Tierra Adentro

Apenas se da a conocer el elenco oficial del Festival Coachella y no se hacen esperar las intensas discusiones entre los que consideran que este año el line up no es tan rutilante como otros y aquellos seguidores de quienes encabezan el cartel. No serán pocos los que obtén por ver a Arcade Fire en la fiesta californiana y así evitar el Vive Latino. Se logra también percibir que Outkast no despierta un gran fervor entre la comunidad hip-hopera o será que las nuevas generaciones no los hicieron suyos. En fin, que Muse son un producto muy comercial del rock de estadio, mientras que Queens of the Stone Age jamás decepcionan y nunca está de más escucharlos en un concierto de primera categoría.

Pero el verdadero fondo del asunto pasa por aclarar que las bandas de la parte alta del cartel no son lo verdaderamente importante en Coachella y muchos otros festivales de su talla. Todos aquellos que son auténticos amantes de la música concentran su atención en las letras pequeñas del programa. Año con año, allí se encuentran los descubrimientos emergentes y los grupos a seguir durante el resto del año y mucho tiempo después. Incluso Arcade Fire fue una de las sorpresas en su primera participación y luego escaló el edificio del rock hasta instalarse en su penthouse.

Quedarse en la polémica acerca de los consagrados no es muy útil, cuando lo que puede hacerse es mirar con atención en la parte baja y tratar de identificar lo que puede convertirse en un grato hallazgo. Y precisamente en esa parte del elenco se encuentra un irlandés que con su segundo disco está ofreciendo uno de los más exquisitos manjares sonoros al comienzo del 2014.

Post-tropical (Believe Recordings) es el sucesor de su debut Early In The Morning, que lo llevó a convertirse en un suceso de su tierra natal para luego bajar a la capital del Reino Unido y conseguir espacios tan destacados, como en el programa de televisión Later… with Jools Holland —donde impresionó— y en el Royal Festival Hall. Pero lo que de verdad le relacionó con los ingleses fue una versión que hizo con fines de sumarse a un proyecto de beneficencia: “Higher Love” de Steve Winwood. En ella lucía como puede estallar en un momento o contenerse con sobria elegancia.

Un estilo que sigue perfeccionando a través de una muy destilada versión del folk que ahora conoce también de pespuntes electrónicos. En Post-tropical nos enseña que al cantar puede evocar a la suavidad aterciopela de Justin Vernon en Bon Iver en alternancia con ese soul digital tan refinado como emocional que hace James Blake, con quien ha compartido algún proyecto.

El álbum parece de entrada plantear un acertijo, pues su belleza es sobria y hasta algo gélida; escuchemos “Cavalier”. ¿Dónde está pues esa sensación de algo más allá del trópico? Resulta que produjo y grabó todo el álbum trabajando solo en un estudio portátil que montó en una granja a muy poca distancia de la frontera entre Estados Unidos y México. Para alguien que procede de las tierras altas de Bretaña ese nuevo ambiente –muchos más cálido- le debió parecer como estar en un paraje tropical.

Y es que James buscó renovar su propuesta, por lo que se rodeó de cajas de ritmo y teclados. Intentó homenajear a su manera a los grandes discos de rhythym and blues. En ningún momento le tenía temor a un cambio radical: “nunca ansiaba ser un hombre con una guitarra. Tocas esas canciones en vivo lo mejor que puedes y de repente eres un músico folk. Pero la textura de este disco es completamente diferente. Este es el tipo de cosa que tiene sentido para mí”.

Post-tropical es un tremendo trabajo de estudio. Por supuesto, destaca el espléndido registro vocal pero en la decena de temas que lo conforman hay subgraves penetrantes y loops de piano, aunque la gran sorpresa venga en “The lakes”, en la que el músico confiesa haber incluido hasta cincuenta mandolinas (para crear una capa sonora).

Y las joyitas siguen en cascada; en “Red Dust” parece que estamos ante una experiencia coral, pero resulta que es únicamente el cantante jugueteando con sus recursos de estudio; mientras que en el tema titular se acerca muy seriamente a la parte más experimental del hip hop, muy al estilo de los de Filadelfia, The roots.

James Vincent McMorrow da lustre a la tradición musical de su país al tiempo que se inserta en los terrenos de la electrónica sin dejar de tener momentos muy orgánicos. A fin de cuentas manda la voz pero allí también hay percusiones varias y algunos otros instrumentos (algo hay que nos hace acordar también de Anthony and the Johnsons).

Una vez más esa forma de cantar en falsete nos conduce a momentos de sensibilidad extrema, y eso ya es mucho que agradecer. La calidad es superlativa, por ahora podrá vérsele temprano en Coachella. En poco tiempo escalará lugares en las principales citas concertiles más relevantes del planeta; tan sólo acuérdense que aquí se los recomendamos primero.


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.