Jesús y Mary Chain en Tokio en algún momento del siglo
Vamos caminando. Las banquetas de esta tarde son excesivamente breves. Así que el gesto de compartir el paraguas, esa maniobra de pausar la lluvia para el otro, que se traduce también en una sucinta geografía movible de lo seco, se realiza con visible dificultad.
Pero esto no es causado, debo aclarar, por un sesgo en la destreza de quien es el abanderado oficial de esta marcha contra la lluvia. Ni mucho menos una falta de compromiso con el signo de interrogación impermeable, sino más bien, cada vez que pasa un transeúnte, a nuestra geografía se le demanda dividirse, obligando al que no porta el paraguas, dilatar su paso hacia el oleaje de la calle. Y luego, reincorporarse al mínimo país, hasta que otro personaje agrietado por el agua decida separarnos. Una vez más.
Aquí podría ensayarse una idea sobre el amor, pero lo importante de esto es más bien el preguntarse por qué no venden paraguas colectivos, multitudinarios, masivos, mundiales. Paraguas universales para la lluvia también universal.
En el ir y venir de la lluvia, de nosotros y de ellos, escuchamos a un hombre, sin paraguas, decirle a su acompañante Ya está lloviendo, ¿veá? Lo que impresiona de lo dicho, no es su necedad emanada en pleonasmo. Y más bien, lo remarcable de la pregunta/aseveración, es que termina de completar el mismo fenómeno de la lluvia, no solo por haberla nombrado, sino porque alguien, que es visiblemente víctima del mismo, tiene la osadía de cuestionar la veracidad del acontecimiento.
Este reafirmar lo obvio, puede ocurrir con cualquier otro fenómeno climatológico, social, o hasta religioso (Hace mucho calor. Todo está más caro. Estamos vivos. O el clásico, Solo Dios sabe.), y más allá de pobremente agotarlo, conceptualizándolo apenas como un mecanismo del habla cotidiana, nos permite observar algo todavía más atractivo: que las experiencias no se vuelven redundantes, sino, al contrario de lo que podría intuirse, la ratificación ayuda a potenciar el acontecimiento gracias a ese pequeño pretexto ruso llamado la desautomatización.
La redundancia de la frase se sobrepone a su peyorativa condición de pleonasmo, para evidenciarse como una herramienta casi emparamentada con el propósito que tienen los subtítulos descriptivos en las películas (puerta abriéndose, suena música fúnebre, ruidos de lluvia, disparos a lo lejos): reafirmarnos lo que está pasando, para reanimar la atención en un fenómeno, que de tan común, ya pasaba inadvertido.
Es ahí, en la delimitación del fenómeno a partir de tal acompañamiento por una frase nauseabundamente redundante, lo que nos revela su lugar en el presente. Y no es que no lo supiéramos antes, pero tal reafirmación permite habitarlo en una temporalidad fija y con fronteras definidas, es decir, absueltos momentáneamente de la enajenación, nuestra sensibilidad se muestra contundente. Así decimos, es esta lluvia y no otra. La única lluvia, quizá. Entonces, claro que sí, señor de la playera por completo empapada, sí está lloviendo. Nos está lloviendo a todos.
Y el hallazgo definitivo de escuchar tal frase, es que nuestra caracterización se emancipa de su límite de personaje en la trama de la tarde, para traducir nuestra sensibilidad a la amplitud de espectador. Y esto sucede porque la redundancia inauguró dos planos del acontecimiento: el presente y sus fronteras precisas obsequiadas por un otro. O, mejor dicho, padecer el aquí del acontecimiento y a la vez, tener la suficiente distancia con el evento para mirarlo, fugaz, si se quiere, pero contundente en todo su propósito.
