Las distintas Blancanieves
El término “reescritura” puede no ser adecuado para referirse a los cuentos de hadas. Se reescribe lo que estuvo escrito, en esa idea casi bíblica de una escritura primera y original. Pero los cuentos de hadas de los libros son “escrituras”, versiones en papel de las miles de historias orales, anónimas y colectivas; imposibles de rastrear hasta dar con la “verdadera” (salvo los cuentos de autor, como los de Andersen, aunque una vez en el imaginario colectivo son sujetos a esos mismos procesos de parodia y, aquí sí, reescritura, que terminan por desdibujar su forma original). Ni siquiera Walt Disney, quien se ha empeñado en fijar los elementos de sus propias versiones, ha logrado atar definitivamente la forma de, por ejemplo, Blancanieves y los siete enanos. La ansiedad de Disney por monopolizar una versión única de sus historias terminó con la carrera de Adriana Casselotti, actriz y cantante que dio vida a Blancanieves en la película de 1937, una de las cintas más taquilleras de su tiempo y pionera en términos de tecnologías de animación. Disney obligó a Casselotti a firmar un contrato en el que estipulaba que no podría volver a actuar ni cantar en grabaciones o escenarios por el resto de su vida; quería evitar que la figura de Blancanieves se contaminara de otras referencias, de otras historias. La artista Pilvi Cabala tiene un performance en el que va a Disneylandia disfrazada de Blancanieves y los guardias de la entrada no la dejan ingresar alegando que adentro está la “verdadera Blancanieves” y su presencia podría confundir a los niños. Si, por ejemplo, la vieran comiendo o yendo al baño, eso causaría una impresión equívoca en el público porque esas son cosas “que no haría la verdadera Blancanieves”.
Los siglos XX y XXI son prolíficos en reinterpretaciones de cuentos de hadas, desde piezas de ballet y obras de teatro hasta versiones fílmicas o literarias. En muchas de las más recientes se subvierten, cuestionan o satirizan los valores que Perrault, el gran moralizador, los hermanos Grimm o Disney pretendieron afianzar; valores patriarcales y maniqueos, la mayoría de las veces. Dos vertientes destacan en estas versiones contemporáneas de los cuentos de hadas: la gótica y la satírica. La estrategia del gótico consiste en localizar y hacer visible la violencia y la sexualidad de las narraciones más antiguas, que no eran necesariamente infantiles o partían de una concepción muy distinta de la infancia; de hecho, no fue hasta la segunda edición de los cuentos de los Grimm que se consideró adaptar las historias para un público infantil, ya en una visión decimonónica de la infancia inocente y pura. Desde sus orígenes el gótico abrevó de los cuentos de hadas y de la tradición popular. De los muchos ejemplos posibles tenemos a Vathek, la novela de William Beckford que retoma Las mil y una noches. Sin embargo, en el siglo XX la pionera de las reescrituras góticas de cuentos de hadas es Angela Carter. Su libro La cámara sangrienta, que este año publica en español y en una versión ilustrada la editorial Sexto Piso, es la colección más famosa de reescrituras, debido, entre otras cosas, a su exactitud poética en el uso del lenguaje, a su reinterpretación feminista y con influencia del psicoanálisis de los cuentos clásicos.
Por más que muchos intérpretes busquen símbolos en los peligros que aparecen en los cuentos de hadas (el bosque, las bestias, el invierno), ya advertía el historiador Robert Darnton que gran cantidad de las amenazas que figuran eran reales hace quinientos años: los bosques eran en verdad amenazantes, los inviernos realmente “invencibles”. En su versión de Blancanieves, “La niña de nieve”, Carter retrata la atmósfera fría y voluptuosa de un invierno en la Edad Media pero ya sin la idealización de los prerrafaelistas, que Disney vino a concretar en el estereotipo de una época mágica y colorida. Heredera de la tradición de Carter, la mexicana Gabriela Damián escribe su propia “Blancanieves”, “La nieve y los pájaros”, para la antología de cuentos de hadas reinventados que este año publica CONACULTA. Damián se adentra en el ambiente medieval con detalles realistas como la dura vida de los mineros y campesinos, que también contrasta con la visión idealizada de los enanitos trabajadores de Disney. Estas dos historias, y la de Neil Gaiman titulada “Snow, Glass, Apples”, no escatiman la cruda violencia del cazador que mata a los animales en vez de a Blancanieves, o de la madrastra comiéndose el corazón del animal pensando que es el de la princesa. Tampoco hay ningún tipo de censura en la película muda de 2012 dirigida por Pablo Berger, Blancanieves. Allí la violencia se hace presente desde el inicio en el tema de las corridas de toros, y luego se extiende al maltrato infantil y al espíritu grotesco del carnaval en las ferias de pueblo.
