La hierba del Pacífico
El mundillo
Los consumidores nunca olvidan la primera vez que se encontraron con ella. La mayoría nunca la soltó. Algunos la veneran, otros la disfrutan a secas. Muchos gracias a ella vislumbraron su lugar en el mundo. Intensificaron el goce al dormir y comer. No hay ansiedad. Con ella han vivido grandes momentos de risa. Aunque también de paranoia y taquicardia. Por eso jamás se olvida la primera vez que uno se encuentra con ella. Hay momentos que nadie nos puede quitar. Cuando andamos en bici por primera vez, por ejemplo. El primer coito. Al policía, su primera balacera. Al piloto, su primer viaje. Con tanto significado, todos los consumidores de marihuana recuerdan su primer porro.
Una vez conocí a un piloto aviador que fumaba churros. A un policía también. Es archisabido que en todo el mundo se consume marihuana. La recepcionista del hotel fuma después del trabajo. El dentista compra brownies cannábicos. El abuelo con artritis, la madre con Parkinson y la vecina con artrosis. El turista que llega necesitado de recreación. El maestro universitario. La arquitecta, la contadora, el camionero, la maquillista, la cajera del OXXO. Ya no hay novedad.
La marihuana no respeta preferencia sexual, religión, cultura o clase social. Han quedado atrás los años en que era para vagos, hippies o artistas. O hippies artistas vagos. Al menos eso pensaba la generación de nuestros padres. Ahora la vemos de cerca y sabemos que hay un mundillo escondido en todos los barrios y todas las ciudades. Un mundillo de gente que consume marihuana cada día, cada hora, al despertar y al dormir.
Crean códigos y lenguajes, la cultivan o la compran, se esmeran por compartir información que desmitifique al cannabis. Se mantienen atentos con la lucha por su despenalización y las investigaciones sobre su papel en la medicina y la industria, y en los posibles beneficios fiscales.
En el municipio de Mazatlán, Sinaloa, no es fortuito que la marihuana tenga popularidad. Muchos argumentan que esto se debe a la cercanía que tiene con la Sierra Madre Occidental, donde la yerba crece sola, sin cuidarla ni regarla. O por estar a un paso de la playa.
Por esta bahía, los chinos trajeron por primera vez el opio a México y comenzaron a sembrar enervantes a finales del siglo XIX, y la marihuana se tomó de la mano y avanzó más allá, hasta convertirse en una cultura.
Sinaloa y la yerba
Sinaloa y Sonora fueron un mismo estado llamado Estado de Occidente (1824-1830). Durante estos años el puerto de Mazatlán fungió como referencia para llegar al río Presidio, y oficialmente se llamaba “Islas de Mazatlán” (Breve Historia de Mazatlán, Ayuntamiento de Mazatlán). Estas islas son un montón de cerros que hacen periferia al litoral sur del océano Pacífico. Ahora, más de doscientos años después, estas islas se conectan con andadores y calles comunes, y son colonias populares (excepto la parte con vista al mar), y ya no hay agua que las rodee, a excepción de cuando llueve y las alcantarillas rebosan.
A finales del siglo XIX los cerros no estaban colonizados y eran usados como carracas donde la gente subía a drogarse, tener sexo o explorar. Eran lotes baldíos que también se aprovechaban en ocasiones especiales: los pobladores subían a recibir y despedir los barcos que llegaban al puerto: ingleses listos para bombardear Mazatlán (1847), fragatas francesas hostiles (1864) o algún trasatlántico británico lleno de migrantes chinos (Antonio Lerma Garay, Mazatlán Decimonónico).
Con el tiempo, la tierra devoró al mar y los cerros se poblaron. Donde antes el agua recibía a los trasatlánticos, ahora se extiende transitada la avenida Miguel Alemán. El mar se fue recorriendo hasta llegar a la altura del cerro Crestón, donde se encuentra el faro. En esta parte del Océano Pacífico (devorado por la tierra, sobre un camino ahora asfaltado), llegó el opio por primera vez a México, en manos de los chinos que huían de la crisis humanitaria y las políticas de la dinastía Qing, la mayoría proveniente de Cantón y Hong Kong (Tu nombre en chino, Juan Esmerio).
