Los tres cuentos de J.D. Salinger que no debieron filtrarse
El famoso leak de los cuentos inéditos de J.D. Salinger
El 28 de noviembre de 2013, hace exactamente diez años, una noticia conmocionó a los amantes de la literatura que frecuentan Reddit: aparecieron de manera ilícita tres cuentos inéditos del famoso escritor norteamericano Jerome David Salinger, fallecido tres años atrás. Una noticia así, en sí misma, no suena como un gran escándalo. ¿Por qué sería negativo que se publique o no el trabajo de alguien muerto?, ¿No es el mundo editorial un entorno de zopilotes expertos en explotar hasta la última sílaba “póstuma” de cualquier autor medianamente relevante? Y si murió trágicamente joven, mejor. Y si se suicidó, no hay cómo detenerlos. Pero J.D. Salinger no encaja en ninguno de estos, al contrario, murió plácidamente recluido en su hogar de New Hampshire a los 91 años. Y es que, para comprender el revuelo que suscitó este leak, habría que atender ese comentario que los rucos escribimos a cada meme incomprensible: ¡Contexto pls! Porque no se puede hablar de Salinger sin mencionar el tamaño de la fama que alcanzó tras la publicación de su primera novela, El guardián entre el centeno, y la manera en que esta fama se exponenció con su comportamiento posterior: elusivo, ermitaño y algo excéntrico.
Comencemos.
J.D. Salinger nació en Nueva York en 1919, hijo de padre judío y madre conversa, creció en un hogar acomodado con todas las oportunidades a su alcance, tan a su alcance que no dejó pasar la ocasión de desperdiciarlas, abandonando sus estudios en tres ocasiones con un desempeño mediocre. Quedó claro que el problema estaba en su falta de interés cuando en 1938 tomó una clase de Escritura Creativa con Whit Burnett y supo lo que quería era escribir. Comprendió que un verdadero escritor debe dedicarse por completo y tener estómago para el rechazo constante y, para esto, tendría que deshacerse de una personalidad arrogante y de su inconstancia académica. Mandó siete textos para publicación a The New Yorker, (todos rechazados) y muchos otros a la revista Story, donde tras varias negativas accedieron a publicarle “Young Folks”, considerado a la fecha uno de sus mejores cuentos.
En estos tiempos, Salinger ya empezaba a escribir con la obsesión y dedicación que lo acompañarían el resto de su vida y cuando en 1942 uno de sus relatos, “Slight Rebellion off Madison”, fue aceptado por The New Yorker, el sitio más prestigioso para publicar como escritor primerizo en aquel entonces… (y aún ahora), parecía que todo cambiaría… Entonces, Pearl Harbor. Entonces… la publicación se canceló porque de un día a otro dejó de ser oportuna con el involucramiento de Estados Unidos en la Guerra y los jóvenes americanos yendo a morir al otro lado del mundo. Entonces… también a Salinger lo llamaron al frente y pasó los siguientes tres años inmerso en el horror de la Segunda Guerra Mundial, grabando en su mirada las imágenes atroces que nunca logró sacarse de encima. Durante ese tiempo nunca dejó de escribir. Incluso cuando no tenía papel ni pluma, en su mente siguió adelante con el proyecto que había comenzado con “Slight Rebellion off Madison”, una historia que retrataba a un adolescente malhumorado llamado Holden Caulfield paseando por las calles de Manhattan. Sí, se trata del mismo Holden Caulfield que protagonizaría El guardián entre el centeno. Pero aún no llegamos a eso.
Salinger regresó de la guerra en un muy mal estado, no volvió “con todas sus facultades intactas” como le deseó la pequeña Esmé al soldado X en “Para Esmé, con amor y sordidez”. Estuvo internado en un psiquiátrico con imposibilidad de escribir ni una palabra, y quién sabe cuánto le hubiera tomado superar su estado catatónico sin la aparición del Budismo Zen en su vida. A través de técnicas de respiración y meditación diaria, poco a poco recuperó la estabilidad y comenzó una serie de relatos que más tarde se recopilarían, en mi opinión, en uno los mejores compendios de cuentos que existen. Una serie de relatos que arrancó con el fabuloso “Un día perfecto para el pez plátano” en el que aparece por primera vez Seymour Glass, uno de los miembros de la familia Glass de la que Salinger escribiría mucho más, y que le abrió la puerta a la publicación constante en The New Yorker. Estos cuentos tocan el tema de la guerra sin hablar directamente de ella, sorprendieron por su cotidianidad, su mezcla de dulzura y tristeza que se volvieron su sello personal además le granjearon cierto reconocimiento en el medio.
