La gráfica transfronteriza de Daniel González
Nos atraviesan migraciones. Las ciudades son pliegues hacia diferentes épocas, planos para narrar historias, ausencias, puentes por construir. Imaginar es una forma de conocer. Visualizamos el pasado y le damos lugar, no en la memoria, sino en los objetos. Somos los otros, pero es difícil recordarlo día a día. Leemos códices como mapas para hallarnos, para tener, acaso, un lugar propio. ¿Se puede estar en dos sitios al mismo tiempo? La física cuántica se plantea esta posibilidad e incluso la lleva hacia la supuesta existencia de consciencia colectiva, organismo transfronterizo que considera la materia como algo elástico, siempre en movimiento, que nos conecta incluso a larga distancia.
Daniel González nació en Los Ángeles, California, pero desde pequeño recibió un importante legado de sus padres: el español —enseñanza no tan común entre chicanos de su edad—. El mismo término chicano le parece cuestionable. Es una espinita en el sentir de quien vive en dos mundos sin pertenecer más a uno que a otro, sin menospreciar su cultura de origen o utilizarla sólo cuando resulta conveniente. Vivió de cerca la realidad del campo mexicano, las condiciones difíciles de quienes lo trabajan, aquella lucha centenaria por tener una vida digna. Cada año visitaba Teúl, el pueblo zacatecano de sus ancestros, para ayudar en las tareas agrícolas, recorrer cerros, dar caminatas extensas por el río.
Esa experiencia directa del campo mexicano y su compleja situación ha definido el carácter político, aunque sutil, de su obra. Sus grabados son puentes imaginarios hacia realidades invisibles para el gringo promedio: marginación, racismo, falta de oportunidades para mexicanos y migrantes de cualquier nacionalidad, o bien, su tan recurrente explotación al otro lado, así como la necesidad de protesta, de voz y de igualdad en un país que no entiende su verdadero origen, al menos no para quienes están en el poder.
Daniel aprendió grabado en la práctica durante sus veintes y estudió diseño y artes visuales en ucla, ha exhibido en Estados Unidos y México: sus grabados fueron convertidos en cerámica para embellecer las estaciones del metro de Los Ángeles. Su estudio, Printgonzalez, cuenta con una imprenta de tipos móviles difícil de conseguir en Estados Unidos, donde la gráfica, la imprenta manual y en general las artes, no tienen muchas oportunidades. Aunque últimamente han comenzado a valorarse los procesos artísticos y sus resultados, no suelen encontrarse talleres abiertos para el aprendiz, a diferencia de Oaxaca, donde la mayoría de los talleres son además gratuitos.
A principios de junio, Daniel exhibió en Oaxaca como parte de una residencia en Espacio Centro, espacio independiente de exhibición y producción artística ubicado en la periferia del centro de esta ciudad. Somos puente fue el nombre de su exhibición, una metáfora de su continuo ir y venir entre Los Ángeles y Teúl, y del espacio intermedio entre quienes viven tanto de éste como del otro lado de la frontera. Los residentes de ambas latitudes buscan habitar el mundo de otra forma, con menos barreras que impidan la comunicación, ya sea por razones personales o porque desde afuera contemplan aquel sufrimiento que conlleva ser considerado ilegal, sin documentos, es decir, sin identidad.
El contraste cultural entre las realidades de Los Ángeles y Teúl ha nutrido la gráfica de Daniel González para narrar historias de migración y ausencia. Uno de sus tópicos son los puentes. Durante su estancia en Oaxaca realizó una pieza que justamente retrata un puente angelino que está siendo demolido y que cruzaba diariamente para trabajar. Daniel sentía un profundo apego a esta construcción, quizás porque simbolizaba, al ser paso obligatorio de la clase obrera y migrante hacia la zona rica y anglosajona de la ciudad, la separación forzosa y al mismo tiempo la comunicación. Los puentes y túneles históricos de Los Ángeles fueron construidos para que las estrellas de cine de los veintes llegaran a los estudios de grabación en sus flamantes autos. Con el tiempo, su uso cambió vertiginosamente para acoplarse al crecimiento de la urbe y sus desigualdades.
En Teúl, las vacaciones de verano eran la época para que, junto a sus padres y hermanos, Daniel trabajara la milpa y recorriera los terrenos familiares escuchando historias de Revolución, ideales y compromiso social. Le decían que su bisabuelo andaba con Pancho Villa en las filas insurrectas pero no lo creyó del todo hasta que vio la épica foto donde Villa y Zapata ocupan sillas presidenciales: ahí estaba su abuelo, detrás de Pancho, serio en su semblante. En 2014 recrearon esta fotografía en Xochimilco para conmemorar el centenario del encuentro entre sendos caudillos y Daniel tomó su lugar.
Dicen que sólo tenemos una tierra —donde se deja el ombligo, creían los mexicas—, pero se pueden tener dos o más. La tierra puede ser un territorio elástico caminado por múltiples cuerpos. La poeta Sara Uribe dice que el cuerpo incluso puede ser una distancia. Así como el mundo y la red se ha diversificado, así el cuerpo. La gráfica de Daniel González también atraviesa fronteras, su propósito es expandirse y llegar a diversos sitios, a veces al mismo tiempo. Esa es una de sus ventajas, la gráfica da la oportunidad de transmitir ideas más fácilmente que la pintura, por ejemplo. De ahí que su uso haya sido con frecuencia político y social. Desde hace algunas décadas la gráfica ha sido objeto de exploraciones estéticas y hoy en día ha resurgido con fuerza en México y Estados Unidos.
He escuchado por ahí que los migrantes se ganan a pulso lo que les sucede en el camino hacia la frontera, y cuando por fin la cruzan, lo que pasan día con día en calidad de ilegales, cumpliendo hasta con tres trabajos al día. Los mexicanos consideran casi traidores a quienes dejan su país para tener una vida mejor, pero ambas posturas forman parte de una utopía que comienza a esfumarse. Allá se sale temprano de casa y se regresa entrada la noche. Si se tiene suerte se descansa un día a la semana, como también sucede aquí. Los dólares no alcanzan para cubrir las necesidades más básicas, como la alimentación y la vivienda, ni se diga de salud, un lujo por esos lares, como cada vez pasa más aquí.
Por su parte, Daniel pertenece a una generación de mexicoamericanos interesada por su historia personal y mítica. Con su trabajo artístico no busca idealizar sus raíces sino encontrar un camino de ida y vuelta hacia sí mismo. Será interesante ver cómo irá desarrollando su obra y explorando otros caminos hacia el reconocimiento de su —y nuestra también— multiculturalidad.