Insterstellar vs. el silencio
Hubo muchas cosas que no entendí de Interstellar (Nolan, 2014), pero la que más me molestó fue cuando Cooper, en la escena del teserac, habla todo el tiempo. ¿Por qué se grita a sí mismo que se quede?, ¿por qué le habla a su hija para que lo convenza de que no se vaya? ¿Por qué los «Come on, girl», «You can do it, girl»?
¿Por qué el personaje de Matthew McConaughey no puede quedarse callado?
Esto hace la diferencia enorme, entre Space Odyssey (Kubrick, 1968) e Interstellar. La primera prefiere callarse; la segunda, al no comprender, habla de más.
Se puede aducir que Cooper parlotea en esa escena por una necesidad de efecto, como si el cine de la industria hollywoodense (aunque Space Odyssey también lo es) considerara todo silencio incómodo.
Cuando Bowman, en Space Odyssey, se acerca al monolito y empieza su alucinante viaje, hay una intención de entender, pero Bowman, junto con el espectador, Kubrick y Clarke (escritor de la historia original y del guión de la película) prefieren quedarse callados y, si no van a poder comprender, al menos sí disfrutarán del paisaje.
Cuando Cooper entra al teserac (lo que sería un cubo en la cuarta dimensión), empieza un discurso cansino. Hubiera sido posible comprender de qué va ese espacio extraño a través de la cámara: un lugar en donde el tiempo no existe de manera secuencial sino simultánea, por lo tanto, se desdobla sin límites: un momento se puede dividir en dos momentos, y esos dos en otros cuatro y esos cuatro pueden empalmarse en otros ocho, etcétera.
El guión de Nolan prefiere hablar en vez de mostrar porque hay una aversión a lo contemplativo dentro de cierta corriente cinematográfica, sobre todo la que se produce desde las grandes industrias de Hollywood.
La contemplación cinematográfica exige mucho, tanto del espectador como del creador. El primero tiene que tener paciencia y situar los puntos de interés en atmósferas más que en los personajes o la trama; el segundo tiene que tener una gran habilidad para que estos puntos de interés sean evidentes, controlados y, sobre todo, entretenidos.
En la escena del teserac, hay otro personaje que, durante toda la película, tuvo poca incidencia en el desenvolvimiento de la acción: el robot TARS. Y con él, todo se va al caño.
TARS le informa a Cooper (con quien misteriosamente todavía tiene comunicación por radio) que el teserac fue creado por la humanidad del futuro, la cual evolucionó a una forma cuatridimensional de existencia en la que el tiempo es otra dimensión “espacial” y, por lo tanto, se puede viajar en ambos sentidos en él de la misma forma que se puede caminar hacia atrás o hacia adelante. Ergo, la humanidad es la que puso el hoyo de gusano junto a Saturno y fueron los que eligieron a la hija de Cooper, Murphy, como salvadora de la especie y, así (supongo), esos futuros seres pudieran existir.
TARS tiene los datos necesarios para que Murphy resuelva la ecuación que nos librará del apocalipsis polvoso y, además, traduce estos datos a clave morse y, entonces, Cooper los «funde» con el segundero del reloj que el regaló a su hija antes de partir.
Dejo de lado, uno, la cursi tesis del amor como brújula física y, dos, la hipercomplejidad que sería traducir a morse datos de una singularidad como un hoyo negro.
Lo que no pude dejar pasar es cómo, a través de la habladuría de Cooper, la película crea una tensión que no existe.
Durante la escena, me puse ciertamente nervioso al creer que Cooper no podría lograr comunicarle a Murphy la información necesaria, que ella podría llevarse el reloj antes de que pudiera «implantarle» los datos, que se le acabara el oxígeno o que los humanos del futuro cerraran el teserac.
A la mitad, cuando Cooper habla todavía más, me di cuenta de que los diálogos de McConaughey (intencionalmente o no) están para que uno se olvide de que no hay tensión en esa escena: si los seres humanos del futuro construyeron el teserac es porque existen, y existen porque Cooper sí logró comunicarse y porque Murphy sí resolvió la ecuación.
Nolan, en vez de dejar que el espectador se dé cuenta de esto y ya, que la película culmine con una revelación al estilo Terminator de que el tiempo es una moira griega y que todo lo que sucede ya ha sucedido y seguirá haciéndolo (aunque no se pueda explicar científicamente de qué va esto), alarga la película y quiere cerrar con el reencuentro padre e hija y la consiguiente cuota de historia romántica.
Imagino que Interstellar acaba con Cooper al entrar en el teserac: por medio de la cámara, uno se da cuenta (junto con el personaje) que está en un lugar donde el tiempo es espacio y Cooper mira el cuarto de su hija y tira los libros. El «fantasma» del principio de la película se «resuelve», Cooper vuelve a ver a su hija (pero en tono de tragedia), el tiempo es circular y se evita tanta habladuría.
Sí, queda la cuestión de cómo es que aparece un agujero de gusano a lado de Saturno, cómo es que dentro de un hoyo negro hay un teserac que se enfoca en el cuarto de Murphy y cómo es que Cooper le transmite al información, qué pasó con la humanidad, con Brand.
Sí, quedan todas esas cuestiones pero la película se convertiría en otra cosa, en una más interesante y menos condescendiente. Aceptaría el misterio y, como Wittgenstein, sabe que, de lo que no se puede hablar, es mejor callarse.