas tendrán que procurarse. La novela lo deja claro: estas mujeres valientes y violentadas solo son vistas por bebés sin prejuicios; solo son entendidas por veteranos de guerra. Como bien menciona Juan Forn en su prólogo, se trata de una “hermandad de travestis mal miradas, mal queridas, mal tratadas, mal pagadas, mal juzgadas, mal habladas”. Teniendo todo esto en cuenta, no es sorprendente que los personajes de Las malas comparen los genitales que anhelan con una herida abierta.
“Las pocas veces que asoma de verdad el dolor de una travesti, es como un hechizo: somete al espectador a un estado de lisergia triste, de pena fosforescente”. Esta cita resume a la perfección el efecto cautivador que Las malas produce en sus lectores. En suma, el homenaje que Sosa Villada rinde a sus excompañeras de trabajo es un retrato excepcional de su dura cotidianidad. “A las travestis no nos nombra nadie, salvo nosotras”, parecen decir al unísono Camila autora y Camila personaje. Por ende, su libro nos interpela desde el destierro y la disidencia; nos obliga a sensibilizarnos con un sector frecuentemente invisibilizado y discriminado. En eso radica la importancia de su lectura; es hora de empatizar con contextos distintos a los nuestros y ofrecer nuevos espacios de desarrollo para otras mujeres como la autora. Hoy más que nunca debemos reconocer este texto como una forma artística de resistencia, como la semilla de un cambio necesario.
Sosa Villada, Camila. Las malas. Tusquets Editores, 2019, Colección Rara Avis.