Tierra Adentro

Por principio

Me interesan los libros que escapan a la taxonomía y que no pueden ser agotados en una reseña argumental. Esquivos, híbridos, que problematizan las nociones mismas de lo literario e incluso, sin ponernos metafísicos, de lo real. Justamente eso es lo que hace una serie de obras de reciente publicación que podríamos agrupar bajo el término autoficción, en tanto que en todas ellas se lleva a cabo una búsqueda de la trama dentro de la biografía de los propios autores. Son verdaderas exploraciones contemporáneas sobre las posibilidades narrativas del yo. Esto ha hecho decir a más de un crítico que se trata de una especie de movimiento o corriente, pero bastaría pensar en los últimos libros de Pitol, o en París no se acaba nunca de Vila-Matas, publicados hace ya varios años, para desechar esta teoría. Además, ¿lo que hace surgir una corriente, una generación son, efectivamente, elementos compartidos en un contexto específico —el Zeitgeist— o tendrá que ver con cuestiones más inaprehensibles como el gusto, las afinidades, una visión de mercado (véase el Boom) o simplemente una línea editorial? De cualquier modo, habríamos de pensar qué hace que un puñado de novelas se parezcan tanto y al mismo tiempo resulten originales.

Alejandro Zambra, Formas de volver a casa, Anagrama, Barcelona, 2011.

Alejandro Zambra, Formas de volver a casa, Anagrama, Barcelona, 2011.

 

Autobiografías precoces

En la década de los sesenta, Rafael Giménez Siles y Emmanuel Carballo encargaron a un grupo de escritores jóvenes —entre los que se encontraban Pitol, García Ponce, Elizondo y Monsiváis— que escribieran sus memorias prematuras, sus autobiografías precoces. En septiembre del año 2009 la revista Letras Libres emuló la empresa. En ese número aparecieron textos de distinta factura, sin duda entre los más notables estaban “Mamá Leucemia”, de Julián Herbert (que crecería hasta convertirse en Canción de tumba) y “El cuerpo en que nací”, germen de la novela homónima de Guadalupe Nettel. El chileno Alejandro Zambra, según una declaración de la propia Nettel, también fue invitado a colaborar en dicha edición, pero declinó. Probablemente lo hizo porque prefirió mantener inédita la novela en la que estaba trabajando: Formas de volver a casa.

Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací, Anagrama, Barcelona, 2011.

Guadalupe Nettel, El cuerpo en que nací, Anagrama, Barcelona, 2011.

La literatura de los hijos

Los hijos son los detectives de los padres, que los arrojan al mundo para que un día regresen a ellos para contarles su historia y, de esa manera, puedan comprenderla. No son sus jueces, puesto que no pueden juzgar con verdadera imparcialidad a padres a quienes se lo deben todo, incluida la vida, pero sí pueden intentar poner orden en su historia, restituir el sentido que los acontecimientos más o menos pueriles de la vida y su acumulación parecen haberle arrebetado, y luego proteger esa historia y perpetuarla en la memoria.

Julián Herbert, Canción de tumba, Random House Mondadori, Barcelona, 2011.

Julián Herbert, Canción de tumba, Random House Mondadori, Barcelona, 2011.

Esta cita extraída del inicio de esa especie de ficción documental que es El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de Patricio Pron, sintetiza lo que hacen los libros a los que me refiero, donde se han importado los mecanismos del género policial al ámbito familiar, íntimo. El investigador es ahora el hijo, que indaga en el pasado para saber quiénes eran los padres, para explicar o, mejor, explicarse, también, quiénes son ellos que escriben e incluso, y esto es quizá lo más interesante, desde dónde escriben y por qué lo hacen. (Jonathan Safran Foer, solamente para nombrar a alguien fuera de la tradición hispanoamericana, hace esto en Everything Is Illuminated y, de manera más marcada, en Extremely Loud & Incredibly Close.) La mirada, que antes estaba puesta en lo público, ha pasado a enfocar lo privado; en términos historiográficos podría decirse que es un movimiento homólogo al que va de hacer historia a microhistoria. Marcos Giralt Torrente —autor de Tiempo de vida, obra sobre la relación con su padre a la que ha denominado como una “ficción sin invención”, y miembro del jurado que le otorgó a Canción de tumba el premio Jaén de novela— ha dicho, para explicar este viraje en el punto de vista, que “la familia es como una reducción del mundo a pequeña escala; todas las relaciones se dan de manera más extrema y agudizada, casi como si fuera una mesa de laboratorio”.

Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Mondadori, Barcelona, 2011.

Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Mondadori, Barcelona, 2011.

