Tierra Adentro
"Cantares de Dzitbalché", Instituto Nacional de Antropología e Historia, México. (CC BY-NC-ND 4.0)
“Cantares de Dzitbalché”, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México. (CC BY-NC-ND 4.0)

Ts’aaléalo, está más rico -dice mi abuela desde la cocina al poco rato en que nos sentamos a comer. En su lógica culinaria, todo sabe mejor con un tantito de picante, además del que ya lleva la comida. Particularmente, si es un caldo.

¿Qué es ts’aalear? Pronuncio torpemente con media tortilla en la boca. Los adultos se ríen un poco y comienzan a conversar en una lengua que no entiendo. Como si mi mala pronunciación hubiese activado algo dormido dentro de ellos. Intercambian palabras, frases, hablan de forma fluida, se ríen y usan el cuerpo para completar lo que dicen. Es como un baile alrededor de la mesa. Yo no entiendo bien qué pasa. Solo quería almorzar después de hacer un viaje de 3 horas para atravesar la mitad del Estado. El nuevo siglo había cumplido los 10 años, y me acababa de enterar de que eso que hablaban era el maayat’aan.

Ese fue uno de mis primeros acercamientos a esa lengua que, años después, aprendería a acomodar en la boca para articular alguna que otra frase. Sin embargo, en ese entonces no entendía ni un carajo:

—Que lo untes en el chile.

—¿Qué cosa?

—Lo que estás comiendo.

—¿Qué cosa?

—Tu tortilla, niño, tu tortilla.

—¿Eso significa?

—¿Qué cosa?

—¿Ts’aalear?

Todos se rieron, que porque no entiendo. Me levanté de la mesa y fui a buscar un diccionario. No sabía si era con “t” o con “d”. Nada. No hay rastros de esa palabra en el diccionario. Aparentemente todos saben qué significa, la usan indistintamente y de forma cotidiana y no está en el pinche diccionario. Recuerdo la escuela: “si termina en ar, er, ir, entonces es un verbo en infinitivo”.

Tiempo después entendí que hay palabras que no voy a encontrar en el diccionario, aunque sean de uso cotidiano. Al menos no en el Diccionario de la Real Academia Española, ni en el Diccionario Panhispánico de Dudas.

En la península de Yucatán hay, innegablemente, una forma particular de hablar. Esto se deriva de un largo y violento proceso de colonización e intercambio cultural. El caso de Yucatán no es único en el mundo. La historia nos ha demostrado en multiplicidad de regiones que la combinación y recreación de las lenguas son el resultado del contacto de diferentes grupos humanos.

Para los mayas, aprender el español se convirtió en una necesidad de supervivencia, aunque en un principio, fueron los evangelizadores los que se dieron a la tarea de aprender el maayat’aan para sus propósitos religiosos. En esta dinámica lingüística se adaptó la sintaxis de ciertas expresiones mayas para uso coloquial en el contexto de la conquista. Podemos referir la palabra ts’aalear; que viene de ts’aal y significa untar; o wixar, que se origina del vocablo wiix que significa orinar.

Esta forma de hablar es el hilo que dejaron los ancestros que se opusieron a la dominación política y cultural a lo largo de siglos y que, por supuesto, estalló en el levantamiento armado de 1847, al que llaman Guerra de castas. Esta resistencia no solo fue en la oralidad, o en la guerra, también se dio en la escritura.

Casi 100 años después, en 1942, se cuenta que Alfredo Barrera Vásquez se encontró con un vendedor de papeles viejos en Jo’ (Mérida) a quien le compró un manuscrito muy curioso que tenía apenas 9 hojas cosidas con hilo de henequén. Estaba escrito en maya con caracteres latinos y declaraba en la portada “El libro de las danzas de los hombres antiguos, que era costumbre hacer acá en los pueblos cuando aún no llegaban los blancos”. Contiene 15 cantares, aunque probablemente el original debió ser más amplio.

