Tierra Adentro
Ilustración realizada por Axel Rangel
Ilustración realizada por Axel Rangel

Este 11 de abril, se cumplen 60 años de la última encíclica1 publicada por el Papa Juan XXIII titulada Pacem In Terris (Paz en la Tierra), y a propósito de este punto, me gustaría brindar a nuestros lectores no solamente los aspectos más relevantes de este documento, sino también cómo aquel formó parte de un ejercicio más amplio dentro de la política exterior del Vaticano inmerso en un periodo de alta complejidad y enfrentamiento internacional llamado Guerra Fría, así como algunos efectos de ello que actualmente experimentamos.

 

La encíclica y el Segundo Concilio Vaticano

Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), mejor conocido como Juan XXIII, había entrado en su quinto y último año de pontificado en 1963, aquejado por los dolores del cáncer que acabaría con su vida, encomendó a un pequeño equipo editorial liderado por Pietro Pavan la elaboración de una encíclica que estaría lista en marzo de ese mismo año.

Aquella, expresamente por órdenes de Juan XXIII, tuvo  como objetivo primordial en su elaboración, no condenar2 a ninguno de los bandos enfrentados en la Guerra Fría, sino caracterizar todas las condiciones necesarias para asegurar la paz en la tierra entre todos los individuos, fueran ellos católicos o de cualquier otra adscripción religiosa.

En términos generales, Pacem in Terris se encuentra desarrollado en cinco apartados que determinan de manera normativa, es decir, conforme a reglas determinadas a fijar ciertos patrones de comportamiento, el actuar de los individuos y de los estados que tendrán como fin último esa paz en la tierra.

En el primer apartado sobre el orden de las relaciones civiles, hace un llamado a que estas deben de estar fincadas principalmente en el ejercicio pleno de las libertades del individuo, sin embargo, aquel también posee ciertos derechos y deberes como persona y como sujeto en sociedad.

En la segunda sección, relativa al orden de las relaciones políticas, se enumeran ideas interesantes, las cuales exponen la posición de la Iglesia respecto a la política como elemento necesario para el orden y desarrollo de las sociedades, pero no se determina algún tipo de forma de gobierno como ideal o definitiva para la humanidad, lo cual mantiene el carácter neutral del texto.

Relacionado a este último elemento, el punto verdaderamente relevante, para tener un orden adecuado en estas relaciones políticas por medio de un gobierno determinado, y toda vez considerando las características particulares en función del tiempo y el espacio de cada sociedad, será aquel que garantice el correcto ejercicio de los derechos y deberes del ciudadano.3

Para el caso del tercer apartado, el texto indica que las relaciones internacionales deben basarse en cuatro pilares fundamentales para asegurar la paz: la ley moral (orientada a conseguir el bien común), la verdad, la justicia (orientada al reconocimiento de los derechos y deberes de todos) y la libertad.

El penúltimo apartado sigue la orientación internacional y abarca una descripción sobre el orden internacional de la época, el cual recupera ideas que son vigentes hoy en día. Por un lado resalta la interdependencia que existe entre los estados por efecto del desarrollo económico y científico mejor conocido como globalización, y ello impacta directamente en que el progreso de dichos actores debe darse de manera equilibrada y en que las ideas de autarquía o autosuficiencia características, más no exclusivas, del mundo socialista, no son realizables en el mundo debido a dinámica de interdependencia. Por otro lado, dado que esta interdependencia también rebasa las capacidades de acción y alcance del estado en el escenario internacional, es necesaria la existencia de organismos de proyección mundial que tengan por objetivo el bien común, y en este sentido, el texto aplaude las acciones de organizaciones ya formadas como la ONU.

Finalmente, en el quinto y último apartado del documento, el Papa argumenta una serie de normas para la acción de los fieles cristianos, de las cuales es preciso destacar la acción activa de sus miembros a favor de sus comunidades y una coherencia entre los preceptos religiosos que siguen y su ejercicio real.

No obstante, en este apartado surge una interesante postura del autor, quien a pesar de querer mantener un tono general de neutralidad, dadas las relaciones que mantuvieron en el pasado la Iglesia Católica y la URSS posterior a su triunfo como proyecto político a raíz de la revolución del 1917 junto con sus propios preceptos ideológicos, le es imposible rechazar la propia acción revolucionaria como un método válido de cambio social, y ante ello, asume una posición centrada en la “evolución”4 natural de las cosas orientada a la mejora hacia el futuro.