Esto se podría interpretar como el repliegue natural de cierto tipo de literatura. La novela de la dictadura, por ejemplo, se enfocó en grandes periodos históricos cuando no en la figura misma del dictador (Yo el Supremo, El reino de este mundo), mutó a la narración más intimista o en clave alegórica, y la reflexión sobre la posibilidad de narrar los hechos reales (Libro de navíos y borrascas, Respiración artificial) y pasó a la mirada irónica de los acontecimientos (The Brief Wondrous Life of Oscar Wao). Y cuando el tema parecía agotado surgieron estas novelas revisionistas contadas por: Guadalupe Nettel: una niña que creció entre exiliados latinoamericanos; Patricio Pron: un hijo de militantes de izquierda; Alejandro Zambra: quien vivió la dictadura de Pinochet al interior de una familia clasemediera más o menos apolítica; Julián Herbert: un hijo de puta trashumante.

No es del todo disparatado leer las obras más recientes de estos autores como novelas políticas trabajadas desde la familia. Incluso en el caso de Canción de tumba, que puede parecer la más alejada de esta zona, el narrador constantemente contrapuntea con una lucidez extraordinaria la biografía con el contexto nacional: “Yo crecí a la sombra de una vuelta de tuerca: pretender que la mía era realmente una familia”. “La única Familia bien avenida del país radica en Michoacán, es un clan del narcotráfico y sus miembros se dedican a cercenar cabezas […] La Gran Familia Mexicana se desmoronó como si fuera un montón de piedras, Pedro Páramo desliéndose bajo el cuchillo de Abundio ante los azorados ojos de Damiana”.

Me parece que es desde esta óptica de la autobiografía como documento político como se entienden mejor las siguientes líneas de Formas de volver a casa:

La novela es la novela de los padres […]. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer…

Al tiempo que los cuerpos de (la generación de) los padres desaparecían. Éstas son, entonces, las novelas de los hijos; trabajos de posmemoria —para usar el término de Marianne Hirsh—, de recordación no sólo personal, sino ajena: la memoria heredada de los padres.

El borrador como obra

Si el pretexto narrativo de estas novelas es la enfermedad de uno de los padres en los casos de Herbert y Pron, una anécdota de infancia en Zambra, o lo que todavía suele llamarse un defecto de nacimiento en Nettel, lo cierto es que todas tienen por lo menos dos ejes narrativos y lo más valioso de ellas es la manera en que logran combinar el nivel argumental de la narración con una serie de reflexiones sobre el oficio del escritor, convirtiendo a la estructura en tema y a la misma textualidad en parte de la obra.

El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia se construye por medio de juegos de espejo y una serie de simetrías entre las desapariciones —separadas en el tiempo— de dos hermanos. A través de un trabajo documental, la trama se devela al mismo tiempo que se escribe: el narrador y el lector la descubren al mismo tiempo, pues la parte central de la obra no es otra cosa que la transcripción (corregida) de un archivo periodístico que el narrador lee y comenta en “tiempo real”. Formas de volver a casa muestra el proceso de ficcionalización de la biografía del autor, ya que dos de sus cuatro capítulos comprenden el diario del autor o una suerte de bitácora de escritura; de este modo asistimos dos veces a los acontecimientos.

Lo que hace Julián Herbert es reunir estas dos vertientes en una prosa digresiva, eufónica, precisa y descarnada, conjugando géneros a través de los distintos fragmentos que componen la novela, misma que comienza a escribirse en la habitación del hospital donde su madre está muriendo de leucemia y termina en Coahuila, no sin pasar por un par de viajes —uno febril a La Habana y otro a Berlín—, con un Herbert ya convertido nuevamente en padre. Pero es entonces, en el presente de la escritura, cuando se llega al grado cero. Se pregunta el narrador:

¿Qué será de estas páginas si mi madre no muere? […] ¿Y si mamá no muere? ¿Valdrá la pena haber dedicado tantas horas de desvelo junto a su cama, un estricto ejercicio de memoria, no poca imaginación, cierto decoro gramatical; valdrá la pena este archivo de Word si mi madre sobrevive a la leucemia…?

Es así como, al hacer de la textualidad un proyecto narrativo, estos libros incorporan su pasado preliterario (diarios, borradores) a la obra, y se convierten en novelas que problematizan el arte de escribir novelas.

Todo es real

Resulta indiferente inquirir qué tanto es verdadero y qué tanto es invención. Se han borrado esas fronteras: son las dos cosas, oscilan entre ambos territorios y eso las enriquece. Todo es absolutamente real, en tanto que hunden la mirada en el pasado para explicar, en una sintaxis del presente, nuestra historia. Pero la memoria es una ficción en la que nos narramos nuestra propia vida. Ya lo ha dicho Julián Herbert: “Lo autobiográfico tiene esquinas difíciles”.


Autores
(Ciudad de México, 1986) es una joven promesa rota. En 2013 fue becario del FOCAEM, en 2014 de la Fundación para las Letras Mexicanas y actualmente lo es del FONCA. No ha plantado árboles, no ha tenido hijos, no ha publicado libros. Es editor de la revista Tierra Adentro.