REPITE HASTA QUE SEA PERFECTO, UNA LECTURA DE INFINITE JEST
Entrando a mi casa, en una mesa a la vista de todos, está un volumen maltrecho de Infinite Jest de David Foster Wallace. Está ahí porque quiero decirle a mis conocidos que todavía tengo un tema de conversación. Inventada, completamente. Pero en parte, también está ahí, porque necesito recordarme, todos los días, que tengo que seguir leyéndolo.
No es que la lectura de Infinite Jest me parezca un lastre. De hecho, estoy disfrutando enormemente del libro. El problema está, más bien, en mi agotamiento.
Todos los años desde que he trabajado con Tierra Adentro escojo, entre las efemérides del año, algún libro o algún tema que me parezca aterrador. Algo desplazado de mi zona de confort y que me sirva como una meta impensable. El año pasado fue leer y escribir algo sobre el Gravity ‘s Rainbow de Pynchon. Lo disfruté enormemente. Este año, el reto era leer y escribir algo sobre Infinite Jest. El próximo año será, si todo sale bien, acabar En Busca del Tiempo Perdido y lograr escribir algo sobre Proust relacionado con la venta de lavadoras.
El problema de este año fue mi duelo. Atravesado por un dolor incomprensible, me entregué al trabajo. Acepté todo proyecto que me propusieran, por gratuito o agotador que fuera. El punto era no pensar en nada más que en el trabajo. Lo logré. Pero llegando a los últimos meses del año, me quemé el cerebro.
Mi trabajo, principalmente, es leer y ver películas. Algunos pueden decir que eso no es trabajo, que es algo enteramente deseable, que si te gusta lo que haces, no se llama trabajo, y un largo etcétera de conceptos proactivos para alimentar el ánimo proactivo empresarial. A todos esos comentarios yo respondería que si tus pasatiempos son también trabajo, corren el riesgo de perder su goce y convertirse solamente en eso, trabajo.
Ese fue mi agotamiento cerebral: ya no podía escribir, ni leer más, ni ver películas. Estaba completamente harto de pensar y producir y seguir consumiendo lo más vorazmente posible todo lo necesario para pensar y producir y seguir consumiendo vorazmente… En este estado, era imposible terminar las más de ochocientas páginas que me quedan por leer de Infinite Jest. O hacer cualquier cosa relacionada con los múltiples contratos laborales que estoy tratando de salvar, sin mucho éxito, impulsado por el éxtasis de culpa etílico-religiosa de la Navidad.
Encontré entonces un punto medio. En vez de escribir un artículo sobre mi lectura de Infinite Jest, voy a escribir un diario de lectura. Son apuntes generales sobre mi experiencia atravesando la novela que iré complementando, el próximo año, cada cierto tiempo.
Por ahora, estos son mis descubrimientos más significativos en las primeras 225 páginas (Edición del 20 aniversario con prólogo de Tom Bissell editada por Back Bay Book, 2016).
Espero que iluminen inquietudes compartidas en este hermoso viaje hacia un delirio americano.
1. El humor
Una y otra vez caigo en la trampa. Cada vez que se sacraliza un libro, por trauma de otras sacralizaciones, pienso inmediatamente que será una lectura solemne. En realidad, esto no debería aplicar con muchos escritores congraciados del canon reciente estadounidense. Tanto Pynchon, como Vonnegut, como Foster Wallace, por sólo citar a los más famosos, eran profundamente graciosos (tú no Phillip Roth). De hecho, el humor es parte esencial de la experiencia estética de leerlos.
El humor de Infinite Jest es maravillosamente autoconsciente y atormentado, como todo buen humor despreciativo estadounidense.
Citemos algunos ejemplos reveladores.
1.1 Humor aleatorio de situación
En un capítulo perfectamente arbitrario, Foster Wallace cuenta cómo murió una señora por culpa de una prostituta que, algunas páginas después, veremos morir inyectándose Drano. Estos dos casos pueden o no estar interconectados.
Desesperada por conseguir dinero para alimentar su adicción a la heroína, esta prostituta transexual se dedicaba a robar cosas de desprevenidos transeuntes. En una esquina, pues, ve a una viejita perfectamente desprevenida con una bolsa de mano. Lo que no sabe es que, en esa bolsa de mano, la señora trae una bomba que reemplaza a su corazón.