Después del diluvio, nos comenzamos a reír mientras atrapábamos con los dientes y la lengua la lluvia que volvimos a conocer. (Música del 85 de fondo). I’ll be your plastic toy. I’ll be your plastic toy. For you, sonaba desde un auto color guinda, o azul, o quién sabe. Y luego, para rematar, cerramos el paraguas como una inquisitiva afrenta contra la lluvia. Y me preguntaste, ¿en verdad está lloviendo?, ¿en verdad lo está?
Nos tomamos de las manos y seguimos oyendo la canción reproduciéndose cada vez más tenue desde el carro detenido en el tráfico de agosto.
Just like honey
Just like honey
Just like honey
Just like honey
Y nos miramos, porque no había otra cosa más que hacer en medio del fin o el principio del siglo, y dijiste, ¿por qué siempre parece que estamos en una película? Y yo no supe qué contestar, pero asentí con la cabeza como si mi cuello supiera con total exactitud, la movilidad de cada uno de sus músculos. Y así, un camión de pasajeros, enorme, inadecuado para la avenida donde ya no cabía ni un alma, comenzó a pitar. Obviamente, con muy modestos resultados.
(camión de pasajeros continúa usando el claxon insistente a la nada).
Cuando llegamos a nuestra habitación, colgamos la ropa mojada en el cortinero del baño. Pusimos música en la bocinita portátil que decidimos empacar para el viaje y mirando al techo, como buscándole ojos a la luz amarilla emanada de la lamparita de buró, oímos varia canción.
-Ay wey, es que esa pregunta es muy difícil, tengo momentos, pero diría que ahorita, ahorita en este lugar, bajo este techo, en está hora y sobre todo, después de la lluvia, mi película favorita es…
Yo nunca había escuchado el nombre Wong Kar Wai.
– Aunque si se pone uno de ñoño, de clavado, de claveles, pues, una traducción más apegada a lo que significa el título en chino, la película en realidad se llamaría en español El tiempo pasa como las flores y no Deseando amar.
–Ese si es un titulazo, un versote. Pero tremendo Versace.
Seguimos hablando de traducciones horribles o excesivamente imprecisas en los títulos, pero también alabamos otras y propusimos algunas arriesgadas acotaciones. Pollitos en fuga, por ejemplo, acabó por llamarse, Pollos pelados. Nos reímos bastante de Perdidos en Tokyo.
-Ahí está la verdadera pérdida en la traducción, ¿no?
-Y qué piensas tú de qué al final de la película de Sofía Coppola, también suene la canción de hace rato.
-Sí, la del Jesús y María Chain.
-Y qué piensas tú de que no se escuche qué le dice Bill Murray a Scarlett Johansson en esa última escena donde se despiden para siempre.
(murmuraciones indistintas)
-¿Cómo sabes qué es para siempre?
-Porque se acaba la peli.
-Sí, pero es un para siempre en nosotros, no en ellos.
-O más bien qué crees que le dijo Bill, o, bueno Bob Harris a Charlotte antes de irse de Tokyo.
Just like honey
Just like honey
Just like honey
Just like honey
Días más tarde de ese viaje, volví a Lost in translation. No lo decidí en realidad para escribir estas páginas, pero pasó y fue importante. O tal vez, recordé esa leyenda iniciada en el 2009 que narraba apariciones inesperadas de Bill Murray a la menor provocación, en medio de alguna boda o restaurante. A todo esto, qué estará haciendo Bill Murray ahorita. Espero se encuentre bien. Te mando un saludo, Bill, gracias por tanto.
La película la descargué de una comunidad de Torrents (que el dios del compumundohipermegared siga protegiendo las descargas ilegales) y la miré en el confiabilisimo reproductor multimedia VLC. Y tuve la ligera esperanza (ingenuidad, más bien) de que los subtítulos esta vez sí me relevaran qué le dice Bob a Scarlett. No tuve suerte.
