Tierra Adentro
Michael Collins al interior del Apolo 11. Nasa.

 

Notas sobre la Carrera Espacial a 50 años del alunizaje del Apollo 11

El 21 de julio de 1969 el astronauta Michael Collins observó la primera caminata lunar desde el módulo de mando del Apollo 11, estacionado en el Mar de la Tranquilidad. No tuvo la fortuna de pisar la superficie de la Luna como Neil Armstrong y Buzz Aldrin, ni su nombre ha gozado de protagonismo en la historia mundial. Sin embargo se debe recordar que Collins fue parte de la legendaria misión Apolo 11, que consagró el anhelo  de alcanzar y pisar la Luna, dando “un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Los avances tecnocientíficos que permitieron este viaje —y otras proezas en el espacio exterior— se dieron durante la Carrera Espacial[1], una competencia entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América para conquistar el espacio, durante la cual ambas potencias buscaron demostrar su superioridad y capacidad tecnológica frente a la de sus rivales, como lo habían hecho en la férrea competencia armamentística desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

También desarrollada durante la Guerra Fría, la Carrera Espacial supuso un esfuerzo paralelo entre ambas potencias para explorar el espacio exterior, poner en órbita satélites artificiales, enviar animales y humanos al espacio y, posteriormente, llevar a un ser humano a la Luna. En estos términos, el fenómeno de la tecnociencia y su desarrollo, no fue una simple consecuencia de la confrontación internacional, pero su aceleración y potencia no puede ser entendida sin tomar en cuenta tal escenario. En ese sentido, la conquista del espacio también tuvo un poderoso componente político y una intención muy clara que interesa a la historia social de las ciencias en el siglo XX.

La idea de conquistar el espacio se dibujó en la realidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial[2] y se fortaleció con los discursos políticos estadounidenses[3] ya en el escenario de la Carrera Espacial. Cabe recordar que una conquista se define como la obtención del dominio sobre un objeto, sujeto o territorio como resultado del conflicto, la violencia o la guerra.

En el caso de la conquista del espacio, fueron las adversidades físicas y humanas las que inicialmente obstruyeron el camino. Fue por esa razón que la ciencia y la tecnología, como parte de un proyecto nacional, se aceleraron para poder mover la maquinaria de la Carrera Espacial. Este acelerón generó de ambas partes —soviéticos y estadounidenses— una serie de episodios significativos: el Sputnik en 1957; Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova en 1961 y 1963; las misiones Apolo, incluyendo la colaboración entre la URSS y EE.UU.; así como el legado de decenas de astronautas que murieron en las misiones. Todas estas historias reflejan la fuerte intención —por parte de ambas potencias— de sobresalir y mostrar su poder tecnocientífico en paralelo al militar.

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Propulsor S-1C del Cohete Saturno V del Apolo 11 en el Edificio de Ensamblaje de Vehículos. Nasa.

En 1962 el presidente John F. Kennedy pronunció un discurso ya histórico en la Universidad William Marsh Rice, en el que anunció que los Estados Unidos planeaban poner humanos en la luna antes de 1970. “Nos hacemos a la mar en este nuevo océano porque existen nuevos conocimientos qué obtener y nuevos derechos qué ganar, que deben ganarse y utilizarse para el progreso de todos los pueblos”, expresó el presidente estadounidense para justificar la Carrera Espacial.

Posteriormente en su discurso apuntó a la Luna: “Hemos decidido ir a la luna antes de que termine esta década, no porque sea sencillo, sino porque es complejo, porque ese objetivo servirá para organizar y medir nuestras mejores energías y habilidades, porque es un reto que estamos dispuestos a aceptar, un reto que no deseamos retrasar, un reto que ganaremos”.

El presidente Kennedy tenía claro que la ciencia y el conocimiento eran estandartes valiosos en el juego de la supremacía. El progreso científico vendría acompañado de un sentimiento de superioridad que al proyectarse al mundo, la Unión Soviética —que ganaba la carrera— por fin sería alcanzada por el país de la libertad.

También el espacio era sinónimo de futuro; la proyección de alcanzar la luna guardaba posibles beneficios para la humanidad: “Hemos dado al programa espacial la categoría de prioridad nacional, aunque me doy cuenta de que se puede considerar un acto de fe, incluso una visión, porque no sabemos cuáles son los beneficios que nos esperan”. Este discurso representa la valoración que el gobierno estadounidense atribuía a la Carrera Espacial, revestido de una retórica poderosa que persuadía a una sociedad que también deseaba sentirse poderosa.

 

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La promesa de expansión de la civilización más allá de la Tierra significó traspasar la frontera máxima: la de nuestro propio mundo. En el siglo XIX, durante la conquista del Oeste, los vaqueros y colonos extendieron los dominios de “la civilización” hasta el Océano Pacífico. Consigo traían el progreso —materializado en el ferrocarril— y civilizaban. Porque las fronteras no solo delimitan territorios, sino que son mecanismos constructores de identidades; definen lo propio y lo ajeno, a lo común y a la otredad. Lo conquistable no se redujo a terrenos, sino que abarcó a los indígenas, a los afroamericanos, a las mujeres y a todo aquel que diferente del conquistador.

La conquista del Oeste fue un verdadero motor del desarrollo social y económico de esa nación joven. El historiador de la ciencia Rafael Guevara Fefer lo expone de forma precisa: “Los Estados Unidos eran una nación que crecía a pasos agigantados gracias a que convertía las fronteras en civilización. Un Estado Nación, que como el Pac-Man, está obligado a devorarlo todo, plantas, animales, aguas, mares, cielos, ríos, piedras y personas… de otro modo se pierde el juego”[4].