Parte de la última tecnología retrofuturista que aparece por todas partes en Infinite Jest, esta bomba es una maravilla científica que sirve como alternativa accesible a los trasplantes de corazón. Sin saber que se trata de una cuestión de vida o muerte, la prostituta transexual roba la bolsa y se pone a correr con impresionante celeridad. (Lo impresionante de su velocidad, evidentemente, es proporcional al filo de sus tacones.)
La señora, con pocos segundos para vivir y tratando de mantener una distancia vital con la bolsa, corre detrás de ella.
Desesperada, se pone a gritar ante la mirada atónita de los pasantes:
“¡Deténganla! ¡Me robó el corazón!”
Vaya punchline.
1.2 Humor de junkie recreativo
Claro, los junkies aquí no son siempre recreativos. Pero hay algo ligero en la forma en que Wallace habla de nuestra tormentosa relación con las drogas, por más enferma que ésta sea. El humor, de hecho, está en subrayar lo enferma que puede ser y la natural humanidad de quien la vive.
Acá un ejemplo.
Hal Incandenza espera a que llegue una amiga que prometió venderle marihuana. Una quinta parte de un kilo, para ser exactos. Hal está atormentado esperándola por varios motivos. El primero, claro, es su evidente eriza. Necesita de esa marihuana. Pero esto no es, específicamente, porque sea un adicto (psicológico, si se quiere), sino porque está tratando de desintoxicarse.
Esa es su actual relación con la marihuana. Habla al trabajo para excusarse de que no aparecerá en tres días; compra suficiente comida autodespreciativa para evitar apenas la anemia con altas ingestas calóricas; prepara su cuarto con entretenimiento basura y botes para orinar y defecar (la paranoia puede agotar todos los escapes, bloquear incluso las salidas al baño); sella puertas y ventanas y fuma marihuana como si todo dependiera de ello. Después de tres días de intoxicación severa y autoaislamiento, recoge todo, abre las ventanas, tira el bong lleno de resina a la basura y sigue con su vida.
Toda la larga descripción de este proceso y del tormento de esperar a la dealer casual sirve para construir un personaje, por supuesto, pero también para llegar a esta frase:
“Nunca había estado tan ansioso por la llegada de una mujer a la que no quería ver.”
1.5 Un chiste para antes de dormir
“¿What do you get when you cross an insomniac, an unwilling agnostic, and a dyslexic?
You get somebody who stays up all night torturing himself mentally over the question of wheter or not there’s a dog”
1.4 El humor político
En el principio de esta monstruosa novela, se establece el muy peculiar humor político de Foster Wallace. Es un humor cáustico detrás de la crítica a Estados Unidos en los albores del nuevo milenio. Es también el principio que fundamenta la ciencia ficción inmediata del libro.
Infinite Jest ocurre en un futuro cercano. En esta nueva era, Estados Unidos, México y Canadá forman un mismo país llamado la Organización de Naciones de América del Norte o ONAN por sus siglas en inglés. Si la burla con el nombre no fuera suficiente (y lo masturbatorio, como iteración, es algo recurrente en el libro), la imagen del escudo cumple una imagen maravillosa de absoluto ridículo:
“A snarling full-front eagle with a broom and can of disinfectant in one claw anda a Maple Leaf in the other and wearing a sombrero and appearing to have about half-eaten a swatch of star-studded cloth.”
En este macroestado, todo se vende. El capitalismo salvaje ya está en un momento de feralidad preocupante (dígase como sorpresa). Ahora, por ejemplo, los años tienen patrocinadores. Está el año de la Whooper, el año de ciertos pañales para adultos, el año de una barra gigante de jabón Dove, el año de un lavaplatos, el año de la Yushityu 2007 Mimetic-Resolution-Cartridge-View-Motherboard-Easy-To-Install-Upgrade for Infernatron/InterLace TP Systems for Home, Office or Mobile.
Por supuesto, frente a toda esta locura hay varios grupos que se oponen a la conformación Onanista (hasta en esta fórmula es evidente que el chiste funciona). Entre ellos hay uno que destaca: Les Assassins des Fauteuils Rollents (sic). Radicales separatistas de la zona francesa de Canadá que perdieron uso de sus piernas por un juego de demostración de valía en cruces de trenes. Todo muy québécois, claro, con rieles, valentía y nacionalismo.