Ese día, por la tarde, después ya de haber mirado Perdidos en Tokyo, hice algunas cosas, sin relevancia, pero importantes para el curso de la Historia de las cosas irrelevantes. Primero traté de ensayar mi propia versión de For relaxing times, make it Suntory Time en el espejo de un baño del Sanborns. En segundo lugar, pensé de manera religiosa en More than this you know there’s nothing y en Bob, el mismísimo Bob, cantando ese verso, mientras mira a Scarlett como si ese momento fuera la acumulación de toda su vida, de forma tan consciente de su azar, que Roxy Music fue más que necesario. En tercer lugar, pero como dicen en las presentaciones, no por último, menos importante, regresé al shoegaze, y a pensar que lo importante de que los músicos de esas bandas no vean al suelo, es porque ellos tienen muy claro que el éxtasis quema, así que mejor, aprendérselo de reojo.
Y claro que sus noventa pedales para sus noventa distorsiones. Empalmadas una sobre otra hasta que el ruido se convierte en himno. Hasta que cantamos la distorsión de memoria. Hasta que no tenemos de otra más que mirar al suelo.
-¿Qué piensas del primer plano de Lost in Translation?
-¿Te refieres al culo de Scarlett enmarcado por la glide guitar de Kevin Shields?
-Mira, esto escribió Coppola: Melodramatic music swells over the Girl´s butt in pink sheer underwear as she lies on the bed.
Titles cards over image.
–¿Crees que el shoegaze es melodramático?
-Yo creo que la música que parece siempre estar creciendo como si en cualquier momento estuviera a punto de llegar a su clímax o a su fin, es evidentemente melodramática.
(suena música melodramática que empieza diciendo Close my eyes, feel me now I don’t know how you could not love me now)
-Yo creo que se siente cómo si estuviéramos en una película porque parece que siempre estamos a punto de llegar a nuestro final o al punto máximo de algo.
-¿Pero eso cómo es?
-Sí, las cosas que dices o digo, o que decimos, no sé, pues, porque están llenas de una gravedad que solo tienen las cosas que están a punto de ser algo más de lo que son. O algo así, ¿no?
(suena música melodramática que termina diciendo Close my eyes, feel me now. I don’t know how you could not love me now)
-¿Y si revisamos el guion y leemos qué le dijo Bob a Scarlett, mientras él sostiene su nuca con la mano izquierda, domesticada por un Rolex plateado?
-Prefiero no saberlo.
-¿Pooor?
-Porque es hermoso no saber algunas cosas. No es necesario entenderlo todo. Es más importante sentir.
-Justo, así con la pura emoción que dejan los dos al verse despidiéndose. Es suficiente para que Jesús y María Chain comiencen con la percusión.
-Entonces, ¿por qué siempre parece que estamos en una película?
-Quizá porque siempre tienes la música prendida y hace que todo adquiera una temporalidad distinta a la del mundo cronometrado por los relojes.
-¿Qué tiempo es ese que no usa reloj?
-El tiempo de las cosas que no mueren.
-¿Ves?, una película.
(suena música que parece un pequeño susurro en medio de una tarde donde ya mero llueve, y que dice Moving up and so alive, in her honey dripping beehive. Beehive)
El inicio de Just like honey de The Jesus and Mary Chain me remite, muy en el principio, a la canción Be my baby de las Ronettes de 1960 lideradas por Ronnie Spector. Y acepto que se podría sospechar que mi tramposo ánimo de relacionarlas, tiene que ver solo con la apuesta de las canciones por pulsar sus propósitos desde el principio, marcando con una batería la certeza de toda la canción, porque, aunque la percusión no es protagonista, resuelve las canciones.
Pero en realidad lo digo, porque creo que ambas canciones apuntan hacia la misma búsqueda del deseo, rodeados por una tristeza pequeña que demanda algo, que no sabremos nunca si fue satisfecho o no, y que por lo mismo, no nos suelta las orejas hasta que finalizan.
