Inscripción
Para celebrar al Premio Nacional de Poesía Elías Nandino 2016, convocado por Tierra Adentro, hemos hecho una selección del libro ganador e invitado a su autor a que nos compartiera la génesis detrás de un backgammon, de próxima aparición en el FETA.
En ese gran estudio sobre la enumeración caótica —La cifra—, donde Borges se escribe desde la sospecha, la enunciación y el artificio de totalidad, el autor llama a la acción de nombrar un acto del universo, por lo tanto, uno más de los hechos inexplicables que nos rodean. Dicho trabajo, estructurado mediante una serie de imposibles, esconde tras mecanismos textuales que investigan la configuración del tiempo, las relaciones entre el yo y lo mismo (verbigracia, haikús, tratados pitagóricos, etc.). Lo que plantea esa unión es la investidura de cierto tipo de matiz respecto a la percepción del infinito. Lo que se nombra en este libro, con precisión, no es el mundo o el universo, sino el mundo y el universo que se ven ciegamente desde María Kodama: una suerte de Aleph. Nuestra voluntad, entonces, nada significa ante los procesos inasibles que nos envuelven en un río de eventos. Los hechos sociales nos permiten corroborarlo. Qué si no, una especie de puesta en abismo. ¿Cuál es ese vértice despositario del todo y del imposible? ¿Dónde aquella AlephKodama, emisaria de nuestra destrucción, de nuestro desdecir?
El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo. Dentro de las misteriosas coyunturas que ligan a todos los hombres, la lectura convoca la prueba ulterior, porque ninguno de los que cohabitan están: ya virtualidad ya carne, y aun así existen.
Prólogo
Para tender un puente entre el todo y María Kodama, Borges hace uso de un oxímoron: la “poesía intelectual”. Esa forma de establecer una vía media entre las imágenes y el desequilibrio de las abstracciones. Por aquellos años ya había alcanzado un máster en la construcción de prólogos. Algunos tan elementales para quien se acerca a su mundo; para no perdernos en el término obra. El gran error de Borges, se sabe, es la coherencia.
Esto es un mero ejercicio de reconocimiento: convendría recodar el tremendo apuro en el que se halla aquel que quiere escribir el todo y lo imposible. No encuentra, a mi gusto, más que la repercusión de un reflejo: hacer malabares sin los dedos. El cuaderno de la claridad se ha escrito con la explícita certidumbre de los necios. Tal vez, ambos coincidamos en varios puntos. Sobre todo en la concepción del análisis como un acto violento.
Me gustaría decir que un backgammon es una compilación, pero no lo es. Su disparidad se acerca a las lindes acartonadas de los manuales, en donde la suma de las partes se considera una unidad de entendimiento. Peor aún, su mediana certeza descansa en los cocientes de algunas ideas (las mismas, las por todos conocidas). Por ello el balbuceo, que nunca es del lector o del texto, como es evidente. Muchos nombres se han obviado, no tanto por un afán de encubrimiento como de secrecía. Obligación por demás valiosa a la hora de perfilar la identidad. No obstante, debo aclarar que quienes se nombran aquí usualmente pertenecen al orden de la alegoría. Es sencillo: quien sabe que está, está; quién no está, lo ignora. Le resta importancia. Lo pasa de largo. Como acaba, recién, de suceder.
Hay, también, ciertas palabras que cargan una imagen: el salón de Geoestadística, por ejemplo, la reducción al absurdo de Die Klage der Kaiserin o una calle sonora en la colonia Del Valle. Sin embargo, ese tipo de trascendencia es lo que menos le debe importar al lector.
Las sugerencias del instante son apenas remedos de excentricidad, pero dejo constancia del intento por hacer partícipe al sentido. Aunque su asomo es producto del ímpetu de otras lecturas: más concretas, con fines más reales y realizadas mediante acuerdos más verdaderos. Quizás negar este minuto es lo que nos vuelve quien somos.
Las alusiones en general llevan implícitamente una suerte de disculpa. Se debe tomar en cuenta el ordenamiento de las palabras y recodar que son palabras. Nadie ha sufrido aquí, acaso el texto. No ya este prólogo. Escribir lo que se siente siempre es excederse.
Profesar una estética implica la aceptación de la escritura como proceso dirigido, advertir su sometimiento. La convicción de algo, por más pequeño que sea, suele asolar consigo la prudencia. Me inclino a la noción de precariedad, ahí donde las poéticas son resquebrajaduras y la escritura sólo puede darse en la heterotopía, mediante espacios compensatorios: entrar y, por el hecho de entrar, estar excluido. Pero este no es el lugar para dichos asuntos. Lo que intento decir es que he restringido mis búsquedas formales a los caminos que he supuesto adecuados. Cada uno es distinto, como el rostro de aquello que intentan contener. Teniendo eso en cuenta, es cierto, las analogías en torno a los juegos de mesa carecen de novedad alguna.
Ezra Pound escribió —parafraseo— que a algunas palabras les basta ser leídas por no más de cuatro personas.
No sé si la literatura sea una de las formas de la felicidad. De lo que estoy seguro es que te permite tocar al otro, a pesar de la lejanía, del odio y de la muerte.
Descansamos en el otro, ese otro que tiende a no ser cualquiera. En esa relación, en ese nexo, también es donde nos desvanecemos y atestiguamos la pérdida de nosotros mismos. Por esto me orillo a creer que la mayoría de las veces, en la interacción literaria, los lectores somos los más inteligentes.
Descarté, en la edición final de un backgammon, el poema “El «go»”, que funcionaba como epígrafe de todo el volumen. Me aterré convenientemente de ciertas dicotomías, de la idea que enuncio: numen. Aunque se mantienen huellas de él, que impregnan todo el libro. Del mismo modo prescindí de un texto que cerraba los “Anexos”. En él se pronunciaban algunas fragilidades: Mallarmé, la explicación, el azar, entre otras, hasta llegar a una especie de alusión al whimper eliotiano. Suprimí, asimismo, las mayúsculas del título, debido al ánimo de resaltar sus cualidades genéricas. La máscara de la sencillez le acomoda a quien sea, sólo que no siempre cubre lo que debe de cubrir. Quedar es lo que resta.