Los temas de los que habla son variados, pero incluyen narraciones y rituales que pudieran haber acompañado danzas previas a la época colonial. Quien fungió como escriba se preocupó por fechar este documento en 1440, en un esfuerzo por dejar asentada en la historia esas prácticas se realizaban desde antes de la llegada de Europa a las tierras mayas. Sin embargo, resulta imposible que los textos hayan sido escritos en ese entonces. Eso no quiere decir que el manuscrito no pueda ser la copia de uno anterior, destruido en los autos de fe efectuados por los frailes en Yucatán. Como fuere, la palabra escrita sobrevive hasta nuestros días y al haber sido plasmada en papel español configura una metáfora sobre cómo hemos escrito nuestra historia: sobre los papeles de los blancos que pretendieron borrarnos, en un intento de palimpsesto que se resiste a quedar en el olvido.

A menudo pienso en el vendedor. ¿de dónde habrá obtenido los textos?, ¿cuánto tiempo los tuvo bajo su resguardo?, ¿hablaba maya?, ¿los había leído antes de venderlos?, ¿sabía que los textos provenían de Dzitbalché, Campeche?, ¿cómo llegó a Yucatán? ¿Alfredo Barrera Vásquez le dijo al vendedor lo que valía para el mundo esas 9 hojas que compró por 8 pesos en 1942?, ¿se imaginaba que su nombre, pero no la anécdota ni el nombre del comprador, iba a ser olvidado en los anales de la historia?, ¿le había pasado algo similar antes?, de no haberlo vendido, ¿qué habría hecho con esos papeles viejos? También pienso en el/la escriba, ¿o quizá los/las escribas? Porque puede ser también, que haya habido más de un autor o autora, como en el caso de El memorial de Sololá, encontrado en Guatemala, el cual fue escrito por al menos dos personas. El anonimato parece haber sido un requisito histórico para salvaguardar nuestra memoria de quienes pretendían destruirla. Lamentablemente no hay muchos registros de esta persona, ni mucho menos de quienes lo escribieron y nomás nos queda imaginar el pasado de este manuscrito y su trayecto hasta el día de hoy.

Lo que se sabe es que Alfredo Barrera Vásquez fue su primer traductor y lo publicó junto con un estudio exhaustivo en 1965. Además, le puso el nombre que ahora lleva: “Cantares de Dzitbalché”, en atención al lugar de procedencia de los textos para posteriormente donarlo al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

He estado en Dztibalché, Campeche. Ahí hay un museo dedicado a estas 9 hojas, donde todas y todos los pobladores pueden acceder a los documentos facsimilares con traducciones al español acompañados de ilustraciones. Uno se puede pasar horas ahí dentro. Junto al museo, una iglesia. Como otro palimpsesto que no logra ensombrecernos del todo. Alrededor, niñas y niños jugando, señoras y señores tomando el fresco, hablando maya. De pronto me dan ganas de pronunciar las palabras que conozco: ¿bix u k’aaba? ¿bix a beel?, ¿tu’ux a taal?, ¿tu’ux ka bin? ¿bix u ya’alal ich maayat’aan? Entonces alguien me contesta e intercambiamos algunas palabras, hasta que mi dominio de la lengua me obliga a cambiar al español. Y yo pienso “ts’aaléalo”, y eso hago: Ts’aaleo la lengua como me decía mi abuela.

No solo fue el cero. Existen muchas muestras de resistencia cultural entre los mayas hablantes o no hablantes de la lengua, aunque en ocasiones la historia reduzca nuestra aportación al mundo al número cero, si acaso. El proceso de intercambio cultural, violento o no, se da a lo largo y ancho del mundo con lenguas con más o menos hablantes. Y cada acto, por más pequeño que sea, desde usar estos préstamos lingüísticos hasta encontrar y traducir un documento antiguo, nos hacen enunciar, con acento o no: way yano’one; o lo que significa en maayat’aan: estamos aquí.


Autores
Janil Uc Tun (1994, Ticul, Yucatán) es Licenciado en Literatura Latinoamericana y Técnico en Educación Artística con Especialidad en Creación Literaria. En 2022 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia Joven “Gerardo Mancebo del Castillo Trejo”, ganador de los “LXIII Juegos Florales Nacionales de Ciudad del Carmen” y seleccionado en la 3ra convocatoria “Alas de Lagartija”. En 2020 ganó el Premio Estatal de Cuento Corto “Tiempos de Escritura”. Actualmente imparte clases a nivel superior en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y en la Universidad de las Artes de Yucatán (UNAY). Es productor ejecutivo del colectivo U Yotoch Yúuyum.