La caída de Megaupload fue solo el principio
Y aunque eres invisible veo a través de ti
y siendo intocable, yo te siento en mis sueños.
Mi entrada a la vida en línea ocurrió a principios de los dosmiles. A los nacidos a finales de los ochentas y a principios de los noventas, nos tocó recibir nuestras primeras computadoras hogareñas; antes de eso, las ventanas y las computadoras eran dos cosas distintas. La primera nos permitía observar el mundo que transcurría fuera de nuestros muros; la segunda, sin embargo, no era parte de nuestra vida cotidiana sino una existencia paralela en la que podíamos sumergirnos y escapar, incluso, de la primera.
A toda esa generación de internautas nos tocó participar, directa o indirectamente, en una serie de revueltas que empezaron porque se argumentaba que se iba a terminar el ‘internet libre’. En aquellos años se promovía la idea de que podía existir un manejo del internet que se ejerciera con ‘total libertad’, en el que no existiera supervisión, principalmente porque todos queríamos seguir teniendo acceso ilegal a la música y las películas que quisiéramos.
Esa era nuestra bandera, así como para los que participaron en los movimientos estudiantiles de los sesenta fue la ‘libertad de discurso’. Y es que el Internet a finales de los dos miles era un espacio de estímulos gratuitos: si te gustaba una chica le pedías su correo electrónico y luego esperabas a que te aceptara y que se conectara al Messenger; otros amigos te metían a enormes conversaciones llenas de personas, donde acabas consiguiendo amigos de otros estados. Si estábamos en foros internacionales, hasta de otros países. La interacción era muy simple y se basaba en compartir música, películas, libros, cualquier cosa que deseáramos porque todo se podía encontrar en Ares, Limewire o en Taringa, que siempre tenía vínculos a la página de descargas Megaupload. Algunos hasta lograban que sus amigos de otros países les enviaran cartas, postales, regalos o hasta que los visitaran. Los romances por chat reemplazaron a los que eran por correspondencia. Y de un día para otro, casi todos mis amigos empezaron a abrir sus cuentas de Facebook; como muchos ahora, yo me resistí a formar parte de ese sistema de información en que compartían en tiempo real lo que se hacía; para mí el perfecto modo de interacción continuaba siendo el Messenger con su tablero para dibujar, con los zumbidos para obligar a cualquiera a responderte, con la facilidad de poner en tu ‘estado’ qué canción estabas escuchando. Pronto, mis amigos empezaron a dejar de conectarse y pasaron más tiempo en esa nueva plataforma. Me decían cosas como: ‘Ábrete una cuenta, allá sí respondo más rápido’. Y bueno, acabé cediendo.
Había zonas más profundas en el internet, sin embargo, las cuales no tenían estos caminos tan directos con la vida cotidiana. Una de ellas era 4Chan. Mi fuente principal sobre aquel lugar era un amigo al que apodábamos el “Topo”, por el alto nivel de graduación de sus gafas; él me explicaba –a cómo yo iba aprendiendo, apenas, sobre Facebook– que todos los memes que veía en redes no nacían en ellas, sino que llegaban a la superficie después de ser creados en aquella madriguera, la cual era un grupo de foros de diversas temáticas donde podías escribir comentarios con cuentas anónimas. Había diferentes categorías en las que encontrabas desde discusiones de política internacional hasta pornografía amateur; no necesitabas un usuario porque, simplemente, todos se identificaban como usuarios ‘anónimos’. Aquel era un lugar para ser ‘libre’, en resumen.
