Hong Kong: la lucha por el futuro
Las razones históricas de las protestas masivas en Hong Kong
Lasers que apuntan a las cámaras de reconocimiento facial, paraguas que rebotan disparos de gas lacrimógeno, cascos que resisten las balas de gomas, protestas organizadas entre vallas, sistemas de colores en la vestimenta y sombrillas… ¿Qué está pasando en Hong Kong? ¿Cuáles son las raíces de las multitudinarias manifestaciones que han puesto en jaque al gobierno de esta región administrativa especial?
Las protestas empezaron con un asesinato… En febrero del 2018, Poon Hiu-wing presumió, en Facebook, el compromiso de su novio: “Dice que soy su primera y última novia”. Después, partió con Chan Tong-kai a Taiwán para disfrutar del día de San Valentín. Todo parecía perfecto… excepto que Chang Tonk-kai regresó solo a Hong Kong. La familia de Hiu-wing, preocupada, contactó a la policía. Algunos días después, encontraron su cadáver escondido entre unos matorrales al norte de Taipei. Tras una disputa acalorada, Chan Tong-kai la había estrangulado. Tenía cinco semanas de embarazo.
Este evento trágico que incendió los tabloides de Hong Kong y Taiwán, fue una alarma política para los hongkoneses. Para juzgar a Tong-kai por un delito cometido en Taiwán, la jefa del ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam, propuso una ley de extradición. El problema aquí es que si Hong Kong aprueba una ley de extradición con Taiwán, automáticamente aprueba una ley de extradición con China continental. Y eso aterroriza a los habitantes de Hong Kong. China tiene un brazo político muy fuerte dentro de su estado y, al permitir las extradiciones, los disidentes del gobierno continental podrían ser enviados a juicio en China, bajo el yugo único del partido central.
Las presiones políticas de China para pasar esta ley muestran bien que Hong Kong tiene una fecha de expiración: en 2047, pasará a ser parte de China y perderá toda autonomía. La libertad de asociación, libre tránsito, expresión, investigación académica o prensa se acabarán, las garantías democráticas se desvanecerán y un modo de vida heredado tras un siglo de colonialismo inglés y 5 décadas de independencia se esfumará. Una generación entera de hongkoneses vivirá este cambio drástico y, si este asesinato les recordó la fragilidad de su modo de vida, ninguno de ellos va a permitir que se acorte el poco tiempo de libertad que les queda. Así las manifestaciones de Hong Kong son una lucha por el futuro… una lucha anclada en la convulsa y compleja historia de unas pequeñas islas desgarradas entre imperios.
Las guerras del opio
A finales del siglo XVIII, la potencia colonial inglesa controlaba una buena parte del mercado marítimo. Sin embargo, la economía más fuerte era, sin duda, la economía China. Se estima que, en 1820, China tenía un Producto Interno Bruto (PIB) de 228 mil 660 millones de dólares internacionales. En comparación, ese mismo año, toda Europa Occidental (con una suma de 30 países) tenía un PIB conjunto de apenas 158 mil 860 millones de dólares internacionales y Estados Unidos de 12 mil 548 millones de dólares internacionales.
Para ese momento, en Europa había aumentado considerablemente la demanda de productos chinos como el té, la porcelana y la seda. Eran bienes que se compraban a altísimos precios y que se consumían con singular rapidez. El problema era que China no compraba productos europeos y no existía un verdadero balance comercial. China era un país absolutamente autosuficiente y la dinastía Qing en el poder prohibía el comercio de muchos bienes occidentales. Por eso, todo lo que los ingleses compraban en China, en particular a través de la infame East India Company, tenía que ser pagado inmediatamente.
El único puerto por el que los británicos podían hacer sus negocios era Cantón, en el sur de China, y los pagos debían hacerse, exclusivamente, en plata. En pocos años, las reservas de plata del Reino Unido se agotaron y los británicos tuvieron que recurrir a otros medios para continuar las provechosas y complejas relaciones comerciales con China. Pronto, se dieron cuenta que el opio podía ser un excelente producto para vender en el país asiático: no nada más podían plantar amapola de forma masiva y barata en Bengal, India, para producciones inmensas de opio, sino que la adicción a esta sustancia crecía día a día en el China continental.
El opio, sin embargo, era ilegal y su comercio estaba prohibido por la dinastía Qing. Es por eso, claro, que su precio era tan elevado y que los mercaderes ingleses podían exigir el pago en plata a cambio del preciado estupefaciente. Pronto, los mercaderes chinos empezaron a exportar plata para pagar los cofres de opio que llegaban diariamente a Cantón. Y los ingleses, finalmente, revirtieron el déficit comercial con China ganando la primacía del mercado.