Había chinos misteriosos que aliviaban las enfermedades de los mazatlecos con yerbas. Poco a poco se instalaron y fundaron sus propias boticas, y se ganaron el respeto de la gente por sus conocimientos ayurvédicos. Hay relatos que aseguran que en 1940 todavía se podía conseguir marihuana en las boticas del centro histórico. Se fundaron espacios para fumarla, junto con el opio, a los que llamaron sencillamente fumaderos.
Pero la mota no llegó con los chinos. Según Juan Pablo García Vallejo, en El primer manifiesto pacheco (1985), la llegada de esta yerba a México ocurre en 1530 por encargo de Hernán Cortés. No obstante, hacia el año 1550, el virrey Luis de Velasco ordenó limitar el cultivo porque “los indígenas empezaron a emplearla para algo más que la creación de cuerdas” (Florilegio medicinal de todas las enfermedades, Juan de Esteyneffer).
Aunque no hay una versión oficial de su etimología, fue en esta época que comenzó a conocerse como marihuana, quizás por los nombres María y Juana, indígenas curanderas o de oficios populares que consumían, proveían y usaban la marihuana con diferentes fines.
Nunca hubo regularizaciones estrictas sobre el uso de la marihuana, sin embargo el expresidente Lázaro Cárdenas (1934–1940) abogó por su uso medicinal en México y atender la adicción como problema de salud pública. El 17 de febrero de 1940 se publicó un decreto presidencial que legalizaba la marihuana. Duró en vigor solo unos meses, con la llegada de la prohibición estadounidense.
En su libro Nuestra historia narcótica, el mazatleco Froylan Enciso habla de la falta de “conciencia de la criminalización” de los enervantes. En un capítulo se encuentra una anécdota que en Mazatlán se contó durante mucho tiempo. Marlon Martínez Vela la reseña así:
“En este libro pueden encontrarse historias curiosas como la de un vendedor de huaraches en Mazatlán, a principios de la década de 1930, que es ayudado por un amigo ferrocarrilero para que salga de apuros económicos. La forma en que busca ayudarlo es proporcionándole cierta cantidad de cocaína para que la venda y así obtenga algo de dinero. Cuando el vendedor quiere colocar la mercancía, contacta a alguien para que lo ayude a venderla. Después de un tiempo el fulano se pierde, entonces el comerciante pone la denuncia de que le robaron la cocaína que iba a vender”.
Pero, aunque hubiese una campaña de desprestigio y la yerba comenzara a ser ilegal, el negocio nunca decayó. Históricamente, las drogas han generado más ganancias estando en la prohibición y esto ha influido para que los narcotraficantes se conviertan en poderosos hombres de negocios. Según el escritor mazatleco Juan José Rodríguez, el tema de la relación del gobierno con la marihuana en aquella época era un tema del que no dejaban huella.
—La referencia más oficial está en el libro Una vida en la vida sinaloense (1992) de Manuel Lazcano y Ochoa, donde se narra que el departamento de estado gringo solicita en la Segunda Guerra Mundial el cultivo de enervantes en la sierra sinaloense –me dijo Rodríguez al preguntarle sobre documentos de esta índole.
Durante el cardenismo (1934–1940) el sur de Sinaloa fue azotado por una guerra agraria que dejó más de 3 mil muertos. Se dio por “terminada” tras el asesinato del gobernador Rodolfo T. Loaiza. Según algunos historiadores pudo haber diferentes causas del homicidio. No obstante, el investigador Luis Astorga recoge un artículo del periodista Luis Spota, en el que señala que el gobernador había sido sobornado con ochenta mil pesos por un grupo de traficantes para hacer llegar un cargamento a Estados Unidos, a finales de 1943, pero él mismo, el gobernador, fue quien mandó a llamar a la policía federal para que los incautaran. Esto le habría costado la vida en el Hotel Belmar durante los festejos del carnaval de Mazatlán en febrero de 1944, a mano de los primeros mercenarios del noroeste. Una gavilla peligrosa al servicio de terratenientes llamados Los del Monte, liderados por El Gitano, quienes serían los primeros sicarios –como los conocemos ahora– de la región.
