Tierra Adentro
Fotografía de Igor Stravinsky, por Arnold Newman (New York City, 1946).

Tal vez lo único más difícil después de pedirle a un artista que en cada obra acometa una nueva búsqueda sea encontrar al artista que lo hace motu proprio. La obra de Igor Stravinsky es comparable a la de cualquier artista cuya influencia pueda seguir viva por varios siglos. No sólo fue un compositor prolífico que dominó prácticamente cualquier género musical, sino compuso cada obra como si fuera la última; cada una constituye un nuevo riesgo. Parecería que apenas se agrupaba a su alrededor un círculo de admiradores, Stravinsky los ahuyentaba para explorar nuevas formas de expresión musicales.

En la década de 1950, cuando el panorama ofrecido por su música y la de Schoenberg parecía dejar muy claro el derrotero de este compositor ruso, Stravinsky decidió componer música serial, probablemente el género menos popular que haya existido en la historia de la música. Desde joven, este compositor se hizo notar por su particular manera de sacar al público de su zona de confort. Desde Pulcinella hasta El progreso del libertino, a Stravinsky se le acusó de haber despreciado la tradición de la música rusa y de abordar cualquier género musical como prueba de carecer de una perspectiva artística y moral clara (fue duramente acusado por no hacer propaganda comunista). En realidad, él no despreció la tradición musical de su país; por el contrario, lo que hizo fue extender los límites de esa tradición como lo han hecho otros grandes compositores.

En 1907, Stravinsky aún estudiaba con Rimsky-Korsakov y compuso la que en rigor fue su primera sinfonía, pero sólo como un ejercicio. Pasarían varios años antes de que compusiera otra sinfonía, ya que su Sinfonías para instrumentos de viento (1920) no es una obra sinfónica en estricto sentido; el plural de sinfonías significa aquí, literalmente, que se trata de varios sonidos al mismo tiempo, pero no alcanza ni en forma ni en espacio el carácter de una sinfonía. Algo similar ocurre con la Sinfonía de los salmos, una obra coral en la que el compositor afirma haber convertido los salmos en una sinfonía y que resulta en una obra sui generis, difícil de abordar desde la perspectiva de una sinfonía. Por ello, las sinfonías de Stravinsky, en un sentido estricto, son la Sinfonía en do y la Sinfonía en tres movimientos; obras que se complementan de una manera intrigante.

La Sinfonía en do es melódica, formal, con reminiscencias de Haydn (uno de los pilares de la sinfonía clásica). La Sinfonía en tres movimientos es una obra con gran arrojo, de gran fuerza y energía delirante. Aunque son muy distintas, no hay nada como escuchar ambas como partes complementarias de una misma expresión. Algunos críticos (Michael Steinberg y Arthur Berger, entre ellos) han calificado estas sinfonías como una visión apolínea (Sinfonía en do) y otra dionisíaca (Sinfonía en tres movimientos) de la música sinfónica del siglo veinte.

Stravisnky inició la composición de la Sinfonía en do en París, en 1938 y la terminó en Sancellemoz, Suiza, en 1939. Inició el segundo movimiento en Suiza y terminó la obra en Estados Unidos; específicamente en California, un 17 de agosto de 1940. La obra fue comisionada por Robert Woods Bliss, quien pagó $1 500 dólares al compositor. Poco después, el compositor obsequió esta sinfonía como un regalo a la Orquesta Sinfónica de Chicago con motivo de su quincuagésimo aniversario. El propio Stravinsky dirigió dicha orquesta para el estreno mundial el 7 de noviembre de 1940. En el manuscrito la obra está dedicada “À la gloire de Dieu”.

