Tierra Adentro

Historias de cronopios y de famas es un libro tetrágono o tetrápodo y sus cuato caras o pies son “Manual de instrucciones”, “Ocupaciones raras”, “Material plástico” y la homónima “Historias de cronopios y de famas”. Aunque es la última parte la que da nombre al volumen, y es ahí donde tienen su residencia esos personajes que son como el buque insignia del bestiario de Cortázar, los textos mejor recordados se encuentran en la primera. Desde el hallazgo inicial con sus lectores, “Instrucciones” para llorar, para subir una escalera y para dar cuerda al reloj, se develaron como lo que realmente son: instrucciones para ver el mundo de otra forma; para vivir de otra forma. Cincuenta años después, quisimos repetir la experiencia de juego y reconfiguración donde siete jóvenes escritores y cuatro brillantes ilustradores —Juanjo Güitrón, Alejandro Magallanes, Nuria Meléndez y Yair Orozco— nos entregaran un texto-instrucción.

 

INSTRUCCIONES PARA BLANQUEARSE LOS DIENTES

Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Queme una tortilla. Tire la tele desde la azotea, quiebre las sillas, embroque el refrigerador. Contra el portón. Nadie entra, nadie sale. Recolecte sus objetos favoritos, los distinguirá por ser esos que esconde en una caja o en el bolsillo de su memoria a corto plazo: un pasador sin cabezas de goma con un pajarito de hielo seco, un soldado de plástico (mordido) o una envoltura de chicle doblada ocho veces. Envuélvalos en un periódico y préndales fuego bajo la cama. Llore tanto y tan lastimeramente como le sea posible (lea “Instrucciones para llorar” de Julio Cortázar) y preste mayor atención a la hora de pensar en cosas tristísimas como en un crudo con tres pies o en la tumba de Tristan Tzara. Diríjase al cuarto de baño. Tome la tortilla carbonizada y métasela a la boca. Con un cepillo de dientes cuyo uso es restringido para limpiar zapatos, talle sus encías. Ahora los molares, los caninos y la lengua. Mire su boca frente al espejo. Ahogue la primera arcada. Talle de nuevo y diga AAAAHHHHHH. Piense en su madre muerta. Tírese al suelo y escupa. Enjuague si le es posible. Sonría para comprobar cuán blanca es su dentadura ahora.

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INSTRUCCIONES PARA CALCINAR EL UNIVERSO

Rafael Toriz 

Lo primero que debe desterrarse es la esperanza; suele ser reacia y perentoria, es cierto, pero para cortarla de tajo basta inspirarse en la variopinta gama de hijos de puta que señorean el mundo: insidiosos, asesinos, perdularios. Con un machetazo seco sobre la nuca será más que suficiente.

Acto seguido se recomienda lustrar las palabras de los amantes con betún para calzado, gasolina blanca o alcohol de curación. Es necesario tallarlas a conciencia y dejarlas brillantísimas, casi hasta la transparencia. El fuego arde mejor cuando deja pasar el aire.

Es importante ahogar la memoria en un pozo de rencores y luego rociarlo con chapopote, para que diluya la espesura de las alegrías verdaderas y ese vaho nostálgico tan característico del paso del tiempo, narcótico como el opio. No se ande con timideces y utilice el cucharón.

Escarche sobre el deseo, a la manera del orégano sobre el pozole, los dolores de parto, la banalidad de la traición y la sutileza del desprecio. Piense en la soledad de los cronopios y los niños tuertos.

Por último esculpa una guirnalda de fuego, de la forma de poema y no se lamente en absoluto: desde hace varios años nadie mira las estrellas.

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INSTRUCCIONES PARA SOSTENER A UN GATO

Marina Azahua

Para sostener a un gato uno debe primero temerle y después atraparlo. No se recomienda aproximarse al gato de frente durante estos procedimientos. El gesto de captura debe trazar una trayectoria curva en el espacio. Desde el punto de vista del felino, la mano ceñidora deberá sorprender a la manera de un trascabo dirigido desde el cielo. Sostener a un gato tiene todo que ver con la parte delantera del gato, y nada que ver con la trasera, por lo que se recomienda desprender la parte posterior del gato una vez que se le haya atrapado.