Aunque no haya versión oficial del asesinato de Loaiza, la marihuana, el opio y la amapola ya estaban presentes en la comunidad sinaloense y mexicana desde la Colonia, y su apogeo fue en la época de la revolución, cuando las “Adelitas” alimentaban a los combatientes y vendían de contrabando mezcal y marihuana.
Cuando la sociedad sinaloense comenzó a darse cuenta de que había mucho dinero en la comercialización de los enervantes y que, además, el suelo de la región se prestaba para su crecimiento, comenzaron a sacar a los chinos, no solo de los cultivos, sino del estado. La gente en Sinaloa se apropió del negocio, iniciando una empresa internacional de tráfico de drogas que, hasta ahora, en 2019, ha crecido tanto que es reconocida como una de las organizaciones delictivas más poderosas del planeta: el cártel de Sinaloa.
Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, los yanquis prescindieron de los enervantes sinaloenses, pero tanto en el extranjero y en México ya se había formado un grupo de consumidores que iban a mantener el negocio activo durante muchos años, hasta la actualidad, rebasando estigmas sociales, penalidades y desinformación.
MAZATLECOS
Olas Altas es el barrio de todos. Ubicado en el malecón del Centro Histórico, por donde llegaron los navíos de la invasión francesa e inglesa y el desembarco de tropas en la revolución mexicana. Ahora vive un apogeo económico y social. Es una zona bohemia de bares, música y cafés que se encuentra frente al mar y goza de atardeceres espectaculares. Aunque sea visitado por muchos turistas y haya algunos hoteles, se puede decir que Olas Altas es un parque público para los mazatlecos. Siempre hay más gente local que turistas. Nunca faltan los padres con los niños, las parejas, los ancianos que caminan, los deportistas y los policías en bicicletas y racers 4×4 dando vueltas. Aquí es donde recalco la presencia de la plebada que patina, toca música, hace malabarismo o simplemente asiste para salir de la rutina y ver el sol caer mientras bebe alcohol y fuma marihuana, desafiando a la autoridad.
De este ambiente surgen personajes populares que adoptan a Olas Altas como su segunda casa y llegan a ser parte de la identidad local: el Ice Man♰ quien vivía en la playa y se alimentaba de la bondad de los restauranteros y amigos; era adicto al cristal y murió el año pasado. El “Bolero sin Dinero”, alias el Chuchain, quien se dedica a arreglarles los zapatos a los gringos. El Blanquito Man, un perrito empistolado que acompaña a un hombre que vende dulces y tabacos. El Poeta, ni turista ni local, personaje oaxaqueño que viste con moda renacentista y ofrece, recita y vende las fotocopias de sus poemas. El Palancas, tatuado que maneja una moto. El Manitas, joven tatuador que aboga por la libertad. El Profe, poeta de los límites de la imaginación. La Alfonsina, reina gay del pueblo. La banda de reggae Guerrilleros Band, compuesta por siete músicos bohemios que se la viven en Olas Altas. Los muchachos de las peleas de gallos (rap) todos los domingos.
Y el Fletes, Rey Olasaltense y defensor del pueblo.
EL FLETES
El Fletes vive en el cerro de la Nevería.
Este cerro se parte a la mitad para albergar dos clases sociales. Sobre la mitad con vista al mar hay departamentos y casas lujosas. La otra mitad, la que mira hacia la ciudad y le da la espalda al mar, es un barrio como cualquier otro y se le conoce como el Cerro del 4. Ahí vive José Fletes López desde que nació, “hace sesentayquiubole de años”.
Él es el Rey Olasaltense por muchas razones. Todos los días llega al lugar a beberse una o dos pachitas. Los jóvenes lo saludan y lo respetan. Se define por sus valores firmes, el respeto a las mujeres y la defensa de sus amigos. Tiene cuatro hijos mayores de edad y cuatro nietos. Lleva alrededor de cincuenta años fumando marihuana.