Pero el joven Caulfield aún no lo abandonaba. Esa historia que empezó a rumiar en 1942 seguía ahí, presionando por ser escrita, a pesar de que su autor había cambiado tan radicalmente que era difícil, por no decir imposible, que mantuviera la visión entusiasta de los años previos a la guerra. Es quizás ese matiz pesimista y deprimido ante la inevitable perdida de la inocencia lo que conquistó a tantos lectores. Así nació El guardián entre el centeno, la novela que se reimprimió ocho veces en apenas dos meses, estuvo 30 semanas seguidas en las listas de Best Seller y a la fecha nunca ha dejado de estar en impresión. A pesar de que la novela por años ha sido parte elemental del temario en las secundarias estadounidenses, inicialmente fue vetada en muchos sitios por su lenguaje obsceno y blasfemo. Ahí está su magia, fue la primera novela en la que un adolescente hablaba como un adolescente: obsceno y blasfemo. El libro ganó cientos de adeptos que se sentían tan identificados que creían que “se trataba sobre ellos”, acosaban al autor con preguntas, lo esperaban afuera de su casa y lo asediaban con cuestionamientos sobre Holden como si se tratara de una persona real. Los fans enloquecieron, la prensa enloqueció, las editoriales enloquecieron. Y el autor, para no enloquecer con el resto, decidió alejarse de todo.
Salinger rápidamente se dio cuenta que el costo de la fama era la pérdida de la privacidad, cualidad invaluable en su escala de valores y cuyo restablecimiento se convertiría en su máxima aspiración. Escribir seguía siendo su pasión y jamás dejaría de hacerlo, pero se dio cuenta de que publicar atraía atención innecesaria y, en el tenor de los Beatles que en el pináculo de su fama decidieron abandonar los conciertos debido a la obsesión de sus fans, Salinger tomó la decisión irreversible de mantener su escritura entre las paredes de su hogar.
Su proceso de reclusión fue progresivo. No dejó de publicar de inmediato y todavía nos obsequió dos libros posteriores: Franny y Zooey y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, cada uno compuesto de dos relatos largos, aún alcanzó a dar una o dos entrevistas, pero sí, fue esta experiencia la que lo llevó a detestar la fama y a buscar evitarla a cualquier costo. Sus posturas al respecto eran tan radicales que llegó incluso a prohibir que sus cuentos se incluyeran en compendios, se reeditaran o se sacaran nuevas versiones de sus libros, y a demandar a un escritor sueco por escribir una secuela a El guardián entre el centeno en la que un Holden Caulfied de 76 años acaba de escapar de un asilo para errar las calles de Manhattan. Sobra decir que odiaba las entrevistas y sólo dio un par a lo largo de su carrera, la última de ellas para despotricar contra un escritor que pretendió hacer una biografía sobre su vida.
Suficiente contexto.
Volviendo al escandaloso leak, ¿Hace más sentido ahora? Los tres cuentos inéditos que se filtraron en internet se encontraban resguardados bajo llave para consulta de especialistas y académicos con acreditación especial: el primero de ellos, –que se rumora es uno de los mejores relatos de Salinger, protagonizado una vez más por el famoso Holden Caulfield–, “An Ocean Full of Bowling Balls”, se encuentra en la Universidad de Princeton y los otros dos “Paula” y “Birthday Boy” en la Universidad de Texas. Gracias a esto, quienes los habían leído con anterioridad confirmaron que lo publicado en Internet no era apócrifo, sino los mismos textos que pueden examinarse bajo supervisión en las universidades. What.cd, el sitio al que se filtraron los cuentos, los bajó rápidamente, pero debido a la naturaleza de Internet, más de un fanático logró descargarlos a tiempo y gozar del privilegio de leerlos.
Todo lo mencionado hasta este punto se puede averiguar sencillamente a través de una dedicada (ni tanto) navegación por internet, así que, para hacer de esto un verdadero artículo, hay que hacer preguntas. Cuestionamientos para los que no ofrezco respuestas, sino más y más preguntas.
Publicar los trabajos inacabados de autores que fallecieron antes de darlos por buenos puede ser carroñero, pero el caso de J.D. Salinger es distinto porque sus trabajos no quedaron necesariamente a medias. Su hija Margaret contó en sus memorias que su padre tenía un método para clasificar su trabajo no publicado, marcaba con rojo lo que estaba listo para salir al mundo en caso de su muerte, con azul lo que requería edición, etcétera. O sea, si había archivos en rojo, listos para publicar ¿Dónde están? Salinger dejó de publicar por… ¿Por qué exactamente?