Si se elige cargar al gato bajo el brazo se deberá aplicar la misma presión que se daría a una bolsa de papel de estraza llena de huevos, transportada de esta forma, mientras se viaja en motocicleta. Si se sostiene sobre las piernas, se le deberá asir como a un jarrón delicado, arropando su orilla más táctil con la curva oculta de los dedos. El gato debe ser una elongación del brazo que lo sostiene: sus bigotes moviéndose con el ritmo de nuestros dedos, sus orejas emulando el puente de la mano. Acariciando su barbilla se podrá descubrir la fijación particular del gato en cuestión, del mismo modo en que se descubre una moneda en el fondo de un sillón, al sumir la mano en el acojinado por accidente, mientras uno se masturba.

Ante todo, se deberá tratar al gato como a un igual. Es apropiado dirigirse a éste por su nombre y apellido, tanto mejor si comparte alias con algún filósofo perseguido. Mire al gato a los ojos y a la altura de los bigotes. Si se desea, se puede realizar este juego de miradas con una ventana de por medio. El gato así se sentirá superior, la más cómoda de sus posiciones, y nos podrá observar como a un pez en un globo de vidrio, conmiserándonos. Dado el instinto inquebrantable de los gatos por identificar a los imbéciles, se advierte que el encuentro puede resultar perjudicial para la autoestima.

 

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INSTRUCCIONES PARA REVOLVER

Gabriela Jáuregui

Vuélvete baile. Baila hasta alterar el buen orden y la disposición de las cosas. Vuélvete baile puro. Sé un ventarrón que aviente las cenizas del cigarro desde el cenicero hasta el vaso de agua. Causa disturbios —en el orden establecido, en una relación, en la cocina, en la clase, en la leche condensada al fondo del vaso de tu café vietnamita bien cargado. Enreda los hilos, las agujetas de los zapatos del amigo que se quedó dormido, las palabras que salen de tu boca. Que se te revuelva el estómago hasta volver. Como la canción que pusisteen el estéreo para empezar este revoltijo, esa que se repite, mariachi mareador, con sus versos de volver, volver, volver. O sea: revolver, ¿no? O como aquella otra que revuelve todo, la disposición de los cuerpos en el espacio, y sobre todo la de los culos en relación a los cuerpos, que menea, y menea, pues: la batidora. A batirla, entonces. Regarla. Con ganas. O la otra, mucho más vieja y más argentina que da vuelta y vuelta (re vuelta, ché) en el tocadiscos, y cantando que “veinte años no es nada”: la de Gardel, quien vuelve una y otra vez con la frente marchita. Sigue: los pasos tangueros y los sentimientos enmarañados en un ocho o elipsis que parece imitar el recorrido de los astros. Esos astros que cuando logran su trascurso por el espacio revuelven a su lugar de origen que, sin embargo, no es el caos primigenio. Mezcla colores, para crear otros (una tinta indeleble no es insoluble, ¿o sí?); mezcla razas, para crear mestizos (matiza y mestiza). Mezclar música o tragos en una fiesta no es lo mismo que revolver. Eso nunca. Confunde. Regresa al enredo. Reanuda los hilos de la trama: espesa, que no es lo mismo que espera. A veces la espera inquieta, preocupa, mueve, angustia, obsesiona, intranquiliza, desvela y revela. Inquieta, entonces: si un astro revuelve pero por algo se sale micromilimétricamente de su eje, todo se inquieta. En la ciudad todos los animales están inquietos. Revolución: revuelto hasta el asco el estómago ante la situación. Levántate en armas (¿revólver?), que es lo opuesto a estarte quieto: movimiento, ruido, despierta. Pero las sábanas están revueltas. Nos envuelven.Como la ciudad. Disturba. Sé como las cenizas de todos nuestros muertos que revientan con revuelo contra la cara del orden público. Borrasca de basura y huesos, el tiempo está revuelto. Y, dale con que veinte años no es nada… Haz música contra las paredes de un vaso de vidrio. Despierta. Llama la atención. Interpela. Sacude. Agita. Para revolver, primero vuélvete cuchara.