Mientras él bebe de su botella amarilla, pasa un policía en bicicleta y le dice “puto” en voz baja. La gente se le queda viendo por su parado curvado y la barba crecida, pero él está tranquilo. Le pregunto desde cuando fuma marihuana.
—Desde que tenía unos doce años, más o menos. La mota no era mota, era… no me acuerdo cómo le decían antes aquí… –hace memoria– le decían “mata bendita”. Le decían así porque fumaban y decían “¡Ay, qué bendito!” –
La gente espera ansiosa la dilución del sol en el mar. Arriba las nubes son pintadas al lienzo. El Fletes saca un churro de mota, pero no lo enciende.
—A los dieciocho años me robé a mi vieja, la que tengo ahorita, somos abuelos. Chambeo en el aeropuerto de lavaplatos. Tengo veinticinco años trabajando ahí. El gerente ya me quiere jubilar, pero le digo que no, ¿pa qué?
Le pregunto por qué tuvo que robarse a su esposa.
—No, no me la robé como quinceañera de rancho, mijo, yo fui con mi suegra y le dije, me voy a robar a su hija. Pos llévatela, me dijo. Nunca se me va a olvidar –hace un gesto nostálgico y amoroso–. Fue mi suegro, que en paz descanse, a llevarnos a casar. Fuimos a la capillita de San José y ahí nos casamos, pero no con traje ni nada de eso, todo legal, mijo.
Aprovechando el tema familiar, pregunto si en su casa le reclamaban por fumar marihuana y emborracharse.
—No, no, no. Conmigo no se meten en problemas con mis vicios. Yo sí me meto en la vida de ellos, a ver, ¿qué calificaciones me vas a traer? Mire, awelo. ¿Te dejaron tarea? Sí, awelo, bueno pues póngase a hacerla pa que le den de comer ahorita que termine.
¿En tu casa eres la autoridad, Fletes?
—No autoridad, mijo, porque no son esclavos, hay que darles su espacio. A mí no me gusta que me digan Señor Fletes, ni don Fletes. A mí díganme Fletes. Así me han dicho siempre. No necesito tener autoridad, menos en mi casa. Yo llego a las once (de la noche) y todos están adentro, no hay nadie ya afuera. Ellos no fuman, no toman, no nada y te llevo a mi casa pa que veas, a mí no me gustan las mentiras.
Cuenta que su padre fue propietario de un bar famoso a inicios del siglo XX con nombre “El Avante”, que en diferentes crónicas y libros es mencionado. Famoso por ser, quizá, el primer bar, como tal, de Mazatlán. El Fletes me dice que la playa es suya y él es de la playa.
—Aquí nací mijo y aquí me voy a morir, no hay de otra. Me acuerdo cuando empecé a fumar marihuana, yo la compraba a veinte centavos. Ahorita es un robadero por todos lados.
El Fletes está consciente de los gastos hogareños y antes de llegar al malecón, deja sus ganancias en propinas, igual lo hace cuando cobra su pago semanal, en casa, porque “no vaya a ser que me lo gaste”, por lo que solamente trae consigo lo justo para su pachita y el taxi de regreso, o si no, se va caminando. Para él es lo mismo fumar cualquier tipo de marihuana, pero eso sí, le gusta fumar cuando el sol toca el mar, porque “me alucino”.
El Club de los Mazatlecos Hachíschins
Hay otro tipo de personas que sí están atentos a las variedades, olores y texturas de la yerba. Los CMH (Club de los Mazatlecos Hachíschins, como los nombraré en honor a Charles Baudelaire y porque me pidieron anonimato), son un grupo que pertenecen a esa generación que deambula entre los treinta y cinco y cuarenta y cinco años, y decidieron no tener hijos y hacer arte, música, pintura, fotografía o plástica. Están al tanto de las actualizaciones legales, medicinales, genéticas e incluso virtuales de la marihuana.