El Topo me contaba que en 4chan ocurrían cosas que, en aquel entonces, sonaba absurdo que uno fuera a realizar en una computadora. Por ejemplo, el Topo formó parte de un conjunto de operaciones coordinadas desde 4Chan que eran estúpidamente ridículas y patanes: perseguir y acosar a Chris Chan, un chico autista de Estados Unidos que dibujaba un comic de un personaje. Una combinación entre Pikachu y Sonic, es decir, una operación entre usuarios de varios países para hacer bullying cibernético. Buscaban dónde iba a estar, qué iba a hacer y lo saturaban de mensajes groseros. Lo acosaban por doquier. Enviaban pizzas a su casa. En aquel mismo periodo decidieron pasar a otras misiones, me contó el Topo, que se enfocaron en búsqueda y caza de pedófilos o de criminales, para ayudar a personas que estaban en problemas por estas; en esencia, aunque es posterior, el tipo de organización sin fronteras que se presenta en el documental de Netflix, No te metas con los gatos. Dicho tipo de acción descentralizada necesitaba un nombre y una imagen que pudiera identificarlos, un nombre y una imagen que pudiera implantar una idea en cualquier usuario del Internet; así que frikis como eran, adoptaron la marmórea máscara de Guy Fawkes, del cómic V por venganza de Alan Moore, y decidieron usar el nombre que todos portaban en 4Chan: Anonymous. Como cualquiera podría ser parte del movimiento, se transformaron de alguna manera en Fuenteovejuna.
El ‘peligroso colectivo de hackers’ que se mencionaba en las noticias siempre estuvo compuesto por cientos y cientos de chicos con acceso a internet, quienes se coordinaban desde sus habitaciones para arruinar la vida de los poderosos. O, al menos, eso ambicionaban. Las primeras operaciones de Anonymous (antes de que se desintegrará en muchas células pequeñas) iban en esa dirección: a partir de 2018, y a causa de que la Iglesia de la Cienciología exigió a Youtube que retirara un video de Tom Cruise hablando de las ventajas de esa, entonces, nueva religión, porque fue editado con el leitmotiv de Misión imposible al fondo. Entonces, Anonymous inició una campaña contra dicha institución argumentando censura en el internet. Esto inició con simples bromas como hacer spam y ordenar decenas de pizzas a las oficinas de la Cienciología; luego escaló al punto de que jóvenes de todo Estados Unidos se organizaron en una operación conocida como ‘Proyecto Chanology’1, con lo que se manifestaron en sucursales de la iglesia en todo el país, al tiempo que se hicieron denuncias legales por irregularidades que ocurrían en el interior del movimiento. En ese momento, tal movilización desde la red se conocía, nada más, en los flashmobs que ocurrieron en Europa, los cuales solo tenían un fin estético.
Entonces Anonymous se dirigió hacia empresas internacionales con verdadero poder fáctico. Por ejemplo, el 6 de diciembre de 2010 se lanzó la ‘Operación Venganza’ contra Visa, Paypal, y Mastercard, por bloquear las donaciones que los usuarios de internet querían hacer al portal periodístico Wikileaks, dirigido por el ahora refugiado político Julian Assage, que había expuesto diversos casos de corrupción y tráfico de influencias de diversos países, pero principalmente en el gobierno de Estados Unidos. Anonymous inició un ataque coordinado que hizo que fallaran las páginas de MasterCard, la de Visa, la del banco suizo PostFinance, e incluso se planeó un ataque directo a Amazon. Además, ocurrió la famosa “primavera árabe”: cuando la represión mediática en Túnez llegó a su punto más fuerte, e incluso se cortaron las maneras usuales de comunicación a internet, ya que la gente se informaba y organizaba a través de Twitter, Anonymous logró que entraran instrucciones, por medio de las obsoletas redes de fax, para que los manifestantes pudieran conectarse a internet a través de líneas internacionales sin necesitar de las que el gobierno había tumbado 2
Pero, ¿cómo todos estos usuarios de internet podían saber tanto sobre puertos y entradas y lenguaje en código? Parecía imposible. ¿El internet sí estaba repleto de tantos hackers? La verdad es que mientras algunos sí tenían el conocimiento de diseño informático, otros no; y los primeros se enfocaron en crear un programa al que se bautizó como Low Orbit Ion Cannon, el cual podía ser utilizado por cualquier persona al añadirle una dirección web que se buscaba atacar. El programa se mantenía solicitando acceder a dicha página durante el tiempo que el programa estuviera activo, al mismo tiempo que la bombardeaba con tráfico basura. Al hacerlo cientos de usuarios desde sus computadoras, de manera coordinada, se colapsan los requerimientos del sitio y, eventualmente, la página tiene que ser recuperada por un equipo técnico. A este tipo de ataques se les conoce como denegación distribuida de servicio (DDoS).
