La revolución de Félix Guattari, a 30 años de su muerte
Confieso que, siendo generosa conmigo misma, logro entender apenas la mitad de lo que propone y escribe el filósofo, activista y esquizoanalista Félix Guattari (1930-1992). Leí primero sus ideas en la versión trabajada y pulida de quien fue su colaborador más famoso, el filósofo Gilles Deleuze. Ahí, todavía podía comprender la dimensión de la ofensiva de la famosa dupla. Juntos, Guattari y Deleuze escribieron una serie de libros paradigmáticos del pensamiento francés posteriores al movimiento de 1968 en torno al capitalismo y proponiendo el esquizoanálisis como alternativa a los rígidos modelos estructurales del psicoanálisis de Jacques Lacan y sus seguidores.
Aunque Gilles Deleuze es un nombre que se respeta mucho en las universidades y que se lee en diferentes disciplinas, el nombre de Guattari siempre ha sido relegado a un segundo orden, permanece al margen o se olvida de forma más o menos deliberada. No obstante, las contribuciones de Guattari a su proyecto en común son innegables. Escribían a partir de las intuiciones o diamantes en bruto que Guattari le enviaba por carta, todas las mañanas, a Deleuze, y que éste pulía y suplementaba con su formación filosófica. Es decir, la mayoría de la riqueza intuitiva, explosiva y radical de libros como El Anti-Edipo (1972) o Mil mesetas (1980) viene de Guattari.
Pero hay un Guattari sin Deleuze y un Deleuze sin Guattari. Félix Guattari escribió una extrañísima serie de libros antes y después de su colaboración con Deleuze.1 La mayoría de ellos, me resultan ilegibles. Me agota perseguir la velocidad de estrella fugaz de su pensamiento, que no logro capturar ni en una metáfora, ni en una imagen, ni en un concepto. No es por la complejidad de lo dicho ni por la densidad teórica ni por el bagaje histórico sino, quizás, porque no se parece a ningún otro autor y tampoco se le puede leer meramente desde una disciplina. A Guattari no se le puede asimilar a la filosofía y tampoco forma parte realmente del campo del psicoanálisis. Es un activista e intelectual, pero tampoco es parte de ningún currículo de estudios de ciencias políticas y desde mi propio campo, la literatura, me resulta difícil entenderlo como un teórico o crítico cultural o literario. Una de sus colaboradoras explica que a Guattari le encantaba James Joyce. No me sorprende, entonces, que sus textos sean tan ilegibles, por tantas capas de significados, que estén basados en sus epifanías diarias y contengan tantos neologismos.
Félix Guattari es un pensador sumamente original y extraño que desde una operación transversal, un agudo y brillante corte singular, se deslinda de todos los campos y, molecularmente, propone una serie de diagramas revolucionarios. Guattari mismo insiste que sus textos son diagramáticos en el sentido de que son cartografías, planos y planes, cajas de herramientas que se puede usar para tergiversar diversas singularidades. Para Guattari, las ideas son herramientas conceptuales: las ideas son cosas. Aunque lo comprenda poco, me atrevo a decir que Guattari es sin duda uno de los pensadores más perspicaces sobre nuestro presente. Es un pensador que logró ver las líneas de fuga y consecuencias de su época, vaticinando el caos y potencialidades de lo que hoy, treinta años después, vivimos.
Guattari murió un 29 de agosto de 1992, a los 62 años. Le tocó ver todavía el inicio de un cambiante orden mundial, que fue la base de lo que el nuevo siglo nos trajo: un mundo cuyos conflictos no se debaten ya en un frente doble, ni centralizado, sino cuyos conflictos tienen más que ver con las lógicas económicas descentralizadas. El colapso del bloque soviético, el inicio de la guerra del Golfo en 1991 y la disolución de Yugoslavia. Vio el inicio de la integración del capitalismo global, la catástrofe del neoliberalismo, las crisis económicas y el desastre ecológico mundial. Todo esto no es algo ajeno a lo que Guattari profetizó y diagnosticó con sus potentes herramientas conceptuales. En las siguientes breves notas, propongo tres herramientas que Guattari nos legó en su obra para desestabilizar y desarmar la máquina de nuestro presente: la transversalidad, el esquizoanálisis y las revoluciones moleculares.
Transversalidad
Desde su juventud, Guattari fue parte del movimiento juvenil de los hosteleros y estuvo involucrado políticamente en diferentes grupos de izquierda. Dejó la carrera de farmacéutica luego de dos años de aburrimiento (según él mismo confiesa) y conoció a su mentor y amigo, Jean Oury, quien trabajaba en la clínica psiquiátrica de La Borde en Cour-Cheverny. Oury le presentó la obra del psicoanalista Jacques Lacan, quien fue fundamental para su formación. Guattari permaneció activo políticamente, asistía regularmente al seminario de Lacan, y finalmente decidió aceptar un trabajo en la Clínica de La Borde, en donde trabajó por casi cuarenta años, hasta el día de su muerte.