La imagen aquí de los separatistas en silla de ruedas es nada más una extensión de la poderosa impotencia que se siente por este futuro de junkies, corazones en bolsas y un estado onanista. Todo, si me preguntan, muy acertado… y muy gracioso.
2. Los datos variados que pueden aprender las personas en una clínica de rehabilitación
La experiencia de Infinite Jest está tan relacionada con el humor porque Foster Wallace, como todo buen comediante, es un excelente observador. Hay algo en sus frases que traduce una quirúrgica comprensión de su entorno y la capacidad de mofarse de él transmitiendo algún tipo de sabiduría torcida, siempre desde arriba.
En ese sentido, Foster Wallace escribe con una seguridad impresionante y una inteligencia altiva. No podemos creer nada de lo que dice, por supuesto. Y, sin embargo, entre la fascinación que genera una postura inalcanzable y el gozo de su burla hacia todo lo humano, se vislumbra una lección.
De nuevo, la lección no es evidente. Tal vez ni siquiera esté ahí. Pero sientes que hay una lección y eso es suficiente para pensar en ella.
Algo, entonces, se formula como una fábula: aquí hay un rompecabezas de sentidos, lo entienda quien lo entienda, cada quién sabrá qué moral sacar de él.
Entre los datos muy variados que pueden aprender las personas en una clínica de rehabilitación, enumero mis favoritos:
- Una persona puede, estando completamente dormida, tomar un cigarro, prenderlo, fumárselo todo y apagarlo en el cenicero sin despertarse. Lo hacen sin quemar nada. Esto es algo que dominan los presos de las cárceles comunes y, por eso, en las clínicas de rehabilitación nadie se queja de ellos.
- No importa qué tan listo seas, eres mucho menos listo de lo que crees.
- Hay personas que no te van a soportar, no importa lo que hagas. Esto es algo que los adultos que no son adictos aprenden.
- No necesitas soportar a una persona para aprender de ella.
- Puedes aprender mucho de un imbécil.
- Puedes comprar una caja fuerte portátil para tu cepillo de dientes. Y deberías hacerlo.
- El sueño puede ser una forma de escape emocional de la cual se puede abusar con cierto esfuerzo. También es el caso para la falta de sueño.
- La validez lógica no es una garantía de verdad.
- Ninguna persona mala se cree mala. Las personas malas siempre piensan que los demás son malos.
- Se puede escuchar el sonido del vapor saliendo del café en un cuarto muy silencioso con muchas personas tomando café.
- Concentrarse es difícil.
- Las personas más temibles son las personas que tienen más miedo.
- Es más divertido querer algo que tenerlo.
- Bailar sobrio es otra habilidad completamente.
- Las personas con tatuajes nunca piensan en lo permanentes que son sus tatuajes.
- La aceptación es más que nada una cuestión de fatiga.
Dos cuestiones más de suma importancia teológica:
“God – unless you’re Charlton Heston, or unhinged, or both – speaks and acts entirely through the vehicle of human beings, if there is a God.
God might regard the issue of whether you believe there’s a God or not as fairly low on his/her/its list of things s/he/it’s interested in you.”
3. Notas pedestres
Se puede decir que las notas a pie de página son una pedantería académica. Y tal vez sí lo sean. Pero no nada más son una pedantería académica. O pueden serlo en el contenido, pero la forma dice algo más.
El principio de las notas a pie de página es el de una profundidad en el texto. Están ahí para no entorpecer la lectura con elementos que no son esenciales para su comprensión. Quien quiera leerlas, ir más allá, puede profundizar. También están ahí para ser ignoradas.
Luis Zapata, por ejemplo, entendió muy bien este principio retacando su novela Melodrama de notas a pie de página completamente esenciales para la comprensión de lo que sucede en la trama. Tardieu, de cierta manera, también lo entendió con sus obras de teatro completamente hechas de apartados escénicos.
Una de las cosas más brillantes de Infinite Jest es el uso que hace Foster Wallace de las notas a pie de página. Por supuesto, en una primera lectura, está haciendo una burla implacable a la pedantería académica. En particular, de la pedantería académica cinematográfica cuando enlista, en más de diez páginas de notas al pie, toda la filmografía del genio James Orin Incandenza, creador de la máxima pieza de entretenimiento de la historia.
