La vida en el laboratorio (Del Dr. Zaius)
En un lugar de la Mancha… El día en que lo iban a matar… Era el mejor de los tiem¬pos, era el peor de los tiempos… Hay muchos inicios de novela memorables, pero pocos finales lo son. ¿Quién recuerda la última frase, la última palabra, del Quijote, ya no digamos de En busca del tiempo perdido? Con el cine, al menos con algunas películas, sucede otra cosa. El final de El ciudadano Kane es más recordado que su toma inicial, lo mismo que Michael cerrándole la puerta en la cara a Kay en El padrino (una excepción sería Sombras del mal y su mítico plano secuencia inicial en la frontera México-Estados Unidos). Pero es difícil pensar en un final más icónico que el de El planeta de los simios (Schaffner, 1968): Charlton Heston arrodillado en la playa (alerta de spoiler) ante una Estatua de la Libertad derruida.
¿De qué trata esta película? A primera vista, de una malograda expedición espacial y de un astronauta que intenta recuperar su libertad y su dignidad frente a una especie de homínidos inteligentes que dominan al planeta en el que ha aterrizado y a sus habitantes humanos. ¿De qué trata realmente? La trama principal sólo nos dice lo que sucede, las tramas secundarias son las que abordan el tema de fondo. En este sentido, son varias las interpretaciones posibles. Hoy, a 50 años de haber sido proyectada por primera vez en las salas de cine, una de las que tal vez tenga más resonancia es la capacidad destructiva que tienen la ciencia y la tecnología y nuestra incapacidad de hacernos responsables de sus efectos.
La ciencia de los simios se muestra como obtusa. George Taylor, el capitán de la expedición, y sus compañeros son sometidos a cualquier cantidad de vejaciones a manos del grupo de investigadores simiescos que se hacen cargo de ellos, todo a nombre del progreso. Pero el secreto de la película está en que la ciencia de los humanos es mucho más terrible.
El ideal de la ciencia como una maquinaria prístina y perfecta, escribe el sociólogo inglés Harry Collins, es como ese tren que siempre acaba de partir cuando uno apenas está llegando a la estación. Las décadas de los cuarenta y cincuenta sumieron a la sociedad en el shock de la destrucción nuclear (ver El café atómico, de Loader y Rafferty, 1982); los sesenta vieron despertar una nueva conciencia ambientalista (leer Primavera silenciosa, de Rachel Carson, 1962, el primer clásico sobre el tema), así como el relativismo epistémico (leer La estructura de las revoluciones científicas, de Kuhn, también de 1962). En los setenta el cisma se haría todavía más profundo, gracias a los trabajos de autores como Bruno Latour y Karin Knorr Cetina, quienes propusieron que la ciencia no se produce por medio de una estructura racional-lógica (por lo menos no exclusivamente), ni a partir del método científico, sino de las prácticas cotidianas en el laboratorio. El planeta de los simios aparece a la mitad de todo eso.
La película es una rara avis de origen estadounidense, pero también es producto de la tradición francesa de ciencia ficción, por vía de la novela original, obra de Pierre Boulle (1963). En este sentido, no sorprende que tanto la novela como la película presenten temas que se encuentran ya en una obra como La Jetée (Marker, 1962), también francesa (el apocalipsis ambiental y las paradojas temporales).
Las prácticas de laboratorio de El planeta de los simios están marcadas por una cultura jerárquica y hegemónica. Los chimpancés, como Zira, hacen el trabajo científico cotidiano mientras que los orangutanes, como el Dr. Zaius, representan a las academias, los colegios y las élites intelectuales, contrarios a las ideas nuevas y con miembros que se otorgan premios entre sí y pueden decidir sobre el trabajo de los demás: las prácticas de laboratorio como relaciones de poder.
Hay en El planeta de los simios una crítica abierta al cientificismo. ¿Pero cuál es la idea de la ciencia que pone sobre la palestra? ¿El escolasticismo (conocimiento obtenido por autoridad)? ¿La religiosidad (conocimiento obtenido por revelación)? ¿O el dogmatismo (conocimiento obtenido sólo por el razonamiento lógico-formal)? La novela de Boulle es más rotunda, pero la película se decanta por una mezcolanza de las tres y están todas representadas allí: en la Estatua de la Libertad como símbolo de nuestro fracaso.
A diferencia de los temas que trata, El planeta de los simios no ha envejecido bien. Es una cinta que ya no se suele ver y cuyo conocimiento proviene sobre todo de fuentes indirectas, residuales: homenajes, parodias y los recientes remakes. Pero su imagen final sigue gozando de cabal salud.