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INSTRUCCIONES PARA DESPERTAR

Fabián Gutiérrez 

Para despertar no es necesario estar dormido, pues diversos eruditos han comprobado que todo ser vivo yace debajo, por lo menos, de diecisiete capas de sueño.

El primer paso consiste en ponerse lo más serio posible. Ya sea que uno esté en una pesadilla o que la esté pasando de maravilla, dejar la mirada fija en algún objeto decorativo y entrecerrar los ojos suele ayudar a este respecto. Ahora piense en algo terrible: el timbre del teléfono del trabajo, los pagos que no ha realizado, la revolución que alguien necesita comenzar, el monótono acto del diario, tan fingido como necesario. Estos pensamientos serán su compás, el hilo de su laberinto onírico, pues seguro alguno de ellos es la razón por la que debe despertar. Ahora, sacúdase mientras grita algo dramático: “¡jamás aceptaré tu imposición, canalla!”, funciona a la perfección. Inmediatamente haga un movimiento circular con brazos y piernas, como si pedaleara una bicicleta. Esto es de vital importancia, pues asustará a las palomillas de Santa Lázara, las responsables de introducir objetos azules a nuestros sueños. Alejadas éstas, se llevarán consigo su tela de sombras. Poco a poco verá cómo la luz quema su retina, su piel, y listo, usted ha despertado.

Limpie el sudor de su frente e incorpórese lo más rápido posible. El dolor corporal es normal y las náuseas suelen ser ocasionadas por aquello que desde un principio provocó el sueño.

Nota: Quedan bajo la responsabilidad del usuario las consecuencias que el hecho de despertar conlleve. Recuerde que el estado natural del ser humano es el sueño y cualquier desviación de este propósito primigenio es tan peligrosa como aberrante. Uno se despierta siempre con hambre, ganas de orinar, entumecimiento, resequedad. En esta etapa, lo mejor es tratar de no regresar más a dormir, sería ridículo siquiera intentarlo —como un bebé tratando de tocar el harpa o un gato mojado—. Lo recomendable para lidiar con este trauma es despertar soltando golpes y patadas a diestra y siniestra. Piense: si se vio obligado a despertar, muy probablemente se deba a que usted está en peligro, pues ¿qué otra razón podría ser válida para alejarnos del sueño? Si, por suerte, usted posee un cónyuge, es lícito pensar que sea ésta la razón de su desvelo. Discúlpese por los golpes, y saboréelos en silencio, mientras se dirige al baño a orinar los huevecillos de palomilla de Santa Lázara que tragó durante el sueño.

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INSTRUCCIONES PARA SALUDAR A LA MUERTE

Brenda Lozano 

Un coro de científicos dice que vivir en México ayuda. Un trío de palabras diario le canta al pie de su periódico: violencia, migrantes, feminicidios. Sesenta mil muertos en seis años. La regla de tres es inclusiva en México. Niños, jóvenes y adultos. Aquí siempre es temporada de papel picado. Un, dos, tres por mí. No tan rápido, no hay escapatoria. Hay poesía. Muerte-sinfin- la-historia-sin-fin. Y hay prosa muerta. Es uno de los géneros que fundó mi madre. Le regalé Pedro Páramo de cumpleaños. Mamá me llamó por teléfono y me dijo: “ay, mi amor, otra novela en la que hablan los muertos”. Los muertos no se callan, dicen los murmullos. Es por eso que abro las líneas. ¿Me oyes bien? Soy tu abuelo. No te conté esto. Cuando nació tu hermano, le dije a tus jóvenes padres ese niño está tan feo que sólo lo van a poder sacar de noche. “¿Te acuerdas lo que te dije en el velorio de tu abuela?” Yo no me voy a morir si una de mis nietas se presenta así de despeinada en Gayosso. Y fueron, tan bien peinaditos los dos, esa noche.

Las palabras nos recuerdan a dónde vamos.