El comercio de opio pasó de 63.5 toneladas promedio al año en 1767 a 3810 toneladas al año en 1860. Es decir, en un siglo, el comercio de opio aumentó en 6000%. La ventaja de los ingleses en este desbalance ilegal del comercio era evidente y la adicción al opio estaba afectado a la élite y a las tropas de la dinastía Qing. Finalmente, el emperador Daoguang, un hombre descrito como bien intencionado, pero incompetente, decidió atacar el comercio de opio y confiscar 20 mil cofres equivalentes a 1270 toneladas de opio. Como retaliación por este acto, el Reino Unido mandó su poderosa armada a China empezando, en 1839, la primera guerra del opio.
China perdió la primera guerra del opio por su mal estado de finanzas y las rebeliones internas que aquejaban al imperio. Además, sus tropas agotadas por la guerra Sino-Sikh no fueron un verdadero rival para la poderosa armada imperialista inglesa. En ese momento, China tuvo que firmar un tratado desigual con Gran Bretaña: el tratado de Nanking. En este tratado, China se vio obligada a abrir más puertos para el comercio internacional (aparte de Cantón, ahora se abriría Shanghai, Fuzhou, Ningbo y Xiamen); tuvo que pagar 21 millones en dólares de plata en un periodo de tres años; y ceder las islas de Hong Kong para convertirlas en una colonia británica.
El tratado fue firmado por China administrando un duro golpe a la potencia de la dinastía Qing y asegurando la primacía europea en el comercio de la región. Pero los británicos no pararon sus ansias de expansión mercantil ahí y, después de una segunda guerra del opio, lograron imponer el tratado de Tientsin. Ahora, China se comprometía a pagar nuevas retribuciones por la segunda guerra del opio, abrir una decena más de puertos al comercio extranjero y permitir el libre tránsito de mercantes extranjeros y misioneros en China.
Con este nuevo tratado desigual, además de la isla de Hong Kong cedida en 1842, se anexó a la colonia británica la penínsulo de Kowloon en 1860 y, finalmente, los Nuevos Territorios en 1898. En la convención de Pekín, se ratificaron los acuerdos de Tientsin y se acordó que la colonia británica en Hong Kong duraría 99 años. El tratado se cumplió con exactitud y, en los años ochenta, los alto mandos de la República Popular de China y del Reino Unidos tuvieron que sentarse para negociar el fin de la ocupación colonial británica en Hong Kong que llegaría, inevitablemente, el 1 de julio de 1997. Estas discusiones dieron vida al peculiar estado político actual de Hong Kong y, por supuesto, están detrás de las violentas protestas en contra de la intervención china.
Un país, dos sistemas
El 19 de diciembre de 1984, Margaret Thatcher, la primera ministra de Reino Unido y Zhao Ziyang, primer ministro Chino, firmaron la “Declaración Conjunta del Gobierno del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y el Gobierno de la República Popular de China sobre la Cuestión de Hong Kong”. Tras una serie de arduas negociaciones, el tratado bilateral propuso las condiciones en las que, el primero de julio de 1997, Hong Kong regresaría a formar parte de China tras 99 años de colonialismo inglés.
El tratado implicaba considerables problemas para ambos gobiernos. Por una parte, el gobierno conservador de Margaret Thatcher tenía que resolver cómo el Reino Unido iba a ceder una colonia a una enorme potencia comunista; por la otra, el gobierno chino buscaba una anexión pacífica y próspera que no perturbara su dominio económico en la región y que permitiera avanzar su política internacional hacia la conformación de un estado chino unificado. En ambos casos, el tratado resultó ser un completo éxito.
Reino Unido logró que China aceptara un periodo de transición de 50 años en el que Hong Kong permanecería bajo un sistema capitalista con todas las libertades fundamentales que tenía bajo el yugo colonial. Eso quería decir que, a pesar de pasar a ser parte de China, Hong Kong tendría una rama ejecutiva, legislativa y judicial independiente del partido central chino. Eso también quería decir que se respetarían muchas de las libertades individuales que no garantiza la constitución china:
“El actual sistema social y económico en Hong Kong permanecerá sin cambios, como también el estilo de vida, las libertades y los derechos incluyendo los de persona, de expresión, de prensa, de asamblea, de asociación, de viaje, de movimiento, de correspondencia, de huelga, la elección de ocupación, de investigación académica y de creencias religiosas serán garantizadas por la ley en la región administrativa especial de Hong Kong.”