Casi paralelo a la publicación de la encíclica, en octubre de 1962, Juan XXIII decidió convocar a todas las autoridades católicas del mundo para reunirse en el Segundo Concilio Vaticano; el cual no vio concluido debido a su muerte, pero su sucesor, Pablo VI, se encargó de llevar a buen término.

Regresando al tema internacional, tanto la encíclica como el exhorto inicial para el proceso de reforma eclesiástica en el Segundo Concilio, representaron los últimos elementos de reorientación que Juan XXIII ejecutaría en la política exterior del Vaticano, la cual a diferencia de su predecesor, estaría enfocada en buscar un entendimiento y no un enfrentamiento con el mundo socialista y a la cual se le llamaría Ostpolitik o “política hacia el este”.

 

La Ostpolitik del Vaticano

Desde la fundación de la URSS en 1922 y hasta la llegada al poder vaticano de Juan XXIII en 1958, las relaciones entre ambos entes políticos había sido de enfrentamiento y denuncia directa por diferencias ideológicas irreconciliables, ya que por el lado soviético, la presencia de cualquier religión en la sociedad era un freno al triunfo de la revolución proletaria5 y, por tanto, la persecución de los creyentes y la expulsión del clero de todo el territorio era necesaria.

De igual forma, a través de organismos internacionales como la Comintern y la Liga de Militantes Ateos entre otras, una postura anti-religiosa y anti-católica fue ampliamente promovida y financiada por el Kremlin durante toda la existencia del régimen soviético.

Ante ello, el pontificado de Pío XII (1939-1958) se enfocó principalmente a advertir al bloque occidental de la amenaza que suponía la URSS y su expansión mundial en términos no solamente de peligro para el futuro de la Iglesia en aquella zona, sino también relacionado a las libertades individuales, fundamento primordial de las democracias occidentales. Y de manera específica, toda vez iniciada la Guerra Fría (1945-1991) el Vaticano se dedicó a apoyar activamente6 los planes de contención del comunismo en Europa por medio de la ejecución del Plan Marshall (para la recuperación económica de la segunda posguerra) y la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para prevenir una eventual invasión de la URSS en la zona occidental del continente.

Conforme el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS se hizo más evidente en el primer tramo de la Guerra Fría (1945-1962) culminando con los tensos días de la Crisis de los Misiles en Cuba, y en la cual no solamente Roma, sino gran parte de los gobiernos mundiales corrían peligro de caer como víctimas colaterales de una guerra nuclear y destrucción mutua asegurada entre las dos superpotencias, la política internacional tomaría un nuevo enfoque orientado a relajar o “distender” (détente) las tensiones entre ambos polos en un esfuerzo de entender o al menos negociar futuros puntos de conflicto por medio de la diplomacia, o al menos, el apoyo indirecto en los conflictos regionales en los que habrían de enfrentarse hasta 1991.

Esta corriente de relajamiento de las tensiones fue considerada seriamente por Juan XXIII como una oportunidad para obtener mejores resultados que los de un enfrentamiento directo y con ello decidió darle un enfoque distinto a la política exterior con el mundo socialista, la cual tuvo como ejes rectores encontrar puntos de común acuerdo con Moscú y sus aliados en el bloque para construir un modo de convivencia,7 en el que la Iglesia en aquellos regímenes pudiera mantenerse con vida por medio de la no persecución de los fieles ni de los miembros del clero, estos últimos columna vertebral para el funcionamiento eclesiástico en dichas áreas.

Aquel enfoque, al beneficiar no solamente a la Iglesia para cumplir dichos objetivos, fue recibido de manera favorable por las altas esferas de gobierno soviético y de diferentes países del bloque socialista de manera positiva, pues al entablar dicho diálogo con la Santa Sede, se les reconocía como autoridades legítimas a los ojos de los católicos que vivían en dichos territorios, pero también contribuían de manera más amplia a los objetivos de la política internacional de “coexistencia pacífica” ejercida por el líder de la URSS Nikita Khruschev (1953-1964) y parte de la administración de Leonid Brezhnev (1964-1982).