Lejos de ser una lectura tediosa, la lista de películas de James O. Incandenza es una de las más grandes genialidades de humor en Infinite Jest. Nada más es necesario citar los títulos de algunas de sus obras: The Medusa vs The Odalisque, The Machine in the Ghost, Zero-Gravity Tea Ceremony, Pre-Nuptial agreement of Heaven and Hell, The american Century as Seen Through a Brick, The ONANtiad, The Universe Lashes Out, Baby Pictures of Famous Dictators, Möbius Strips (que es una parodia pornográfica de All That Jazz en la que un físico concibe la muerte como una mujer hermosa), Blood Sister: One Tough Nun, Let There Be Lite (un documental sobre la industria del Bourbon reducido en calorías), Good-Looking Men in Small Clever Rooms That Utilize Every Centimeter of Available Space With Mind Boggling Efficiency, Low-Temperature Civics, (At Least) Three Cheers for Cause and Effect, Dial C for Concupiscence, The Unfortunate Case of Me, y un largo etcétera.
Las descripciones de las tramas de cada una de estas geniales encantaciones de la nada es también maravillosa. Cito solamente una de mis favoritas:
“The Night Wears a Sombrero. Year of the Tucks Medicated Pad (?): Ken N. Johnson, Phillip T Smothergill, Dianne Saltoone, ‘Madame Psychosis’; 78 mm.; 105 minutes; color; silent/sound. Parody/Homage to Lang’s Rancho Notorious, a nearsighted apprentice cowpoke (Smothergill), swearing vengeance for a gunslinger’s (Johnson’s) rape of what he (the cowpoke) mistakenly believes is the motherly brothel-owner (Saltoone) he (the cowspoke) is secretley in love with, loses the trail of the gunslinger after misreading a road sign and is drawn to a sinister Mexican ranch where Oedipally aggrieved gunslingers are ritually blinded by a mysterious veiled nun (‘Psychosis’). Listed by some archivists as completed the preceding year, Y.W. INTERLACE TELENT CARTRIDGE #357-56-51.”
Varias cosas me parecen aquí fascinantes. El título y las referencias al western de Fritz Lang le dan un tono de seriedad académica indudable. Sobre todo porque la trama sí sigue de forma paródica la trama de la película protagonizada por Marlene Dietrich y Arthur Kennedy. Para añadirle a la seriedad académica está la torpe sinópsis que tiene que recordar entre paréntesis de quién está hablando. Algo como si Ayala Blanco se preocupara por explicarse.
Más allá, hay una seriedad en la presentación de todos los aspectos técnicos y una lista de actores que, a pesar de ser ficticios, aparecen en otros puntos de la novela. En particular, Madame Psychosis. Todo esto, junto a la referencia a los cartuchos de entretenimiento (una tecnología que sólo existe en la novela), crean algo más que la burla académica de la academia.
Foster Wallace, en efecto, está utilizando los pies de página como profundidad de texto. Después del punto final, vive el universo. Es ahí, en esos 388 apéndices que abarcan más de cien páginas que se esconde toda la textura de su patria onanista futura. Ahí están las recopilaciones de obras que crean lazos intertextuales con otras obras dentro de la novela. Ahí están las especificaciones reales de los grupos separatistas. Ahí están las explicaciones historiográficas de palabras, los acrónimos y los giros lingüísticos.
Las notas al pie de página de Foster Wallace son una continuación de los libros inexistentes de Lem en el sentido de crear un universo apenas rozándolo. Pero, más allá, de forma dinámica, incitan a pensar el texto como una profundidad arqueológica, enciclopédica, que revela el gusto del lector neurótico. Puedes estar ahí el tiempo que quieras, puedes ir hasta donde quieras: el tablero está puesto, tú dices qué tanto quieres sacudir la mesa.
Tal vez, si los académicos tuvieran humor, ya habrían aprendido a crear mundos en sus escritos. Pero el mundo académico no quiere crear mundos.
Ese también es el punto.
4. Una frase sobre la academia
“The exam was talking about the syntax of Tolsto’s sentence, not about real unhappy families.”
5. Una extraña anticipación perfectamente acertada de la incomodidad que causa Zoom en las generaciones del presente o de cómo aprendimos a hablarnos a distancia.