Los elementos sexuales, que están insinuados en la “Blancanieves” de los Grimm a veces mediante símbolos (las tres gotas de sangre que representan la madurez sexual y el deseo, el amor edípico entre padre e hija que causa los celos de la madrastra), salen a la luz en estas escrituras recientes. En la versión de Carter es el Conde y no su esposa quien desea y procrea a su hija perfecta. Cuando satisface su deseo incestuoso y necrofílico en su hija muerta, ésta desaparece, igual que el objeto de deseo se desvanece cuando se obtiene. La necrofilia también está presente en la versión fílmica en blanco y negro de 2012, donde rentan a la niña muerta (o en coma) para satisfacer el mismo fetiche. En el cuento de Gaiman hay incesto explícito entre padre e hija, quien es en realidad una vampira, monstruo siempre asociado a la sexualidad más destructiva. Gabriela Damián también explora el deseo del padre hacia la hija, que la madrastra utiliza como herramienta para revivir a su esposo muerto.
Antes de que los Grimm, en particular en sus versiones posteriores a 1810, y otros autores más adelante, hasta llegar a Walt Disney, domesticaran y edulcoraran las versiones orales de estas historias, existía mucha más ambigüedad respecto a los estereotipos del bien y el mal. Una de las estrategias de las que echan mano las historias contemporáneas para cuestionar este maniqueísmo es la primera persona. Las historias orales están casi siempre en una tercera persona omnipresente y objetiva, y no es sino hasta cuentos como el de Damián que hacen uso de la polifonía para establecer distintos puntos de vista y visiones en conflicto, que se complejiza la trama oral de los cuentos de hadas (en su esquelética estructura, propicia para la memorización). La historia de Gaiman utiliza uno de los recursos más comunes en las reescrituras de cuentos de hadas adoptar el punto de vista del villano. En la versión de los hermanos Grimm, el contraste entre Blancanieves y la madrastra es el de la mujer angelical frente a la mujer monstruo. Blancanieves es pura pasividad, sumisión y fragilidad. Es, además, el ama de casa perfecta en la choza de los enanos. La bruja, por el contrario, es la mujer sabia, activa y creativa, y su perspectiva, por lo tanto, mucho más compleja que la de la protagonista.
Otro de los elementos importantes en estas reescrituras es la recuperación de los símbolos reconocibles, que finalmente atan las nuevas versiones a las antiguas. Manzanas, vidrio, cuervos y nieve serían, por ejemplo, elementos constitutivos de “Blancanieves”, y funcionan como símbolos en expansión que van develando sus distintos posibles significados como lo harían las metáforas en un poema. Para Menchú Gutiérrez, autora de un ensayo titulado Decir la nieve, la primera imagen de “Blancanieves”, la madre junto a la ventana deseando una hija blanca como la nieve, de labios rojos como la sangre y cabello negro como el ébano, es semejante a la anunciación bíblica. Es una escena íntima en donde aparece la pureza en la nieve, el deseo en la sangre y el misterio en el ébano (cuervo en otras versiones, como la de Gabriela Damián y la de Angela Carter). El vidrio que atraviesa la historia desde la inicial ventana hasta el espejo, y por último el ataúd, a veces simboliza contemplación; a veces, como en el cuento de Damián, vanidad o mentira, y a veces pureza cristalina. Los elementos femeninos con los que la madrastra intenta envenenar a Blancanieves —el peine y los listones—, también lo son de vanidad y brujería; y la manzana, que comparte el rojo del deseo al inicio de la historia, suele, como siempre, representar la tentación, el conocimiento y la muerte. Todos estos símbolos están ahí para ser aprovechados, revertidos o eliminados, como si fuesen los colores primarios de la historia, para contar algo nuevo.
La segunda vertiente más común en la reescritura de cuentos de hadas es la parodia. El humor y la ironía son herramientas para subvertir y poner en tela de juicio los estereotipos instaurados, como sucede en la historia de Kim Addonizio para la antología de reescrituras de cuentos de hadas My Mother She Killed Me, My Father He Ate Me. “Ever After” transcurre en un tiempo muy parecido al nuestro y se enfoca en una comunidad de enanos que, tras conocer la versión de Disney de “Blancanieves”, viven ante la expectativa perpetua de una chica hermosa que llegará a vivir con ellos y a salvarlos. La historia de Disney les llega incompleta y pareciera como si el “felices para siempre” se refiriera a ellos y Blancanieves, en vez de a Blancanieves y al príncipe. Esto es lo que critica el cuento de Addonizio: la vida fincada en una falsa expectativa de felicidad. La novela de Donald Barthelme, Snowhite, también centra el elemento humorístico en la relación de los siete enanos con Blancanieves, quienes viven juntos en una especie de comuna: su historia está ambientada en el presente, con una Blancanieves que estudió “Mujer moderna, sus privilegios y lo que representan en la evolución y la historia, incluyendo tareas del hogar, crianza, pacifismo, curación y devoción”. Estas dos historias incorporan en su reescritura no sólo las versiones más antiguas sino también las recientes, incluyendo la de Disney.
Los cuentos de hadas siempre sirvieron para reunir a una comunidad, así fuera la de una abuela con sus nietos. Hoy funcionan como puntos de encuentro a partir de los cuales se pueden proponer nuevas posturas ideológicas, nuevas construcciones sociales y nuevas ideas estéticas. Sus símbolos y momentos reconocibles permiten repensar estereotipos de antaño a la vez que recuperar conocimientos antiguos. “Blancanieves” y sus distintas reinterpretaciones son sólo un ejemplo de la diversidad y el movimiento que surgen de una trama que aparenta ser muy sencilla.