Hasta aquí Anonymous se centraba en ayudar y brindar herramientas a otras personas. A lo que inicia a partir de este momento, el periodista Julian Assage lo llamó ‘las segundas guerras criptográficas’: “Los criptopunks defienden el uso de la criptografía y otros métodos afines como medios para conseguir el cambio social y político. El movimiento, fundado en el año 1990, ha sido especialmente activo durante las guerras criptográficas de la década de los noventa y tras la primavera virtual de 2011”3. Y es que había surgido una amenaza: la Ley Stop Online Piracy Act (Acta para Detener la Piratea En línea), la tan llamada Ley SOPA, que las empresas americanas decidieron impulsar en el congreso de Estados Unidos para encontrar maneras restrictivas que “permitieran vigilar y hacer cumplir responsabilidades penales por el mal uso de derechos de autor dentro del Internet”, en lenguaje leguleyo; en castellano, querían enviar el mensaje de que lo que se encuentra en el Internet no le pertenece a sus usuarios: aquel meme de los Rugrats o aquella fotografía de Nicolás Cage, tienen un dueño legítimo y si los usuarios la utilizan se genera un cargo aunque sea con fines de entretenimiento; si uno veía la entonces nueva temporada de Sherlock en Cuevana (la original), o si la bajabas de The Pirate Bay, si se descargaba el nuevo disco de Muse de algún blog de música perdido en las páginas del Google, se estaban violando los derechos no del creador original del producto sino de la industria que financió su creación y su distribución. Entonces, los internautas aseguraron que la Ley fue promulgada con las intenciones de censurar el internet.
A principios de 2010, uno de los servidores que era muy utilizado tanto por páginas para ver contenido audiovisual como por las de descarga ilegal de música, era Megaupload. Esta se dedicaba al almacenamiento de información durante un periodo específico en el que, si no era consultado el material, los mismos servidores lo eliminaban. Un poco como WeTransfer. Además, tenía su propia página de contenido multimedia llamada Megavideo, que era aprovechada por páginas de series televisivas como Series Yonkies. El 19 de enero de 2011, el mundo despertó con la noticia de que Kim Dotcom, director de Megaupload, había sido detenido por el FBI fuera de Estados Unidos, bajo los cargos de que distribuía material con derechos de autor; si se intentaba acceder a la página aparecía un aviso con los logos del FBI, como cuando la Profeco sella las puertas de los establecimientos que violaron la ley. Como de película de James Bond: la policía viajó a otro país a detener a un informático dueño de una satánica página de internet.

Banner que puso el FBI cuando clausuraron MegaUpload
Recuerdo que algunas personas empezaron a reclamar dicho arresto en Facebook: qué cómo era posible que ocurriera eso, que los lastimaba lo de Megaupload, que era el final de una época. Creo que hasta usaron, ya entonces, el meme de los violinistas del Titanic diciendo que fue un orgullo tocar con ‘ustedes’, pero el barco tenía el logo de la eme en medio del círculo naranja.
Fue aquel día que el Topo me contactó para pasarme el vínculo del Low Orbit Ion Cannon, en una versión en línea: era una página negra con muchos números en blanco que ya estaba programado con la página del Senado de Estados Unidos. Había que pasarlo a todo los que se pudiera. Había que distribuir y mejorar el ataque. Teníamos que ser muchos, desde nuestras casas, atacando a los que amenazan con limitar nuestras libertades.
Esa misma tarde empezaron a aparecer cientos de noticias. La página del Congreso estaba caída. La institución aún no brindaba declaraciones. Ahora había que ir contra la página del Pentágono. Al menos hasta media noche, no apagué la computadora de escritorio de casa de mis padres; tenía la sensación de que estaba participando en algo que podría considerarse una guerra; cuando leí Cypherpunks y descubrí que Assange sentía que aquel periodo fue una guerra, aunque fuera una cibernética, tuve esta sensación de pertenencia a un momento y lugar histórico.
