La alegría del vacío
Titulo: La alegría
Autor: Giuseppe Ungaretti
Traductor: Carlos Vitale
Editorial: Igitur
Lugar y Año: España, 2007
Prólogo: Andrés Sánchez Robayna
“Entre una flor tomada / y otra ofrecida / la inexpresable nada” (“Eterno”). Un despertar solitario ante una nada avasallante marca La Alegría, primer poemario de Giuseppe Ungaretti (Alejandría, 1888- Milán, 1970). “Una nada (…) cuya indecibilidad misma está sugerida, pronunciada o dicha en el espacio vacío, en el blanco de la página”, como expresa el poeta español Andrés Sánchez Robayna.
La experiencia que origina este libro es de inevitable tinte trágico. Ungaretti –“hombre de pena”, según se describe a sí mismo en un poema del volumen– marcha como soldado de infantería a pelear en el Frente del Carso durante la Primera Guerra Mundial. El poemario se concibe como una bitácora fragmentada, el diario de guerra y vivencias entre 1914 y 1919 de un hombre arrojado a la muerte, las maniobras militares, las escaramuzas, la incertidumbre del fin. Según las notas de Ungaretti, el libro es “toma de conciencia de la condición humana, de la fraternidad de los hombres en el sufrimiento (…), es necesidad de expresión, exaltación casi salvaje (…) deseo de vivir, que se multiplica por la proximidad y la cotidiana frecuentación de la muerte.”
Una noche entera
tirado junto
a un compañero
masacrado
con su boca
rechinante
vuelta al plenilunio
con la congestión
de sus manos
penetrando
en mi silencio
escribí
cartas llenas de amor
Nunca me he sentido
más
aferrado a la vida
(“Vela”)
Miguel Galanes, uno de los traductores de Vida de un hombre, volumen que reúne la poesía completa del autor italiano, ha escrito que en La Alegría “la intencionalidad creativa y renovadora se expresan mediante un lenguaje desnudo y coloquial, siempre acorde con lo inmenso de la naturaleza más profunda y abstracta”. Ungaretti es ese hombre que descubre la naturaleza en medio de la destrucción bélica. El paisaje lleva a un sentimiento de infinito y recogimiento (“me oscurezco en un nido mío”, dice el poeta en “Descansando”), una oscuridad donde el poeta descubre su rostro y toma conciencia del peso interior y la repentina fusión con lo natural de un alma “muy sola y desnuda/ sin espejismos” (“Peso”, vv. 5-6).
Hoy
como el Isonzo
de asfalto azul
me fijo
en la ceniza del arenal
descubierto por el sol
y me transformo
en vuelo de nubes
(“Aniquilación”, vv. 22-29)
La Alegría es un libro de condensaciones fragmentarias, de murmullos en el fango de la trinchera, de palabras-esquirlas tras la batalla. El libro respira la realidad de la guerra sin discursos morales, acusaciones ni enemigos, entregando un lenguaje concentrado en su esencialidad, una poesía del instante que no por ello reduce la magnitud de la experiencia. Es poética enraizada en una imagen, iluminación entre los silencios, meditación basada las impresiones y los encuentros vividos en el día, con preguntas a dioses que no se ven y hombres y fantasmas del camino.
Como si su tropezada gestación editorial atestiguara las penurias del hombre detrás del libro (edición de 1916 con el título provisional de El puerto sepultado, primera edición completa en 1923 como La Alegría; edición definitiva y revisada por el autor en 1931), el volumen se construye en la soledad individual y el vagabundeo impuesto por el destino bélico, atravesados por la alternancia entre los ruidos del combate y el silencio en los descansos, donde asoman los recuerdos del África natal, la fatiga, el tedio, París, la melancolía, los campos franceses e italianos, la aparición de la hermandad entre los soldados y la noción de las pérdidas sufridas.
¿De qué regimiento sois,
hermanos?
Palabra temblorosa
en la noche
Hoja recién nacida
En el aire doliente
la involuntaria revuelta
del hombre presente ante su
fragilidad
Hermanos
(“Hermanos”)
Pocas experiencias poéticas alcanzan la depurada intensidad del primer libro de Ungaretti. Influido por Mallarmé y el simbolismo francés, pero también por la breve y sentenciosa poesía japonesa, La Alegría se estructura en poemas brevísimos donde un pulido esfuerzo de contención entrega versos mínimos, frases rotas e imágenes poderosas –que sustituyen largos desarrollos narrativos o explicaciones–, siempre acompañados por los amplios blancos y silencios de la página.
Con el mar
me he hecho
un ataúd
de frescura
(“Universo”)
Muchas veces, al leer y releer los versos de Ungaretti, he pensado que se trata de una poesía necesaria. Una poesía desde el filo de la muerte para la vida, a pesar de su indudable perfección en el lenguaje. Una poesía de aparente falta de ornamento, pero cuya hermosura y cuidado radica en la elección de la palabra vital y sin retóricas, una palabra en que asoma una asombrosa capacidad para asir el instante y describir tanto el paisaje anímico interior como la vida natural que no cesa a pesar de la destrucción de los hombres. Es en este contraste donde yace uno de los rasgos más impresionantes del libro: su capacidad de mirar con claridad entre los escombros. Es un lenguaje atravesado por la contingencia y la amenaza de la muerte, pero que no se regodea en la obviedad de lo macabro. Un lenguaje donde se cuestiona la fe frente al temor del desastre, pero que no vive en la desesperanza, sino en la aceptación de la soledad y el vacío, a ratos indescifrables y abrumadores, pero inseparables de la condición humana.
Me atrevo a decir que La Alegría tiene poemas imprescindibles. “Mañana” es uno de los más célebres (“Me ilumino / de inmensidad”), pero abundan tantos más, llenos de una potencia expresiva que conmueve al lector. Entre ellos, pueden destacarse el también brevísimo “Lejos” y los más extensos “Vela”, “Los ríos” y “Vagabundo”. Afortunadamente, el lector en español ya tiene acceso a la poesía de Ungaretti y cuenta, entre otras, con traducciones de Tomás Segovia y Marco Antonio Campos. Sea esta una invitación para acompañar al escritor por los campos de La Alegría, esa poesía donde brilla aquella “nada de inagotable secreto” que busca “un país inocente” entre el sentimiento de la muerte y del tiempo.