Los muchachos del CMH nos platicaron muchas cosas, a mí y al fotógrafo, mientras fumaban una marihuana que olía diferente a la que se fumaba el Fletes. El lugar era amplio, techo de vigas, rodeado de cuadros abstractos, instrumentos musicales y macetas. Me cuentan que la marihuana es más útil de lo que se cree.
—De hecho, los aceites que utilizan para los motores de las turbinas, para los helicópteros, es aceite de cáñamo, ningún otro aceite usan. El aceite de cáñamo no lo puedes eliminar del planeta, aunque quieran, lo que es la fibra de cáñamo, se usa para muchas cosas, aunque lo principal fue para hacer papel.
Otro más, agregó:
—La FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos, por sus siglas en inglés, es una agencia del gobierno de Estados Unudos responsable de regularizar los productos de consumo humano) la tiene catalogada como una droga más fuerte que la cocaína, de mayor adicción, como la heroína. El pedo es el dinero, carnal. Yo te voy a decir: son los cuarenta, hay papel de cáñamo, el papel de cáñamo crece, lo sacan de la fibra del tallo y de tres a seis meses ya tienes material. Contra los árboles y los pinos, por ejemplo, que tardan unos tres años en alcanzar dos metros. Ahora imagínate: el que tiene parcelas con un chingo de bosque que lo va a talar y va a ganar un billetón, que le digan, “eym tu bosque es más caro, está mejor usar el papel de cáñamo”. Pegaron el grito en el cielo, y era gente muy poderosa, entonces dijeron, “ey, esta madre pone, tiene efecto psicoactivo”, y comenzaron a sacar la campaña de que te podías volver delincuente, ibas a robar. Comenzaron con la campaña de desprestigio. Los carteles gringos eran bien agresivos. Había uno que decía que se te caían los brazos si fumabas marihuana.

Cartel de la película “Reefer Madness”, dirigida en 1936 por Louis J. Gasnier, en la que jóvenes pasan de probar la marihuana a tocar salvajemente un piano, a la histeria y la muerte.
El sociólogo mazatleco Faith Muñoz me dice que el detalle de la prohibición y penalización de la marihuana no fue problema con las farmacéuticas, sino del capitalismo industrial del siglo XX y los terratenientes. Sostiene que el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) de 1994 vino a beneficiar, más que a nadie, a los cultivadores de enervantes.
—Se conjuga muy bien con el neoliberalismo. Por un lado, está la aceleración del flujo comercial y apertura de fronteras a las mercancías, y por otro lado la transformación del Estado que dejó tener el control histórico sobre empresarios paralegales.
El Club de los Mazatlecos Hachíschins reconoce que vivimos en una época “muy shida porque ahora ya te pueden vender sativa, índica, ya sabes lo que te venden, hay páginas, aplicaciones para el celular, como LeaFly”.
Es una App que permite a los usuarios calificar las variedades. Lee desde el celular y observo las barras y los porcentajes: “si te sirve más para dormir, para lo productivo, para activar la mente, para activarte, uso medicinal, para la fatiga, la migraña, para la depresión, para los calambres, artritis, para el estómago, para la ansiedad. Tú le picas a la de artritis y te muestra las diferentes plantas para eso”.
Otra aplicación es WeedMaps, una suerte de Tinder entre consumidores y dispensarios. Te muestra una lista de ubicaciones cercanas donde puedes comprar marihuana o medicamentos y productos a base de esta. Ellos están conscientes que en México aún es complicado tener este tipo de servicios, pero sostienen que “en menos de diez años, o quizá menos”, los usuarios del cannabis podrán hacer uso libre de todos los servicios y beneficios.
Un miembro del CMH está en espera del amparo para portar, cultivar y consumir libremente. Es el primer amparo mazatleco, quizá, ante la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios.
—Es un escrito abierto, ahí pidiendo tu solicitud, lo dejas en Cofepris, ellos lo mandan a Culiacán, luego a México y te mandan el acuse de recibido y ya, es esperar la negativa y cuando te la den, tramitas el amparo.