Al garantizar un periodo de transición capitalista de 50 años, los británicos calmaron la confianza de los inversores en Londres y en Hong Kong: esto aseguró una próspera relación comercial a futuro entre China y el Reino Unido, tranquilizó a los empresarios locales con un periodo garantizado de estabilidad y una relación comercial más cercana con China, permitió las posibilidades hipotecarias y de préstamos para 5 décadas y, como consecuencia, le dió confianza al mercado (el día en que se firmó el acuerdo, la bolsa de valores de Hong Kong superó la tasa récord de los últimos dos años y siguió creciendo durante tres años más).
Por otra parte, China aceptó esta transición suave por los beneficios económicos de mantener una cierta estabilidad política y social en Hong Kong. Así lo describe Ian Scott en su libro Political Change and the Crisis of Legitimacy in Hong Kong:
“En Marzo de 1985, China tenía inversiones directas en Hong Kong que superaban los 6 mil millones de dólares de Hong Kong; tres años después, esta inversión se quintuplicó. En marzo de 1986, China tenía 35 plantas de manufactura en Hong Kong que representaban una inversión de 2.4 mil millones de dólares de Hong Kong, la tercera inversión extranjera más grande después de las de Estados Unidos y Japón. (…) Además, China también se beneficiaba de las inversiones de empresas de Hong Kong en su territorio. En 1987, de las 7 mil 800 empresas extranjeras establecidas en China, 6 mil 600 eran empresas de Hong Kong y representaban el 65% de la inversión extranjera.”
Así, tanto el gobierno chino como el gobierno británico dejaron de lado sus diferencias políticas para permitir el crecimiento mutuamente benéfico de una región con enorme potencial económico. El problema fue que, en medio de todo esto, nadie le preguntó a la sociedad de Hong Kong su opinión.
En las negociaciones entre Reino Unido y China nunca se permitió la intromisión de los habitantes de Hong Kong: ninguna de las dos potencias consideró, jamás, el despertar de una consciencia política en una sociedad históricamente apática. Hasta entonces, el poder real se concentraba en burócratas, no había partidos políticos, las manifestaciones de los sesenta habían sido contadas y los grupos de presión no tenían gran poder fuera de las esferas financieras. Sin embargo, la firma de la Declaración Conjunta entre China y Reino Unido despertó algo en los habitantes de Hong Kong. De pronto, se vieron vapuleados en medio de negociaciones políticas sobre su futuro que se hacían para el beneficio económico de dos potencias que no los representaban. Esto era una traición por parte de los británicos y una afirmación de control y poder por parte de los Chinos. En cualquier caso, ellos eran las evidentes víctimas de este tratado.
El 19 de septiembre de 1984, cuando se estaba firmando la declaración conjunta, sólo un puñado de representantes de la sociedad de Hong Kong, escogidos por su docilidad ante las potencias en la mesa, fueron invitados. Y ellos cumplieron su rol legitimador aplaudiendo en el fondo de la sala. El gobernador de Hong Kong sólo fue invitado como parte de la comisión británica y tanto China como el Reino Unidos negaron rotundamente la posibilidad de una consulta popular en Hong Kong o cualquier tipo de referéndum.
No es sorprendente, pues, que en este contexto, las inquietudes políticas de una sociedad que fue dócil durante tantos años se despertaran con violencia.
Hong Kong se levanta
Para entender bien el ambiente político que se respira actualmente en Hong Kong hay que entender algunos de los principios de la constitución acordada en la declaración conjunta de 1984. Porque, para que Hong Kong tuviera un poder ejecutivo, legislativo y judicial independiente, se eligieron los términos de una “micro constitución” que regularía las condiciones políticas del gobierno hongkonés hasta la anexión definitiva con China en el 2047.
Hong Kong es una zona administrativa especial dirigida por un líder del ejecutivo y un congreso local. China no tiene ningún poder directo sobre Hong Kong excepto en los rubros de defensa y de política exterior. Sin embargo, el líder del ejecutivo, después de ser votado por un consejo de 1200 electores designados especialmente entre los sectores financieros, laborales, legislativos y de profesionistas, debe ser aprobado por el comité central del Partido Comunista Chino. En ese sentido, el líder del ejecutivo nunca ha sido elegido fuera de un pequeño círculo pro-Beijing centrado en intereses empresariales.
Por otra parte, el congreso local, con 70 escaños, se divide en dos porciones: 35 escaños votados directamente por los habitantes de Hong Kong, y 35 escaños votados por una representación de electores en los sectores financieros, de profesionistas y laborales en Hong Kong. La gran mayoría de los puestos de elección popular son, entonces, legisladores pro-democracia y anti-Beijing, mientras que la gran mayoría de los puestos elegidos por representantes fieles a los intereses comerciales de las empresas son pro-Beijing y anti-democracia.
