Tierra Adentro

Titulo: Los recuerdos del porvenir

Autor: Elena Garro

El colofón de la primera edición de Los recuerdos del porvenir, la novela de Elena Garro (Puebla, 1916 – Cuernavaca, 1998), dice que se acabó de imprimir el 25 de noviembre de 1963: hace 50 años. Sin embargo, ahora se sabe que empezó a escribirla doce años antes en Europa y en 1953 terminó una primera versión; en 1957, estaba lista y Garro buscaba una editorial que la publicara pero le fue rechazada. Finalmente, por intermediación de Octavio Paz, apareció bajo el sello de Joaquín Mortiz. Por ella, Garro recibió el “Premio Xavier Villaurrutia de Escritores y para Escritores” el año que apareció publicada. Garro ya se había dado a conocer con algunas obras de teatro reunidas en Un hogar sólido y otras piezas (Universidad Veracruzana, 1958), una de las cuales seleccionaron Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo para su Antología de la literatura fantástica (1965).

Al contrario de la novela de la Revolución (Cartucho, Vámonos con Pancho Villa, Los de abajo, El águila y la serpiente…), que hace apología de la lucha armada y sus caudillos, Los recuerdos del porvenir es una novela crítica de la Revolución: la gran desgracia vino de ella, los grandes mafiosos fueron lo mismo Madero que Zapata, nada bueno produjo la Revolución, sólo anarquía. Es narrada por Ixtepec, el pueblo donde sucede la tragedia al ser invadido por el general Rosas y por los consecutivos desplantes de su “querida”, Julia, que le provocan celos y pierde los cabales; así, según los lugareños ella es la culpable de la desgracia del lugar. “El porvenir era la repetición del pasado”, dice Ixtepec, el narrador-pueblo ante su desventura, en un pasaje que ilustra el título de la novela.

Muchos de los estudiosos de la obra de Garro (Rosas Lopátegui, Lucía Melgar o Nora de la Cruz), han hecho hincapié en su fluida imaginación, en la fuerza que tiene la memoria para recrear la historia que cuenta la novela, en las ideas políticas y sociales que Garro ya abrigaba y que tantas animadversiones le traería después. Sin embargo, en lo particular me interesa más la voz que Garro da a los “vencidos”, a los marginados, porque su escritura es de un ritmo tal que la hace seductora. De allí que los criados e indígenas hablen como antes hizo que hablaran en sus libros Rulfo y después lo hará Elena Poniatowska (Hasta no verte Jesús mío, Paseo de la Reforma…).

Hace varios años, Heriberto Yépez escribió un ensayo contra el “Boom latinoamericano” en el que decía que los grandes nombres y obras de esa corriente son en realidad los secundarios pues los autores más importantes y decisivos de la literatura latinoamericana no fueron incluidos en el “boom” y entre los nombres que menciona están José Lezama Lima con su Paradiso (1966) y Reinaldo Arenas con la no menos genial El mundo alucinante (1965) (En Ensayos para un desconcierto y alguna crítica ficción, ICBC, 2001). En ellas está ya el realismo mágico que después se alcanzará con Cien años de soledad (1968), de Gabriel García Márquez. A los nombres de los cubanos que cita Yépez hay que agregar, creo, a Elena Garro y Los recuerdos del porvenir. Como en varios otros casos, la corriente estética estaba en el aire así que más que influencias debería hablarse de “confluencias”.

Si, como lo han hecho notar varios críticos, Los recuerdos del porvenir no goza del reconocimiento que merece es porque me parece que las nuevas generaciones de lectores están más interesadas en los éxitos del momento o novedades editoriales en general que en volver a nuestros clásicos modernos. En este caso, la mercadotecnia ha tenido más influencia que la tradición y es por eso que los cincuenta años de la publicación de Los recuerdos del porvenir son un buen pretexto para releerla o simplemente leerla por primera vez para que sólo así, leyéndola, tenga el lugar que merece.