Aunado a esto, el pasado 17 de marzo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a través de su cuenta de Facebook, subió una captura de pantalla de su documento donde aclara que la “prohibición absoluta del consumo lúdico de marihuana, no es una medida necesaria para proteger la salud y el orden público”.
Me cuenta sobre Agropot, una organización de Quintana Roo que tiene una granja en Yucatán de chile habanero hidropónico.
—Hicieron una moneda virtual (Agropoint) que ahorita está respaldada por su plantío de chiles, pero cuando se legalice la marihuana ya van a tener toda la instalación.
El Justiciero del Gallo
El miembro del CMH me recomienda no evidenciar a las personas innecesariamente y al fotógrafo no le permiten sacar fotos. Pero hay otras personas que no se preocupan por este tipo de estigmas, sean legales o no, y abiertamente consumen en zonas seguras. Y para estos fines, no hay mejor zona que la casa.
Fuimos al cuarto de ensayo de El Justiciero del Gallo, como se hizo llamar para la entrevista. Él fundó, junto con otros amigos, un grupo de reggae mazatleco en el año de 1989, llamado Tabaco Turco. Su compromiso político a través de su música se hace presente en las letras de casi todas sus canciones. Faith Muñoz considera que el Justiciero del Gallo es parte de la historia cultural contemporánea de la ciudad por contribuir a la construcción de la identidad que liga la música de reggae con la identitad mazatleca.

Retrato del Justiciero del Gallo, fundador de Tabaco Turco, la primera banda de reggae en Mazatlán. Fotografía por Gera Muñoz.
En la recta final del calderonismo, en Mazatlán hubo una balacera cruenta de más de dos horas. En los periódicos no se dijo mucho, pero a nivel local se supo que era la salida de los Zetas de la ciudad. Al menos la presencia activa, pues eran los que asaltaban, extorsionaban a empresarios y protagonizaban balaceras en la ciudad. El Justiciero del Gallo me cuenta que estaban ensayando cuando comenzó la tronadera. La disputa fue desde el tercer piso de un edificio (supuesta base de operación de los Zetas) hacia la calle.
—Eso fue aquí a unas cuadras, por eso hice la rolita de “algún día –dice–. No salió ni en el periódico, o salió cualquier cosita. Duró dos horas y media. Estábamos ensayando y se metieron los perros asustados y nosotros les decíamos “¡sálganse, sálganse!” Porque dejamos de tocar y, nombre, escuchamos pum pum pum. “¡A la verga, apaga las luces, todo, todos normales!” Bien cabrón, nos pusimos a esperar a que se acabara, pero nomás no acababa.
La letra de “Algún día” de Tabaco Turco es reflexiva y esperanzadora: “ya la guerra comenzó, un mar de violencia estalló, el capo cayó, la policía nunca tuvo el control de la situación. Despliegan a miles de soldados, culpando inocentes, asustando a la gente, matando, violando, robando, aprovechándose de la confusión, no hay solución”.
El Justiciero del Gallo tiene toda una vida dedicado al reggae y a fumar marihuana. No sabe por qué la gente dice que la mota hace vicio, si él tiene 23 años fumando ¿y cuál vicio? Me relata la primera vez que fumó marihuana.
—Estamos hablando del año 95, veinte años tenía yo. Un día le caí a una fiesta en San Diego. Me dijo un compa “hay una fiesta ahí de unos hippies, vamos”. Sacaron un blunt, fue la primera vez que vi un blunt. Me lo pasaron y pensé: esta madre no me pega, ya me fumé 3 gallos, ya no hay bronca, le voy a jalar machín –hace sonidos de grandes caladas–, en eso mi compa me dice “aguanta, carnal, se te quedan viendo todos, no fumes así”, y le dije “no hay bronca, esta madre no me pega”, y me contesta “¡no wey, te lo vas a acabar!”
Le pregunté cuándo fue entonces que sintió por primera vez el efecto cannábico. Me dijo que ese mismo día, con los hippies.