Así, desde 1998, el voto popular siempre ha estado del lado de los legisladores pro-democracia y, sin embargo, la mayoría del congreso siempre ha sido pro-Beijing. Esto no nada más vuelve visibles las limitaciones del poder político real de los habitantes de Hong Kong, sino que demuestra que China tiene cada vez menos interés en respetar la autonomía de Hong Kong.
Desde 1997, las cosas han cambiado mucho y, ahora, Hong Kong no representa el mismo poder comercial que representaba hace veinte años. En las últimas dos décadas, el poderío económico de China ha crecido enormemente y la economía de Hong Kong pasó de representar el 27% del PIB chino a solamente representar el 3%. En este sentido, las libertades políticas que les fueron acordados a los habitantes de Hong Kong ya no son el factor dominante para la tranquilidad de los mercados. Así, el interés de China en la región ha cambiado y, ahora más que nunca, el gobierno chino busca extender su área de influencia para controlar con mayor firmeza, antes de la transición, a los hongkoneses.
Es por eso que, en el 2003, cuando China intentó imponer una ley mordaza que buscaba prohibir y castigar cualquier acto o discurso que pudiera ser considerado como una traición al Partido Comunista Chino en Hong Kong, más de 500 mil personas salieron a la calle. Es por eso que, cuando la reforma electoral de Hong Kong que prometía, finalmente, la elección del ejecutivo y todo el legislativo por sufragio universal decidió mantener y reforzar el sistema representativo, la sociedad hongkonesa se levantó nuevamente. Es por eso que, en 2014, nació el “Movimiento de las Sombrillas” (Umbrella Movement) que ocupó, durante casi dos meses, la ciudad para protestar masivamente por la injerencia del gobierno central chino en las elecciones de Hong Kong.
Éstas fueron las grandes protestas que surgieron como respuesta a la creciente intervención china en una sociedad que, todavía, tiene treinta años de libertades garantizadas. Todas estas protestas tienen, por supuesto, un símbolo central: Victoria Park, el parque en el que, año con año, los hongkoneses recuerdan el aniversario de la masacre de Tiananmen, el último intento popular de sublevación por la democracia en China. Todas estas protestas, también, han crecido conforme ha crecido la conciencia política en la clase media de Hong Kong. Ahora, además, gracias al auge de las redes sociales, las juventudes hongkonesas han encontrado otras formas de organizarse y otras formas de relacionarse con el inmediato político.
Así llegamos a 2019 con la más grande protesta en la historia de Hong Kong: 2 millones de personas (es decir, una tercera parte de la población de Hong Kong), salió a las calles para protestar contra la nueva ley que permitiría la extradición hacia China. Las razones de este repudio universal son evidentes: desde 1997, las intervenciones políticas de China se han hecho cada día más violentas. Esto no nada más ocurre con legislaciones e influencias políticas a la distancia, sino en cosas mucho más turbias (como la famosa desaparición de libreros del 2015).
Con las manifestaciones de este año, la primer ministra Carrie Lam ha congelado la ley de extradición. Pero los hongkoneses no están satisfechos y no descansarán hasta que la ley desaparezca por completo: si China desaparece a gente por vender libros ahora, con una ley de extradición podrían reprimir cualquier tipo de disidencia.
Hong Kong todavía tiene 28 años de autonomía y sus habitantes ya no quieren pasarlos en silencio. A partir de 2047, ninguno podrá protestar, ninguno podrá expresar sus opiniones políticas libremente, ninguno podrá votar. Muchos de los manifestantes estarán muertos en 28 años. Por eso, esta lucha es, también, generacional. Los jóvenes de Hong Kong saben que, cuando sean profesionistas, su mundo se derrumbará. Muchos de ellos no tienen el poder económico para salir de Hong Kong. Muchos otros quieren defender la identidad que tanto se tardaron en conquistar. Todos, en general, están luchando por un porvenir que no les quite las certezas.
Podemos preguntarnos por qué las manifestaciones de Hong Kong han llegado a este grado de violencia, de sofisticación, de masiva convocatoria. La respuesta, después de este largo recorrido histórico, es evidente. Ésta no es, nada más, una lucha política o económica, no se centra en un debate ideológico o filosófico… ésta es la lucha de una generación por el mundo que legan a sus hijos; y ésta es la lucha de esos hijos por un futuro que, antes de nacer, ya habían perdido.