Tierra Adentro
Portada de "Cadáver Perlogher", Juan Antonio Alfaro. Fondo Editorial Tierra Adentro, 2023.
Portada de “Cadáver Perlogher”, Juan Antonio Alfaro. Fondo Editorial Tierra Adentro, 2023.

Uno de los versos del libro Cadáver Perlongher de Juan Antonio Alfaro arroja esta pregunta: “¿Por dónde tendría que comenzar el Autor?”. Yo me pregunto lo mismo: ¿Por dónde tendría que comenzar el reseñista? Así que decido iniciar hablando del estado en el que me hallaba durante mi primer acercamiento al libro. Leí el poemario de Alfaro durante mi convalecencia —la segunda de mi vida— de Covid. Incluso durante mi fiebre de casi treinta y nueve grados, seguí leyendo. La verdad es que son ciertos los clichés que dicen que un libro te puede cambiar la existencia o modificar tu punto de vista. Lo cabrón para mí es que por primera vez me topé con un libro que cambió mi cuerpo. Por lo menos eso sentí, gracias al delirio febril que acompañó mi lectura. Es más, entiendo que la sensación que describiré es artificial, tiene que ver con el fallo de mi organismo, de mi cerebro; pero siendo honesto, ello también fue provocado, en gran medida, por el estupendo trabajo poético del autor. Conforme avanzaba en los poemas, sentía que mis manos se agrandaban al punto de abarcar mi casa entera; sentí que alguien me había robado varios de mis órganos internos y, en su lugar, había colocado granadas de fragmentación; sentí que mi cara se convertía, de a poco, en un machete. En fin, a veces, incluso el padecimiento es bastante extraordinario.

“Entrar y salir del cuerpo como entrar y salir de la

enfermedad. Entrar al cuerpo es entrar a la enfermedad.

Conocerlo es enfermarse. La enfermedad nos recuerda

que ahí está el cuerpo”.

La musicalidad de los poemas de Alfaro es contradictoria, va de la armonía y la belleza inmaculada al desenfreno y el sinsentido que desconcierta. Este contraste mesmeriza. La música del libro es una bestia iluminada que te destroza a dentelladas y luego te lame las heridas hasta dejarlas sanas. El autor ha domado su ritmo, lo conoce a la perfección. Por ello logra alejarse de los sonsonetes de algunos poetas contemporáneos y nos presenta un sonido a la medida de su propio ser.

Varios de los versos del autor son preguntas. Su obra, de hecho, logra comunicar el poderío de los cuestionamientos, la belleza de las interrogaciones. Me parece que el único enunciado de verdad infinito es la pregunta, en especial la que tiene interminables respuestas, como el caso de los versos de Alfaro.

Hay una serie de menciones a autores, pensadores, especialistas del lenguaje, activistas, personas renombradas. Entes que al ser citados se encumbran, generan una atención plena en su trayectoria, seres reales que al ser invocados también se transforman en héroes épicos o líricos, quienes viven aventuras en el silencio de nuestra lectura, que cambian nuestras nociones de la realidad eliminando algunos monstruos de nuestro pensamiento. Valga un ejemplo:

¿A qué suenan las palabras?

Cementerio y humano no se parecen en nada. Humano

y enterrar, tampoco.

Cementerio, según Guido Gómez de Silva, en su Breve

diccionario etimológico de la lengua española, viene

del griego koimêtêrion, que significa “cuarto de dormir;

lugar para enterrar.

Guido Gómez de Silva es un lingüista y lexicógrafo mexicano. Me atrevo a decir, sin exagerar, que la mención de su obra en este poema será el mayor de los homenajes que el especialista reciba, y no por una falta de mérito, sino por la calidad poética del autor que lo convoca. La verdad, yo pensé que sería una bendición que un escritor de este talento mencionara mi nombre o mi trabajo en alguno de sus textos.

Pienso que un libro memorable debe incluir lo inaudito, la sorpresa como elemento latente. Debe estar ligado a lo alternativo, a la excepción, a la periferia. Ser experimental en la poesía siempre da una ventaja. Nada como hacer productos que se alejen del canon, nada como ser particular de forma espontánea, honesta. Poco o nada se parece a este libro. Yo sí creo que hay algo nuevo bajo el sol, que no estamos llenos de refritos, este poemario lo comprueba. De vez en vez aparece en el mercado algo que nos destantea por completo, que nos hace cimbrar al no poderlo clasificar, acotar, o nombrarlo con exactitud. La ruptura en esta obra me resulta hermosa, es un valor agregado.