—Éramos como quince personas en una sala, todos tenían guitarras o yembés, entonces todos comenzaron a tocar la misma canción, de repente a los diez minutos yo sentía los cachetes ardiendo, sentí que me hundía en el sillón, y pues, algo raro en mí, ya no aguantaba la música, era demasiado el ritmo del tambor, no sé, me estaba ahogando, decidí pararme y me salí. Afuera había una poltrona, la puse en el zacate, estaba lloviznando, me puse ahí. Fue mi primer trip. Me cayó la lluviecilla y empecé a tripear. Andaba bien loco, había fumado cronic, estaba de moda, y comencé a ver vetas de colores que se elevaban en espiral. Me fijé bien y eran como naipes elevándose. Una estructura ADN bien cabrona que subía al cielo.
El Justiciero del Gallo también es pintor. Hace murales, mascotas en piedras, retratos, óleos, acuarelas y lo que se deje pintar. Le ayuda a relajarse. Dice que la marihuana da ideas, pero luego te las quita. Da y quita.
—Depende de cada quien qué tanto ejercites tu lado artístico, o si eres de los que les gusta quedarse sentado viendo el infinito, es correcto también, cada quien, pero para mí, en lo personal, me funciona para la música, para relajarme, dormir, o a veces para hacer apetito. por eso a los desahuciados les recetan eso en el otro lado, y fuman y nombre, se comen hasta las tortillas duras.
Tabaco Turco fue la primera banda de reggae de Mazatlán. Tiene 43 canciones inéditas, pero solo una dedicada a la yerba, “Weed Man”.
—El reggae tiene mucho que ver con el boom de la mota. De todos modos la mota es la mota, con reggae o sin reggae, pero el hecho de que la gente le gustara el reggae y lo asociaran con Bob Marley porque fumaba abiertamente. Lo malo es que la gente se queda con eso y no lo que está diciendo Marley, sus mensajes, todo lo positivo que él quería expandir por todo el mundo, mensaje de amor, lucha, rebelión.
Guerrilleros Band
Guerrilleros Band es otro grupo mazatleco de reggae. Tienen seis años de trayectoria y han compartido escenario con Los Cafres y Antidoping. Próximamente están esperando lanzar su primer material discográfico y algunas canciones ya se encuentran en Spotify.
https://www.youtube.com/watch?v=CqCJ2DyFwu0
En el caso de Guerrilleros Band, la percepción hacia la marihuana varía entre ellos. La mayoría de sus canciones son de crítica social, pero también cuentan con algunas para bacilar. Les hice a todos la pregunta: ¿por qué en sus canciones no hablan de la marihuana? Uno respondió que prefiere hacer canciones para la naturaleza y la condición humana. Otro dijo que porque se ponen bien marihuanos y se les olvida. Otro me comenta:
—Al principio no quisimos que eso influyera en el primer disco, aunque somos bien marihuanos, no queríamos que nos dijeran marihuanos. La mayoría simplemente fuma por recreación y no necesariamente para hacer rituales. Aunque adoptaron el estilo de música surgido en Jamaica y conocen el movimiento rastafari, somos de Mazatlán y nos sentimos más identificados con la tradición mazatleca, aunque coincidamos en los mensajes básicos de paz y justicia.
https://www.youtube.com/watch?v=Ub9KANA6QSA
El “boom de la mota” ha llegado para quedarse. Los jóvenes que nacieron después del año dos mil y son consumidores de marihuana, tienen en común el interés de informarse constantemente sobre sus derechos legales, pues no soportan la idea de que siga satanizada y en la prohibición, y mucho menos ser víctimas del abuso policial por consumirla.
Denis
Denis nació en el año dos mil. Fuma desde los quince. Para ella la playa y el porro son un combo de libertad.
—Dos cosas que dan tranquilidad y relajación, de vez en cuando muy necesarias para salir de la rutina sistemática, las dos son naturales y placenteras, en lo personal creo que es lo mejor.
Denis está consciente de que todo en exceso es malo, yq tuvo una mala experiencia consumiendo “brownies mágicos”, pero aclara que lo hizo por desinformación, por lo que sí recomendaría el uso responsable de la yerba.
