Juan Carlos Onetti, 1994
Los libros de Juan Carlos Onetti son tediosos y hasta aburridos. Recurre siempre a narradores que cuentan sin prisa, desganados. En sus novelas no hay nada novelesco, no hay historias y por lo general no pasa nada. Sus personajes no se desarrollan. Muchas veces somos testigos de escenas enigmáticas, en las que no se sabe realmente qué está pasando. Su estilo es muy extraño y hasta resulta artificial: enrarece la sintaxis del español. En pleno siglo XXI, la era de la velocidad y de un sentido existencial que persigue la intensificación de todas las funciones vitales, la obra de Onetti resulta anacrónica. Y, sin embargo, el tedio que provoca la obra de Onetti es precisamente la fórmula de su encantamiento y la razón por la cual lo seguimos leyendo.
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay, en 1909, y murió en Madrid a los 84 años, en 1994. Hoy se cumplen 30 años de su muerte. A pesar de siempre haber sido un escritor relativamente marginal, su aburrida obra sigue más viva que la de otros escritores que se han considerado los imprescindibles y vitales autores “canónicos” latinoamericanos del siglo XX, incluyendo a muchos de los autores del boom. A diferencia de los novelistas latinoamericanos de su generación, se podría decir que Onetti es un antinovelista, porque su estética vacía y ahueca activamente la estructura de la novela, con su insólita manera de dar forma a las ficciones en tanto ambigüedades.
“El aburrimiento, cuanto más profundo se hace, tanto más plenamente esta enraizado en el tiempo, en el tiempo que nosotros mismos somos”,1 dice Martin Heidegger. El tedio es el momento en el que el tiempo se espesa, pesa: los segundos se alargan y nada de lo visible despierta ningún interés. El tedio más insidioso es el que no tiene un objeto, es decir, no el aburrimiento de esto ni de aquello, ni siquiera el aburrimiento de uno mismo, sino el que devora al yo. Ahí precisamente es donde Onetti quiere que nos detengamos: el vacío del tiempo, la ruptura del ensimismamiento.
No es paradójico que mi lectura de Onetti como un escritor del aburrimiento sea también la búsqueda de una estética que vaya en contra de la función de la literatura como entretenimiento. Es decir, el tipo de literatura que se niega a seguir la intensidad pasajera de los temas de la actualidad y a ser solamente una trama que devorar, para luego dormir tranquilos por la noche, porque el mundo sigue siendo lo que ya esperábamos que fuera.
La obra de Onetti forma parte de un tipo de literatura insistente en su tedio e inutilidad, porque quiere despojarse de su pretensión de entretener, de ser un pasatiempo burgués. Y, al hacerlo, como dice Josefina Ludmer, nos da a leer “ficciones destinadas a dar forma a las ficciones que produce el pequeñoburgués ahogado, por lo general en épocas de crisis”.2 Si el aburrimiento está ligado al tiempo, como dice Heidegger, buscamos siempre superar la sensación que nos enfrenta con nuestro vacío. Para evitar al tiempo mismo, nos entretenemos mediante algún pasa-tiempo. Y dedicarnos a un pasatiempo no es una forma de simplemente pasar el tiempo, sino de hacer que el tiempo pase más rápido. El objetivo es escapar definitivamente del aburrimiento. Y esta podría ser una cualidad de cierto tipo de literatura. La literatura de las tramas, la del desarrollo de personajes, la que explica y resuelve misterios, la que nos sumerge en un mundo sin tiempo, o la que nos saca de nuestro tiempo, para llevarnos a un mundo fantástico o un mundo paralelo, futuro o histórico.
La obra literaria de Onetti busca todo lo contrario: contar la nada, escribir a partir de nodos de significación y nombres difusos que no llegan a ser personajes; mantener el misterio y sumergirnos en un mundo lleno de la nada, de aburrimiento y tedio. Nada le pasa a nadie y no hay nada nuevo. Lo que busca es avanzar hacia la esencia misma del tiempo, en donde nos enfrentamos con que somos partículas en un mundo que carece de propósito. De esa forma, la literatura de Onetti no es una reacción ante la nada, sino la pasión que surge cuando la nada toma cuerpo, cuando la nada es sujeto y permea un mundo.
En este ensayo, derivaré tres postulados narrativos a partir de la obra de Onetti. Estas propuestas provienen sobre todo de mi lectura de sus primeras dos novelas, El pozo (1939), y mi novela favorita, Tierra de nadie (1941), y de sus obras tardías, Hablar al viento (1979), Cuando entonces (1987) y Cuando ya no importe (1993). Otra criatura diferente con su propio mundo onírico, en la que no me enfocaré, es su famosa trilogía de Santa María (la geografía compartida de su mundo imaginario), constituida por La vida breve (1950), El astillero (1961), Juntacadáveres (1964), y muchos de sus relatos breves.
Los narradores son impotentes para tramar y, por lo tanto, crean con la materia prima de su ignorancia
La primera razón por la cual la obra de Onetti es tan aburrida y difícil de seguir es porque sus narradores no cuentan historias. Nadie les enseñó cómo hilvanar historias. No son capaces ni de coser un botón. Son narradores impotentes, poco confiables, que no pueden contar historias. Mucho menos historias que sigan las expectativas de los lectores acostumbrados a las historias con una causalidad simple, predecible. Los narradores de Onetti están obsesionados con lo que se podría caracterizar como la “causalidad compleja”: la causalidad de los sueños, de la deriva de imágenes que se condensan y que van desplazando atmósferas y versiones falsas de relatos ficticios. Por eso, no se puede confiar nunca en los narradores. Son adictos a las versiones divergentes y a las conjeturas. Siempre nos llevan al territorio de la incertidumbre.