Desde el título, esta sinfonía se presenta como una obra anti-modernista; prácticamente es una suerte de retroceso de varias décadas por parte de uno de los mayores exponentes de la música moderna. A tal grado que durante varios años ningún director de orquesta se avino a incluirla en sus programas (con la excepción de Lepold Stokowski, quien la dirigió con la Orquesta Sinfónica de la National Broadcasting Company en una transmisión en vivo en 1943). El director Robert Craft la presentó en abril de 1948 en Nueva York, algo que resultó inesperado, pero que a la larga contribuiría a la amistad entre Stravinsky y Craft. Virgil Thomson escribió sobre esta obra que

es un compuesto de gracia y brusquedad completamente rusa por el encanto y rudeza que tiene; es intelectualmente tan sofisticada que muy pocos músicos inclinados al goce del intelecto pueden resistírsele. Al público en general nunca le ha interesado mucho el neo-clasicismo moderno, pero lo escucha con mayor facilidad que antes. No creo que la gente, al pagar su boleto de entrada en las taquillas, piense en lo mucho que le gusta el lenguaje indirecto y, sin duda, casi todas las obras neo-clásicas manejan un lenguaje indirecto. Con todo, de vez en cuando, algunas de estas obras dejan de recordarte la historia de la música y comienzan a hablarte de algo propio. En mi opinión, la Sinfonía en do es una de ellas.[1]

Años después, Edward T. Cone escribiría un ensayo titulado “Los usos de la convención: Stravinsky y sus modelos” en el cual compara la Sinfonía en do con el Cuarteto para cuerdas, Opus 54, no. 2, de Haydn. Cone concluye que ambos compositores tienen en común (como lo evidencian estas obras) la manera en que juegan con las expectativas de su público.

Al final de este cuarteto, Haydn estaba atacando algunas ideas convencionales del estilo clásico desde dentro, ya que él había crecido con ese estilo o, mejor dicho, ese estilo se desarrolló alrededor de Haydn. Casi cada parte del último movimiento de este cuarteto representa una manera de cuestionar, de reexaminar los estándares del clasicismo y en cada caso, la solución evade lo obvio por un lado; y lo arbitrario, por otro. Es un camino estrecho, pero Haydn mantiene su objetivo con éxito: una redefinición más amplia de su nuevo estilo.

Stravisnky, acercándose a lo clásico desde fuera, como una forma histórica definida, sigue superficialmente sus convenciones con mayor rigor que Haydn. Sin embargo, la influencia de su lenguaje personal es tan fuerte que la reinterpetación que hace va más allá de la de Haydn. El resultado no es una extensión sino una transformación del modelo clásico.[2]

Stravinsky había comenzado a componer esta sinfonía sin encargo alguno y en una de las épocas más difíciles de su vida; en Nueva York, un médico le había encontrado una lesión en el pulmón izquierdo y una infección importante en las vías respiratorias, por lo que fue enviado de regreso a Sancellemoz, un sanatorio suizo en donde su esposa y sus dos hijas estaban muy enfermas. Una de ellas, Liudmilla, de treinta años de edad, murió el 30 de noviembre de 1938 y después su esposa, Catherine, el 2 de marzo de 1939. Tres meses después, el 7 de junio, murió la madre del compositor. En 1963, al recordar esos meses, Stravinsky declaró:

No es una exageración si digo que las semanas siguientes a la muerte de Mika [como le llamaba a su hija Liudmilla de cariño] sólo pude continuar viviendo gracias a que estaba trabajando en mi Sinfonía en do. Pero no intenté sobreponerme a mi tristeza reflejándola o dándole expresión en la música. Si alguien busca rastros de estas emociones personales en esta obra, lo hará en vano.[3]

En el texto redactado para la edición de la grabación de 1962 con la Orquesta Sinfónica de la Canadian Broadcasting Corporation, Stravisnky dice que la Sinfonía en do está dividida por la mitad en una parte europea y otra estadounidense. Afirma que hay partes que no habría podido escribir en Europa o no se le habrían ocurrido antes de mirar los anuncios de luces de neón del bulevar de California desde un automóvil a toda velocidad.

