Las bordadoras de Tanivet, una forma de apropiarse del entorno
Solemos hablar de arte como si se tratara de un aspecto inútil de la realidad, en parte se debe a que entre el arte actual y nosotros media una distancia promovida por instituciones, museos, galerías e incluso por estas manifestaciones en sí mismas (tal como sucede con el arte contemporáneo o conceptual). Esta distancia es producto de la historia y del surgimiento del arte como expresión individual, es decir, del enaltecimiento del autor y su discurso, de lo que quiere decir, de lo que significa para éste. Sabemos también que lo ofrecido al espectador en sus diversas variantes estéticas es un diálogo abierto e intrincado donde se ponen en juego distintas gamas de realidad, imaginación y deseo de quien observa. Se trata de algo político, pero a veces se vuelve tan político que cae en la nada, desaparece.
En este tiempo, lo trascendente del arte plástico o visual son las relaciones que se hacen durante el proceso creativo, de exhibición y venta, la cantidad de posibilidades de diálogo y encuentro que estos objetos abren para romper la dinámica individualista donde estamos inscritos. Se trata de un tipo de comunicación, a fin de cuentas, cuyo objetivo es hacernos parte del entorno, voltear a ver lo que el otro que piensa y cómo vive, y aun así, es igual que uno. El arte da la oportunidad de ponernos frente a la diferencia y con suerte hacer comunidad. Sin embargo, esto no sucede muy a menudo, casi siempre se utiliza para segregar y generar un doble discurso que termina por ampliar más la brecha entre espectador y obra, realidad y objeto. La pregunta es cómo construimos estos vínculos.
En Oaxaca he encontrado algunos espacios dedicados a la gráfica donde prevalece esa voluntad de formar comunidad, como el Taller Gráfica Libre, mientras que en la mayoría operan las mismas dinámicas de competencia y exclusión, sobre todo donde más se jactan de su compromiso social y su pertenencia al pueblo; y más recientemente un proyecto de bordado en Tanivet, en Tlacolula de Matamoros, donde bordar se ha convertido en una forma de apropiarse del entorno y narrar la historia personal de un grupo de mujeres que ha vivido de cerca el fenómeno migratorio.
El proyecto de bordadoras de Tanivet inició hace seis años por iniciativa de Marietta Bernstorff, curadora y artista visual que vio en las mujeres de Tanivet fuerza suficiente para salir adelante y transformarse. El proyecto parece sencillo: un grupo de mujeres se reúnen todas las semanas para bordar, pero esta descripción no estaría completa sin su contexto francamente desolador. Tanivet es un pequeño poblado ubicado a unos cuarenta minutos de la capital, las constantes olas migratorias lo han dejado prácticamente sin hombres ya que ellos comenzaron a migrar hacia Estados Unidos desde hace décadas. En abril de este año, dos bordadoras obtuvieron su visa como artistas y viajaron a California para exhibir. Este acto lleva al extremo las consideraciones en torno a la utilidad del arte y su papel transformador, político. La distancia entre los participantes del proceso artístico, desde su creación, exhibición y venta se acorta, se traduce en relaciones humanas, en vínculos duraderos.
La galería Durón del SPARC (Social and Public Art Resource Center) en Venice, California, se llenó de asistentes a la exhibición colectiva Nuevo códice: Oaxaca-Migración y memoria cultural, donde Doña Juana, bordadora de Tanivet, se reunió con su hijo que no veía desde hace diez años. La migración es una ruta de ida y vuelta que fragmenta comunidades enteras con la esperanza de tener un futuro mejor o por lo menos distinto a la realidad estéril. Sabemos de quienes se van y aprenden otra lengua, las dificultades que atraviesan para juntar algunos dólares y mandarlos a sus familias, para reformular su cultura y subsistir, pero no de quienes se quedan y esperan, a veces durante décadas, el regreso de sus familiares. Para las mujeres que permanecen en sus lugares de origen, viendo partir a los suyos, la vida también da un giro completo, ellas también tienen que recomenzar, buscar otra forma de sostener el espíritu y acompañarse. Eso ha sucedido en Tanivet.
