Lalo Lugo: melancolía y seres perdidos
Lalo Lugo es el tipo de artista por los que siento fascinación. Su trabajo constante e imaginativo me deslumbra. El lugar que tiene en la escena actual del arte morelense, es el resultado de trabajar todos los días al menos cinco horas en su obra, de hacerlo sin parar a lo largo de siete u ocho años, de realizarlo en toda clase de soportes, incluso invadiendo los muros de la ciudad.
Lo imagino concentrado durante horas: primero esbozando en su mente una idea, una alegoría de sus propios sentimientos y experiencias, para después plasmarlos en un lienzo ya sea en forma de collage, dibujo, pintura, utilizando acrílico, resinas o técnicas mixtas. En sus pinturas aparece lo que sea que brote de su pecho, siempre dejando que su propio instinto emocional lleve sus trazos a lugares desconocidos e inesperados. Lalo Lugo ve el arte como un trabajo. Quizá sea de los pocos artistas morelenses que se dedican de lleno a la producción y la venta de su propia obra. Esta misma dinámica le ha permitido explorar en otros terrenos, por ejemplo en el campo de lo textil y de la moda. Lalo Lugo empezó a pintar a los 18 años aproximadamente. En esa época pasó una larga temporada en cama por una grave enfermedad, desde entonces ha sido una figura imprescindible de lo que ocurre en nuestra ruina tropical.
El eje principal de la obra de Lalo Lugo es la alegoría. Elige un motivo y su obra es la representación simbólica de ese motivo, generalmente una idea en torno a la búsqueda del otro, los encuentros amorosos, los desencuentros, la ruptura y el deseo. En sus propias palabras busca plasmar: «las conexiones invisibles entre nosotros, los demás y las cosas». Porque lo simbólico domina sus cuadros, predomina en la superficie el misterio. Los símbolos no siempre respetan la convención social, sino que a veces representan los propios procesos de Lugo como artista y pensador, por ejemplo la figura del pez que en varias de sus pinturas aparece como un elemento fálico, culturalmente representa un símbolo del cristianismo primitivo, ya que se vincula con la aparición milagrosa que hizo Cristo cuando llegó a las orillas del mar de Galilea. En la obra de Lugo es el símbolo que representa la búsqueda del otro a través de los cuerpos.
Lo religioso (a través de representaciones paganas), también construye la obra de Lalo Lugo, siempre para resignificar lo literal, quizá son transgresiones acompañadas de misterio, de esas conexiones invisibles y poderosas que nos dibujan en la vida cotidiana. Pienso por ejemplo en una pintura suya que representa la procesión del señor de la Columna, una festividad de la costa de Perú que consiste en trasladar a Cristo a las orillas de la playa, recordando así el momento de su hallazgo. Esta pieza también se reviste de motivos carnavalescos y nos muestra una procesión desinhibida, atípica y habla sobre todo del movimiento. Ese Cristo inmóvil, vigía del atrio de la iglesia, logra salir a la playa para ver el mar y ser testigo de la fiesta que se realiza en su honor, permite romper las reglas de manera explícita al menos una noche.
Las más reciente exposición de Lalo Lugo se llevó a cabo en el Museo de la Ciudad de Cuernavaca y se tituló: Para soñar contigo. Tuve la fortuna de tener un recorrido exclusivo con él para hablar de su trabajo. La muestra se trataba de una revisión a su obra y estaba conformada por diferentes cuadros de sus distintas épocas como creador que hicieron visible su evolución, ya sea por la técnica y por los motivos que busca resaltar, pero sobre todo permitió detectar sus obsesiones, los elementos reiterativos y pilares de su obra; por ejemplo, como ya se ha mencionado la alegoría, en este caso a través de las figuras animales antropomorfizadas a veces hipersexualizadas, a veces andróginas, siempre iluminadas con una paleta de colores poderosos que de alguna forma no dejan de parecer oscuros, como recubiertos de tiniebla, colores llamativos que no desbordan su brillo sino que detrás de su cortina de opacidad parecen dibujar un mundo onírico melancólico que existe detrás de nuestro mundo de apariencias.
Algo que me llama la atención de Lalo Lugo es su presencia en la ciudad. Elemento repetitivo en la Ruina Tropical. Muchos de sus murales han decorado la ciudad, algunos han desaparecido, pero otros brotan de vez en cuando en diferentes locales, esquinas, muros callejeros. El primero que recuerdo es muro del ya desaparecido Puente del Mariachi que albergaba no sólo a los músicos, sino a jovencitos que se prostituían, también la Taquería el Circo, la vieja barbería de Bogart o el viejo local del Bazar El Túnel. Recientemente fue encargado del cartel de la sexta edición de Cinema Planeta; murales suyos hay en Hotel Las Quintas y lo más fresco puede admirarse en Casa Hidalgo.
Cuando recorrimos juntos su exposición en el Museo de la Ciudad, Lalo dijo algo que llamó mi atención. Hablábamos sobre las verdaderas intenciones del arte y me dijo que busca con su obra hablar del «pasado y el porvenir, las cosas que no entendemos y que no tenemos por qué entenderlas, porque con sentirlas basta, pero veces no nos dejamos sentir y eso está cabrón». Pienso que así es, y que cuando veo sus cuadros siento cosas inexplicables, las figuras que aparecen me perturban. Muchas de sus atmósferas me aterran, pero también siento fascinación por ese mundo «de monstruos y seres perdidos en paisajes lunares y psicodélicos».