Algunos de los primeros textos de Guattari eran una serie de reflexiones acerca de la peculiar estructura de organización y trabajo de La Borde, inspirada por los movimientos anti-psiquiátricos de la época. En la clínica, según describe, por ejemplo, las enfermeras no usaban uniforme, había reuniones diarias y comités armados junto con los pacientes, además de que todos los empleados, incluyendo los médicos, tenían tareas que se rotaban entre todos los integrantes para mantener el funcionamiento cotidiano del hospital. La reflexión teórica sobre el funcionamiento institucional se denominó, en esa época, “psicoterapia institucional”.
En 1964 Guattari presentó en un congreso internacional de psicodrama una de las ideas (basada en sus experimentos en la clínica) que acompañaría toda su obra: la transversalidad. El objetivo de la transversalidad es desestabilizar las oposiciones estructurales binarias (el eje vertical y piramidal del poder institucional y el vertical, en donde cada uno “se arregla como puede”). Lo usó en un inició para hablar de la transversalidad en un grupo:
“La transversalidad es una dimensión que pretende superar los dos impasses, la de una pura verticalidad y la de una simple horizontalidad; tiende a realizarse cuando una comunicación máxima se efectúa entre los diferentes niveles y sobre todo en los diferentes sentidos”. “La transversalidad es el lugar del sujeto inconsciente del grupo, más allá de las leyes objetivas que la fundan, el soporte del deseo del grupo”.
No se nos debe escapar que esta idea de transversalidad va en contra de nuestras nociones de democratizar los saberes y de las relaciones interdisciplinares, así como de la horizontalidad de los discursos minoritarios hoy tan en boga. Tampoco pasemos por alto que el concepto surge al intentar pensar la organización de una clínica psiquiátrica y se presenta en una reunión de psicodrama: es un concepto que va de la estructura organizacional de la locura a la teatralidad y el potencial curativo de la performatividad, el asumir la versatilidad de diversos roles. La transversalidad es un corte diagonal que busca encontrar en los puntos ciegos de los distintos grupos en una organización, una posible relación. Su objetivo es incrementar el coeficiente terapéutico de un grupo o su potencial revolucionario. Va en contra de la burocracia, la oficialidad, las estructuras y jerarquías. En vez de ello, busca la producción creativa para adaptarse, comunicar y atravesar los diferentes niveles. Desde un inicio, la transversalidad tiene un componente colectivo y para Guattari la subjetividad es un fenómeno de grupo, nunca individual.
Esquizoanálisis
Conforme Guattari se consolidó como intelectual, ya no se consideraba como un psicoanalista, dados sus desacuerdos con su mentor, Lacan, cuyas nociones llegó a criticar acérrimamente (aunque, sobre todo criticó a los seguidores de Lacan). Guattari acuñó el término “esquizoanálisis” para darle una dimensión diferente a cómo el veía que la psique operaba socialmente y en el contexto de las instituciones. Guattari desarrolló la herramienta conceptual del esquizoanálisis más plenamente en su correspondencia con Deleuze. Para Guattari y Deleuze, el psicoanálisis tiene que ver con reducir sistemáticamente el deseo a un sistema cerrado de representaciones: “Edipos de Edipo al cuadrado”. A su vez, el psicoanálisis parte de un modelo de psique basado en el estudio de las neurosis, centrado en la persona y las identificaciones y que opera a través de la transferencia y la interpretación.
El esquizoanálisis, al contrario, parte de las investigaciones acerca de la psicosis, “se niega a rebajar el deseo a los sistemas personológicos y niega toda eficacia a la transferencia y a la interpretación”. En vez de mantener el núcleo en el individuo, no oculta que es un psicoanálisis político y social, un análisis militante. A su vez, rechaza la interpretación dado que, para ellos, “el inconsciente no quiere decir nada”, sino que construye máquinas deseantes que funcionan socialmente: “el inconsciente no dice nada, maquina. No es expresivo o representativo, sino productivo”. Entonces, el esquizoanalista no es ni un intérprete, ni un director de escena, sino un mecánico, “un micromecánico”.2
Individualmente, Guattari definió la fundación de lo que llamó “esquizoanálisis” en su libro de 1979, El inconsciente maquínico. En su último libro, Caosmosis (1992), Guattari redefine el alcance del esquizoanálisis y habla de “cartografías esquizoanalíticas” y propone que el esquizoanálisis es un intento transdiciplinario, una “metamodelización” que abre nuevas posibilidades y funciones. Diagnostica una tendencia de la historia contemporánea que fácilmente podríamos extender hasta nuestros días y que no ha hecho más que exacerbarse:
“De una manera general, puede decirse que la historia contemporánea está siendo dominada cada vez más por un incremento de reivindicaciones de singularidad subjetiva: contiendas lingüísticas, reivindicaciones autonomistas, cuestiones nacionalísticas, nacionales que, con total ambigüedad, expresan una aspiración a la liberación nacional, pero que por otro lado se manifiestan en lo que yo llamaría reterritorializaciones conservadoras de la subjetividad”.
