La transfiguración de unos comensales
Titulo: Restaurante bar familiar
Autor: Luis Lugo
Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo de Cultura Económica
Lugar y Año: 2019
Restaurante Bar Familiar de Luis Lugo es, sin duda, un libro notable. Mientras lo leía, me obsesionó un pensamiento: “Si este sitio ficticio fuera un establecimiento real, visitarlo sería una experiencia insólita, de esas que terminan por desquiciarte”. Estoy seguro de que comer en el restaurante-poemario de Lugo sería una vivencia tan reveladora que, a la hora de pedir la cuenta, descubriríamos que el autor nos ha anunciado, en la cantidad total de consumo, la fecha inequívoca de nuestra muerte. Tanto así me estremeció por momentos el libro.
Los poemas, desde el comienzo, hacen anunciaciones, condenan, imponen un destino. En una de las piezas, Kentucky Fried Chicken, aparece la etiqueta de un empleado que tiene impresa la leyenda: “Estoy aprendiendo”. Gracias a la fuerza del poema, aquel simple mensaje me hizo recordar que todos en este mundo somos unos principiantes, me hizo comprender que la ineptitud es parte de nuestra naturaleza. Cuando leí el poema En la barra me estuve preguntando durante horas si en el reencuentro con un amigo de la secundaria, yo sería el personaje de la vida ejemplar o el de la existencia patética. La respuesta me inquietó. Un poco más adelante, el texto Starbucks demuestra (con hechos) que, en el fondo, las vivencias entre padres e hijos se convierten tarde o temprano en historias de olvido o abandono mutuo.
En el restaurante de Lugo, si usáramos una crayola para salir del laberinto impreso sobre el mantel infantil, terminaríamos con las manos manchadas de sangre, como si durante ese juego hubiéramos matado, sin darnos cuenta, a nuestro propio Asterión particular. Así de contundente es el poemario. Después de leer el texto Mesero, supe que mi sendero también ha estado siempre cubierto de “vómito y cerveza”; a pesar de la peste, una y otra vez me había negado a aceptarlo.
La obra de Lugo demuestra que con las insignificancias de la vida también se pueden crear proezas narrativas / poéticas. Es pertinente recordar que, en su origen, la poesía era un instrumento para narrar. Me parece un acierto del autor utilizar sus poemas con el fin de contar historias, desarrollar conflictos de principio a fin y crear personajes quienes (debido a su infamia, su patetismo o su carisma) se vuelven memorables.
En el comedor-libro de Lugo, si pidiéramos el agua del día, nos sorprenderíamos al descubrir que se trata de líquido extraído del mismísimo río Estigia, y que el agua todavía suena como un montón de almas que penan en la transparencia. La musicalidad de los poemas de Lugo es sutil, justa. Hay dominio en el manejo de la melodía, Ícaro en tierra es muestra de ello. El poeta me convence de que justo así suena el dolor, de que así suena la imposibilidad de obtener lo que deseamos y así se escucha un alma cuando se hace pedazos. El texto Mudanza revela, por cierto, cómo suena la imprudencia de un niño, cómo se oye la probabilidad de su muerte.
Quiero destacar la bravura de las imágenes poéticas en Restaurante Bar Familiar. Encontré algunas que me desbarataron. Por ejemplo, la animalesca violencia intrafamiliar que mutila a un chiquillo aún más que el ataque de varias bestias. En uno de los textos es posible sentir la celeridad y la zozobra de un personaje que se enfrenta, en una carrera, con la muerte de su abuela. Me sorprendió igualmente la historia de un karateka que combate mano a mano con su padre y termina exiliado de casa. Al final, lo único que permanece del combatiente es su cinta negra.
Mi única queja es la inclusión de algunos textos (pocos) que no son tan efectivos como el resto. Incluso podría pensarse que sobran. Ello hace parecer que el poemario es irregular. Estoy convencido de que los poetas, incluido Lugo, necesitan mayor arrojo para quitar los escritos menores de sus colecciones. A todos les vendría bien desapegarse de las obras de su repertorio que todavía necesitan trabajo o edición. Aun así, sostengo lo que aseguré en un principio: estamos frente a un libro relevante. Recomiendo su lectura, por supuesto.
De existir el Restaurante de Lugo, yo dejaría como propina unos cuantos óbolos, solo para asegurarme de que sus personajes-comensales, después de muertos, lleguen a buen puerto en el reino de los fallecidos, y para que sean capaces de ubicarse en el lugar honroso que se merecen.