Las bordadoras de Tanivet decidieron hacerle frente al olvido después de que sus hijos, parejas, hermanos y padres agarraron camino hacia la frontera norte para, quizás, no volver jamás. El reto más grande han sido ellas mismas, su condición de mujeres en esta sociedad heteropatriarcal donde difícilmente tienen acceso a fuentes de empleo o a educación superior, menos en un poblado tan pequeño como Tanivet. Sin hombres que trabajaran el campo o buscaran oportunidades en la ciudad, estas mujeres, excluidas desde siempre del espacio público, se quedaron en casa al cuidado de sus hijos, sumidas en un prolongado letargo. Aprendieron a bordar desde cero, a tener voz propia y plasmarla.
Durante décadas, los habitantes de Tanivet se dedicaron a la minería, dejaron atrás sus tierras de cultivo y lenguas originarias para trabajar en el subsuelo. A diferencia de poblaciones aledañas, Tanivet no tiene tradiciones arraigadas ni festividades importantes, tampoco elaboran artesanías. En cambio, en lugares cercanos se sigue transmitiendo el oficio de artesano, algunos incluso desde la época prehispánica: barro rojo y negro, textiles de algodón y manta teñidos con tintes naturales, tapetes de lana hechos en telar, curtiduría, elaboración de penachos, elaboración de canastos de palma, etc.
Marietta Bernstorff vio de cerca este panorama, la desolación que aqueja a quienes permanecen en México y esperan durante décadas el regreso de los suyos. Marietta se preguntó si la cultura y el arte podrían modificar el entorno de estas mujeres y beneficiarlas emocional y económicamente. Para ello tuvieron que aprender a coser y poco a poco a narrar su vida cotidiana sobre la tela. Desarrollaron también su imaginación, habilidad básica para la creación estética que necesita estimularse para no desaparecer. Durante seis años han bordado parte de sus experiencias cotidianas, primero como MAMAZ (Mujeres Artistas y el Maíz), donde describieron su relación con el maíz bajo el contexto del campo mexicano y la llegada de semillas transgénicas, y más recientemente indagando en las repercusiones migratorias: soledad, depresión y angustia hacia ambos lados de la frontera.
¿Cómo trabajar con una comunidad que no posee ningún tipo de manifestación artística?, ¿puede desarrollarse esta actividad desde cero? Las bordadoras de Tanivet ahora venden sus piezas en la tienda del SPARC y así han podido tener otro tipo de sustento. Pronto tendrán una exhibición en el Museo Textil de Oaxaca, para ello están creando un mapa en gran formato donde se narre la historia de sus familias, atravesadas por la migración pero latiendo en una misma amalgama de identidades e idiomas. En este mapa trabajan juntas para representar Tanivet y el otro lado, ahora que un par de ellas ya ha experimentado un poco cómo se vive allá.
Este recorrido metafórico sobre tela funciona también para unir ambos espacios y crear otra clase de comunidad, partiendo de lo que significa ser migrante, pues incluso en quienes se quedan la migración opera, transforma. Bordar ha sido para estas mujeres una manera de imaginar la ruta que pueda unirlas con los de allá y una vía para entender qué les ha sucedido, quiénes son a partir de esa distancia y cómo pueden mejorar sus vidas. El arte debe responder estas preguntas, no como mandato sino como parte de su naturaleza ontológica, así empezó y parece que a eso volvemos después de haber sido arrancados de nuestras raíces. Es igualmente una duda en torno al existir, pero sólo en la medida en que sea el otro quien nos acoja durante la caída. Más que nunca, los procesos del arte son lo valioso, ya no el autor, la obra o su interpretación sino el camino.