Pero, ¿qué se puede decir de una partitura que no tiene nada de misterio y que es tan fácil de escuchar en varios niveles? ¿Y no son igualmente obvios sus rasgos estilísticos, el diatonismo tan restringido (probablemente es mi partitura más extrema en este sentido); el desarrollo más concentrado del motivo en el primer movimiento (comparado con otras partituras); el uso de la canción-con-acompañamiento a la italiana del segundo movimiento y de una suite de bailes en el tercer movimiento (aunque a ratos la sinfonía le hace más de un guiño al ballet); y del fugato en los dos últimos movimientos? Para responder a una cuestión común, les diré que el fugato del cuarto movimiento, abandonado ahí como una papa caliente, bien podría o no haber estado en mi mente cuando comencé a componer mi Sinfonía en tres movimientos. No lo sé.

¿Y cómo veo esta sinfonía después de veinticinco años? Está tan lejos de lo que compongo ahora [entonces Stravinsky trabajaba en sus Variaciones in Memoriam Aldous Huxley] que me siento incapaz de juzgar la obra. Tampoco voy a aventurar, desde mi situación actual, lo que son sus debilidades desde otros puntos de vista.[4]

Más adelante, Stravinsky nos dice que tenía partituras de Haydn y Beethoven sobre su escritorio mientras comenzaba a componer la Sinfonía en do y dice recordar a “estos poderes celestiales detrás de mí, al menos en el primero y segundo movimientos”. El musicólogo Michael Steinberg apunta que el primer movimiento de esta sinfonía es el único en todas las obras de Stravisnky en el que no hay cambios de compás, lo que en el caso de este compositor se vuelve una extravagancia. Otros aspectos notables de esta sinfonía son la doble melodía (más de un contrapunto de dos melodías) del oboe y los violines al inicio del segundo movimiento, la variedad de los acompañamientos para grupos de violas y después grupos de chelos, la transición a un tempo más lento al aproximarse al final, muy al estilo de las sinfonías decimonónicas, la transformación coral del motivo del inicio, y el final sorprendente, con reminiscencias del Haydn de sus últimas obras.

Es difícil encontrar otra obra sinfónica con tantos niveles de lectura y que además se dé el lujo de ser concisa; algo que si bien no es un aspecto positivo en sí mismo, no viene nada mal cuando uno se da a la tarea de escuchar atentamente y varias veces una misma obra. Sobre todo, una obra con tanta riqueza expresiva.

 

Versiones recomendadas:

  • L’Orchestre de la Suisse Romande, dirigida por Charles Dutoit, mantiene un sentido de la pulcritud rayano en la frialdad. Hay precisión y una recurrencia a subrayar la repetición de temas, motivos o sus recapitulaciones. Pareciera que Dutoit apuesta a enfatizar el carácter clásico de la obra:

 

  • El propio Stravinsky dirige a la Orquesta Sinfónica de la Canadian Broadcasting Corporation y nos ofrece una ejecución emotiva y luminosa; es curioso que ataca la obra con más velocidad a la que sugiere su propia partitura y el resultado es una de las versiones más cálidas y equilibradas:

 

  • Georg Solti, dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Chicago, sostiene durante toda la sinfonía, la tensión establecida por el propio Stravinsky. Es decir, asume junto con el compositor el reto de tentar al escucha con ciertas promesas para después dar una cierta vuelta de tuerca. Solti adopta un carácter lúdico, algo a lo que la música de Stravinsky se presta muy bien, pero que pocas veces sucede.

 

 


[1] New York Herald Tribune, 12 de abril de 1948.

[2] Henry Long (ed.), Stravinsky, A New Appraisal of His Work, Norton, Nueva York, 1963.

[3] Igor Stravinsky y Robert Craft, Themes and Episodes, Knopf, Nueva York, 1966.

[4] Texto tomado de las notas que acompañan la grabación de 1963 por Columbia (MS6548).


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
escribe narrativa, poesía y teatro. Su publicación más reciente es Estación Faulkner (AUIEO/CONACULTA: 2013). Actualmente imparte talleres de escritura creativa y es profesor de asignatura del ITESM Campus ciudad de México.