Los resultados puntuales de esta política fueron variados, ya que estuvieron condicionados por dos cuestiones primordiales: en primer lugar la postura que asumieron cada uno de los gobiernos socialistas en el mundo respecto a la buena disposición del Vaticano para reconocer su ámbito de competencia en la religión y no en la política, determinó considerablemente su libertad de operación y nombramiento de los obispos con la aceptación previa de cada gobierno. En segundo lugar, otro factor de que determinó el carácter de las relaciones Iglesia-gobierno en el bloque fue el peso de las autoridades eclesiásticas locales, como el caso de Polonia, en donde siempre hubo tensiones entre ambos polos dado el inmenso poder ideológico del clero polaco a pesar de los intentos de desaparición de las autoridades respaldadas por el Kremlin.

Sobre este último ejemplo, la política exterior vaticana cambiaría drásticamente hacia 1978, en ese año Juan Pablo II sería elegido Papa y aquel se encargaría de asumir una postura de nueva confrontación8 ante un bloque socialista en franco declive económico y político que  terminó por desintegrarse en 1991.

 

Conclusión: nuevas encíclicas y el papel de la Iglesia en el S. XXI

Aunque con distinto enfoque al esbozado al menos desde Pío XII, la Iglesia y su política exterior, incluyendo a las encíclicas como manifiestos de visión del mundo desde el Vaticano, las figuras de liderazgo subsecuentes a Juan XXIII no solamente mantuvieron la participación activa en la defensa y promoción de la religión y de los fieles católicos en todo el mundo, sino que aquella aumentó con el fin de la Guerra Fría y el restablecimiento de relaciones diplomáticas en muchos países (México incluido) que por distintas problemáticas internas o externas decidieron interrumpirlas dentro y fuera del bloque socialista.

De igual manera, con el advenimiento de la sociedad posmoderna en las naciones más desarrolladas en el norte mundial, la pérdida de fieles en aquellas áreas se ha mantenido como una constante perniciosa para la Iglesia, por lo tanto, nuevos elementos de tratamiento a favor de los fieles y su mantenimiento por medio de la estructura clerical local han sido considerados, tal es el caso de la última encíclica del Papa Francisco titulada Hermanos Todos (Fratelli Tutti) en la cual ante los avances negativos y aislantes de la globalización y la tecnología, es preciso recuperar la fraternidad y la amistad social.

Sin duda este último documento hace buen honor a la herencia de encíclicas pasadas que hemos tratado en este texto, desafortunadamente, existe una gran desventaja en todos ellos, pues si bien brindan una clara perspectiva sobre problemáticas internacionales en muchos casos mejor que los propios ministerios del exterior de muchos países con mayor capacidad de incidencia en el escenario internacional, los aspectos propositivos para resolverlos siempre, o en mayor medida estarán orientados al carácter espiritual no tangible, pero sin duda ofrecen un buen punto de partida para aquellos interesados en materializarlos.

 

 

  1. Carta escrita por la máxima autoridad de la Iglesia católica, el Papa, y cuyo público generalmente es toda la jerarquía religiosa distribuida mundialmente, ello con el objetivo de esclarecer ciertos elementos doctrinales para que desde obispos hasta sacerdotes los incorporen en su ejercicio diario con los fieles.
  2. Peter Hebblethwaite, Pope John XXIII, shepherd of the modem world, Doubleday & Company Inc., Estados Unidos, 1985, p. 470.
  3.  Juan XXIII, Pacem in Terris, en línea, 39 pp., Ciudad del Vaticano, 11 de abril de 1963, Disponible en: https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_11041963_pacem.html
  4.  En la encíclica inclusive lo incluye como un enunciado de argumento titulado “Evolución, no revolución”.
  5.  Dennis J. Dunn, “The Vatican’s Ostpolitik: Past and Present”, Journal of International Affairs, No. 2., Vol. 36, Estados Unidos, Journal of International Affairs Editorial Board, otoño-invierno, 1982-1983, p.247.
  6.  Ibíd., p. 249.
  7.  Dennis J. Dunn, Détente and Papal-Communist Relations, 1962-1978, Routledge, Estados Unidos y Reino Unido, 2018, p. 182
  8.  Pedraza, Alejandro, La Propaganda del Vaticano, ,en línea, 8 pp., México, 8 de octubre de 2015, disponible en: https://revistafal.com/la-propaganda-del-vaticano/