Tierra Adentro
Diario La Prensa. México, enero 1967.

¿Recuerdan su primer deseo de tocar la nieve? Todavía es fecha que no decido si el deseo era mío o me lo ungió la maldita navidad Coca-Cola. Recuerdo la vez que por fin la pude sentir en mis manos, una vez que viajamos a Bariloche, en Argentina. La familia pasó una temporada larga en Buenos Aires y la ‘vacación de la vacación’ se hizo en esa pequeña ciudad de esquiadores a la que llaman “la Suiza de Sudamérica”, aunque yo creo que siempre es un poco idiota nombrar algo en comparación.

Como el gordo Santa cocacolense se había ensañado conmigo haciéndome terriblemente ignorante, yo no podía creerle a mi padre cuando me decía en el avión rumbo a nuestras nevadas vacaciones: “Acá la nieve llega en junio y en diciembre hace calor”. ¿Dónde se ha visto que la nieve falte en Navidad?, pregunté, como si en la ciudad donde crecí nevara cada año. En realidad, la única vez que nevó en la ciudad de México fue en enero de 1967, mucho antes de que yo naciera, presagiando no sé qué.

Entre otras cosas, el saldo de aquella nevada fueron miles atrapados al norte de la ciudad por el Río de los Remedios desbordado de agua helada y pequeños pedazos de caca, animales muertos y lodo, aunque en mi fumada y prepúber versión de la realidad, nada malo podía ocurrir: ese prístino elemento caía básicamente para que los niños jugaran a golpearse y a correr.

Traté de imaginar cómo se había visto el Palacio de Bellas Artes y el Zócalo cubiertos de nieve, con esos carros abombados como de contrabandistas de whisky. Qué maravilla. Para mí, la nieve era el epítome de la diversión pues jamás la había visto: peleas con bolas de un material blanquísimo y suave como el algodón, que se desmoronaba nada más tocar las ropas. Cuando llegamos a Bariloche rápidamente se fue desvaneciendo mi idea de lo que era la nieve: ¿me había percatado de que se trataba de a-g-u-a? Resbalosa, sucia, encharcada; nieve odiosa para los coches que no quieren derrapar, nieve profunda donde caminar un trecho de 10 metros es un pequeño logro. Pero sobre todo: nieve dura. Sí, espantosamente dura y dolorosa, como una pelota de béisbol con la que ningún adulto en sus cinco sentidos te deja jugar a golpear al otro, so riesgo de dejar al hermanito inconsciente en el piso. ¿Han intentado hacer un muñeco de nieve? Yo pensaba que se formaban dos bolitas y listo: es una tarea de ho-ras. Varias horas. Nadie quiso quedarse conmigo a hacerlo y por supuesto, nadie llevó una zanahoria para la nariz ni le quiso prestar un gorrito y una bufanda con el maldito frío que hacía.

No digo que nos la pasamos mal: fuimos a un lugar donde nos prestaron pequeños trineos de plástico y nos aventamos varias veces de una pendiente: divertidísimo. Lo malo era que para volver a aventarte había que volver a subir la pendiente con los pies pesados, hundiéndose a cada paso y cayendo unas quince veces antes de llegar arriba. Acabamos hechos una sopa, tiritando, pero conseguimos una de las mejores fotos de mi padre, un tipo regularmente serio, saludando divertido desde aquél trineo. Era como si alguna vez hubiera sido niño, algo imposible de imaginar para mí en aquella época.

Hace poco busqué la historia de la nevada en la ciudad de México y me sorprendí del dato: el periódico La Prensa reportó un titular muy triste, un saldo que yo no conocía: “Saldo del frío: Muchos muertos”. Cuando eres niño y has tenido sopita caliente (o chocolate como en Bariloche) para quitarte el frío, no se te ocurre que alguien pueda morir de frío.

A veces deseo ir a lugares con nieve, sí, pero siempre me recuerdo que el mundo es mucho más grande que un anuncio de Coca-Cola.


Autores
nació en un hospital público de Av. Toluca (ciudad de México, 1973) pero creció en la Calzada de Las Águilas, lo que supone una infancia feliz aunque cuesta arriba y llena de topes. Le da un poco de pena decir que estudió Comunicación (pero se la aguanta porque no hizo la tesis en balde). Ha escrito algunos guiones y dirigió un cortometraje premiado por IMCINE. Escribe en muchas revistas pero su comentario mensual sobre cine aparece en Chilango. Este año publicará su primera novela en una editorial catalana. En su cabeza revolotean cómics y canciones de los Flaming Lips todo el tiempo.