Al día siguiente se sintió como una victoria la noticia de que la lectura de la Ley Sopa se atrasaría hasta finales de año. Sin embargo, después de aquellos días de enero no ocurrió nada más. Los siguientes meses fueron regresar a la rutina, incluso, cuando volvió a llegar la fecha de la lectura de la Ley Sopa y finalmente no se aprobó, ninguno de nosotros recordábamos que teníamos que estar atentos ante cualquier cambio de último momento.
Ahora han pasado 10 años desde que los directivos de Megaupload fueron arrestados y el Internet ya no es el mismo: aquella ‘red libre’ por la que tanto se peleó dejó de existir: los insultos ahora se intercambian en publicaciones de Facebook o de Twitter, los cuales hacen referencia a series o películas que todo mundo está mirando en las plataformas de streaming; hace un par de años Megaupload volvió al mercado con nombre recortado y de nuevo albergó todos los discos y películas que pudiéramos desear, aunque la gente dejó de usarlo porque todos han hecho a un lado la televisión por cable y ahora destinan su dinero a pagar una cuenta de Netflix, una de Amazon Prime, una de Disney Plus, y además el Spotify. Nos cayó encima una pandemia mundial y la mayoría de empleos –si sobrevivieron a los meses de inactividad– pasaron a operar de manera remota a través del internet.
A principios de los dos miles, cuando uno compartía un reclamo en redes sociales las generaciones que más se resistían a entrar a la vida en línea se burlaban diciendo que el ‘activismo de redes’ no generaba nada, que lo que ocurría en la red no eran más que palabras lanzadas hacia los datos; ahora que se adentraron con la pandemia, ya usan en su vida cotidiana las palabras ‘chatear’, ‘navegar’, ‘cancelar’, ‘reclamar’, y otras que usualmente, antes, eran usadas por generaciones más jóvenes; comparten en tiempo real noticias y fake news sobre las nuevas variantes del virus y sobre las vacunas; les ha tocado ver cómo los americanos se organizaron para tomar la Casa Blanca, en la serie de disturbios derivados del homicidio de George Floyd; cómo los ultraderechistas se organizaron en Twitter para asaltar el Capitolio de Estados Unidos y hasta cómo grupos de incels, varones que se victimizan por no tener vida sexual activa, han amenazado con organizarse y atacar a mujeres que forman parte de colectivas feministas.
Son las nuevas generaciones, las que crecieron sin este ‘internet libre’, las que han usado más activamente el Internet para manifestarse con eficacia. Esto se reflejó en la campaña de Donald Trump el año de inicio de la pandemia, cuando cientos de fanáticos del k-pop, de todo el mundo, amañaron las entradas a sus reuniones de campaña para evitar que ciudadanos de Estados Unidos pudieran acudir a ellas; así como cuando millones de usuarios de Reddit se organizaron para salvar la compañía GameStop, al jugar con la bolsa de valores a través de aplicaciones de inversión, usando las reglas del mercado. Cuando me tocó ver ambos hechos, ahora desde la ventana de mi smartphone, pensé que me recordaron aquel día en que no apagué mi computadora de escritorio hasta ya en la madrugada y me di cuenta que las nuevas generaciones se organizaban también para defender su vida diaria y sus derechos, pero ellos crecieron sin una diferencia entre una ventana y una pantalla; que quizá la caída de Megaupload solo fue el principio, real, de la desaparición de la frontera entre lo cibernético y lo cotidiano.
- https://www.clarin.com/internacional/anonymous-proyecto-chanology-rechazan-tom-cruise-cienciologia_0_HrAooUB4Z.html
- Para más información, se puede consultar la siguiente nota de El Pais: https://elpais.com/internacional/2011/01/30/actualidad/1296342014_850215.html
- Cypherpunks. La libertad y el futuro del internet. El libro está compuesto por conversaciones de Julian Assange con Jacob Appelbaum, Andy Müler-Maguhn y Jérémie Zimmerman, también miembros de Wikileaks, el cual fue publicado por la editorial Deusto en 2013.