Las biografías son aburridas
Paul Auster se volvió escritor a partir de una experiencia traumática. A los 8 años fue con su padre a un juego de béisbol; al terminar partido se encontró con Willie Mays, su jugador favorito, y le pidió su autógrafo. Mays accedió, pero le pidió una pluma, ni Paul ni su padre tenían una. Mays lo lamentó: sin pluma no había autógrafo. A partir de aquel día, Auster cargó una pluma, esperando que nunca volviera a pasarle algo así. Un día empezó a usarla. [1]
Roald Dahl no podía identificar con precisión cuándo empezó a escribir, pero sabía que una temporada marcó el antes y el después respecto a su relación las palabras. Como parte de una mirada retrospectiva hacia sus años infantiles,[2] Dahl buscó en sus registros escolares algún guiño o pista que le revelara una toma de consciencia que pudiera traducirse en un deseo por empezar a escribir. Después de una búsqueda exhaustiva en sus notas, terminó por atribuirlo a las sesiones de castigo sabatino con la Sra. O’Connor, en las que se enteró de la vida de algunos autores ingleses y conoció su obra. Más que una revelación artística, lo traduce como un cambio de perspectiva respecto a la literatura. Lo demás vendría después.
Dahl es un creador sui generis en muchos aspectos, incluso en la forma en que se concibe como autor. Está alejado de la idea romántica del escritor como un iluminado, mucho más cercano a la noción de escritura como un trabajo diario y reescritura constante. La obra sobre el nombre del autor.
En el prólogo de Boy (relatos de infancia), Dahl le aclara al lector que no se trata de una autobiografía, éstas le parecen tediosas y no quiere que nadie se aburra (“nunca escribiría una historia de mí mismo”[3] ). Más que esto, el libro recopila una serie de recuerdos y sensaciones agradables o desagradables que el autor ha guardado en su memoria a lo largo de los años y presenta situaciones graciosas que le sucedieron cuando tenía la misma edad que sus posibles lectores, lo que construye un vínculo basado en la empatía y el reconocimiento en el otro. Los momentos que le parecen trascendentes y dignos de recordar a Dahl son también los que se pueden rastrear en su obra: bromas, conspiraciones infantiles, el orden infantil vs. el mundo adulto, etc.
Lo anterior quizá sea clave de su éxito, no es un adulto intentando hablar como niño, entiende a su público y lo trata como a un lector afín.
La forma en la que se presenta a sí mismo como escritor podría estar vinculada con cómo se acercó a las letras. Nació en 1916 y su período más prolífico como autor de literatura infantil se dio entre 1960 y 1990, entre los 44 y los 74 años. No es un escritor de “carrera”, antes de publicar sus primeras obras se dedicó a los negocios petroleros, luego se unió a la Fuerza Aérea Británica y durante años voló sobre Asia y África. Durante la Segunda Guerra Mundial piloteó aviones de guerra y mientras cubría la zona del Mediterráneo sufrió un accidente, tras el cual fue trasladado a Estados Unidos.
Durante su recuperación conoció a C.S. Forrester, quien lo convenció de poner sus historias en papel. Al principio tendió a obras realistas para adultos, pero pronto éstas empezaron a tornarse cada vez más fantásticas. A pesar de tener otras obras infantiles previas, Dahl se reconoce a sí mismo como escritor de Literatura Infantil y Juvenil a partir de 1961, con la publicación del James y el durazno gigante. Después de esta obra se dedicó de lleno a la escritura y para la fecha de su muerte había publicado casi 20 historias para niños.
El legado de Dahl, más allá de sus historias en papel, trascendió a las pantallas de cine con la adaptación de Las brujas, Matilda, Charlie y la fábrica de chocolates y El Superzorro, por mencionar sólo algunas producciones. Este año se celebra el centenario de su nacimiento y se conmemora con el estreno El buen amigo gigante (basada en El gran gigante bonachón) en las salas de todo el mundo, bajo la dirección de Steven Spielberg. Una superproducción que, a pesar de su baja recepción entre el público contemporáneo, recuerda la importancia y vigencia de las historias de Dahl. Relatos que toman los momentos clave de los primeros años y les dan la importancia que merecen; por qué cargar siempre con una pluma o cómo un sábado de clases deja de parecer un castigo y se convierte en una posibilidad.
El ánimo festivo es siempre una buena oportunidad para revisitar a un autor como este, que no se agota, que es pertinente y les habla a los niños de la posibilidad rebelarse ante el mundo adulto, un mundo que la mayoría de las veces se equivoca.
[1] Auster, Paul, “Why I Write” en Collected Prose, Picador, 2010.
[2] Dahl, Roald, More about Boy: Roald Dahl’s Tales from Childhood, Puffin, 2009.
[3] Dahl, Roald, Boy (relatos de infancia), Alfaguara, 1989.