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Neil Armstrong en la Unidad de Investigación de Alunizaje en Langley, Virginia. Nasa.

Cuando se logró conquistar el territorio, la idea de la frontera en la cultura estadounidense se transformó y ya no era materializada en el proceso de colonización del Oeste. ¿Qué significaba la frontera en esos tiempos? Una pista nos la puede dar un importante texto generado al final de la Segunda Guerra Mundial. Se trata del informe de 1945 recibido por el presidente Harry Truman, titulado Science. The Endless Frontier (Ciencia. La frontera interminable).

En el texto se expresa la importancia que ha tenido la ciencia en el desarrollo nacional, y se formula la idea de que la ciencia es una posibilidad infinita de conocimiento, un proyecto político, un asunto del Estado, y una condición esencial para el progreso de la humanidad. Tal y como Kennedy diría años después sobre la conquista del espacio, ejecutada por los astronautas.

Este informe fue presentado por Vannevar Bush, cercano al Proyecto Manhattan, del que se desprendió la creación de la bomba atómica. Este es el ejemplo paradigmático que pone en discusión la relación entre el desarrollo científico y la política, que evidentemente provoca debates y reflexiones infinitas, pero vigentes y necesarias.

Pero la transición entre la conquista del Oeste y la conquista del espacio repercutió en la cultura norteamericana de distintas maneras, más allá de los programas científicos y los discursos políticos.

Un claro pero inesperado ejemplo de este proceso es, en cierta medida, la trama de Toy Story (1995). Este largometraje —importante por ser el primero animado digitalmente— cuenta la historia del vaquerito Woody, propiedad del niño Andy, que se siente desplazado por la llegada del nuevo juguete, Buzz Lightyear, quien, con alas mecánicas, sus rayos láser y su frase “to infinity and beyond”, desplaza al vaquero y a los demás juguetes.

Andy representa a toda una nueva generación de niños que presenciaron esos cambios (la película está ambientada entre las décadas de los cincuenta y los sesenta, en plena Carrera Espacial). El salvaje Oeste se convierte en la Luna o en Marte, y el sombrero de vaquero se convierte en casco; ya no hay caballos ni ferrocarriles, sino naves y transbordadores espaciales; ya no son los vaqueros, sino los astronautas, quienes representan un modelo a seguir en la sociedad norteamericana.

Valga la analogía para recordar que el significado de la conquista, y la idea de la frontera, son producto de la transformación histórica de las formas en la que las sociedades ven el mundo y se proyectan en él, creando los medios materiales e inmateriales para reproducir tales visiones y proyecciones.

Por si quedara duda de que las aventuras en el espacio fueron más bien procesos de conquista, queda pensar en toda la filmografía espacial y futurista de los sesenta y setenta: las space operas como Star Wars —cuya trama recuerda justamente a los Westerns— y Star Trek, así como toda la producción cultural de la Ciencia Ficción, un género consumado en distintos medios fuera de la literatura.

Incluso a Stanley Kubrick se le atribuye tanto la perfección técnica y artística con la que llevó a cabo 2001: Space Odyssey, así como la supuesta realización cinematográfica del alunizaje que, según la teoría de la conspiración, fue un montaje, pues en realidad el humano nunca llegó a la luna.

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El técnico del traje de astronauta Joe Schmidt asesora a la Unidad Lunar de Respaldo del Apolo 11. Nasa.

Después del alunizaje, el presidente Richard Nixon se comunicó con los astronautas hasta la Luna. Les agradeció y reconoció el esfuerzo, pues “gracias a lo que han conseguido, desde ahora el cielo forma parte del mundo de los hombres”.

Es difícil saber en qué momento se consuma la conquista. Sin embargo, aunque las misiones espaciales sigan vigentes, apuntando al planeta Marte, parece que la conquista del espacio ya no tiene la fuerza ni la popularidad que tuvo durante la Carrera Espacial.

Entonces, ¿en dónde se proyecta la idea de la frontera hoy en día? ¿Que queda por conquistar? Se trata de preguntas abiertas, en tiempos en los que parece que las conquistas provocaron la autodestrucción humana: observada en la desigualdad, el colonialismo, la guerra y la crisis ecológica.

El avance progresivo de la humanidad, la frontera interminable de la ciencia y los proyectos civilizatorios del hombre occidental son cuestionables en tanto que han dejado fuera de la narrativa a muchos y a muchas, y han consolidado una forma monolítica de comprender la historia del mundo.

Lo que desde cierto punto de vista es la consagración del ser humano omnipotente, implica una contraparte de destrucción de su mundo. En este escenario tal vez sirva recordar la conversación entre Neil Armstrong y Buzz Aldrin cuando Aldrin descendió a la faz de la Luna:

 

Neil Armstrong: Una vista magnífica ahí fuera.

Buzz Aldrin: Magnífica desolación.

 

 


 

[1] La Carrera Espacial duró aproximadamente desde 1957 a 1975.

[2] De hecho, la tecnología de cohetes desarrollada por la Alemania Nazi fue fundamental para los avances de aeronáutica durante Carrera Espacial.

[3] En este caso, se tomará en cuenta la parte estadounidense. La Carrera Espacial desde el punto de vista de la URSS merece un espacio particular para ser estudiada y reflexionada.

[4] Dr. Rafael Guevara Fefer, comunicación directa. Julio de 2019.