Denis tiene 19 años. Estudia y trabaja. Para ella la marihuana es algo más que fumar con amigos, pues, como a mucha gente, también le ayuda con diferentes padecimientos.
—La uso para tratar los cólicos. Pongo a hervir marihuana, me hago un té y con lo que sobra la pongo en un trapo con alcohol y me la unto en el vientre. Padezco de principio de migraña, y también cuando no soporto el dolor, tengo unas gotas de CBD, que es un extracto de la marihuana, se lo pongo en la bebida y me ayuda mucho.
¿Hacia dónde corre el aire?
Entramos a la playa en zapatos. La grabadora de audio abrazada en mi mano y Gerardo Muñoz esperando el arribo de una buena toma. Había encendido la cámara desde que bajamos del camión. Era domingo de puente. Dos bandas tocaban para turistas borrachos el son sinaloense. Frente a nosotros pasó un salvavidas en moto. No sé qué tan sabido sea, pero los salvavidas son policías también. Nos sentamos en una roca erosionada frente a su garita. Vimos su rutina: andar en la playa observando. Pero los ahogados no se buscan. Después me di cuenta de que buscábamos lo mismo.
Había grupos de morros que cargaban cerveza, lentes y pantalón. Personas que van a la playa a beber, escuchar música y fumar marihuana. Identificamos a unos que estaban a punto de fumar. Al menos eso creímos. Nos acercamos para investigar experiencias y sacarles, si se dejaban, fotografías. Al llegar me di cuenta de que un tipo chaparro desmenuzaba la yerba sentado en la arena. Y llegó el salvavidas en su cuatrimoto.
Bajó lentamente de la moto con una sonrisa burlona. Se agachó con tranquilidad hacia el sujeto que traía el porro y sin decir ni una palabra, como si ya supiera el final de la historia, se lo quitó de la mano. Todos callados.
—¿Qué es esto? Preguntó el salvavidas.
—Pues… ¿qué más? —le respondió el sujeto.
El salvavidas regresó a su cuatrimoto con una lentitud extrañísima. Mantenía la sonrisa burlona. Abrió el asiento y sacó las esposas. Uno reviró:
—¿Se lo va a llevar?
Asintió lento. Aproveché para preguntarle si mucha gente fuma marihuana en la playa.
—Uh, hijo, todos los días.
—¿Y cómo está el rollo? ¿Qué hace en casos como este que encontró a él con un porro, pero no fumándolo?
—¿Qué crees tú? Llevarlo con el juez de barandilla —respondió—. Ahorita es una falta administrativa, pero si le encuentro más de 5 gramos va a la PGR.

Monumento al pescador, mejor conocido por los Monos Bichis. En la jerga local, bichi significa desnudez. Mazatlán. Fotografía por Gerardo Muñoz.
—¿Cuántos detiene en un día “bueno” como hoy, domingo de puente, atascado de turistas? ¿Qué opina de la marihuana? ¿Cree que debería ser legal? ¿Usted la ha probado?
—¿Por qué tantas preguntas, morro?
Le dije que estaba haciendo un reportaje sobre la cultura de la marihuana en Mazatlán.
—¿Eres periodista?
—No.
—¿Y ustedes a qué se dedican?
Uno de la bolita dijo que era maestro de prepa. El que había sido atrapado con el porro dijo que estudiaba una maestría y que era maestro en una universidad local.
—Aquí todos fuman —dijo el salvavidas— hay gente bien que viene a la playa, niñas de quince años que uno se queda “¿cómo van a drogarse ellas?” Pero luego las cacha uno allá en las piedras fumando. Ya no es precisamente el cholo tatuado quien fuma. No debería decírselos, pero si van a fumar en la playa, primero vean hacia dónde corre el aire. Como en estas fechas el aire viene para este lado –levantó arena con el pie para comprobarlo–, me llegó el olorcito.
No hace falta saber por quién doblan las campanas. Ahora la pregunta que viene sobre el futuro del cannabis es: ¿hacia dónde corre el aire?