Un cuerpo hundido, en la tierra, si puede decirse. Bajo

las matas. Mejor, en la página. En algo escrito, tal vez.

El caso es que hundido. Enterrado. Un cuerpo enterrado.

Un cuerpo hundido. Una aliteración. Las palabras que

suenan igual (Perlongher pone el cuerpo, por ejemplo).

Casi igual. El sonido. El sonido de las palabras.

Me deslumbró la idea de un autor que se halla enterrado entre las páginas de sus obras. Sepultado, sí; pero no pudriéndose ni anegándose de gusanos, todo lo contrario: enriqueciéndose en medio de los párrafos, alcanzando la iluminación debido al fulgor de sus propias construcciones. Lo que en el libro hay de Alfaro, y de los otros autores que cita, vale la pena exhumarlo; después inquirirlo hasta comprender que la descomposición o el desgaste del cuerpo también pueden ser prodigios.

El libro habla, en gran medida, del misticismo de la materia, lo esotérico en lo concreto, de “Una escritura muscular, enteramente física”. La manera en que el autor vuelve al cuerpo sagrado me confirmó algo que siempre he pensado: dios es materia. El poeta nos recuerda que estamos tan distraídos con necedades como el alma, la iluminación, la moral (elementos fantasmagóricos) que se nos olvida lo verdaderamente importante: el cuerpo, la carne, las tripas. El libro es un gran homenaje a lo existente. Es un rezo a las deidades de la corporalidad, es un mantra que pesa, que se puede apretar hasta exprimirle las entrañas.

“El poeta se va del otro lado. La poesía reconfigura algo,

el sujeto. La poesía descompone el lenguaje, lo vuelve

humano: le devuelve lo más humano.”

En Alfaro hay un dominio de la técnica, de la gramática, la puntuación. La maestría de la sintaxis es el verdadero nirvana de los autores. Se alcanza el éxtasis cuando alguien reafirma las normas, les da la vuelta o las quebranta con exactitud. En Cadáver Perlongher, la carcasa del poema se vuelve un portento en sí misma. Ello evidencia que forma y fondo son lo mismo y que al fundirse ambas se gesta la verdadera grandeza. El valor retórico del libro también es ejemplar.  El uso de figuras poéticas hace evidente que la literatura sí es juego, exploración. Incluso la aliteración, una figura muy sobada, muy sobreexplotada, aquí se vuelve un hallazgo:

Las sibilas dan sus oráculos en una corriente de

agua o desde alguna gruta, alguien mide los

hexámetros, transcribe a mano para sentir que es

el cuerpo quien escribe

¿Para sentir que es el cuerpo quien escribe?

En otro caso vemos cómo, a través de la técnica, el desvanecimiento se representa con letras, con signos, con espacios vacíos:

“El cuerpo se perlonghiza.

¿El cuerpo?

¿Él?

¿………?”

La Logopeia (eso que el pedante, pero genial, de Pound describía como la danza del intelecto sobre las palabras, la parte reflexiva del lenguaje) también está presente con eficacia aquí, el valor ensayístico de los poemas, las sentencias que te hacen dudar aparecen varias veces a lo largo del escrito.

“Una cosa que la gran poeta confesó antes de

morder su donut: un buen poema se escribe como

si no importara.”

La poética del autor, su definición de poesía (ese término que ni Heidegger ni Emerson han podido terminar de definir) me agrada:

“La poesía, queramos o no, es el relato de cómo se

avanza hacia la muerte.”

Al final del compilado aparece una confesión estremecedora. Varias partes del libro están configuradas, por supuesto, con métodos tradicionales; pero también hay otros fragmentos que fueron confeccionados mediante recursos alternativos, con herramientas de escritura no creativa como les llaman algunos. Es decir, que el autor parafrasea e interviene fragmentos de otros autores. En este caso, hablamos no de magia (creación directa) sino de alquimia (transformación de algo ya existente). Ello, al menos a mí, me parece igual de válido. Al final del día, el aspecto polémico del parafraseo y la intervención le añade una capa de interés al poemario. La estrategia se convierte en otras preguntas: ¿Es válido tomar pasajes de otros y apropiarse de ellos?, ¿Absolutamente todo lo que aparece en un libro debe ser creado de forma tradicional?

Uno de los grandes halagos es el agradecimiento, así que yo le doy las gracias al autor por sacarme del mundo un rato y devolverme distinto. Gracias por sus preguntas, por su desconcierto, su honestidad, su materialidad, por el valor de su talento innegable. Termino con lo obvio, la recomendación: lean Cadáver Perlongher ya.

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