Ensaye. Tírese de espaldas en la cama como en el pasto. Escuche con atención el zumbidodel refrigerador, dedíquele el mismo tiempo que a una noche estrellada. No se quede con ganas de hacer una maqueta del mar. No olvide nada en el vaso. No le tema jamás a una tormenta. Diga tres veces no hay nada como el paraguas. Que lo despierte la lluvia al menos treinta noches. Haga un pronóstico del tiempo de su departamento. Recuerde el árbol, al fondo del jardín, ese sonido que lo arrullaba cuando niño. La copa del árbol agitándose, el mismo ir y venir de las olas rompiendo. Cante la canción que cantaba, a los siete años, bajo el agua.

Ensaye.

Busque algo que represente a la muerte. Un hombre en una plaza es ideal. Un hombre disfrazado de la muerte es mejor. La muerte, más parecida a un travesti del 33 que a la muerte de Bergman. Vestida de negro. Envuelta en una capa negra de lentejuelas. Brillante. En zancos. Altísima. Recargada sobre un faro en el centro de la plaza. Un frasco a sus pies para las monedas. Ahora se ven de frente. Un esqueleto, la máscara de hule, los huesos blancos. En la mano tiene una copa llena de papelitos. Una copa chocomilkera. Tome unas monedas, diez pesos, échelos al frasco. La muerte ondea tres veces su capa de lentejuelas, le ofrece, la copa: un papelito. Tómelo. Le intriga la frase que, pacientemente, le ha esperado todo este tiempo. Agite la mano, los huesos de hule. Despídase como si saludara. Ensaye. ¿Qué le dice la muerte en este instante? Desdoble el papel ahora.

 

INSTRUCCIONES PARA ACERCARSE A LOS FANTASMAS

Majo Ramírez

Debes entender que a los aparecidos no se les habla, se les escucha. Ignora el consejo que recomienda pedirle amablemente a los fantasmas que se vayan, que no hay nada que tú puedas darles. Tienes todo lo que ellos quieren: el furor, la sed, las punzadas que durante la madrugada te hacen temer a la muerte, los labios de ella, esa mirada descuidada que te hace querer lamer la orilla de su cuerpo, la rabia, el hambre, la fatiga, la posible satisfacción de la venganza.

Dirígete a una construcción vieja, una hacienda, un edificio de gobierno, un museo, la casa de tus ancestros o a las cercanías de alguna plaza pública que en su historial cuente con derramamiento de sangre (todas sirven). En algunos casos, la casa en la que uno creció es suficiente. Es importante que lo hagas pasadas las seis de la tarde. Es fundamental la lluvia. Los fantasmas sienten fascinación por los relámpagos, consideran que su espontaneidad les devuelve un poco de todo aquello que han perdido, por eso cuando los rayos caen se les ve entre los muebles, cerca de columnas o ventanas. Después, cuando se escuchan los chasquidos y los truenos, prefieren esconderse, pues detestan el ruido. Los fantasmas son siempre sigilosos, la muerte les ha provocado una intensa devoción por el silencio. Por eso, cuando vienen, se escuchan leves estertores, crujidos de muebles, apenas algunas pisadas que se aproximan. Quieren acercarse sin hacer ruido, sin molestar, pero la invisibilidad constante de sus cuerpos los ha hecho torpes y vendrán tropezando con todo.

Como a los gatos, a los fantasmas les gusta ver llover. Cada gota, cada acumulación de agua que se escurre, atrapa su atención. La lluvia hace que los fantasmas tengan la intuición de que hay algo que han olvidado, no saben qué, por eso pueden pasarse horas bajo la tormenta tratando de recordar. Si eres paciente, sabrás esperar a que amaine el agua. Te irás a acostar con la luz apagada y fingirás un sueño profundo. También puedes hacerlo con los ojos abiertos, pero es necesario que permanezcas quieto y que el ritmo de tu respiración sea regular. Uno de ellos vendrá, se sentará cerca de ti e intentará contarte algo; te hablará en voz muy baja acerca de eso que parece un recuerdo desdibujado, una sensación para la que no existen adjetivos. Alguno que otro lo entenderá brevemente. Por un instante vendrán otra vez a él el temblor y la rabia, a algunos los invadirá de nuevo la locura que los devoró en vida. Será entonces que volverán sobre sus pasos en la oscuridad, con calma.

Así regresan los fantasmas al lugar donde el olvido es blanco. Tal vez alguno se detenga a mirarte un momento, con infinita compasión.