El autor dijo en una entrevista que abandonó el deseo de publicar “Porque no escribía por los aplausos o el ego. Escribía para sí mismo y no buscaba recompensa”. Más tarde, su hijo profundizó sobre esta decisión: “Simplemente decidió que lo mejor para su escritura era no tener muchas interacciones con la gente, particularmente del tipo literario. No quería jugar esas partidas de póker, él quería, y alentaría a cualquier escritor en ciernes a hacer lo mismo, nadar en su caldo”. No puedo dejar de relacionar la estrecha afiliación de Salinger a las filosofías orientales con este comportamiento a primera vista desapegado a su escritura. No publicar porque quita tiempo, distrae de lo verdaderamente importante y nos jala una y otra vez de vuelta al ego. ¿Es esto cierto? ¿Los escritores publican por el aplauso exclusivamente? ¿Para engrandecer su ego? No podría ser que compartir lo creado ayuda a darle sentido al arte. Si el gran arte no tiene un fin, ¿No sería su único objetivo el de compartirlo con otros, el de conseguir ocasionalmente conmover (asustar/escandalizar, indignar/etcétera)? La obstinación de Salinger también podría considerarse egocéntrica: sintiéndose por encima del medio literario (que sí, lo sabemos, es un medio difícil) y del resto de los escritores que disfrutan de la compañía unos de otros. Pensar que la mejor versión de tu obra se crea en absoluta soledad puede resonar a esos escritorcillos que “No leen para no contaminarse”, como si hubieran pisado la tierra ya iluminados. Al final, las correcciones, las ideas y el contacto con los demás completan las obras y magnifican su potencia. Además, ¿Es posible que exista un escritor sin lectores? Si no contemplamos la belleza, ¿Existe?
Los fans se dividen entre aquellos ansiosos por leer cualquier palabra disponible y aquellos que respetan los deseos excéntricos del autor de controlar su legado incluso desde la tumba. Yo me debato. Por un lado, me promulgo de la segunda camada despotricando contra el padre de Anna Frank por atreverse a violar así la privacidad de una adolescente, de la familia de Bolaño con la publicación de 2666 y muchos otros que ignoran que el defecto más común de los grandes escritores es un perfeccionismo enfermo y que la mayoría de ellos se horrorizarían de ver sus trabajos inacabados o íntimos en los estantes de novedades. Por otro lado, soy la primera en devorar los diarios de Pizarnik, las cartas de Sylvia Plath, y me pasé horas y horas buscando esos tres cuentos inéditos de J.D Salinger para poder convertir este artículo en una reseña sobre ellos, con ambiciones heroicas que no conseguí cumplir. Culpo a mi falta de atrevimiento para entrar a la Deep web 🙁
¿Por qué creemos que el arte de alguien muerto nos pertenece, que podemos leer sus diarios, distribuir sus cartas y publicar aquello que por un motivo u otro los artistas no quisieron publicar? Incluso si no logramos comprender sus motivos. Incluso si nos parece que rozan en lo arrogante.
Los rumores sobre lo que hay archivado y está actualmente en poder de la viuda y de su hijo Matt Salinger varían desde 15 novelas terminadas hasta un par de cuentos inconexos sobre la familia Glass. Por años se ha dicho que en algún momento todo el trabajo de Salinger saldrá a la luz, pero no se ve claro. Tras su muerte la familia aseguró que entre 2015 y 2020 se publicarían cinco novelas. Hoy no hemos visto ni una. Ahora aseguran que no pasa de esta década, pero ya vamos por el cuarto año sin noticias. Si es verdad que no dejó de escribir durante toda su vida como lo aseguran sus dos hijos y sus esposas/amantes, la cantidad de obra archivada –buena o mala– podría ser abrumadora.
A fin de cuentas, más allá de la ética y de los argumentos que logremos esgrimir, cada uno sabemos en nuestro fuero interno qué haríamos frente a una encrucijada de esa naturaleza: publicar o no las cartas de la abuela, los diarios del padre pintor, los últimos poemas de un querido amigo poeta. Dependerá de la muy personal concepción de la privacidad y dependerá también, de la idea que se tenga de “obligación” hacia la historia del arte, de “Compartir porque se lo debemos a la gente” (¿Qué demonios le debemos a nadie?). Yo sé lo que haré si algún día salen esas novelas, pero por lo pronto, aprovecho lo que Salinger sí publico en vida y está disponible para que lo leamos, que tal vez es poco pero suficiente: una novela corta, cuatro novelas cortísimas y unos doce cuentos.