La J en la LIJ
La RAE define a la juventud como la edad que se sitúa entre la infancia y la edad adulta. Es una categoría que depende de otras dos para explicarse. Los jóvenes son esos híbridos, los no-niños pero no-adultos, que navegan entre una indefinición de conceptos. La literatura infantil y la juvenil en México suelen articularse como una sola cosa y se le pone poca atención a sus diferencias. La mayoría de los fondos editoriales del país reúnen ambos acervos en un mismo catálogo, la constante es que se avoquen a lo infantil y le dejen un espacio mínimo a su otro público. De cierto modo, forman a un lector al que luego abandonan a su suerte. Actualmente este vacío lo cubren las editoriales trasnacionales a través de una amplia oferta de best-sellers probados a nivel mundial.
Como el concepto mismo, los libros juveniles viven un proceso de transformación constante. En décadas pasadas se pensó que a cierta edad un lector tenía la capacidad de elegir sus propios libros, acercarse a la «literatura adulta» y seleccionar lo que más le interesara. Las escuelas apostaron por los clásicos y pensaron que era un buen momento para acercarse a textos como El llano en llamas, La metamorfosis y, con mejor suerte, Las batallas en el desierto. El mercado de los años noventa y principios de los dos miles le dio un tono realista a sus catálogos, sí personajes jóvenes en situaciones propias de la edad pero siempre situados en una situación mundana y vulnerable. Por otro lado, la aparición de Harry Potter y la popularización de la obra de Tolkien y C.S. Lewis entre muchos otros, redefine la idea de fantasía contemporánea que hoy ya es un referente para este público. La nueva literatura juvenil está escrita por los herederos de esta tradición, muchos de ellos jóvenes lectores de J.K Rowling. Autores que conciben la literatura como un paso previo al cine y crecieron leyendo historias que sabían que luego verían en la pantalla. Toda una generación poco formada a nivel literario pero que conoce todas las fórmulas del éxito comercial y recita el camino del héroe a través de sus referencias más inmediatas. Historias de adolescentes que se sienten perdidos y buscan definirse en contextos de los más sui generis: mundos postapocalípticos, escuelas de magos, la tierra media, una comunidad de vampiros, zombies y un largo menú de posibilidades. Escenarios que marcan una distancia con la realidad pero que recurren a los temas más esenciales de esta etapa de la vida: el descubrimiento, la búsqueda de un lugar, el amor, la definición rumbo a la vida adulta y la transformación. Todos, elementos que se resisten al paso del tiempo.
La narrativa juvenil contemporánea tiene en mente a un lector de «largo aliento», totalmente acostumbrando a trilogías, series y libros de más de 600 páginas. Un interlocutor cuyo ritmo de lectura tiene más que ver con lo cinematográfico que con lo literario, menos contemplación y más acción. Un fenómeno que se mueve a toda velocidad y tiene una capacidad de producción gigantesca. Un mercado que encontró su nicho y ha sabido explotarlo en todas sus dimensiones. Una industria que ve al joven como un consumidor y no como un lector. El mérito: una revolución en los hábitos de lectura y una redefinición del lector joven. El problema: el sacrificio de la calidad literaria y la sobreproducción de historias predecibles.
Ante la abrumadora cantidad de títulos, no existe una crítica literaria formal, los parámetros de calidad se definen a través del éxito comercial y de la aceptación de los lectores. Un canon que construyen los propios usuarios. Transformaciones que, buenas o malas, dictan las tendencias de la edición de libros para adultos-jóvenes,[1] un target que cada vez exige que se le defina con mayor precisión.
[1] Traducción del término «young-adults», utilizado para definir al público juvenil en colecciones editoriales del mundo angloparlante.