El desarrollo de la tecnología de las llamadas por video, plantea el narrador de Infinite Jest, destruyó una fantasía. Específicamente, la fantasía de que le estamos poniendo atención a nuestro interlocutor. Con las llamadas tradicionales, uno puede muy bien estarse tocando la barbilla, paseándose desnudo por su cuarto o lavar los platos mientras habla. También podías hacer crucigramas o simplemente pensar en otra cosa.
Bastaba un gesto para comentar lo que el otro lado del teléfono decía: tapando el auricular, se abría la infinita posibilidad de balconear, en un cuarto lleno de personas, para uno mismo o para otro interlocutor presente, el contenido de la llamada.
Todo esto funcionaba a la perfección porque todos tenían la impresión de ser escuchados.Y, a pesar de que todos sabían de la posibilidad de la traición (de no ser escuchados), todos vivían la fantasía aural de ser escuchados.
La llamada con video acabó con todo esto. Acabó con esta fantasía y empezó a causar una oleada sin precedentes de angustia generalizada. Todos se dieron cuenta de que ya no podían jugar con el borde de sus pantalones durante una llamada, o comentarla con alguien más tapando el auricular, o hacer crucigramas. Y lo peor de todo es que, al ver la angustia generalizada, todos se dieron cuenta de que había algo común, tácito, oculto entre interlocutores en una llamada: nadie se estaba escuchando.
Lo más terrible de esta ansiedad generalizada, sin embargo, llegó desde otro lado. Todos empezaron a verse durante las llamadas. Y ver sus rostros respondiendo los volvió terriblemente autoconscientes de sus apariencias y de lo torpes que eran al ocultar sus reacciones. No nada más por el conocido fenómeno de la “hinchazón del conductor” (es bien sabido que la televisión engorda diez kilos), sino porque muchos consideraban, según las encuestas que salieron, que sus propios rostros les parecían evasivos, furtivos, que generaban desconfianza y que eran, en general, desagradables.
El 71% de los adultos mayores que sintieron esta incomodidad (nombrada después por la comunidad científica como “disforia video-fisionómica”) dijeron parecerse a Richard Nixon durante el mítico debate Nixon-Kennedy en 1960. Terrible. Y se entiende.
Para paliar con este mal generalizado se empezaron a vender máscaras que cubrían los rostros de los interlocutores durante las llamadas telefónicas. Esto servía, al menos, para reducir la ansiedad provocada por ver tu propio rostro en las llamadas, pero también para no traicionar gestos de hartazgo, risas involuntarias, miradas de deseo y demás cosas espantosas que el teléfono analógico sabía tan bien ocultar.
La tecnología vino -momentáneamente- al rescate de la tecnología. Para rescatar un negocio en franca decadencia, las compañías de video-teléfono integraron a las llamadas de video una modalidad para ocultar el rostro detrás de un rendering digital de tu propio rostro. Por supuesto, esta representación de ti mismo era mucho mejor que tu fea cara. Una forma mejorada e impasible de ti mismo. Pero este fue sólo el principio, claro.
Después, todo mundo quiso tener otro rostro. Más bello, más accesible, más complaciente. Todo adornado con ricos y lucidores fondos que se compraban por altos precios en el mercado. Hubo un boom en las compras de contenido. Con los filtros, todos eran más interesante y novedosos en las videollamadas.
Los economistas, no ajenos a la disforia video-fisionómica, entendieron que esto era una burbuja. En efecto, poco a poco, ese mercado colapsó bajo el simple hecho de que se volvió un acto de humanidad, de sencillez, de humildad y de generosidad, simplemente regresar a utilizar un teléfono analógico.
La gente, de nuevo, podía hacer crucigramas durante las llamadas y felizmente ignorar lo que el otro le decía. Las videollamadas, así, quedaron olvidadas como un apéndice más en la larga y accidentada historia de las telecomunicaciones.
*inserte aquí un comentario inteligente sobre nuestra proliferación de imágenes, la complacencia que tenemos con nuestra propia representación en llamadas de zoom, la creación de fondos naturales de libreros que nos hacen ver inteligentes, y la incomodidad de la disforia video-fisionómica que, en nosotros, duró exactamente tres meses.*
6. Repite hasta que sea perfecto
Un padre regaña a su hijo por la forma en que abre la puerta del garaje. El regaño es un soliloquio enorme, maravilloso, problemático y doloroso sobre cómo jugar tenis. Antes de recaer en el machismo más ramplón de un padre ebrio, el monólogo llega al punto central de la lección con un comentario sobre la fuerza cinética de Marlon Brando.