Los narradores onettianos tampoco realmente saben cómo tramar un complot, planear una conspiración, pese a que siempre se ven envueltos en algún misterio o enigma que los implica. En las novelas hay siempre algunas referencias contextuales, ecos distorsionados de lo que acontece. Pero sobre todo hay personajes que se confunden en noches llenas de humo de cigarro, cartas y apuestas, tristeza y delincuencia, mujeres imaginadas y delirios de persecución, reflexiones filosóficas y suicidios apenas insinuados. Hay episodios inconexos sin un denominador común. Como bien dice Josefina Ludmer, sin duda la mejor lectora de Onetti, él “escribe para crear ignorancia: la verdad aparece como una función semántica vacía o un atributo de la irrealidad del mundo imaginario”.3 La ignorancia y la sospecha son los dos mecanismos que mueven las historias y el itinerario de los personajes de Onetti.
Para leer a Onetti es necesario estar dispuesto a malentender, a dejarse llevar por la ignorancia que va creando, página a página. Entrar al portal de los sueños y de la incoherencia que se pinta de verdad y de ley, en donde el tiempo se detiene y no hay pasatiempo que nos salve de vislumbrar el vacío.
Cuando la ignorancia construye, el deseo (de saber) irrumpe
Asumimos entonces que no importan los personajes, no importan sus motivaciones (¿las tienen?) ni tampoco su trayectoria. Lo único sobre lo que recae la narrativa de Onetti es en la incesante e impredecible curiosidad y el deseo de saber todo acerca de las historias y rumores de los extraños personajes que aparecen y deambulan. Toda la obra de Onetti es un policial codificado, una historia detectivesca: una adivinanza. Los personajes cuentan sus propias historias y las de otros, leen las pistas y claves, escuchan los rumores, coleccionan las piezas del rompecabezas.
Si “la novela policial está gobernada por la búsqueda de saber”, en Onetti “el relato ofrece resistencia al conocimiento y produce ignorancia mediante un sistema narrativo fraccionado e incompleto, como en negativo”.4 Paradójicamente, en un género en el que el código exige saber, hay una narrativa que se resiste, que esgrime su aburrimiento y su nadería para no ofrecer tal saber. Hace que el saber resista y se siga deseando: nos niega la satisfacción.
Por ello, leer a Onetti es también dudar de nuestra capacidad de lectores, de la capacidad de descodificar un texto y entenderlo. Aproximarse por primera vez a la obra de Onetti implica apantallarnos por su incómodo uso de adjetivos, su obsesión retórica. La madeja de imágenes, reflexiones y repeticiones incesantes en las que el narrador se pierde u olvida lo que estaba contando. Pero esto es sumamente importante, porque Onetti no “se limita a contar una historia, sino, a la vez, a contar cómo, de dónde y por qué esta historia nació”.5 La ignorancia que construye los relatos onettianos nos obliga a ser lectores activos, a tener un deseo de saber siempre insatisfecho. Y por eso lo seguimos leyendo.
La nada no se destruye ni se transforma, solo se crea
La narrativa de Onetti no es acerca de nada. Eso no significa que no se cuente nada, sino que se narra la nada. Y a partir de esa nada, cómo surgen las verdades: el relámpago del acontecimiento. El resto, el residuo, el sueño del pequeñoburgués, pone en marcha la operación significante. Lo que las tramas no pueden absorber, lo que el pasatiempo no puede hacer pasar del tiempo, lo que las identificaciones imaginarias o simbólicas no pueden capturar ni absorber. Lo que sigue provocándonos indigestión literaria. Ese es el motor de la obra de Onetti: una nada que crea. Aparece como sustracción y no puede sino ser un impulso creativo.
Esta cita de Tierra de nadie lo dice de forma concluyente, la invención de una lógica (inexistente), que a tal grado nos hace comprender “forzosamente” lo común, eso que hace que sepamos irremediablemente que la nada afirma, crea:
Acaso esto suceda en tres movimientos, pero son rapidísimos y no es nada difícil que yo los esté inventando ahora para tratar de hacer lógico el suceso. El primero consistiría en sentirse despojado de todo lo social, de lo que uno es ante otros; después se logra asirse aún de lo animal, la sangre, el estómago, los músculos. Pero aquí se comprende forzosamente que todo es común a los hombres y se abandona. Queda entonces uno. ¿Qué hay? Sólo se puede decir con una palabra: nada. Pero esta palabra, aquí, no es negativa. Significa y afirma la existencia de miles de cosas. No se puede explicar ni hay para qué.6
Los invito a aburrirse con Onetti para encontrar algunas de las novelas y cuentos más fascinantes que podrán leer. Quizás así puedan encontrar esa nada que, por un instante, los enfrentará cara a cara con la raíz (el aburrimiento) del tiempo.
- Martin Heidegger, Los conceptos fundamentales de la metafísica: Mundo, Finitud y Soledad, trad. Alberto Ciria, Madrid, Alianza Editorial, p. 175.
- Josefina Ludmer, “Figuras del género policial en Onetti”, Revista de la Universidad de México, Vol. XXXVIII, Nueva Época, núm. 16, agosto de 1982, p. 27.
- Josefina Ludmer, op. cit., p. 49.
- Josefina Ludmer, op. cit., p. 48.
- Mario Vargas Llosa, El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, Lima, Alfaguara, 2008, p. 113-114.
- Juan Carlos Onetti, Tierra de nadie, Barcelona, Seix Barral, 1979, p. 196.