Y ya apostándole más a la genealogía de la canción, Atmospheare de Joy Division en 1980, deja más nítido un antecedente, porque es a partir de esa canción, muy segura de sus sintetizadores llenos de estrellas y fuegos pequeños liderados por unos toms de aire proponiendo una emoción muy cercana al sueño, donde se inventa la bisagra del post punk al dream pop. Sin este pie, el disco Psychocandy de los Jesuses y Marías en el 85, no tiene sentido.
(suena música que dice Don’t walk away in silence. Don’t walk away y que parece estar dirigiéndose a un lugar más lejano, donde ya no cabe ni la noche ni el día.)
-A ver, ¿entonces dices que parecemos una película de bajo presupuesto que solo proyectan en festivales universitarios canadienses porque siempre hay música sonando?
-No solo por eso, pero bueno, sí.
-La música combinada con las imágenes tiene su propia forma de habitarnos. Lo que habitamos y vemos, con la música se revela aún más a su sino breve, porque las canciones, a pesar de lo fugaz, ejecutan sus pasiones en un tiempo distinto al tiempo de los relojes.
-Como si todo fuera más presente de lo que es.
-Como si duráramos más de lo que podemos.
-O no te ha pasado que repites una y otra vez una canción.
-No es que el mundo se acabe después. Más bien nosotros.
(sonido de lluvia golpeando el cristal)
-Qué canción debería sonar ahorita que es domingo a las seis de la tarde, a mitad de agosto, a mitad o al principio de nuestras vidas, mientras pensamos en qué le dijo Bob a Scarlett.
(suena música de 1990 mientras es la mitad o el principio de la vida de alguien)
–Cherry-Coloured Funk, nadie sabe qué significa.
-Pero eso no importa, acuérdate. Importa más lo que diga de nosotros. Ni siquiera a los Cocteau Twins les interesaba saberlo.
-A mí sí. ¿Qué es lo que dice?
-Lo mismo que le dice Bill a Scarlett.
-¿Y qué es?
-Mira, ves esto que tengo aquí guardado en mis manos. Es tuyo.
(un sonido de lluvia aún más grave golpea el cristal)
-Bueno, si esto es una película, ¿cómo debería acabar?
-Así: La lluvia seguirá tocando los cristales una y otra vez, durante toda la tarde, con sus dedos de cirujano pianista. Lluvia necia pero inmadura. Nos diremos algunas cosas, como que no nos importa morir, pero sí saber que hemos querido lo suficiente. Reiremos. Y en algún momento la puerta se abrirá sola. No sentiremos que es algo paranormal, fantasmagórico. Solo miraremos la puerta en plenitud exponiendo el pasillo. Ningún vecino pausará nuestra vista de los mosaicos de la entrada. Y nos miraremos. No habrá diálogo. Le jugaremos a eso del silencio, y comenzará a sonar una canción.
-¿Cuál?
(suena música de 1994 que dice As the sun hits, she’ll be waiting
With her cool things and her heaven. Afuera pasa algo. Nosotros quizá. Pero yo qué voy a saber de estas cosas.)
Un agradecimiento especial a Keanu Reeves.
Por supuesto que uno para el mismísimo señor que pregunta por la lluvia.
Otro para las nutrias.
Uno más a Sofía Coppola.
Otro para la lluvia.
Otro para las Mamitas, que me enseñaron bastante cosa del llorar.
Otro para mi Jefa.
Otro pa mis carnales, el Champs y el Jamie.
Otro pa mi compa Will.
Una dedicatoria especial para nuestros colegas Chow y Su, de In the mood for love, por enseñarme la importancia de tocar una puerta.
Obvio que un saludo para el Bob, mi Bob,
Otro saludo para mi abuela, donde quiera que ande.
Otro para Cheems, donde quiera que ande también.
Y un último a Michel Chion por explicarme, semióticamente, las influencias mutuas entre el sonido y la imagen.
Aquí el link del playlist de este texto, llamado Un paraguas para la lluvia universal: