Tierra Adentro

El 19 de septiembre de 1985 un terremoto sacudiría la Ciudad de México y tendría como resultado un gran número de muertos y de heridos. Una imagen del fotógrafo Bob Schalkwijk muestra los restos de un edificio en Tlatelolco que al colisionar dejó a su paso una estructura cadavérica de cemento desmoronado. De lado inferior izquierdo se alcanza a ver la maquinaria pesada que operaba en el lugar del derrumbe, unos cuantos trabajadores aparecen minúsculos en la escena. El edificio desplomado ocupa casi la mitad de la toma, mientras que en la otra mitad aparecen edificios que sobrevivieron al terremoto. Al fondo se exhibe un cielo abarrotado de nubes que parecen ir en sentido contrario a los escombros del edificio.

Al igual que Schalkwijk, otros tantos fotógrafos profesionales y aficionados capturaron los estragos causados por el terremoto: calles repletas de gente, devastación en la arquitectura y gestos de asombro forman parte del imaginario visual que se tiene de aquel momento. Sin duda, septiembre, más allá de ser el mes patrio, resulta ser el mes de la sepultura, pensando sobre todo en las catástrofes que año con año se recuerdan con condolencia. Los desastres no pueden ser concebidos únicamente como fenómenos naturales, o acontecimientos individuales, sino que son fenómenos sociales.

La reconstrucción de las catástrofes se da (muchas veces) a través de videos, fotografías o de la narrativa oral y escrita de los sobrevivientes que tratan de reconstruir el pasado. En los acontecimientos anteriormente mencionados, los muertos, heridos y personas en búsqueda de familiares son una constante. La rememoración se hace presente y necesaria. Desde que ocurrió, en México se evoca ese desastre con simulacros a nivel nacional; el trabajo en las oficinas y en las casas se detiene, las clases en escuelas y universidades se pausan y por un instante (o mejor dicho durante varios días) la vida nacional gira en torno dicho acontecimiento. La lluvia de imágenes y de entrevistas que aparecen en los medios masivos de información puede incluso generar un hartazgo en el público.

A este discurso evocador y conmovedor se unen museos y galerías que inauguran muestras artísticas y fotográficas con motivo del trigésimo aniversario del terremoto que sacudió a la Ciudad de México. Se abren al público conferencias, talleres y exposiciones. Entre las actividades destacan México 30 años después del sismo fue inaugurada el 17 de septiembre en el Universum. La muestra se compone de 15 fotografías de Ichiro Kitazawa, arquitecto y fotógrafo que muestra imágenes del desastre ocurrido cuando una planta nuclear en Fukushima explotó tras el tsunami ocurrido en Japón en 2011. Al mismo tiempo, se exponen 32 imágenes de Seiji Shinohara, japonés que reside en México que se ha dedicado durante muchos años a retratar distintas generaciones de migrantes japoneses en México. Las fotografías de Shinohara que conforman la muestra son imágenes del terremoto de 1985. Según la curadora Josseline Itán Dehui, con esta exposición se pretende generar conciencia en el público sobre este tipo de desastres, además de que busca compartir las distintas maneras en que las personas han enfrentado el suceso. «Buscamos enfatizar—dijo— las relaciones interculturales que existen entre México y Japón. Ambas naciones han demostrado que ante las tragedias se puede seguir adelante, siempre y cuando estemos unidos».[1]

Por otro lado, la Secretaría de Cultura del Distrito Federal inauguró (en la Galería abierta de las rejas de Chapultepec) la exposición fotográfica Sismos de 1985 en la memoria de México, que muestra más de 80 imágenes que provienen de acervos de la Cruz Roja, del periódico El Universal, de la Organización Panamericana de la Salud, del Archivo General de la Nación y del acervo privado de Seiji Shinohara. El propósito es la conmemoración de los treinta años del terremoto. Por su parte, el Museo del Estanquillo contará con la exposición Los días del terremoto, desarrollada a partir de lo que escribió Carlos Monsiváis sobre el suceso, y compuesta por 87 piezas entre ellas video, fotografía, música, pintura, periódicos. Bob Schalkwijk, así como la fotografía descrita en un inicio, forma parte de los tantos artistas que participan en la exposición.

Los mensajes museográficos de estas exposiciones se constituyen de dos ejes: la conmemoración del suceso y el intento por generar conciencia de la magnitud de la catástrofe a través de las imágenes fotográficas como objetos de evocación visual y emocional. Se tiene la idea de que la fotografía puede ayudarnos a pensar y sentir el dolor y el sufrimiento vivido en tiempos difíciles y que a través de la concientización se generan mayor responsabilidad por parte de las personas al momento de una catástrofe. Sin embargo, creo que el discurso museográfico va más allá de eso que tanto museógrafos como curadores pretenden mostrar.

El conocimiento de la magnitud de la catástrofe no sigue necesariamente del sentimiento de condolencia por los muertos, por los heridos, por las familias que quedaron fragmentadas. Una fotografía no dice más que mil palabras, así como tampoco muestra la realidad entendida como un todo absoluto, sólo refleja un fragmento de la realidad que fue vista, vivida y elegida por el fotógrafo. Los múltiples testimonios de los sobrevivientes y de los familiares de aquellos que murieron son otras formas de construir un acontecimiento que, pese a los esfuerzos, sigue siendo incomprensible.

¿Por qué es necesario evocar visual y narrativamente una catástrofe como la de 1985? ¿Por qué conmemorar el desastre con fotografías? En su ensayo «No sin nosotros. Los días del terremoto 1985- 2005», Carlos Monsivais reflexiona sobre el desastre de 1985 y los múltiples derrumbes a nivel político y social que han acaecido en México y desde los que ha vislumbrado el surgimiento de la “sociedad civil”. Menciona que «El miedo, el terror por lo acontecido a los seres queridos y las propiedades, la pérdida de familias y amigos, los rumores, la desinformación y los sentimientos de impotencia, todo […] da paso a la mentalidad que hace creíble (compartible) una idea hasta ese momento distante o desconocida: la sociedad civil, que encabeza, convoca, distribuye solidaridad».[2] Esto es, los desastres dan entrada a la colectivización, a las soluciones en grupo, o que equivale a dejar de lado el individualismo. Pienso de nuevo en las exposiciones fotográficas que se inauguraron este mes y vuelvo a la pregunta de si realmente el propósito de éstas es estimular a la reflexión y la conciencia. En 1985, «Por primera vez se aboca a la solución y no a la espera melancólica de la solución del problema. […] por cortesía de la naturaleza, […] se trastorna por unas semanas el uso del espacio público. A lo largo de los días se construye algo semejante al gobierno paralelo o, mejor, similar al de una comunidad imaginaria (la Nación, la ciudad), antes no concretada […]».[3]

Estas exposiciones pueden crear conciencia, no tanto de la magnitud del terremoto, ni de lo desastrosos que pueden ser estos fenómenos sociales, sino al poner sobre la mesa el tema de la (re) construcción de la sociedad civil que a veces se desvanece en un momento en el que la efigie del individualismo se realza con más ímpetu en la posmodernidad. El mensaje es claro: dejar de voltear a verse a uno mismo y ocuparse del otro, sobre todo en momentos de aflicción. La catástrofe del 2011 en Japón muestra que en otras partes del mundo también se ha dado dicha colectividad, y que es la cohesión entre los individuos la que permite avanzar. 1985 es una especie de herida en la memoria colectiva en México, y hablar del tema año con año, así como generar actividades en torno a este suceso, sirve para reafirmar el pesar de los daños, para discutir cómo se ha avanzado en tecnología y arquitectura en materia de catástrofes naturales, así como para evaluar si estamos preparados como sociedad y como individuos para un nuevo desastre.

[1] «Tragedias compartidas de México y Japón» en: El Universal, 11 septiembre 2015.
[2] Monsiváis Carlos, No sin nosotros: Los días del terremoto 1985- 2005, Era, México, 2005.
[3] Ibid., págs. 9 y 30.