Marlon Brando, explica el padre, tenía una relación única con los objetos. Brando dominaba a los objetos a su alrededor. Brando mientras hacía cualquier cosa. Brando recostándose en una silla, entrando a un cuarto, cerrando una puerta, tomando un trago, fumando un cigarro. Brando haciendo cualquier cosa dominaba el entorno.
Brando humilló para siempre a los hombres que no saben dominar los objetos. Cualquier hombre que entra en una habitación y no la hace suya; cualquier hombre que no puede atraer, con la mirada, lo que le rodea, es inmediatamente visto como un ser inservible para cumplir cualquier deseo.
Lo dice, por supuesto, un padre ebrio porque su esposa lo odia. Él, al parecer, no sabe ser Marlon Brando.
Y, sin embargo, entre todo el resentimiento, el padre ebrio idolatra a Brando. No tanto por lo que podía hacer en pantalla, sino porque era el más grande jugador de tenis. Para serlo, no necesitó pisar una cancha de tenis. Lo que encarnaba era único: una bestialidad nonchalante, memoria muscular pura, movimiento en el espacio felino, completa consciencia de todo lo que le rodeaba y completo desafano de todo lo que le rodeaba.
“His was a tennis player dictum: touch things with consideration and they will be yours; you will own them; they will move or stay still or move for you; they will lie back and part their legs and yield up their innermost seams to you. Teach you all their tricks. He knew what the Beats know and what the great tennis player knows, son: learn to do nothing, with your whole head and body, and everything will be done by what’s around you.”
La poesía del monólogo despiadado del padre no se detiene ahí. Todo se vuelca en un odio a cualquier metafísica: la mente sólo son espasmos neuronales. Porque somos cuerpo.
Como cuerpo, no eres diferente a un coche, dice el padre, eres una máquina que debe aprender a controlarse. La máquina más perfecta es, en ese sentido, la pelota de tenis; perfectamente redonda, perfecta distribución de masa: un cuerpo vacío. La pelota no contiene nada más que un aire que huele a infierno de plástico.
La bola de tenis es el cuerpo perfecto. Vacío de conciencia, de pensamientos sobre lo que hace. Es algo que reacciona perfectamente a lo que lo rodea, que fluye con todo, con las cosas, con el mundo, como Marlon Brando.
El asunto es que nadie nace siendo Brando. Eso es cierto. Pero uno se puede entrenar para ser Brando. Y aquí la idea viene del trauma filosófico que impone Foster Wallace a su propio aprendizaje del tenis: a través de la repetición, el cuerpo se vuelve pura presencia. No reaccionas a un golpe de pelota pensando en el siguiente golpe, sino siendo un cuerpo vacío, un cuerpo sin cerebro, sin trascendencia, pura presencia, espacialidad, presente.
Eso es la academia de tenis en el centro de la novela: una escuela de la iteración.
“It’s repetitive movement and motions for their own sake, over and over until the accretive weight of the reps sinks the movements themselves down under you like consciousness into the more nether regions, through repetition they sink and soak into the hardware, the C.P.S. The machine-language. The astronomical part that makes you breath and sweat. (…) Think about it. Until then, repetition. Until then you might as well be machines, here is their view: you’re just going through the motions. Think about that phrase: Going Through the Motions. Wiring them into the motherboard.”
Me pregunto si algo de eso no permea en la idea de la escritura. La escritura no como un ideal de la inspiración, la reflexión y la introspección, sino como algo mecánico. Cuando tomas notas y dejas de pensar porque el movimiento está haciéndolo todo. La escritura más física. Iteración. Iteración. Iteración.
La teoría literaria como la teoría del tenis. La edición como ver videos de partidos pasados. La crítica como el comentario deportivo, tan fuera de todo, tan parte de todo.
Las analogías no tienen que ser precisas. De hecho, se pierde algo en la reflexión más incisiva de estas relaciones. Tal vez la metáfora funciona mejor en un pensamiento puramente físico de la escritura. El aprendizaje de la máquina. Cuando dejamos de ver el teclado, cuando las comas y la sintaxis y la gramática desaparecen; cuando las palabras se acumulan por puro reflejo, una forma de iterar, una forma de perderse.
El escritor perfecto como una pelota de tenis: vacío apestando como infierno interno de plástico.