En contra de estos discursos que, desde el capital, buscan capitalizar y reterritorializar nuestra subjetividad en el discurso de las minorías o el lenguaje de la inclusión, Guattari propone que “el esquizoanálisis no consistirá, evidentemente, en remedar al esquizofrénico, sino en franquear como él las barreras de sinsentido que vedan el acceso a los focos de subjetivación asignificantes, única manera de poner en movimiento los sistemas de modelización petrificados”. Detrás del denso y extraño lenguaje de Guattari adivino que hay una búsqueda de encontrar modos de desestabilizar los sistemas de sin-sentido que no admiten nuevas posibilidades. Busca, entonces, nuevas posibilidades y recomponer territorios dentro de lo que llama el “universo caósmico” (la caosmosis es la producción de lo múltiple y se opone al cosmos con una raíz). Nuevas cartografías producen nuevas subjetividades.
Revoluciones moleculares
Parte del atractivo y la dificultad más grande de comprender la obra de Guattari radica en que sus textos están íntimamente ligados con sus insólitos experimentos clínicos, pero también con su compromiso político militante. En sus libros colaborativos con Alliez y con Negri en torno al movimiento de la autonomía obrera en Italia y después en su colaboración con Suely Rolnik en su visita a Brasil, en donde conversó con Lula, Guattari buscó refinar su comprensión de cómo oponerse a las máquinas totalitarias capitalistas que buscan dividir, particularizar y moleculizar a los trabajadores: “Se infiltran en sus filas, en sus familias, en sus parejas, en su infancia; llegan incluso a instalarse en el corazón de su subjetividad y de su visión del mundo”.
Si el esquizoanálisis es una lucha política desde todos los “frentes” de la producción deseante, entonces, como afirma en La revolución molecular, “el problema del análisis es el problema del movimiento revolucionario”. En un enunciado completamente profético, Guattari especula:
“Si es cierto que los cambios sociales en el futuro serán, como yo creo, absolutamente inseparables de una multitud de revoluciones moleculares al nivel de la economía del deseo, entonces el esquizoanálisis tendría que ver con una perspectiva revolucionaria. Cuando se trata de hacer saltar todos los obstáculos, las esquematizaciones del capitalismo, las sobrecodificaciones del superyó, las territorialidades primitivas reconstituidas artificialmente, etc., el trabajo del analista, del revolucionario y del artista confluyen”.
Con revoluciones moleculares, Guattari se refiere a que la manifestación singular y local del deseo de pequeños grupos se puede conectar con una multiplicidad de deseos moleculares y que así implican un efecto como de “bola de nieve”, en donde se movilizan muchos más deseos. Si reflexionamos en torno a los recientes movimientos revolucionarios alrededor del mundo, la mayoría de ellos han sido revoluciones moleculares que no han sucedido al nivel de los discursos políticos manifiestos, sino que se han jugado en el espacio de las mutaciones del deseo, de las transformaciones científicas, tecnológicas e incluso artísticas.
Me gusta el uso de la palabra “molecular” (cuyo origen, por supuesto, Guattari no explica) porque me hace pensar en una cuestión química, en la unidad mínima de átomos cuya unión es lo suficientemente estable como para conservar sus propiedades. Respiramos moléculas, cocinamos con moléculas y estamos hechos de moléculas. ¿Por qué no también hacer revoluciones moleculares? Nuestro deseo y nuestras revoluciones, como la de Guattari, serán moleculares o no serán.
- Guattari escribió, en orden de aparición, los siguientes libros antes y después de su colaboración con Deleuze (si hay versión en español, uso el título de tales versiones): Psicoanálisis y transversalidad (1972), La revolución molecular (1977), El inconsciente maquínico (1979), Les années d’hiver (1985), Cartografías esquizoanalíticas (1989), Las tres ecologías (1989), Caosmosis (1992). Y, en colaboración con Deleuze, escribió: El Anti-Edipo: capitalismo y esquizofrenia (1972), Kafka. Para una literatura menor (1975), Mil Mesetas: capitalismo y esquizofrenia (1980), ¿Qué es la filosofía? (1991), y Rizoma: (introducción). En Colaboración con Toni Negri escribió Las verdades nómadas (1985) y con Suely Rolnik, Micropolítica. Cartografías del deseo (1986). Publicó además otros textos que se han recopilado en antologías como Plan sobre el planeta y Líneas de fuga.
- Hasta hace poco yo pensaba que los experimentos de Guattari se habían limitado a ciertas clínicas de Francia, en donde su grupo de trabajo sigue activo, pero hay quienes practican clínicamente el esquizoanálisis en América Latina, como me contó una buena amiga que lo ha experimentado. Ver, por ejemplo, https://www.esquizoanalisisweb.com/